De la edición Enero/Febrero 2015 de la revista Discernir

Hablar la verdad en amor

Lo que decimos y por qué lo decimos tiene un gran impacto en nuestras relaciones. ¿Podemos tener malos resultados aun diciendo la verdad? ¿Está bien mentir por una buena razón?

“¿Es bueno mentir por una buena causa?” Es una pregunta que se hace con frecuencia. Las respuestas a esa pregunta son algo interesante.

Una persona replicó: “En mi opinión la base de una acción moral es hablar libremente para sacar el máximo del bienestar de otros y minimizar el daño que usted le hace a los demás. Una regla tal como ‘nunca mentir’, en mi opinión no es la base para una acción moral, sino que en vez de ello es siempre una consecuencia directa de tratar de ser moral en primer lugar. Mentir puede ser, según mi punto de vista, algunas veces moral”.

¿Es así realmente?

Otra persona citaba una figura religiosa que ofrecía una conclusión tradicionalista: “Es pecado que alguien mienta. Cuando miente por una buena causa, i.e., para salvar a alguien más, es mitad pecado, porque la mentira es para el beneficio de su prójimo y no para sí mismo. Sin embargo, es algo que se considera pecado. Por lo tanto debemos tenerlo en mente y no caer en el hábito de decir mentiras por cosas insignificantes”.

Entonces, ¿está bien mentir por una buena causa? ¿Qué dice Dios acerca de la mentira y la verdad y nuestra motivación?

El parámetro de Dios

La motivación subyacente que Dios tiene y lo que Él quiere que nosotros tengamos es amor (Mateo 22:37-40). Basado en esto, el apóstol Pablo nos ofrece un parámetro importante para la comunicación cristiana.

Al hablar a la Iglesia en Éfeso, él advirtió a los cristianos en contra de ser movidos por los vientos de una falsa enseñanza. En vez de ello, al “hablad la verdad en amor”, ellos “crecerían en todo en aquel que es la cabeza, esto es, Cristo”, quien hace que reciba su crecimiento “para ir edificándose en amor” (Efesios 4:14-16).

El hablar la verdad en amor, según la enseñanza de la Biblia, ayuda a combatir la falsa doctrina, promueve el crecimiento entre los cristianos y nos acerca a la perfecta imagen de Cristo.

Muchos entienden que es posible decir mentiras por odio, pero, ¿puede decir mentiras por amor? O, también, ¿puede uno hablar la verdad sin amor? Tal vez les parezca sorprendente a algunos, pero es posible hacer todas estas cosas —y quedarse corto ante el parámetro que Dios tiene. Veamos por qué.

Decir mentiras por odio

Abundan los ejemplos de esto. Tal vez el ejemplo más horrible de todos es la respuesta engañosa de la serpiente Satanás en el jardín del Edén. Dios mismo les había dicho a Adán y a Eva que si ellos comían del fruto del árbol prohibido, ellos “morirían” (Génesis 2:17).

Satanás contradijo a Dios con la primera mentira registrada en las páginas de las Escrituras. Él les dijo a nuestros progenitores: “No moriréis; sino que sabe Dios que el día que comáis de él, serán abiertos vuestros ojos, y seréis como Dios, sabiendo el bien y el mal” (Génesis 3:4-5).

Esto fue, de hecho, una mentira tergiversada. Ellos tomaron del árbol prohibido, y sus ojos fueron abiertos (v. 7). Pero la prerrogativa de decidir el bien y el mal continuaba siendo del Creador, y la muerte y el desastre fueron las consecuencias de esta decisión. El Salvador Jesucristo más tarde diría que el diablo “no ha permanecido en la verdad, porque no hay verdad en él. Cuando habla mentira, de suyo habla; porque es mentiroso, y padre de mentira” (Juan 8:44).

Mucho tiempo después de la mentira en el jardín del Edén, un verdadero profeta tuvo que defenderse ante muchos mentirosos, a quienes, al igual que al diablo, no les importaban aquellos que decían amar. El mensaje de los falsos profetas durante la época de Jeremías fue: “Paz, paz; y no hay paz” (Jeremías 6:14; 8:11).

Los falsos profetas afirmaban amar a las personas de Judá; pero si su amor fuera verdadero, les hubieran dicho que debían cambiar sus caminos y arrepentirse delante de Dios. Esto le correspondió al profeta Jeremías, uno que amaba realmente a Dios y a las personas, y les dio un mensaje difícil. Él predicó apasionadamente que ellos necesitaban cambiar su forma de vida.

¿Mentiras por amor?

¿Es posible decir que amamos a alguien y le mentimos? ¿Podría la falsedad ser como una cobertura dulce y venderla como si fuera verdad?

