De la edición Julio/Agosto 2014 de la revista Discernir

Como niños pequeños: lecciones para la vida

Estamos ocupados con la responsabilidad de enseñar a nuestros hijos. ¿Podríamos estar perdiéndonos lecciones valiosas que ellos nos pueden enseñar?

Hay un orden exacto de las cosas. Yo creo firmemente en que es adecuado para los padres ensenar a sus hijos a ser adultos responsables y exitosos.

Al mirar atrás, con frecuencia me doy cuenta que las acciones de los niños me han dado lecciones de vida que no se encuentran en los libros. Quisiera compartir con ustedes cinco incidentes importantes que han tocado mi mente y corazón.

1. Creencia

Uno de mis recuerdos más queridos es de un balde de cinco galones, color rojo sucio, una manguera y la labor de dos de nuestros jóvenes hijos. Era una mañana calurosa de verano y ellos tenían planes. Tomaron rápidamente su desayuno y salieron por la puerta de atrás, encaminándose al viejo garaje.

Nuestro hijo tomó una pala, le pasó el balde a su hermana y ambos se dirigieron hacia el jardín del abuelo. Con total determinación, lograron llenar a medias el balde con tierra, y luego prosiguieron a la próxima etapa: la manguera. Maniobrando rápidamente con la agarradera, pronto una corriente de agua suavizó la bola de barro y en un instante tuvieron una mezcla pegajosa que a ellos les gustó.

Sentí curiosidad y les pregunté qué estaban haciendo. ¿Su respuesta? Ellos estaban tratando de hacer un hombre —su nombre era “Lodoso”.

Recientemente habíamos leído la historia de la creación de Adán, y ellos estaban tratando de duplicar el acontecimiento de una forma entusiasta. Sin embargo, por más que trataron, “Lodoso” permaneció en su estado amorfo, sin vida.

Lección: no había duda en su mente infantil. Ellos creían lo que la Biblia decía. Lo que pronto aprendieron fue que había algunas cosas que solamente Dios podía hacer.

Lo que aprendí es que el entendimiento de quién es Dios puede comenzar muy temprano en la vida, en pequeñas formas, pero sólo madura con las lecciones de la experiencia y exposición.

2. Generosidad

Hace varios años, una de nuestras nietas estaba haciendo planes para uno de nuestros servicios especiales en la Iglesia. Se recogería una ofrenda y ella quería participar. Primero, ella escribió cuidadosamente una carta a Dios y la terminó con “te quiero”. Luego, la dobló cuidadosamente, la metió en un sobre especial y la guardó para más tarde, cuando le incluyera un billete de un dólar.

Finalmente llegó el día, y la familia estaba de camino para los servicios cuando súbitamente nuestra nieta rompió en llanto. Ella se había olvidado de poner el dinero en su sobre especial. Su madre trató de calmar su disgusto, diciéndole que ella no tenía un billete de dólar, pero que sí tenía algo que era lo mismo de bueno —cuatro monedas de 25 centavos.

Las lágrimas se hicieron más fuertes a medida que nuestra nieta le decía a su madre que tenía que ser un billete de un dólar. Evidentemente, para su mente infantil, Dios prefería el papel a las monedas y ella lo quería dar así.

Tan pronto como llegó, nuestra nuera logró encontrar a alguien que estuvo dispuesto a cambiar las cuatro monedas por el billete de un dólar, con lo que la crisis se pudo solucionar. Nuestra nieta puso alegremente su ofrenda a Dios junto con su carta de amor en la canasta de la ofrenda y yo sólo puedo pensar que Dios sonrió ese día.

Lección: esta experiencia reforzó en mi mente que dar ofrendas a Dios no es una actividad al azar. Que exige planeación y propósito —que debe nacer del corazón.

3. Fe

La oración y la Sra. X parecen ir de la mano. Para ella no es algo extraordinario recibir una petición de oración de cualquiera de sus hijos, sus nietos o sus bisnietos.

No hace mucho, recibió una llamada de una nieta que había perdido algo precioso —el diamante central de su anillo de compromiso. Ella y su hija Alex habían buscado varios días con la ayuda de una linterna, dando vueltas por todas partes en la casa sin poderlo encontrar. ¿Podría orar la Sra. X? Por supuesto que podría.

Nada es demasiado pequeño —nadie es demasiado joven ni demasiado viejo— para tener la atención de Dios.Al día siguiente, Alex, la niñita de cinco años vino a visitar a su abuela y le dijo a la Sra. X cuán desesperada estaba por encontrarlo. Ella le pidió seriamente, ¿podrías por favor orar para que mami encuentre su diamante?

La Sra. X la tomó y la puso en su regazo; ambas inclinaron sus frentes e hicieron lo que ella denomina una oración “sencilla”.

