De la edición Julio/Agosto 2018 de la revista Discernir

Corazón, alma y mente: tres componentes del amor a Dios

¿Importa la manera en que adoramos a Dios? ¿Son nuestros sentimientos acerca de nuestra relación con Él lo único que importa?

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Muchas personas dicen amar a Jesús.

¡Y qué buen sentimiento! Sería maravilloso que todo el mundo sintiera lo mismo. Pero, ¿qué significa amar a Dios realmente? Dependiendo de la persona, esto podría representar una gran variedad de creencias y estilos de vida.

Por ejemplo hay muchas personas que dicen que son “espirituales pero no religiosas”. Quienes se identifican de esta manera, generalmente determinan sus propias creencias y formas de adoración sin participar de ninguna religión organizada.

Las autoridades religiosas tienen opiniones diferentes acerca de lo que esto implica. Algunos piensan que es sano para el cristianismo ofrecer más opciones, mientras otros lo ven como un error —un cristianismo superficial donde cada persona puede elegir lo que quiere hacer y sentirse bien con su elección.

¿Cómo debemos amar a Dios entonces? ¿Podemos amarlo como a nosotros nos parezca mejor?

Jesucristo dijo que era vano (vacío, sin valor) adorar a Dios según ideas humanas (Marcos 7:7). Entonces, en lugar de elegir nuestras preferencias   entre las opciones vagas y confusas que hoy en día se ofrecen tan despreocupadamente, ¿no tiene más sentido permitir que la Biblia nos guíe en este tema tan importante?

El amoroso Dios definido

Uno de los principios fundamentales que encontramos en las Escrituras es que el amor a Dios requiere de acciones. Amar a Dios significa guardar sus mandamientos (1 Juan 5:3).

Contrario a las opiniones erradas de algunos, las leyes de Dios no son duras, molestas, irrealistas u obsoletas. De hecho, tras regresar a Jerusalén después de su cautividad en Babilonia, se les recordó a los judíos que Dios había descendido en el Monte Sinaí para darles “juicios rectos, leyes verdaderas, y estatutos y mandamientos buenos” (Nehemías 9:13, énfasis añadido).

En el pasado, Moisés les había advertido a los antiguos israelitas acerca de las consecuencias de rechazar la ley de Dios y asumir “Tendré paz, aunque ande en la dureza de mi corazón” (Deuteronomio 29:19, énfasis añadido).

Estas escrituras aún se aplican hoy.

No podemos simplemente hacer lo que queramos cuando esto se opone a las instrucciones de Dios. Confirmando este principio, Jesús dijo: “No todo el que me dice: Señor, Señor, entrará en el reino de los cielos, sino el que hace la voluntad de mi Padre que está en los cielos” (Mateo 7:21, énfasis añadido). Pocas horas antes de su crucifixión, les recordó a sus discípulos: “Si me amáis, guardad mis mandamientos” (Juan 14:15, énfasis añadido).

Obedecer las leyes de Dios es muy importante, claro. Pero las expectativas de Dios no terminan ahí. Como veremos a continuación, nuestra forma de pensar, sentir y responder a sus mandamientos también es importante para Él.

Jesucristo y el amor a Dios

Durante su ministerio en la Tierra, Cristo reiteró un principio fundamental acerca de nuestra actitud al obedecer a Dios.

Cuando le preguntaron “¿cuál es el gran mandamiento en la ley?”, Cristo respondió: “Amarás al Señor tu Dios con todo tu corazón, y con toda tu alma, y con toda tu mente” (Mateo 22:36-37).

Esta respuesta está en perfecta armonía con Deuteronomio 6:4-5, una sección de la Escritura a la que los judíos históricamente le dan mucha importancia, llamándola el Shema en alusión a la frase inicial “Oye, Israel”. El pasaje específico al que Cristo se estaba refiriendo es: “amarás al Eterno tu Dios de todo tu corazón, y de toda tu alma, y con todas tus fuerzas” (v. 5).

Jesús además dijo que éste era “el primero y grande mandamiento” (Mateo 22:38). Es decir, era la instrucción básica de cómo debemos adorar a Dios.

¿Cómo logramos que nuestro corazón, alma y mente trabajen juntos para adorar a Dios?

Corazón

La palabra hebrea traducida como corazón, leb, y su sinónimo, lebab, se utilizan más de 800 veces en el Antiguo Testamento y, dependiendo del contexto, pueden significar varias cosas. El Diccionario expositivo de palabras del Antiguo y del Nuevo Testamento exhaustivo de Vine dice que “corazón” puede referirse “al órgano del cuerpo… al interior («en medio») de algo… a la persona o a su personalidad… el centro de las emociones… el centro del conocimiento y de la sabiduría… el centro de la conciencia y del carácter moral”.

Si bien el corazón a veces se relaciona con la mente (Deuteronomio 8:5; 29:4), al parecer este concepto se refiere especialmente a la personalidad, el carácter y las emociones. Como anota el Easton’s Bible Dictionary [Diccionario bíblico de Easton]: “El corazón es el ‘hogar de la vida personal’” (artículo “Corazón”). Y cuando entendemos todo lo que el corazón gobierna, es claro por qué nuestros corazones deberían estar entrenados en la justicia (Proverbios 3:1-4; 2 Pedro 2:14).

