Esclavitud y verdadera libertad
El inquietante castillo de esclavos de Elmina me recuerda la terrible crueldad de la esclavitud. También me hace pensar en la esclavitud espiritual, ¡y la libertad verdadera!
En 1482, buscando un lugar para guardar todo el oro que estaban reuniendo, los portugueses construyeron un inmenso fuerte de piedra en la ciudad a la orilla del Atlántico que hoy se conoce como Elmina, Ghana. Sin embargo, en unas pocas décadas, éste y otros fuertes similares a lo largo de la Costa Dorada se convertirían en centros de almacenamiento para un bien diferente: seres humanos. Así, el fuerte pasó a conocerse como el castillo de esclavos de Elmina.
Actualmente, este castillo es un museo —el monumento sombrío de una de las eras más sórdidas en la historia. En 1637, los holandeses expulsaron a los portugueses y se quedaron con el lucrativo negocio de la esclavitud, pero no eran los únicos. Otras naciones europeas les hacían una fuerte competencia, con un constante flujo de esclavos provenientes principalmente de africanos que capturaban y vendían a sus compatriotas.
Como informa un artículo del periódico New York Times: “Se estima que para el siglo XVIII, cerca de 68.400 esclavos eran exportados desde África cada año, de los cuales unos 41.000 provenían de África occidental, según los registros publicados de la época. De ellos, 10.000 salían de la costa de Elmina cuando el castillo operaba en toda su capacidad, según la Junta de Museos y Monumentos de Ghana”.
El castillo de esclavos de Elmina
Escribo este artículo desde Elmina, mientras al otro lado de la bahía puedo ver el castillo que domina el paisaje. Antes de mi primera visita aquí en el 2012, no tenía la menor idea de todo esto. Pero tras hacer un tour por el museo, es imposible olvidarlo.
Hay varias cosas del castillo que impresionan a los visitantes. Encerrado en uno de los calabozos con pocos pequeños rayos de luz penetrando en la abrumadora oscuridad, uno se pregunta cómo es posible que miles de seres humanos pudieran permanecer ahí por días en las miserables condiciones que el guía turístico describe.
El contraste con la iglesia que domina el patio del castillo es enorme. Y lo mismo sucede con las habitaciones superiores, donde vivían los oficiales y el clero. Lamentablemente, las instituciones religiosas de la época a menudo eran cómplices de esta atrocidad.
La puerta de no retorno
Pero generalmente, la parte más inquietante del tour es la “puerta de no retorno”. Ése era el portal a través del cual la pobre gente pasaba para abordar las naves que iban al Nuevo Mundo. Muchos, tal vez los más afortunados, morían en el camino. Pero la mayoría no moriría sino hasta después de sufrir los estragos físicos y emocionales de una vida de esclavitud.
La esclavitud fue abolida oficialmente en la década del 1800, pero en el aeropuerto donde hice escala en mi viaje hacia acá, aún vi carteles que enseñaban a los viajeros cómo reconocer las señales de la trata de humanos. ¿Por qué? Porque en realidad la esclavitud nunca ha desaparecido.
Esclavos del pecado
Un cartel que usted nunca verá, sin embargo, es el que advierta cómo reconocer la peor manifestación de esclavitud que existe hoy en día: la esclavitud del pecado.
Jesucristo en cierta ocasión le dijo a una multitud: “conoceréis la verdad, y la verdad os hará libres”. Ellos dijeron que nunca habían sido esclavos, pero Él respondió: “todo aquel que hace pecado, esclavo es del pecado”.
El pecado nos ha hecho pasar a todos por la puerta de no retorno. Estamos destinados a vivir bajo la crueldad de nuestro capataz, Satanás el diablo, a menos de que algo ocurra. Podemos ser “comprados por precio”, como Pablo lo describe, y así obtener la libertad. Ese precio fue la vida de Jesucristo.
En este número de Discernir, encontrará varios artículos que hablan acerca de la enseñanza de Dios en cuanto a la verdadera libertad y cómo obtenerla. Espero que usted, a diferencia de quienes negaron las palabras de Jesús, pueda mirar a su alrededor y comprobar que el mundo realmente es esclavo del pecado.
En el castillo de esclavos de Elmina, hay una placa con la siguiente súplica: “Qué la humanidad nunca vuelva a cometer tal injusticia contra la humanidad”. Éste es un deseo noble. Pero dependerá de cada uno de nosotros alejarse del pecado y acercarse a Dios en verdad y obediencia para hacerlo realidad, y así encontrar la libertad verdadera.
Clyde Kilough
Editor