¿Un almuerzo gratis?

¿Hay algo en el mundo que sea realmente gratis? Un dicho de la cultura popular sugiere que no. Pero la Biblia revela que Dios nos da los regalos más importantes gratuitamente.

Este antiguo concepto está presente en muchas culturas. Los alemanes dicen: nada se da por nada, y los franceses: la rasuradora no afeita gratis. En Kiswahili, el proverbio es: las cosas gratis cuestan caro; y en inglés americano se dice: no existen los almuerzos gratis (o TANSTAAFL, por sus siglas en inglés). Esta última expresión se originó hace tiempo cuando los bares ofrecían almuerzos gratis con la condición de que el cliente pidiera algo para beber. Pero, dado que la comida a menudo estaba muy salada, los clientes pedían más cosas para tomar (especialmente cerveza), y el aumento en el consumo le dejaba al dueño una buena ganancia. Es decir, el almuerzo no era realmente gratis.

En 1966, el autor de ciencia ficción Robert Heinlein popularizó el acrónimo TANSTAAFL en su novela libertaria La Luna es una cruel amante. En 1977, el economista ganador del Premio Nobel, Milton Friedman, utilizó esta frase como título de su colección de ensayos acerca de economía. Incluso Benjamin Franklin publicó una precursora obra titulada El tiempo es dinero (porque cambiamos una cosa por otra).

En la actualidad, muchas versiones del concepto TANSTAAFL se utilizan para destacar una variedad de principios: todas las cosas de valor tienen un costo; se obtiene lo que se paga. Los recursos económicos son escasos y, por lo tanto, si hay más de uno habrá menos de otro. Incluso la gente más adinerada debe pagar por sus decisiones; siempre hay que mirarle los dientes a un caballo regalado; y alguien —ojalá alguien más— debe pagar por los programas de ayuda del gobierno.

La misma Margaret Thatcher dijo una vez en tono irónico que el problema con su partido rival era que “siempre se les acaba el dinero de los demás”.

Estos principios pueden ser muy útiles para entender la economía de la vida diaria y planificar nuestros presupuestos y finanzas. Pero ¿se cumple la expresión de que “no existen los almuerzos gratis” también en los planos más elevados? ¿Se cumple en nuestra relación con Dios? ¿Es un principio acertado cuando hablamos de la salvación? La Biblia nos revela la fascinante verdad y nos muestra los matices de las respuestas a estas preguntas.

Rescatando una relación

La relación entre Dios y todo ser humano comienza dañada. El primer hombre, Adán, cometió un error fatal en el jardín de Edén cuando comió del fruto prohibido por Dios —cuando pecó. Y sus hijos y los hijos de ellos y todos los seres humanos desde entonces han seguido por el mismo nefasto camino.

Todos dañamos nuestra relación con Dios aun antes de reconocer su importancia. El daño ocurre cuando pecamos, es decir, cuando transgredimos la ley de Dios (1 Juan 3:4). Y esto se ha cumplido para todo ser humano que ha existido a través de la historia, excepto uno: Jesucristo (Romanos 3:23; Hebreos 4:15).

Nuestras transgresiones crean una pared de separación entre nosotros y Dios el Padre, porque Él es santo y no tiene ninguna relación con el pecado (Isaías 59:2). Además, existe un gran castigo por los pecados que cometemos: la pena de muerte (Romanos 6:23).

Lamentablemente, para cuando somos capaces de comprender la gravedad de la situación, ya nos hemos acarreado esa pena y nos hemos apartado de Dios. Pero Él, sabiendo que todos los seres humanos pecarían, puso en marcha un maravilloso plan para salvarnos de nuestros errores. Dios es justo y por lo tanto la pena de muerte que cada ser humano merece debe pagarse. Sin embargo, también es un Dios de misericordia que quiere librarnos de esa pena y otorgarnos la vida eterna junto a Él.

Una increíble solución

¿Cuál es la solución de Dios para librarnos de la muerte? La respuesta está en el segundo miembro de la Deidad, quien ha vivido con el Padre por la eternidad y es llamado el Verbo en Juan 1:1. Él hizo algo que sobrepasa nuestro entendimiento: se despojó de su gloria para convertirse en hombre.

¿Cómo es eso posible? No lo sabemos; y seguramente no podríamos entender la metafísica implicada aunque nos la explicaran. Lo que la Biblia dice es simplemente que “aquel Verbo fue hecho carne, y habitó entre nosotros (y vimos su gloria, gloria como del unigénito del Padre), lleno de gracia y de verdad” (Juan 1:14).

El Verbo nació como hombre en el mundo, vivió una vida sin pecado y fue condenado a muerte de una manera ilegal e ignominiosa con base en un testimonio falso (Marcos 14:56). Fue arrastrado de aquí para allá en un juicio injusto que era llevado a cabo por hombres a quienes salvó con su vida; y, finalmente, fue crucificado sufriendo una muerte terriblemente dolorosa y prolongada que los romanos usaban para aterrorizar a los pueblos sometidos por ellos.

Lo maravilloso es que a los ojos de Dios el Padre, la muerte del Verbo (quien se convirtió en Jesucristo), pagó por la pena de nuestros pecados. “Porque también Cristo padeció una sola vez por los pecados, el justo por los injustos, para llevarnos a Dios, siendo a la verdad muerto en la carne, pero vivificado en espíritu” (1 Pedro 3:18).

Dado que el Verbo es el miembro de la Divinidad que creó todas las cosas por la voluntad del Padre (Juan 1:3), su vida vale más que todas las vidas humanas juntas.

Gratuito pero con condiciones

En el libro de Romanos, Pablo explica que el perdón de nuestros pecados a través del sacrificio de Cristo es un regalo que Dios nos da por gracia.