Aunque nuestro corazón puede engañarnos (Jeremías 17:9), todos nosotros, como el rey David, podemos arrepentirnos de nuestros pecados y pedirle a Dios que nos dé un corazón “limpio” (Salmos 51:10). A través de este proceso, nuestros pecados pueden ser perdonados y podemos tener un corazón nuevo que no nos llevará a cometer los mismos errores de antes.

Dios quiere que practiquemos la justicia (Mateo 6:33), y por eso es correcto sentirnos mal —sentir culpa— cuando hacemos algo malo. Hoy en día muchos piensan que deben sentirse bien consigo mismos sin importar lo que hagan. Confían en sus emociones sin importar los hechos y tratan de buscar hechos que justifiquen sus sentimientos. Pero el momento para sentirnos bien con nosotros mismos es cuando nos arrepentimos de quebrantar las leyes de Dios y actuamos de acuerdo con sus instrucciones.

Debemos tener corazones entrenados en amar el camino de vida de Dios (2 Tesalonicenses 2:10), y debemos darnos cuenta de que nuestras emociones necesitan estar en armonía con su ley.

Alma

Muchas personas creen que el alma es un componente inmortal en los seres humanos, el cual sigue con vida después de que morimos. Pero esta idea equivocada proviene del paganismo y no está en la Biblia. La Palabra de Dios nos enseña que la palabra “alma” (nephesh en el Antiguo Testamento y psuche en el Nuevo) simplemente se refiere a la vida.

Cuando Dios sopló en Adán aliento de vida, él se convirtió en un ser vivo. Ezequiel 18:4 dice que “el alma que pecare, esa morirá” y, dado que todos hemos pecado (Romanos 3:23), todos moriremos eventualmente (Romanos 6:23; Hebreos 9:27).

Cuando eso suceda, nuestra conciencia dejará de existir —nuestros pensamientos “perecerán” (Salmos 146:4). Nuestra esperanza de vivir para siempre como seres espirituales está en la enseñanza bíblica de la resurrección de los muertos, no en la del alma inmortal. Para más detalles acerca de esto, consulte “Resurrecciones: ¿qué son?”.

Lo que Jesucristo quiso decir cuando habló de amar a Dios con toda el alma es que nuestra vida debe ser guiada por Dios y su camino. Albert Barnes’ Notes on the Bible [Comentarios bíblicos de Albert Barnes] dice que la frase “con toda tu alma” en Mateo 22:37 significa “estar dispuesto a dar la vida por él y darlo todo para servirle; vivir para él y estar dispuesto a morir si lo ordena”.

Dicho de otra forma, amar a Dios con toda el alma implica orientar todas nuestras actividades y prioridades en torno a Él y su camino de vida. Significa que el objetivo de nuestra vida sea obedecer todos los mandamientos de Dios.

Debemos adorar al verdadero Dios, evitar los íconos religiosos, dejar de usar el nombre de Dios en vano y guardar el sábado y las fiestas santas. También debemos esforzarnos por vivir en paz con todos y mostrarles respeto, tal como enseñan los últimos seis de los Diez Mandamientos, los cuales resguardan a la familia, fomentan las palabras y el comportamiento veraces y nos advierten acerca de la necesidad de controlar nuestros deseos humanos.

Mente

La palabra griega traducida como mente en Mateo 22:37 es dianoia y significa “la mente como la facultad de entender… manera de pensar o sentir” (Thayer’s Greek Lexicon [Diccionario griego de Thayer]). En otras palabras, usar la mente es el ejercicio de pensar y razonar.

Muchas escrituras indican que el corazón y la mente son cosas separadas, pero complementarias en el amor a Dios. El rey David, por ejemplo, le aconsejó a Salomón que sirviera a Dios de todo corazón y con una mente dispuesta (1 Crónicas 28:9, Nueva Traducción Viviente). Y en Salmos 26:2, David le pide a Dios: “Examina mis íntimos pensamientos y mi corazón”. Jeremías además agrega que Dios puede ver “los pensamientos y el corazón” (Jeremías 20:12).

Algunos se preguntan por qué Jesucristo habrá dicho “mente” en Mateo cuando Deuteronomio 6:5 dice “fuerzas”. Tal vez fue porque quería mostrarle todo el significado de esta instrucción del Antiguo Testamento a un mundo muy influenciado por el pensamiento griego, cuyo enfoque estaba en la mente y el intelecto humanos. (Según Marcos 12, Cristo dijo tanto “mente” como “fuerzas”.)

El punto es que, si queremos amar a Dios con todo nuestro ser, nuestra mente debería estar muy involucrada en ello. Además de amarlo con nuestro corazón y nuestra mente, Dios quiere que estemos habituados a enfocarnos en Él y su camino de vida. Y cuando nos sometemos a Dios, Él nos ayuda a pensar correctamente.

Dios promete que si somos guiados por el Espíritu Santo, podemos tener buen juicio espiritual (2 Timoteo 1:7, Biblia Dios Habla Hoy). Es muy importante ser guiados por el Espíritu, ya que éste nos guía a la verdad de Dios (Juan 16:13).

Tres componentes

Si queremos amar a Dios, debemos hacerlo como Él lo desea. No podemos simplemente diseñar nuestro propio sistema de adoración.

Para amarlo verdaderamente, debemos guardar sus mandamientos, y hacerlo con cada aspecto de nuestro ser —nuestro corazón, nuestra alma y nuestra mente. Como Dios mismo dijo: “Yo el Eterno, que escudriño la mente, que pruebo el corazón, para dar a cada uno según su camino, según el fruto de sus obras” (Jeremías 17:10).

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