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Tesoros de una familia filipina

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El dinero no puede comprar el gozo y la felicidad que esta familia compartió. Semejante cultura de ayuda mutua puede transformar a cualquier familia.

Cuando acepté la invitación a su hogar para un asado el sábado por la noche, no me imaginé que iba a volver tan impresionado con una lección de vida, hasta el punto en que tengo que escribirla 15 años después.

Sus hogares —tres moradas modestas en un pequeño lote separado solamente por un patio en común, en el cual cabíamos escasamente 20 personas— alojaba un clan en expansión que abarcaba tres generaciones.

El asado en esta tarde cálida en Filipinas consistía en pedazos de pollo ensartados en pinchos de bambú, cocinados a fuego lento en carbones dispersos en un sartén de aluminio, no en un asador grande de gas como al que yo estaba acostumbrado. Pero con arroz, vegetales y fruta fresca para el postre, la comida fue más que satisfactoria y sin lugar a dudas más sana que la que yo acostumbraba a comer.

A medida que terminamos de comer, el entusiasmo aumentó cuando uno de los más jóvenes trajo una gran caja negra y comenzó a conectar varios alambres. Al ver mi curiosidad, el abuelo comenzó a describirme la tradición familiar. Él me explicó: “no tenemos mucho dinero para divertirnos. No podríamos darnos el lujo de ir a ver una película. Pero hace unos años decidimos que podríamos ahorrar para este equipo de karaoke y disfrutar cantando juntos”.

Y en verdad lo disfrutamos, como ellos lo hacían casi cada noche de sábado. Como era usual, el abuelo comenzó canturreando su canción favorita de amor de Frank Sinatra, mientras arrullaba a un nieto en cada rodilla. De ahí en adelante —las próximas tres horas— cantamos y reímos con gusto. Hubo solos, equipos de esposos, niñitos despiertos, niños mayores tímidos, duetos, tríos y, ocasionalmente alguien se unía espontáneamente.

Como sucede con los “éxitos antiguos” en las estaciones de radio, los hits continuaron llegando. ¿A quién le importaba no tener una gran voz? ¡Teníamos diversión!

Ser ricos sin tener dinero

Más tarde en la quietud de mi hotel, me dí cuenta de lo impresionado que había quedado con esta noche. Un par de semanas después, de regreso en los Estados Unidos, exhorté a la congregación que yo pastoreaba en ese tiempo a reflexionar acerca de una verdad universal. La historia no tenía nada que ver con cantar con una pista de karaoke, sino con una ley de la vida que funciona:

No importa cuán poco sea el dinero que usted tenga, si usted hace lo correcto será rico —rico en las cosas de la vida que realmente lo hacen a uno feliz.

Una familia amorosa, unida, está cerca de ser lo primero en la lista de los más grandes tesoros de la vida.

Esta era una familia con muy poco dinero, pero repleta de amor, afecto, gozo y felicidad. No importaban sus edades, ellos obviamente disfrutaban estar juntos. Y no se quedaban encerrados en ellos mismos. A todos los que invitaban (e invitaban con frecuencia) a reunirse en su asado y karaoke, rápidamente se sentían parte de todo ese ambiente.

He conocido personas que darían toda su riqueza física por tener lo que estas personas tenían.

Una cultura de ayuda mutua

Semejantes vínculos familiares no ocurren accidentalmente. Esta familia fue bendecida al tener un patriarca y una matriarca que entendían las leyes más importantes de la vida y que tenían la sabiduría para vivir por ellas y transmitírselas a las siguientes generaciones. Lo que yo estaba viendo en esa fiesta de karaoke era realmente una cultura de ayuda. Era un microcosmos de la forma de vida de su familia —compartiendo, trabajando, comunicándose, jugando, enfrentando los desafíos, resolviendo problemas, sobreviviendo… juntos.

En este número estamos resaltando la importancia de la familia y espero que les ayude a ganar la clase de riqueza que esta familia filipina había adquirido. ¡Es uno de los grandes tesoros de la vida y vale la pena trabajar por él!

Clyde Kilough

Editor

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