Un día después, la Sra. X contestó el teléfono y escuchó las palabras que había estado esperando: “Abuelita, encontramos el diamante”. La Sra. X contestó: “por supuesto que lo encontraron; Dios está edificando la fe en tu hijita”.

Más tarde la Sra. X me contó que Dios tuvo que haber respondido esa oración, porque encontraron el diamante muy cerca del desagüe del baño. Podría haberse ido con la corriente en cualquier momento y hasta ahí hubiera llegado todo. En vez de esto, Dios escuchó y justo en el momento correcto, respondió la oración sencilla de una pequeña niña y su bisabuela.

Lección: la fe no sólo puede mover montañas. La fe de una pequeña niña y su bisabuela puede hacer que se recuperen muchas cosas. Nada es demasiado pequeño —nadie es demasiado joven ni demasiado viejo— para tener la atención de Dios.

4. Optimismo

A comienzos de 1950, Estados Unidos afrontó la aparición de un brote de una enfermedad mortal, incurable —la poliomielitis. En el peor momento de la epidemia, tres mil personas murieron y miles quedaron lisiados —muchos de ellos eran niños.

Cuando conocí a Linda, una hermosa jovencita con lindos ojos azules, estaba conectada a un pulmón de acero que le permitía respirar. La máquina obligaba a los pulmones a exhalar e inhalar, por medio de cambios regulados en la presión del aire. Ella podía hablar tan sólo cuando el aparato la obligaba a exhalar, así que nuestra conversación se llevaba a cabo de acuerdo a este ritmo. Yo era una voluntaria joven en el hospital y una de mis tareas era visitar regularmente el pabellón pediátrico, especialmente a Linda.

Linda podía ser puesta fuera del respirador varios minutos cada día, y ahí era cuando podíamos conversar más. Algunas veces hablábamos acerca de otros niños en el pabellón, y algunas veces nuestra conversación era más personal.

En una ocasión, me confió que cuando mejorara ella quería ser una bailarina de ballet. Sus ojos brillaban con ilusión a medida que me explicaba lo que iba a hacer. La verdad era que la única parte de su cuerpo que podía mover voluntariamente era un dedito. El resto estaba completamente paralizado.

Lección: cuando pienso en Linda, siento que aun los días más duros y oscuros pueden ser iluminados con los rayos de optimismo y esperanza. También le pido a Dios fervientemente que venga su Reino para que esas enfermedades tan terribles puedan ser sanadas (Isaías 35:5-6).

5. Humildad

Era absolutamente normal que los discípulos asociaran a Jesús con poder. Al fin y al cabo, pensemos en los milagros que habían presenciado —la sanidad instantánea de los enfermos, la expulsión de demonios, el dominio sobre la naturaleza al calmar la tormenta y otras cosas. Aun ellos mismos fueron comisionados por Él para hacer cosas similares (Mateo 10).

Todo lo asociado con su maestro parecía resaltar el gobierno y el control sobre cualquier clase de adversidad por medio de milagros incontables. Finalmente, ellos tuvieron un anticipo de lo que sería el anunciado Reino de Dios, con autoridad y poder, y ellos a su lado.

Lo que no pudieron discernir era la verdadera motivación de Jesús —su deseo de servir a la humanidad, no de ser servido (Marcos 10:45). No debe sorprendernos que luego, los discípulos se enfrascaran en una situación acalorada que involucraba el poder —acerca de quién sería el más grande en el Reino de los Cielos (Mateo 18:1). Era el momento de una lección.

“Y llamando Jesús a un niño, lo puso en medio de ellos, y dijo; De cierto os digo, que si no os volvéis y os hacéis como niños, no entraréis en el reino de los cielos. Así que, cualquiera que se humille como este niño, ése es el mayor en el reino de los cielos. Y cualquiera que reciba en mi nombre a un niño como este, a mí me recibe” (vv. 2-5).

Imaginémonos lo que habrá pasado por la mente de hombres como Santiago y Juan (“los hijos del trueno”; Marcos 3:17), Pedro, y sí, aun Judas —todos hombres con fortaleza de carácter, celo y acción— a medida que escuchaban estas palabras.

¿Qué se podría decir de un niñito? No tenía ningún estatus. No tenía poder. Un niñito no tenía orgullo, ambición o codicia. De hecho, todo lo que puede hacer un niño es aprender, confiar y someterse, lo que era, por supuesto, el punto de Jesús.

Lección: aprender a tener la humildad de un niño hacia Dios es la lección final, y se necesitará toda la vida para poder dominarla.

“Y le presentaban niños para que los tocase; y los discípulos reprendían a los que los presentaban. Viéndolo Jesús, se indignó, y les dijo: Dejad a los niños venir a mí, y no se lo impidáis; porque de los tales es el reino de Dios” (Marcos 10:13-16; Lucas 18:15-17).

Si desea aprender más acerca de lo que significa ser hijo de Dios, vea el artículo “Hijos de Dios” en Vidaesperanzayverdad.org.

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