“Pero el don no fue como la transgresión; porque si por la transgresión de aquel uno [Adán, quien llevó a su familia por el mal camino] murieron los muchos, abundaron mucho más para los muchos la gracia y el don de Dios por la gracia de un hombre, Jesucristo. Y con el don no sucede como en el caso de aquel uno que pecó; porque ciertamente el juicio vino a causa de un solo pecado para condenación, pero el don vino a causa de muchas transgresiones para justificación” (Romanos 5:15-16).

Cuando el sacrificio de Cristo se aplica a nosotros, somos justificados por Él, hechos justos y puros ante los ojos de Dios.

Así es: existe algo real y absolutamente gratis, ¡y es el regalo más importante que podríamos recibir! Con el perdón de nuestros pecados, Dios nos vuelve a la vida, y no sólo a la vida física; también nos promete la vida eterna. Esto también es un regalo de su parte: “Porque la paga del pecado es muerte, mas la dádiva de Dios es vida eterna en Cristo Jesús Señor nuestro” (Romanos 6:23).

Sin embargo, para recibir estos regalos, debemos hacer dos cosas: primero debemos arrepentirnos, dejar de quebrantar la ley de Dios y empezar a seguirla fielmente (Hechos 2:38), y luego creer sinceramente en sus promesas —que Jesús será nuestro Salvador personal, que seremos realmente perdonados, que Dios nos cuidará durante toda la vida (1 Pedro 5:6-7), y que Cristo regresará a la Tierra para establecer el Reino de Dios (Marcos 1:15) y otorgarnos la vida eterna como miembros de su familia divina.

La forma de hacer estos compromisos de por vida con Dios es a través de una ceremonia de bautismo por inmersión en agua, en la cual el Padre perdona nuestros pecados y nos da el regalo de su poder por medio del Espíritu Santo.

No por obras

Contrario a lo que algunos podrían pensar, creer que Dios nos pide obedecer su perfecta ley espiritual (Romanos 7:14), la cual se resume en los Diez Mandamientos, no es lo mismo que creer en la salvación por obras. Algunos dirán que quienes creen esto ven la obediencia como un medio para “ganarse” la salvación; pero no es el caso.

No importa cuántas buenas obras hagamos, no hay nada que pueda ganarnos el derecho a la salvación o la vida eterna. Estos son regalos completamente sin costo de parte de Dios. Sin embargo, la Biblia dice claramente que Dios espera arrepentimiento y fe de nuestra parte; espera que saquemos el pecado de nuestra vida y hagamos nuestro mayor esfuerzo por hacer su voluntad.

Gratis para nosotros pero no para Dios

Aunque estos preciados regalos eventualmente se ofrecerán sin costo a toda la humanidad, la verdad es que su precio fue muy alto. Requirieron la muerte del Hijo de Dios.

Otra vez podríamos preguntarnos: ¿cómo es esto posible? ¿Cómo puede un miembro de la familia divina convertirse en hombre y morir? No es algo que podamos comprender. La Biblia simplemente dice que fue así: “Porque lo que era imposible para la ley, por cuanto era débil por la carne, Dios, enviando a su Hijo en semejanza de carne de pecado y a causa del pecado, condenó al pecado en la carne” (Romanos 8:3).

El precio para el Padre y el Hijo fue inmenso. Ambos tuvieron que sufrir una separación que nunca antes habían vivido: el momento en que todos los pecados de la humanidad recayeron sobre los hombros de Cristo y el Padre tuvo que dejarlo. El momento en que Cristo se lamentó: “Dios mío, Dios mío, ¿por qué me has desamparado?” (Mateo 27:46); una terrible soledad que fue necesaria según el plan de Dios.

El Padre tuvo que presenciar cómo su Hijo amado era traicionado, torturado y asesinado. El Hijo tuvo que despojarse de su gloria, vivir como un hombre pobre en un pueblo sometido, dejarse humillar por los líderes de su nación y, finalmente, aceptar una muerte vergonzosa, humillante y dolorosa a la que fue condenado injustamente por hombres mentirosos, malvados y egoístas.

Conmemorando su regalo

Debido a esto, una vez cada año Dios nos ordena reflexionar acerca de sus regalos para nosotros y el precio que Cristo pagó por nuestra salvación. Jesús dio su vida a cambio de la nuestra, y el Padre espera que repasemos la historia de su vida en la Tierra y su muerte meditando en el gran amor que Él tiene por nosotros y examinándonos a nosotros mismos para ver si estamos cumpliendo la solemne promesa que hicimos en el bautismo (1 Corintios 11:28; 2 Corintios 13:5).

Luego de haber reflexionado, debemos participar de los símbolos que Jesús estableció en su última noche como ser humano. Nos lavamos los pies unos a otros para recordar la necesidad de considerarnos siervos (Juan 13:1-17); comemos un trozo de pan sin levadura que simboliza el cuerpo quebrantado de Cristo; tomamos un sorbo de vino, que representa su sangre derramada en el suelo de las afueras de Jerusalén (Mateo 26:26-29); y leemos las últimas palabras de ánimo que el Señor les dio a sus discípulos antes de ser arrestado, juzgado y ejecutado (Juan 13-17).

En otras palabras, guardamos la Pascua del Nuevo Testamento, una ocasión de solemnidad pero también de gozo.

¿Existen los almuerzos gratis? Son escasos, pero sí, existen. En varias ocasiones Jesús alimentó a miles con sólo unos cuantos panes y pescados a cambio de nada. Sin duda estos milagros cuentan.

Pero lo que es más importante: los mayores regalos que la humanidad podría recibir son absolutamente gratis; la salvación y la vida eterna son regalos gratuitos que Dios le ofrece a usted por gracia. 

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