De la edición Mayo/Junio 2015 de la revista Discernir

El milagro de la mente

Mientras más la estudiamos, más misteriosa nos parece la mente humana. ¿Tendrá una dimensión desconocida que la ciencia no puede detectar y que nos brinda un potencial sin límites?

Probablemente el objeto de estudio más fascinante y relevante para la ciencia moderna sea lo que muchos conocen como “la última frontera” —el cerebro humano..

Como dice Kenneth Campbell, investigador del Hospital de niños de Cincinnati: “el cerebro es la fuente de mucho de lo bueno y lo malo del ser humano. Nos ha dado ideas brillantes, buena literatura, arte y música, pero también es responsable de la agresión, violencia, guerra, racismo y adicción.

“Sin embargo, hay algo de su complejidad que la ciencia no puede explicar. Cuando estudiamos el corazón o los riñones, podemos descubrir cuál es el problema porque entendemos su mecánica, pero el cerebro es una máquina que simplemente no entendemos. Aún no sabemos cómo funciona la mente humana”.

La dimensión desconocida

Los descubrimientos siempre son emocionantes, y más aún si son acerca de nosotros mismos y de cómo funcionamos. Aunque, a pesar de todo lo que la ciencia pueda decirnos acerca de la mecánica del cerebro, sin la Palabra de Dios nunca descubriremos lo más importante.

Así es, hace mucho tiempo el Diseñador de la vida reveló una verdad sobre la mente humana (y su propia mente) que es fundamental para comprender cómo y por qué pensamos y nos comportamos de la manera en que lo hacemos. No es una explicación científica (Dios nos deja lo físico a nosotros), pero es algo indispensable para comprender qué y quiénes somos en realidad.

Además, hace casi dos mil años ocurrió un espectacular evento que nos da más detalles acerca de la naturaleza de nuestra mente, y es un evento tan importante que cada año se conmemora en la Fiesta de Pentecostés, una de las fiestas santas de Dios.

¿Cómo puede este día ayudarnos a descubrir el maravilloso potencial de la mente humana? La verdad acerca de la Fiesta de Pentecostés es algo que puede cambiar su vida.

¿Qué nos hace diferentes?

Primero veamos lo que dice Pablo en 1 Corintios 2:11, “Porque ¿quién de los hombres sabe las cosas del hombre, sino el espíritu del hombre que está en él?”.

Algunos de los oyentes de Pablo eran griegos, cuyas creencias estaban basadas en sus grandes filósofos. Los griegos creían que todo ser humano tenía un alma inmortal atrapada en el cuerpo físico hasta la muerte, cuando supuestamente se iba al cielo o al infierno. Y siglos después, esta idea antibíblica lamentablemente introdujo y se arraigó en una forma de “cristianismo” que se alejaba rápidamente de las creencias del cristianismo original.

Sin embargo, la Biblia dice claramente que el hombre es mortal, y la palabra traducida como “alma” en las Escrituras, simplemente se refiere a la vida humana o animal. Pero, como Pablo reconoció, sí hay algo más en el ser humano que lo diferencia del resto de la creación física.

¿Cómo explicar la gran brecha que hay entre los animales y nosotros cuando nuestros cerebros son tan similares? ¿Qué nos da la capacidad de pensar abstracta y racionalmente, crear objetos artísticos y tecnológicos, inventar palabras y lenguajes, pensar secuencialmente en palabras e imágenes, desarrollar humildad y paciencia y diferenciar entre lo correcto e incorrecto?

Pablo lo llama “el espíritu del hombre”, y Job también lo llamó así mucho tiempo antes (Job 32:8).

Además de crearnos a su imagen, Dios nos dio un elemento espiritual para diferenciarnos de los animales y darnos habilidades únicas (como saber elegir entre el pecado y la justicia). “El espíritu del hombre” es aquello invisible e indefinible que hace al ser humano, pues… humano.

Cómo podemos percibir “las cosas de Dios”

Pero “el espíritu del hombre” es sólo una pieza del gran rompecabezas. Pablo mismo nos dice que “cosas que ojo no vio, ni oído oyó, ni han subido en corazón de hombre, son las que Dios ha preparado para los que le aman”, y más adelante explica que el “hombre natural” simplemente no percibe ni puede entender las cosas de Dios “porque se han de discernir espiritualmente” (1 Corintios 2:9, 14).

Esperen. ¿Acaso “el espíritu del hombre” no nos da entendimiento de las cosas de Dios? Pues, en realidad, no. Como dice Pablo en el versículo 11: “nadie conoció las cosas de Dios, sino el Espíritu de Dios” (énfasis añadido). Así es, tal como existe un espíritu del hombre, existe el Espíritu de Dios; y así como el espíritu del hombre no es una “persona”, el Espíritu de Dios tampoco es una tercera persona en la divinidad. El Espíritu de Dios es nada menos que la mente y el poder de Dios (consulte “¿Qué es el Espíritu Santo?” en VidaEsperanzayVerdad.org).

¿Cómo podemos entonces comprender las cosas “que Dios ha preparado para los que le aman”? La respuesta está en 1 Corintios 2:10, 12: “Dios nos las reveló a nosotros por el Espíritu; porque el Espíritu todo lo escudriña, aun lo profundo de Dios… Y nosotros no hemos recibido el espíritu del mundo, sino el Espíritu que proviene de Dios, para que sepamos lo que Dios nos ha concedido”.

Increíble, ¿no? Ésta es la verdad acerca de lo que probablemente sea la cúspide de la creación de Dios: permitir que simples seres humanos —que por naturaleza tienen el espíritu del hombre— reciban su mente y poder sobrenaturales a través del Espíritu Santo.

“¿Qué haremos?”