Analicemos el caso de una famosa carta escrita por una niña de ocho años a un periódico en el año 1897. La carta se ha vuelto legendaria. Virginia O´Hanlon se preocupó por lo que algunas de sus amigas de escuela le estaban diciendo a ella. Entonces ella se sentó y escribió una carta al periódico New York Sun, lo que provocó la respuesta de un editorial con fecha de 21 de septiembre de 1897.

El propósito del editorial era reafirmar a la pequeñita en cuanto a la existencia de Santa Claus. Parte de la respuesta del editor es ésta: “Sí, Virginia, existe Santa Claus. Él existe así como en verdad el amor y la generosidad y la devoción existen, y usted sabe que éstos abundan y le dan a su vida la belleza y el gozo más increíbles. ¡Ay! ¿Cómo sería el mundo de oscuro si no existiera Santa Claus?… No habría fe en los niños, no habría poesía, ni romance que hiciera soportable la existencia. No tendríamos gozo, excepto en los sentidos y la vista. La luz eterna con la cual la niñez llena el mundo, se extinguiría”.

Palabras tiernas, diseñadas, sin lugar a dudas, ¡para hacer felices a los niños! ¿Pero son verdaderas? Por supuesto que no.

Sin lugar a dudas el autor de este famoso editorial habría afirmado que actuó por amor. Sin embargo, ¿es en verdad amor si lo que él dice es falso? No, según la Palabra de Dios.

Si usted no les dice a los niños la verdad acerca de Santa Claus, ¿creerán lo que decimos acerca de Jesucristo?

¿Verdad sin amor?

Cuando estamos motivados por el amor —preocupación genuina según Dios por los demás— escogeremos nuestras palabras cuidadosa y meticulosamente. ¿Es posible decir la verdad teniendo una motivación errónea? Sí, estos motivos erróneos nos traen consecuencias negativas —algunas veces al objetivo del mensaje, y siempre al orador malintencionado.

En el Nuevo Testamento, el apóstol Pablo escribió desde su difícil experiencia en la prisión acerca de aquellos que por lo menos predicaban una parte del verdadero evangelio, pero con una motivación errónea. “Algunos, a la verdad, predican a Cristo por envidia y contienda; pero otros de buena voluntad… Los unos anuncian a Cristo por contención, no sinceramente, pensando añadir aflicción a mis prisiones” (Filipenses 1:15-16). ¿La verdad predicada por una motivación errónea? Esto ha pasado —y puede suceder.

Pero no piense que aquellos que predicaron por el motivo incorrecto, ganaron el favor de Dios. Dios juzga los corazones.

Con más frecuencia, las personas justifican sus chismes y calumnias como verdad —pero la verdad es usada como un arma y con un motivo errado. La Biblia nos advierte fuertemente contra el chisme y la revelación de información confidencial (Proverbios 11:13; 16:27).

¡Hablar la verdad en amor!

Esto sigue siendo “la regla de oro”. Esto es lo que la Palabra de Dios requiere y nada menos será suficiente. La verdad que se dice con un espíritu de egoísmo no es suficiente. Tampoco lo es la falsedad que se habla con la base de un amor malentendido.

Decir la verdad en amor puede herir. Algunas veces nosotros, como los verdaderos profetas, debemos decir cosas que pueden ser difíciles de asimilar. Pero, generalmente, hablar la verdad en amor —con tacto, gracia, con una actitud humilde de estimar a quien nos oye como superior a nosotros (Colosenses 4:6; Filipenses 2:3)— producirá paz y relaciones más fuertes.

Cuando estamos motivados por el amor —preocupación genuina según Dios por los demás— escogeremos nuestras palabras cuidadosa y meticulosamente. Como Pablo escribiera: “Ninguna palabra corrompida salga de vuestra boca, sino la que sea buena para la necesaria edificación, a fin de dar gracia a los oyentes” (Efesios 4:29). Debemos escoger palabras que edifiquen —que construyan, animen y fortalezcan. “Hablar la verdad” no incluye hacer comentarios despiadados, no solicitados, sin tacto, críticos, sólo porque son ciertos.

Las mentiras finalmente nos llevan a la traición; y la verdad finalmente nos conduce al bienestar, la confianza y la cooperación. Desde la perspectiva de Dios, esto es lo que cuenta. “Por lo cual, desechando la mentira, hablad verdad cada uno con su prójimo; porque somos miembros los unos de los otros” (Efesios 4:25).

¡Hable la verdad en amor! Cualquier cosa diferente a esto dañará las relaciones y será inaceptable para Dios.

Lea más acerca de hablar la verdad en nuestro artículo “Noveno mandamiento: No darás falso testimonio”.

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