Aunque no lo pensemos muy a menudo, Judas Iscariote y Simón Pedro en realidad tenían mucho en común. Ambos vivieron en el primer siglo, ambos estuvieron entre los 12 apóstoles originales, y ambos traicionaron a su Señor y Maestro.
Pero tras haber sido desleales a quien ellos mismos entregaron su vida, las reacciones de ambos fueron muy diferentes. Analizar con cuidado su manera de actuar nos enseña una lección importante acerca de cómo espera Dios que respondamos después de cometer un pecado.
Judas Iscariote
Judas era hijo de un hombre llamado Simón Iscariote (Juan 6:71) y, “como su segundo nombre lo indica, era oriundo de Keriot o Kariot” (International Standard Bible Encyclopedia [Enciclopedia bíblica estándar internacional], artículo “Judas Iscariote”).
La primera vez que la Biblia menciona a Judas por nombre es cuando fue nombrado apóstol (Mateo 10:4; Marcos 3:19; Lucas 6:16), y las siguientes menciones explican el contexto de cómo se convirtió en lo que más recordamos de él: el traidor de Jesús.
El contexto de la traición de Judas
Si bien los cuatro Evangelios relatan con detalle la traición de Judas, sólo el Evangelio de Juan nos muestra lo que había en la mente del apóstol antes del conocido evento.
Cabe recordar aquí que desde la fundación del mundo Dios ya había planeado la muerte de Cristo por los pecados de la humanidad (Apocalipsis 13:8) y sabía que Satanás estaría involucrado (Génesis 3:15). La Biblia demuestra claramente que así fue, pues Satanás mismo influenció a Judas para traicionar a Jesús (Lucas 22:3).
Sin embargo, hubo un evento previo donde vemos que el apóstol ya había caído en una mentalidad y un actuar incorrectos. Tan sólo seis días antes de la última Pascua y la crucifixión de Cristo, el Maestro fue a Betania y cenó con sus amigos Lázaro, María y Marta. Lázaro estaba en la mesa con Él y Marta servía la cena (Juan 12:1-2). “Entonces María tomó una libra de perfume de nardo puro, de mucho precio, y ungió los pies de Jesús, y los enjugó con sus cabellos” (v. 3).
Al ver esto, Judas Iscariote dijo: “¿Por qué no fue este perfume vendido por trescientos denarios, y dado a los pobres?” (v. 5). Pero como Juan explica: “dijo esto, no porque se cuidara de los pobres, sino porque era ladrón, y teniendo la bolsa, sustraía de lo que se echaba en ella” (v. 6).
Antes de que Satanás entrara en Judas, él ya había rechazado la enseñanza de Cristo contra la avaricia y la hipocresía (Mateo 6:20; Lucas 12:1-3). Es más, habitualmente quebrantaba los mandamientos acerca del robo y la codicia (Éxodo 20:15, 17). Lamentablemente, el pecado genera más pecado. Cuando se comete uno, ese lleva a los siguientes.
La traición
Posiblemente Judas fue movido por una combinación de su avaricia y la influencia de Satanás. El apóstol fue ante los principales sacerdotes y, por 30 piezas de plata, acordó en identificar a Cristo para que ellos pudieran arrestarlo sin causar una conmoción en la multitud (Mateo 26:14-15; Lucas 22:3-6). Luego, en la tarde de la última Pascua del Cristo, Judas finalmente se fue y dejó a los demás apóstoles para concretar los últimos detalles de su traición.
Conociendo el jardín al que Cristo iría después de cenar, Judas fue ahí con “una compañía de soldados, y alguaciles de los principales sacerdotes y de los fariseos” (Juan 18:1-3). Ser traicionado por quien había considerado su amigo fue sin duda muy doloroso para Jesús; y para hacer más grave el insulto, Judas lo traicionó con un beso (Mateo 26:47-50; Marcos 14:44; Lucas 22:47).
La reacción de Judas
A la mañana siguiente, los líderes religiosos judíos iniciaron las injustas deliberaciones que condujeron a la muerte de Cristo. “Entonces Judas… viendo que era condenado, devolvió arrepentido las treinta piezas de plata a los principales sacerdotes y a los ancianos, diciendo: Yo he pecado entregando sangre inocente” (Mateo 27:1-4).
A los líderes, por supuesto, no les importaba la inocencia de Jesús y, al darse cuenta, Judas se sintió muy consternado. Tanto así que, “arrojando las piezas de plata en el templo, salió, y fue y se ahorcó” (v. 5).
Pero su tristeza no lo llevó al arrepentimiento y el cambio. Al parecer, era lo que el apóstol Pablo llama “tristeza del mundo”.
“Porque la tristeza que es según Dios produce arrepentimiento para salvación, de que no hay que arrepentirse; pero la tristeza del mundo produce muerte” (2 Corintios 7:10; vea nuestro artículo en línea “La tristeza según Dios”).
Simón Pedro
Simón y su hermano Andrés eran pescadores y vivían en Betsaida, junto al mar de Galilea. Cuando Andrés, quien primero fue discípulo de Juan el bautista, descubrió que Jesús era el Mesías, le llevó a su hermano.