Cuando Jesús se apareció ante sus discípulos luego de su resurrección, “sopló, y les dijo: Recibid el Espíritu Santo” (Juan 20:22). Pero como sabemos que no recibieron el Espíritu en ese momento, todo indica que Cristo sólo dijo esto para reiterar su promesa de enviarles un “consolador” e ilustrar la naturaleza del Espíritu que les enviaría (Juan 14:16). La palabra griega traducida como Espíritu es pneuma y se refiere a algo semejante a un soplo o viento, algo que no podían ver pero que tendría gran influencia en ellos.

Poco después, Cristo también les dijo: “recibiréis poder, cuando haya venido sobre vosotros el Espíritu Santo, y me seréis testigos en Jerusalén, en toda Judea, en Samaria, y hasta lo último de la tierra” (Hechos 1:8, énfasis añadido).

Y esta promesa se cumplió en uno de los días más importantes de la historia humana:

“Cuando llegó el día de Pentecostés, estaban todos unánimes juntos. Y de repente vino del cielo un estruendo como de un viento recio que soplaba, el cual llenó toda la casa donde estaban sentados; y se les aparecieron lenguas repartidas, como de fuego, asentándose sobre cada uno de ellos. Y fueron todos llenos del Espíritu Santo, y comenzaron a hablar en otras lenguas [idiomas], según el Espíritu les daba que hablasen” (Hechos 2:1-4).

Esta impresionante escena hizo que miles de personas quisieran entrar a ver qué ocurría y, cuando lo hicieron, fueron testigos de otro milagro: todos empezaron a oír las palabras de los apóstoles en su propio idioma (v. 6).

En medio de la conmoción, Pedro se levantó para dar su primer sermón del “testimonio de Cristo” inspirado, y les explicó cómo las antiguas profecías mesiánicas se habían cumplido en Jesucristo, cómo había resucitado y ahora se encontraba junto al Padre, y cómo “habiendo recibido del Padre la promesa del Espíritu Santo, ha derramado esto que vosotros veis y oís” (v. 33).

Luego, el sermón tomó un giro muy personal, pues el apóstol hizo responsables de la muerte de Cristo a cada uno, individualmente, diciéndoles: “Sepa, pues, ciertísimamente toda la casa de Israel, que a este Jesús a quien vosotros crucificasteis, Dios le ha hecho Señor y Cristo” (Hechos 2:36, énfasis añadido).

“Al oír esto [quienes oían el sermón], se compungieron de corazón, y dijeron a Pedro y a los otros apóstoles: Varones hermanos, ¿qué haremos?” (v. 37).

El milagro de la mente

Esta pregunta demuestra que Dios les estaba dando el discernimiento espiritual descrito en 1 Corintios. Nadie puede comprender la seriedad del sacrificio de Cristo, confesar sus pecados humildemente y buscar la misericordia de Dios con verdadero arrepentimiento si Dios no está trabajando con él.

Cuando realmente queremos y estamos dispuestos a obedecerle, Dios nos ofrece un regalo maravilloso: “Arrepentíos, y bautícese cada uno de vosotros en el nombre de Jesucristo para perdón de los pecados; y recibiréis el don del Espíritu Santo. Porque para vosotros es la promesa, y para vuestros hijos, y para todos los que están lejos; para cuantos el Señor nuestro Dios llamare” (vv. 38-39).

Así es, los seres humanos pueden recibir el Espíritu Santo, y Dios puede unir su Espíritu al espíritu del hombre para crear algo nuevo y sobrenatural en nuestra mente, a través de un proceso milagroso que nos da la capacidad de:

  • Recibir el Espíritu “de poder, de amor y de dominio propio” (2 Timoteo 1:7).
  • Desarrollar el “el fruto del Espíritu”: “amor, gozo, paz, paciencia, benignidad, bondad, fe, mansedumbre [y] templanza” al nivel de Dios (Gálatas 5:22-23).
  • Convertirnos en “hijos de Dios” (Romanos 8:16).
  • Entender y obedecer la ley de Dios.
  • Vencer el pecado.
  • Ser parte del Cuerpo de Cristo, la Iglesia de Dios.
  • Y lo más importante, tener la garantía de que heredaremos vida eterna en la familia de Dios (Efesios 1:13-14).

El mayor hallazgo

En cierta ocasión David escribió emocionado: “tú formaste mis entrañas; tú me hiciste en el vientre de mi madre… formidables, maravillosas son tus obras” (Salmos 139:13-14). Y aquí estamos tres mil años después, aún maravillados ante la complejidad del cerebro humano y desconcertados por sus mecanismos. Pero por intrigante que pueda ser descubrir cómo funciona nuestra mente, eso no es lo que más necesitamos saber.

David no sabía nada acerca de neuroplasticidad, sinapsis, la arquitectura del cerebro o la geografía del pensamiento, pero sí sabía lo más importante: Dios le había dado su Espíritu Santo. Es por esto que en el momento más crítico de su vida, cuando se dio cuenta de cómo su débil espíritu humano intentaba destruirlo por medio del pecado, le rogó a Dios: “Crea en mí, oh Dios, un corazón limpio, y renueva un espíritu recto dentro de mí. No me eches de delante de ti, y no quites de mí tu santo Espíritu. Vuélveme el gozo de tu salvación, y espíritu noble me sustente” (Salmos 51:10-12).

El pueblo de Dios se identifica con la oración de David hasta el día de hoy, pues sabe cuán necesario es andar conforme al Espíritu. Y cada año, la Fiesta de Pentecostés nos recuerda los milagros que ocurrieron aquél día, así como el gran milagro que ha seguido ocurriendo en nuestra vida desde entonces —el milagro de recibir el Espíritu Santo que nos abre el camino hacia la salvación.

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