De la edición Mayo/Junio 2015 de la revista Discernir

El día en que perdimos a nuestro bebé

Tener un bebé es una bendición de Dios, y muchas parejas desean comenzar una familia. Pero cuando ocurre un aborto, esto puede ser una experiencia traumática.

Aunque han pasado muchos años, mi esposo y yo todavía recordamos vívidamente los sucesos que condujeron a nuestros abortos. El primero ocurrió un domingo. Estábamos volviendo a nuestra casa después de estar en la casa de un amigo el fin de semana. Había estado sufriendo de unos dolores agudos toda la semana. A mitad del camino a casa me di cuenta de que algo estaba marchando muy mal. Fuimos directo al hospital más cercano.

Fue un momento muy difícil. Todo estaba sucediendo al mismo tiempo sin que tuviera tiempo de entenderlo realmente. No fue sino hasta varios días después que pude comprender la realidad de la pérdida de mi bebé.

Es demasiado común

Los abortos ocurren con más frecuencia de lo que la gente se imagina. Algunas fuentes hablan de que cerca de un 15 por ciento (otros afirman que es tan alto como un 25 por ciento) de todos los embarazos se pierden por un aborto. Sabiendo que hay varios abortos que no son informados, la cifra podría ser mayor.

Según Jane Forester, una médico familiar en Illinois, la razón más común es “una anormalidad importante del feto. Si el aborto ocurre durante el primer trimestre, aproximadamente dos tercios tienen anomalías graves de los cromosomas” (pregnacyandbaby.com).

El aborto, aunque sea algo tan común, es una experiencia muy solitaria, aislada, porque rara vez se habla de él. Puede ser devastador tanto para la madre como para el padre. Los estudios muestran que la tristeza y el duelo del padre son con frecuencia ignorados por otros y que los hombres pueden disfrazar su dolor con ira.

¿Cómo podemos consolar a aquellos que han sufrido la pérdida de un bebé o se sienten devastados por varios abortos y están enfrentando la infertilidad?

La experiencia de cada persona es única

Esteban y Alicia* de inmediato quedaron esperando un bebé. Ellos se sorprendieron y se sintieron muy entusiasmados de cuán fácil había sido. A las 12 semanas, Alicia fue a un chequeo de rutina. Todo había estado progresando normalmente, cuando entonces el doctor le dijo que no sentía el latido del corazón del bebé —ella quedó atónita. Un ultrasonido reveló las malas noticias: sólo estaba la placenta vacía.

Esteban recuerda que su esposa experimentó un dolor insoportable más tarde en la noche. Su principal preocupación en esos momentos era ella. “No había tenido tiempo de hacerme a la idea de tener un hijo”, dijo, pero el dolor insoportable de su esposa sí era muy real.

Esteban y Alicia afrontaron su pérdida esperando sencillamente los tres meses de rutina, y luego lo intentaron otra vez. Para su descanso, ella volvió a quedar embarazada inmediatamente y ahora, casi 13 años después, su familia está completa con dos niños saludables.

Jaime y Elisa* eran una pareja joven, que se había casado hacía sólo unas semanas cuando descubrieron que ella estaba embarazada. Fueron emociones muy contradictorias, porque el embarazo de ella era de alto riesgo.

Ahora, cuando la vida estaba a punto de cambiar dramáticamente, tenían que enfrentar la realidad de este embarazo. ¿Qué era lo más sabio hacer para la salud de Elisa? Jaime se preguntó si estaban económicamente listos para tener un bebé. Él reconoce que “no podía ver o sentir el bebé de la misma forma que Elisa lo hacía, y pensé acerca del embarazo desde un punto de vista lógico”.

Para Jaime y Elisa, el aborto ocurrió muy temprano en el embarazo. Elisa, que había resuelto dejar las cosas en manos de Dios y que le había pedido a Dios que se hiciera cargo del resultado final de todo ya que ella estaba enfrentando varios desafíos graves de salud, sintió una especie de calma mezclada con dolor. Le habían respondido su oración, aunque no de la forma en que ella esperaba.

