De la edición Enero/Febrero 2016 de la revista Discernir

El secreto para enfrentarse con sus gigantes

Los imponentes gigantes de la Biblia pueden ser historia antigua, ¡pero hoy en día el pueblo de Dios tiene que enfrentarse a una raza de gigantes más temible —y ganar!

Normalmente 85 años no es una buena edad para empezar a pelear contra gigantes. La mayoría de la gente lo consideraría imprudente, tonto e insensato.

Sin embargo, Caleb no era la mayoría de la gente.

A los 85 años, Caleb estaba lleno de vida y decidido y listo para hacer lo imposible. Motivado por una promesa de Dios, deambuló durante 40 años por el desierto, y ahora, por fin había llegado el momento de reclamarla.

Pero nos estamos adelantando a la historia.

Cuarenta y cinco años antes, la joven nación de Israel se había reunido en la frontera de la Tierra Prometida. Dios los había librado de la mano opresora de sus capataces en Egipto a través de una oleada de plagas estremecedoras que hicieron temblar la Tierra, cada una de ellas diseñada para mostrar la omnipotencia del infinito e inigualable Dios del universo.

Mientras los israelitas viajaban hacia la tierra de Canaán, Dios les había dado pruebas de sí mismo una y otra vez haciendo lo imposible —sacando agua de las rocas, pan y codornices del cielo. Dios protegió y proveyó a su pueblo en cada paso de su camino, y ahora estaban aquí, en la frontera de la tierra que Él les había prometido dar.

Aquí entra Caleb. Él y 11 hombres más fueron seleccionados para entrar en la Tierra Prometida como espías, reconocer la tierra y traer noticias sobre sus habitantes. A su regreso, los 12 hombres estuvieron de acuerdo en que en esa tierra “ciertamente fluye leche y miel” (Números 13:27), pero no estaban de acuerdo acerca de qué hacer al respecto.

Habían encontrado más que leche y miel en Canaán: encontraron una tierra habitada por personas fuertes, ciudades fortificadas y lo peor de todo, “a los hijos de Anac” (Números 13:28).

El rechazo de la Tierra Prometida

Gigantes. Los descendientes de Anac eran gigantes. Israel se derrumbó. Claramente —claramente— el Dios que había destrozado el poder de Egipto y los había sostenido milagrosamente a través del árido desierto, había hecho esto sólo con el fin de que murieran a manos de los gigantes.

Sólo Josué y Caleb, dos de los espías, abogaron para que entraran en la tierra. Después de callar al pueblo, Caleb les insistió: “Subamos luego, y tomemos posesión de ella; porque más podremos nosotros que ellos” (Números 13:30).

Los otros 10 espías sólo crearon más pánico. “No podremos subir contra aquel pueblo, porque es más fuerte que nosotros”, y agregaron: “y éramos nosotros, a nuestro parecer, como langostas; y así les parecíamos a ellos” (Números 13:31, 33).

Cuando el pueblo de Israel empezó a hablar de volverse y regresar a Egipto como esclavos, Josué y Caleb les suplicaron a sus compatriotas: “Por tanto, no seáis rebeldes contra el Eterno, ni temáis al pueblo de esta tierra; porque nosotros los comeremos como pan; su amparo se ha apartado de ellos, y con nosotros está el Eterno; no los temáis” (Números 14:9).

Entonces el pueblo gritó para que apedrearan a Josué y Caleb.

Por supuesto, eso nunca pasó. Hay mucho más de la historia, pero la versión corta es esta: Dios no permitió que Israel entrara a Canaán. Israel fue condenado a estar 40 años deambulando por el desierto, como castigo por su falta de fe. La generación actual viviría y moriría en el desierto, y Josué y Caleb serían las únicas excepciones.

Josué lideraría a la próxima generación a la Tierra Prometida, mientras que Caleb recibió una promesa especial de Dios: “Pero a mi siervo Caleb, por cuanto hubo en él otro espíritu, y decidió ir en pos de mí, yo le meteré en la tierra donde entró, y su descendencia la tendrá en posesión” (Números 14:24).

Entonces los israelitas deambularon. Y deambularon. Y deambularon. Los días se convirtieron en semanas; las semanas en meses; los meses en años; y los años en décadas. Uno a uno, la generación que rechazó la Tierra Prometida, murió, en tanto que los de la siguiente generación entraron a Canaán solos. Bajo el liderazgo de Josué, nadie podía hacerles frente a los ejércitos de Israel. Territorio por territorio, Dios expulsó a los malvados habitantes de Canaán, y el momento de dividir la tierra pronto llegó.

Reclamando las promesas

Para Caleb, ahora de 85 años, finalmente había llegado el momento de reclamar la promesa que Dios le había hecho 45 años antes. Le dijo a Josué: “Todavía estoy tan fuerte como el día que Moisés me envió; cual era mi fuerza entonces, tal es ahora mi fuerza para la guerra,  para salir y para entrar. Dame, pues, ahora este monte, del cual habló el Eterno aquel día; porque tú oíste en aquel día que los anaceos están allí, y que hay ciudades grandes y fortificadas. Quizá el Eterno estará conmigo, y los echaré, como el Eterno ha dicho” (Josué 14:11-12).

Después de esperar casi medio siglo, la fe de Caleb seguía fuerte. Cuando llegó el momento de apoderarse de lo que Dios le había prometido, Caleb no lo dudó ni por un segundo. Todavía había gigantes merodeando por el monte de Caleb, pero eso no importó. Estaba muy cerca de cumplir 90 años, pero eso tampoco importó. En la mente de Caleb, si era una promesa de Dios, esto era suficiente. Los demás factores eran irrelevantes. Él, al igual que Sara y otros héroes de la Biblia, “creyó que era fiel quien lo había prometido” (Hebreos 11:11).

