Una de las celebraciones más importantes del calendario cristiano actual es la llamada Semana Santa. El mundo entero concibe esta fiesta como una celebración de la resurrección de Jesús, el Salvador de la humanidad. Mientras tanto, su muerte recibe una atención superficial.
No me tomen a mal, ¡la resurrección de Jesucristo sin duda fue un evento importante! La Biblia de hecho dice que somos salvos por su vida (Romanos 5:10). Pero antes de eso, debemos ser reconciliados con Dios a través de su muerte.
Cristo nunca sugirió ni autorizó que se celebrara su resurrección, o el Domingo de resurrección. Tampoco aprobaría la inusual simbología que se incluye en esta fiesta. ¿Qué tienen que ver los conejos y los huevos pintados con la resurrección del Salvador del mundo? ¡Nada! De hecho, estos elementos dan fe de una fuerte tendencia a promover el politeísmo, representando en particular a la diosa de la fertilidad. Tanto los conejos como los huevos se utilizan como símbolos de fertilidad. (Descubra más en nuestro artículo en línea “La verdad acerca del Domingo de resurrección”.)
Para enfocarnos en lo que Cristo hizo y quiere realmente que hagamos, repasemos el relato de por qué fue crucificado. La Biblia dice que se le acusó de ser un rey, ¡y claro que lo es!
Jerusalén, 31 d.C.
El año en que Jesucristo murió, la ciudad de Jerusalén fue testigo de una gran controversia. Poncio Pilato, el gobernador romano, estaba lidiando con un grave problema. Los judíos estaban a punto de rebelarse debido a la brutalidad de los romanos, y cuando llegó la primavera, mientras los judíos se preparaban para celebrar la Pascua y la Fiesta de Panes Sin Levadura, las tensiones estaban alcanzando un punto de quiebre.
En algún momento antes de la primavera, los romanos habían asesinado brutalmente a un grupo de galileos que ofrecían sacrificios en el templo (Lucas 13:1). Pilato sin duda fue el gestor de esta masacre en un intento por intimidar a los judíos y evitar futuras revueltas. Según Josefo, los galileos siempre estuvieron muy inquietos bajo el gobierno romano, y al parecer Pilato usó este incidente en Jerusalén para darle un mensaje a todos los judíos.
Algunos especulan que ésta fue en parte la razón por la que Herodes Antipas, el tetrarca romano de Galilea y Perea, estaba en desacuerdo con Pilato. Fue durante el juicio de Jesús que los gobernantes resolvieron sus diferencias (Lucas 23:12). Herodes al parecer se sintió halagado de que Pilato lo incluyera en la decisión de la sentencia a Cristo.
El dilema de Pilato
Cuando los judíos llenaron las calles de Jerusalén para celebrar la Pascua de ese año, Pilato tuvo la sensación de que podía generarse violencia en las calles si no hacía algo. Los estudiosos piensan que la población de la ciudad aumentaba hasta cinco veces durante la época de la Pascua. Así que el solo hecho de tener tanta visita era razón suficiente para que Pilato se preocupara.
¿Qué podía hacer para minimizar el potencial de las revueltas?
Acusaciones
Todo esto preparó el escenario para una serie de eventos bastante inusuales. Durante el juicio de Jesús, los líderes judíos trataron de comprobar su culpabilidad de muchas maneras, hasta que le preguntaron si Él era el Hijo de Dios.
“Vosotros decís que lo soy”, respondió Él (Lucas 22:70).
Con esto, los líderes judíos consideraron a Jesús culpable de blasfemia. Pero dado que el gobierno romano no les permitía aplicar la pena de muerte (Juan 18:31), lo llevaron ante Pilato con sus acusaciones: “pervierte a la nación, y… prohíbe dar tributo a César, diciendo que él mismo es el Cristo, un rey” (Lucas 23:2).
Pilato intentó devolverles a Cristo para que ellos lo castigaran —lo golpearan o lastimaran de cualquier forma que hiciera desaparecer el problema. Pero la multitud se opuso a su veredicto: “Ningún delito hallo en este hombre”. Así que, cuando Pilato oyó que Cristo era galileo, decidió mandárselo a Herodes.
“Pilato, oyendo decir, Galilea, preguntó si el hombre era galileo. Y al saber que era de la jurisdicción de Herodes, le remitió a Herodes, que en aquellos días también estaba en Jerusalén” (Lucas 23:6-7).
El Rey y su Reino
Durante más de tres años, Jesús de Nazaret había estado viajando desde Galilea en el norte hasta el Desierto de Judea en el sur. Y dondequiera que iba, anunciaba que el Reino de Dios estaba cerca y el momento de arrepentirse era ahora (Marcos 1:15). El evangelio verdadero son las buenas noticias del Reino de Dios.