Su decisión de no prevenir otro embarazo era un acto de fe en que Dios era lo suficientemente poderoso para manejar cualquier complicación que pudiera surgir. Hicieron lo necesario para asegurarse de que Lisa pudiera estar en la situación más saludable que pudiera estar, y obtener la aprobación del doctor y saber que si iban a intentarlo de nuevo, ahora era el momento óptimo. Fueron bendecidos con una niña maravillosa.

Ayudar sin herir

Pasar por un aborto es una experiencia devastadora para cualquier pareja y puede ser un reto para los demás saber qué decir, especialmente cuando no han tenido la experiencia personal de esta clase de pérdida. A continuación les daremos algunas sugerencias acerca de qué hacer y qué no:

Qué decir:

“Lo siento”. Reconocer la pérdida sin tratar de interpretarla o explicarla. Las parejas que han sufrido la pérdida de un bebé, no necesitan consejo, sólo que los entiendan.

Qué hacer:

Hágale saber a la pareja que está sufriendo que a usted le importa y está disponible para hablar si así lo desean. Pregúnteles a ellos qué quieren o qué necesitan de usted ahora, y luego satisfaga su requerimiento. Una nota o una tarjeta que exprese dolor puede ser un gesto significativo. Si usted ha vivido una experiencia similar, reconózcalo y ofrezca compartir su historia si es que ellos lo desean.

Qué no decir:

“Esto no significa que no van a poder tener niños después”. Sea cuidadoso al decir cosas que usted no sabe si son ciertas.

“Pueden intentarlo otra vez”. Un bebé no reemplaza a otro. El duelo toma tiempo; cada pareja decide si está lista y cuándo lo está para intentarlo otra vez.

“Por lo menos tienen más hijos”. Nuevamente, un bebé no reemplaza al otro. Un aborto no es menos difícil para una mujer que ya tiene hijos.

“Es realmente una bendición disfrazada”. Las mujeres que tienen alto riesgo y deciden tener un hijo de todas formas, pueden encontrarse con emociones encontradas de sus familiares o amigos que están preocupados por su salud. Algunos pueden dar su respaldo, otros pueden sentirse temerosos. Debemos ser respetuosos con el derecho que tienen las parejas de buscar el embarazo, aun cuando tengan el riesgo de enfrentar peligros graves de salud.

Aceptar la infertilidad

Me tomó dos años para quedar nuevamente embarazada. Esta vez llegué a la semana 11 antes de perder al bebé.

Había tenido un ultrasonido para asegurarme de que todo estaba bien, pero de todas formas empecé a preocuparme. Mis náuseas matutinas habían cesado abruptamente unos días atrás. Me acuerdo que le conté a una amiga en el trabajo que yo temía que esto significara que algo estaba mal. Ella me aseguró que probablemente todo estaba bien.

Pero no era así.

Ese embarazo fue hace 13 años. Fue el último. Nunca pensamos que seríamos de esas parejas que no podían tener hijos. A través de los años hemos hablado muchas veces acerca de nuestro deseo de tener hijos, pero no fue sino hasta que visitamos a un especialista en fertilidad que entendimos que nuestras oportunidades de tener un hijo eran mucho menores que las de la mayoría de las parejas. En ese punto empezamos a discutir acerca de la posibilidad de adoptar. Dimos muchas vueltas al asunto, pero tomó varios años antes de que estuviéramos listos para hacerlo. Desafortunadamente, después de invertir varios miles de dólares, nunca fuimos elegidos por una madre que diera a luz.

Darnos cuenta de que no podríamos tener hijos juntos no fue algo que nos ocurrió súbitamente. Fue un proceso que tuvo lugar durante varios años. Lo que nos ayudó a pasarlo, primero y por encima de todo, fue nuestro deseo de aceptar lo que Dios permitiera que pasara con nosotros. Nos aferramos a la promesa de Romanos 8:28: “Y sabemos que a los que aman a Dios, todas las cosas les ayudan a bien, esto es, a los que conforme a su propósito son llamados”.

Hemos cultivado relaciones cercanas con nuestros sobrinos y sobrinas y con los hijos de nuestros amigos. Nos hemos orientado a tener carreras que nos permiten marcar una diferencia en la vida de los niños, no como padres, sino como educadores. No ha sido lo mismo que si hubiéramos tenido nuestros propios hijos, pero ha sido suficiente.

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