Moisés

La mayoría de las personas reconocen a Moisés como uno de los mayores profetas de Israel. ¿Cuáles fueron los mensajes que dio a este pueblo? ¿Y cuáles de sus profecías siguen siendo relevantes en la actualidad?

El profeta Moisés es principalmente conocido por su papel en la liberación de los israelitas de la esclavitud egipcia en el siglo XV a.C. Además, se le atribuye la autoría de los cinco primeros de la Biblia. Al concluir el último de ellos, un editor posterior escribe lo siguiente en una reveladora descripción del ministerio de Moisés:

“Y nunca más se levantó profeta en Israel como Moisés, a quien haya conocido el Eterno cara a cara; nadie como él en todas las señales y prodigios que el Eterno le envió a hacer en tierra de Egipto, a Faraón y a todos sus siervos y a toda su tierra, y en el gran poder y en los hechos grandiosos y terribles que Moisés hizo a la vista de todo Israel” (Deuteronomio 34:10-12, énfasis añadido).

La vida de Moisés se divide en tres etapas de 40 años. Moisés vivió en Egipto durante los primeros 40 años de su vida; luego se estableció en Madián por otros 40 años; y pasó los últimos 40 años de su vida sirviendo a Dios como profeta (Hechos 7:30; Éxodo 7:7; Deuteronomio 34:7). El enfoque principal de este artículo será su rol como profeta del pueblo de Dios.

Un profeta reacio

Si bien algunas interpretaciones modernas sugieren que el éxito de Moisés como líder y representante de Israel se debió a sus intereses personales, las Escrituras nos dicen lo contrario. Luego de huir de Egipto como fugitivo después de matar a un egipcio (Éxodo 2:11-15), Moisés llegó a Madián, donde conoció a Reuel y sus siete hijas.

Estando ahí, “Moisés convino en morar con aquel varón; y él dio su hija Séfora por mujer a Moisés” (v. 21). Y pasaron varias décadas antes de que el rey de Egipto muriera. Durante ese tiempo, la servidumbre de los israelitas se hizo tan pesada que gimieron y clamaron por su desgracia (v. 23).

Al oír sus ruegos, Dios se apareció a Moisés en una zarza ardiente y lo designó como su mensajero para liberar a su pueblo de Egipto (Éxodo 3:1-6). Luego de explicar que había oído el clamor de los israelitas y visto su opresión, le dijo: “Ven, por tanto, ahora, y te enviaré a Faraón, para que saques de Egipto a mi pueblo, los hijos de Israel” (v. 10).

Pero “Moisés respondió a Dios: ¿Quién soy yo para que vaya a Faraón, y saque de Egipto a los hijos de Israel?” (v. 11). En lugar de aceptar la oportunidad de inmediato, Moisés trató de rechazar este llamado de Dios. Entonces, Dios le dijo que Él lo ayudaría y le mostró cómo debía explicar su plan tanto al pueblo de Israel y sus ancianos como al rey de Egipto.

Aun así, Moisés temía que no le creyeran que Dios mismo lo había mandado (Éxodo 4:1). Para tranquilizarlo, Dios le dio tres señales milagrosas que podía usar como prueba de que era Él quien obraba a través de su portavoz (vv. 2-9):

  • Convirtió su vara en serpiente y luego en vara otra vez.
  • Hizo que su mano se enfermara de lepra y la volvió a sanar.
  • Convirtió el agua en sangre.

Inseguro incluso después de ver las señales, Moisés exclamó: “¡Ay, Señor! nunca he sido hombre de fácil palabra, ni antes, ni desde que tú hablas a tu siervo; porque soy tardo en el habla y torpe de lengua” (v. 10). Y, si bien Dios le había dicho: “Ahora pues, ve, y yo estaré con tu boca, y te enseñaré lo que hayas de hablar” (v. 12), Moisés seguía reacio a aceptar su llamado y respondió: “¡Ay, Señor! envía, te ruego, por medio del que debes enviar” (v. 13).

Finalmente, aunque ya molesto por la continua resistencia de Moisés, Dios tranquilizó a Moisés permitiendo que su hermano, Aarón, fuese su representante (vv. 14-16).