Cristo aceptó el título de Rey de los judíos, pero en realidad era mucho más que eso. Pronto, Jesús se convertirá en el “REY DE REYES Y SEÑOR DE SEÑORES” (Apocalipsis 19:16), y gobernará el Reino de Dios que será establecido en la Tierra en su segunda venida. A esto es a lo que se refería cuando dijo: “mi reino” (Lucas 22:30).
Cuando Pilato le preguntó a Jesús si Él era el rey de los judíos, Jesús le respondió: “Tú lo dices” (Lucas 23:3). Todos los demás cargos en su contra se quedaron sin sustento, pero eventualmente, éste permaneció. Los judíos estaban bajo el dominio romano, y no tenían un rey. Herodes el Grande fue su último rey. Así que, el hecho de que Jesús se llamase Rey y Cristo era algo peligroso.
Cristo sabía que iba a morir, pero no por eso iba a negar lo que era.
La muerte del Rey
Antes de que el día llegara a su fin, Pilato se lavó las manos del asunto y declaró a Jesús inocente.
En las horas siguientes, Cristo fue violentamente golpeado, insultado y atacado, hasta ser clavado en una cruz o un madero vertical. (La Biblia no especifica la forma del madero, y la palabra griega stauros se refiere a un madero vertical.) Luego sufrió un dolor agonizante durante seis horas más.
La Tierra se oscureció por tres horas, y después Jesús murió. El Hijo de Dios, el Rey de los judíos, y el Rey de Reyes próximo a volver, exhaló su último suspiro fuera de los muros de Jerusalén.
Recordando su muerte
Si Jesucristo no hubiera muerto por nuestros pecados, no tendríamos la esperanza de la resurrección. Así que, como Él lo ordenó antes de morir, sus seguidores conmemoramos su muerte cada año en la Pascua (1 Corintios 11:23-26).
Si Jesucristo no hubiera muerto por nuestros pecados, no tendríamos la esperanza de la resurrección. Así que, como Él lo ordenó antes de morir, sus seguidores conmemoramos su muerte cada año en la Pascua (1 Corintios 11:23-26).
Por supuesto, también apreciamos profundamente la importancia de su resurrección, pero la Biblia no dice que debamos celebrarla. Tampoco ocurrió en el Domingo de resurrección. Jesucristo fue levantado de su tumba un sábado por la tarde (no el primer día de la semana), tres días y tres noches completos después de ser sepultado. Como dice el relato, las mujeres fueron a verlo antes del amanecer del domingo, y Cristo ya no estaba ahí (Marcos 16:6).
Un rey diferente
Generalmente, cuando un rey muere hay un gran alboroto y se realiza una ceremonia para honrar y alabar al rey muerto. Pero Jesucristo era un rey diferente. No era arrogante, un rey del tipo “sírvanme”. Más bien, Él mismo se describió como un siervo. Dijo claramente que había venido para servir (Marcos 10:45).
¡Sólo imagíneselo! Un rey cuyo deseo es servir a los demás. Históricamente, la característica más común de los reyes (y reinas) es la autoindulgencia, la actitud de “yo soy el rey aquí, no ustedes. Ustedes son mis siervos”.
Una muerte trascendental
En una solitaria colina en las afueras de Jerusalén, del año 31 d.C. un rey murió.
Mientras agonizaba, la Tierra se oscureció durante tres horas (Mateo 27:45). Y tras su último suspiro, la cortina que separaba el lugar santo del lugar santísimo en el templo se rasgó en dos (Mateo 27:51). Las tumbas se abrieron, y personas conocidas de la comunidad que habían muerto hace poco volvieron a la vida (Mateo 27:52-53). Además, el lugar fue sacudido por un terremoto (Mateo 27:54).
Toda Jerusalén supo que algo muy importante había ocurrido.
Y, en efecto, no solamente un rey, sino el Rey había muerto. Había dado su vida para salvar a la humanidad.
La Pascua: la conmemoración de la muerte del Rey
Para obedecer a este Rey, los cristianos debemos reunirnos y guardar la tarde del 14 de Abib, el primer mes del calendario hebreo. La Biblia llama “Pascua” a esta conmemoración y Pablo la describe en 1 Corintios 11.
En Semana Santa, las personas usan conejos y huevos pintados como símbolos religiosos. Pero al guardar la Pascua, reconocemos año tras año que Jesucristo dio su vida para perdonar nuestros pecados y abrió la puerta a la esperanza de la vida eterna. ¡Él es nuestro Rey que vino a servir!
La resurrección de Jesús es una parte importante del plan de Dios para salvar a la humanidad, pero sin la muerte de nuestro Salvador, no tendríamos esperanza. Por esa razón, Dios nos ordena conmemorar la muerte del Rey —Jesucristo, el Salvador de la humanidad.
Descubra más acerca de la Pascua y las demás fiestas de la Biblia en nuestro folleto gratuito Las fiestas santas de Dios: Él tiene un plan para usted.