Entonces, ¿qué significa esto para nosotros?

Simplemente esto: todavía hay gigantes para enfrentar.

Los gigantes del mundo moderno

No todos los gigantes son de carne y hueso. Pueden presentarse de muchas formas. Adicciones. Defectos. Fallas. Tentaciones. Debilidades. Pruebas. Cualquier cosa que sea más grande que nosotros, más fuerte, más rápida —cualquier cosa más poderosa que nosotros, cualquier cosa que no tengamos la habilidad de enfrentar, cualquier cosa con la capacidad de noquearnos y dejarnos sin sentido— esos son gigantes, también a menudo dirigidos y bajo el mando de Satanás el diablo, el eterno enemigo del pueblo de Dios (Apocalipsis 12:9-10).

Los gigantes nos recuerdan cuán pequeños e indefensos somos. Por nuestra cuenta, no podemos derrotarlos. Nos superan de cualquier manera concebible. La mejor salida es huir, esconderse, incluso rendirse antes de que la batalla comience. ¿Por qué molestarse en intentarlo? Es más fácil rendirse y ceder antes de salir lastimados, porque ganar es imposible. Ésa fue la actitud que adoptaron los israelitas miles de años atrás, y hoy en día sigue siendo el camino más fácil de tomar.

El problema es que al rendirnos frente a un gigante, especialmente uno de los del mundo moderno, estamos rindiéndonos a más que una batalla. Nos rendimos a tener el control sobre nuestra vida, entregándole las riendas al mismo Satanás. Si decidimos de antemano que no podemos ganar estas batallas, perdemos toda esperanza de crecimiento, de superación y de liberación. Escoger no pelear, significa acoger el estancamiento y aceptar la derrota como un estilo de vida.

¿Puede darse el lujo de vivir de esa manera? ¿Alguien puede?

Los 12 espías de Israel recorrieron la misma tierra, vieron los mismos gigantes, pero sólo dos vieron una batalla que podían ganar.

¿Por qué?

El poder de la fe

La diferencia clave no es lo que estos hombres vieron, sino cómo lo vieron. Los espías vieron a los gigantes y lo que vieron fueron hombres malvados interponiéndose en el plan de Dios. La mayoria de ellos  vio a los gigantes e inmediatamente pensó:  “no hay manera de ganar”. Pero Josué y Caleb vieron a los gigantes y pensaron “no hay forma de que Dios no pueda ganar”.

Los gigantes en su vida están parados en medio del plan que Dios tiene para usted, y la forma en que usted los vea va a determinar la forma de enfrentarlos. Son más grandes que usted, sí. Son más fuertes que usted, absolutamente. Podrían pulverizarlo con sus pies sin pensarlo dos veces.

Pero, ¿son más grandes que Dios? ¿Son más fuertes que Dios? ¿Podrían durar siquiera un minuto en un cuadrilátero con el Todopoderoso?

Josué y Caleb sabían la respuesta. Los dos podían mirar atrás y ver los milagros que Dios había llevado a cabo en su vida —en la vida de todo Israel— y saber, sin la menor duda, que Dios era capaz de darles cualquier victoria sin importar lo inverosímil, improbable, y sí, imposible que pareciera.

Por eso Caleb les dijo a sus hermanos que subieran y tomaran la tierra: “porque más podremos nosotros que ellos”. Por eso pudo deambular por 40 años, confiando en que Dios cumpliría su promesa. Por eso, a los 85 años, estaba listo y dispuesto a trabajar con Dios y echar fuera de su montaña a unos cuantos gigantes.

No sé qué milagros haya llevado a cabo Dios en su vida. No sé cuántos mares haya dividido para usted o cuán a menudo haya hecho llover pan del cielo para darle exactamente lo que necesita en el momento que lo necesita —pero sí sé lo siguiente:

Dios se preocupa por usted (1 Pedro 5:7). Él no es un observador imparcial sin interés personal en las batallas que usted pelea. Él quiere que usted gane. Él quiere que usted crezca y se supere; y lo que es más importante, Él le da las herramientas y la fuerza necesarias para lograrlo (2 Corintios 10:4-5; Filipenses 4:13). Usted es un hijo o una hija potencial del Dios Altísimo (2 Corintios 6:18), ¡y Él quiere que usted triunfe!

Usted va a enfrentar gigantes. Usted va a tener que encarar enemigos demasiado poderosos para enfrentarlos por su cuenta, pero usted no está solo. Eso fue lo que entendió Caleb y lo que Israel olvidó tantas veces.

En sus más duras batallas, en medio de las luchas en que se encuentra sin aliento y totalmente abrumado, puede tener la certeza de “que el que comenzó en vosotros la buena obra, la perfeccionará hasta el día de Jesucristo” (Filipenses 1:6, énfasis añadido).

Usted es una buena obra en proceso. Ése es el plan de Dios. Siempre ha sido el plan de Dios; y ningún adversario, ningún enemigo, ningún gigante es lo suficientemente fuerte para interponerse en el camino. Cada gigante es diferente, y no existe una solución que sirva para todos. Pero el núcleo, el meollo del asunto nunca cambia: si Dios lo guió a esta batalla, Él puede llevarlo a la victoria. Si usted está dispuesto a dedicar el tiempo y el esfuerzo para buscar su guía, Dios lo va a llevar donde usted necesite. En este momento hay gigantes que se interponen entre usted y el futuro que Dios le tiene reservado. Son intimidantes, pero con la ayuda de Dios, están lejos de ser invencibles. ¿Los puede ver? ¿Entiende lo que está en juego?

Entonces, ¿qué está esperando?

Vaya y expúlselos.

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