Jesús conoció a Simón y le dijo que su nuevo nombre sería Cefas (Juan 1:35-42). El significado de Cefas y su equivalente en griego, Petros, es: “un fragmento, una piedra” (Zondervan Expository Dictionary of Bible Words [Diccionario bíblico expositivo de Zondervan], pp. 537-538). Más tarde, Pedro y Andrés fueron parte de los 12 apóstoles que Cristo eligió personalmente (Mateo 10:2).
Pedro era por naturaleza extrovertido y a menudo lideraba a los 12 apóstoles. También tuvo el privilegio de estar con Cristo en eventos especiales como la transfiguración, y la resurrección de la hija de Jairo (Marcos 5:37).
La negación de Pedro
El rechazo de Pedro no fue igual a la traición de Judas. Pedro se acercó al palacio del sumo sacerdote para observar lo que ocurría con Jesús, y cuando lo acusaron de ser uno de sus discípulos, él lo negó vehementemente tres veces. De hecho, tras la tercera acusación Pedro “comenzó a maldecir, y a jurar: No conozco a este hombre de quien habláis” (Marcos 14:66-71).
Poco antes, Pedro mismo le había asegurado a Cristo que nunca se “escandalizaría” de Él (Mateo 26:33) y que estaba dispuesto a acompañarlo “no sólo a la cárcel, sino también a la muerte” (Lucas 22:33). Pero Jesús profetizó que el apóstol lo negaría tres veces antes de que el gallo cantase dos (v. 34; Marcos 14:30).
Entonces, cuando Pedro negó a Cristo, se acordó de la predicción y, “saliendo fuera, lloró amargamente”.
Entonces, cuando Pedro negó a Cristo, se acordó de la predicción y, “saliendo fuera, lloró amargamente” (Marcos 14:72; Lucas 61:62). A partir de su respuesta, podemos concluir que la tristeza de Pedro fue según Dios y lo condujo al arrepentimiento.
La respuesta de Pedro
Los días siguientes a la crucifixión de Cristo sin duda fueron difíciles para Pedro. Sin embargo, en el siguiente relato bíblico lo vemos corriendo con Juan hacia la tumba vacía de Jesús, un domingo por la mañana (Juan 20:1-7). Ese mismo día Cristo se apareció ante Pedro, y luego ante los demás apóstoles (Lucas 24:34; 1 Corintios 15:5).
Los apóstoles tuvieron la oportunidad de ver y conversar con Cristo por un período de 40 días más después de su resurrección (Hechos 1:3). Su mensaje principal fue la predicación del evangelio del Reino de Dios (Mateo 28:19-20), también tenía algo especial que decirle a Pedro.
Cristo le preguntó al apóstol tres veces si lo amaba, y cada vez Pedro respondió que sí. Cristo entonces le dijo: “apacienta mis corderos”, “pastorea mis ovejas”, “apacienta mis ovejas” (Juan 21:15-17).
Pedro “se entristeció” porque Jesús le preguntó lo mismo tres veces, pero ya que él antes lo había negado tres veces también, probablemente entendió que era lo apropiado. Luego, para demostrarle a Pedro que lo había perdonado, Cristo le dio una profecía sobre su futuro y le reiteró su invitación a ser discípulo y apóstol diciendo: “Sígueme” (vv. 18-19; compare con Mateo 4:18-19).
¿Qué hacer cuando hemos pecado?
Tanto Judas como Pedro se sintieron muy mal por lo que hicieron. Pero después de pecar, sus reacciones fueron muy diferentes. Judas se ahorcó, en tanto que Pedro (junto a los demás apóstoles) ayudó a fundar la Iglesia del Nuevo Testamento con vehemencia.
Claramente, la reacción que Dios espera de nosotros es la que Pedro ejemplificó.
Pedro recordó que el ministerio de Jesús se trataba de llamar a pecadores al arrepentimiento (Mateo 9:13; Marcos 1:14-15). Y, por haberse arrepentido él mismo de negar a Cristo y recibir el Espíritu Santo en el Día de Pentecostés, el apóstol pudo exhortar vehementemente a los creyentes que ellos también debían arrepentirse y bautizarse (Hechos 2:38).
Además de sentirnos mal cuando pecamos, otro elemento importante del arrepentimiento es entender y creer que Dios puede perdonar, y de hecho perdona nuestros pecados cuando nos arrepentimos genuinamente (Hechos 3:19; 1 Juan 1:9). Luego de entristecernos y arrepentirnos por haber pecado, debemos tener la fe de que Dios realmente nos ha perdonado. El siguiente paso es seguir adelante, cambiando y viviendo como Dios desea.
En una conversación anterior con Pedro, Jesús le dijo: “Simón, Simón, he aquí Satanás os ha pedido para zarandearos como a trigo; pero yo he rogado por ti, que tu fe no falte; y tú, una vez vuelto, confirma a tus hermanos” (Lucas 22:31-32).
El relato demuestra que la fe de Pedro no faltó, sino que, después de arrepentirse por negar a Cristo, se hizo cargo del ministerio para el cual fue llamado.
¡Que todos nos arrepintamos igualmente de nuestros pecados, cambiemos y sigamos adelante con la fe de que Dios nos perdona!
Estudie más acerca de este tema en nuestros artículos “La tristeza según Dios” y “Perdóname —porque he pecado”.