Este relato del llamamiento de Moisés sigue la pauta que Dios parece usar siempre: es Él quien escoge a quienes desea designar como profetas, no al revés. Y, a pesar de su resistencia inicial, la relación de Moisés con Dios fue fortaleciéndose poco a poco de tal manera que, al final de su vida, había logrado servir exitosamente a Dios en lo que éste le había encomendado.

De hecho, tuvo una relación con Dios tan estrecha que en cierta ocasión recibió un maravilloso elogio de su parte. Cuando “María y Aarón [hermanos de Moisés] hablaron contra Moisés a causa de la mujer cusita que había tomado” (Números 12:1), Dios reveló lo que pensaba de su profeta diciéndoles directamente:

“Oíd ahora mis palabras. Cuando haya entre vosotros profeta del Eterno, le apareceré en visión, en sueños hablaré con él. No así a mi siervo Moisés, que es fiel en toda mi casa. Cara a cara hablaré con él, y claramente, y no por figuras; y verá la apariencia del Eterno. ¿Por qué, pues, no tuvisteis temor de hablar contra mi siervo Moisés?” (vv. 6-8).

Veamos ahora lo que Dios hizo a través de Moisés en sus papeles como profeta, líder y legislador.

Líder

Como muchos saben, Moisés eventualmente regresó a Egipto para liberar al pueblo de Israel de la esclavitud. El libro de Éxodo (desde el capítulo 4 hasta el 12) registra los milagros que Dios hizo para dar credibilidad a Moisés como profeta y las 10 plagas que mandó sobre Egipto para que Faraón finalmente liberara a los israelitas.

En realidad, aunque a veces se asume que fue Moisés quien liberó al antiguo pueblo de Israel, fue Dios quien les dio la libertad que tanto pedían; Moisés y Aarón fueron sólo portavoces. Como ellos mismos dijeron a Faraón, “el Eterno el Dios de Israel dice así: Deja ir a mi pueblo a celebrarme fiesta en el desierto” (Éxodo 5:1, énfasis añadido).

Moisés y Aarón siempre fueron muy claros en esto: todos sus mensajes y milagros provenían de Dios. Y, cuando los israelitas habían sido liberados, “Moisés contó a su suegro todas las cosas que el Eterno había hecho a Faraón y a los egipcios por amor de Israel, y todo el trabajo que habían pasado en el camino, y cómo los había librado el Eterno” (Éxodo 18:8, énfasis añadido).

Legislador

Moisés también es conocido como el gran legislador del Antiguo Testamento. Sin embargo, para ser precisos, no fue él quien dio las leyes sino Dios. Otra vez, Moisés fue sólo su mensajero.

De hecho, cuando el pueblo de Israel se reunió en las faldas del monte Sinaí, fue Dios mismo quién dictó los Diez Mandamientos. Como leemos en Éxodo 20: “Y habló Dios todas estas palabras, diciendo: Yo soy el Eterno tu Dios, que te saqué de la tierra de Egipto, de casa de servidumbre” (vv.1-2, énfasis añadido).

Pero tras presenciar aquél espectáculo de truenos, relámpagos, sonido de bocina y humo de la montaña, los israelitas tuvieron miedo de escuchar a Dios directamente otra vez: “Y dijeron a Moisés: Habla tú con nosotros, y nosotros oiremos; pero no hable Dios con nosotros, para que no muramos” (vv. 18-19). En honor a sus deseos, a partir de entonces Dios dio sus mensajes e instrucciones, incluyendo sus estatutos y dictámenes, a través de Moisés, su portavoz. Y, cuando Moisés murió, siguió haciéndolo por medio de otros profetas.

Profeta

Una de las profecías más importantes que Dios reveló a través de su siervo Moisés fue que en el futuro levantaría otro profeta como él. Moisés mismo explica: “Profeta de en medio de ti, de tus hermanos, como yo, te levantará el Eterno tu Dios; a él oiréis” (Deuteronomio 18:15).

Este futuro Profeta tendría el apoyo explícito de Dios. Sus palabras serían las de Dios, quien advierte que “a cualquiera que no oyere mis palabras que él hablare en mi nombre, yo le pediré cuenta” (v. 19). El Profeta del que habló Moisés fue Jesucristo. Es por esto que, al igual que en la profecía de Éxodo, Dios dice lo siguiente acerca de Cristo a Santiago, Pedro y Juan durante la transfiguración: “Este es mi Hijo amado, en quien tengo complacencia; a él oíd” (Mateo 17:5, énfasis añadido).

De hecho, Cristo mismo reveló que Él era el cumplimiento de la profecía dada por Moisés. En cierta ocasión dijo a un grupo de judíos: “Escudriñad las Escrituras; porque a vosotros os parece que en ellas tenéis la vida eterna; y ellas son las que dan testimonio de mí” (Juan 5:39). Y luego añadió: “No penséis que yo voy a acusaros delante del Padre; hay quien os acusa, Moisés, en quien tenéis vuestra esperanza. Porque si creyeseis a Moisés, me creeríais a mí, porque de mí escribió él. Pero si no creéis a sus escritos, ¿cómo creeréis a mis palabras?” (vv. 45-47).

Y, al escuchar las palabras de Cristo y ver sus milagros, muchos creyeron que Él era el profeta del que Moisés había hablado. Por ejemplo, cuando Jesús alimentó a una gran multitud con sólo cinco panes y dos peces pequeños: “Aquellos hombres entonces, viendo la señal que Jesús había hecho, dijeron: Este verdaderamente es el profeta que había de venir al mundo” (Juan 6:14). Otros llegaron a la misma conclusión cuando Cristo habló sobre el Espíritu Santo durante el último día de la Fiesta de los Tabernáculos (Juan 7:37-40).

Además, luego de su crucifixión y resurrección, los apóstoles confirmaron que Jesús era aquel Profeta profetizado en el Antiguo Testamento. Pedro, por ejemplo, mencionó esta verdad en su sermón del Día de Pentecostés, cuando la Iglesia recibió el Espíritu Santo (Hechos 3:22-26).

Si bien en la tradición musulmana se cree que el Profeta del cual habló Moisés fue Mahoma, este pensamiento contradice los pasajes del Nuevo Testamento que acabamos de leer. Las Escrituras son muy claras al explicar que Jesucristo es el Profeta mencionado por Moisés, no Mahoma.

Bendiciones y maldiciones

Otra importante profecía dada por Moisés es la que se conoce como las bendiciones y maldiciones de Levítico 26 y Deuteronomio 28. En estos capítulos, Dios explica a los israelitas las consecuencias de obedecer y desobedecer sus leyes, que según el pacto y las promesas que hizo con ellos, traían respectivamente bendición y maldición.

En los años siguientes, el pueblo de Israel sufrió cada vez que desobedecían a Dios, tal como Moisés lo había profetizado. Debido a sus pecados, las palabras de este profeta se cumplieron y los israelitas fueron conquistados por otras naciones y dispersados entre muchos pueblos (Deuteronomio 28:49-51; Levítico 26:33).

Sin embargo, Dios también había prometido a través de Moisés que, aunque los israelitas y sus descendientes probablemente desobedecerían sus leyes, Él nunca los castigaría hasta “consumirlos” por completo (Levítico26:4). Como muchos bien lo entienden, el Israel de la actualidad es el cumplimiento de esta profecía. Pero esta nación representa sólo a una de las tribus del antiguo Israel, los judíos. Si desea saber cómo la profecía se ha cumplido para el resto de las tribus, le invitamos a explorar la sección “12 tribus de Israel” de nuestro sitio.

El acuerdo que Dios hizo con el antiguo Israel se llama “Antiguo Pacto”. Pero los cristianos de hoy en día son llamados a vivir bajo el “Nuevo Pacto”, que tiene promesas aún mejores, como lo es el Espíritu Santo. (Puede encontrar más detalles de esto en nuestro artículo “El Nuevo Pacto: ¿qué es lo nuevo de él?”.)

De todas formas, , aunque el Antiguo Pacto fue remplazado por el Nuevo, las bendiciones y maldiciones que Moisés enseñó siguen aplicándose al mundo entero en la actualidad. Como dice Proverbios 14:34, “La justicia engrandece a la nación; mas el pecado es afrenta de las naciones”. ¿Practica usted la justicia? No pierda la oportunidad de leer los artículos que encontrará en este sito y descubrir lo que Dios espera de usted.

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