By the Way With Joel Meeker

Tan rico como Croesus

La historia detrás de un viejo refrán abre la puerta a verdades más profundas.

En las planicies de Turquía, 80 kilómetros al este de Izmir y el Mediterráneo, yacen las ruinas de lo que fuera una de las ciudades más grandes del mundo antiguo.

En la actualidad, poco queda de Sardis —unas pocas ruinas del período romano, reconstruida en gran parte por los arqueólogos. Es un lugar solitario con sólo unos cuantos almacenes polvorientos a lo largo del camino que pasa entre las ruinas.

Éste era el sitio de la congregación de la Iglesia de Dios en el primer siglo a quien Jesús le dirigió el mensaje de advertencia en Apocalipsis 3.

Y hay más de la historia de Sardis. Era la capital del reino de Lydia, regida por el rey Croesus a mediados del siglo VI a.C., muy conocido por su riqueza. Según la leyenda, su vecino rey Midas curó su famoso tacto bañándose en el río Pactolo que corre por Sardis, dejando el oro en su lecho. De cualquier forma, el limo aluvial rico en oro, proveyó una gran riqueza.

Croesus fue el primero en utilizar monedas de puro oro, de gran pureza. Casi 2.500 años después, varios idiomas, incluyendo el inglés, todavía utilizan la expresión tan rico como Croesus para indicar una opulencia inimaginable.

Una conversación fatídica

El rico rey también es famoso por una conversación que tuvo con el sabio griego Solón. Haciéndole un despliegue al filósofo de toda su opulencia, el rey le preguntó si habría un hombre más feliz en el mundo.

Solón replicó: “Debemos primero llegar al fin de la vida, entonces podremos juzgar si la prosperidad permanece”.

Algunos años después, Croesus perdió una batalla contra Ciro de Persia y fue capturado. (Proféticamente el reino de Lydia fue una de las tres costillas simbólicas en los dientes del oso en Daniel 7:5). Cuando Croesus iba a ser ejecutado, el derrotado rey reconoció la verdad en las palabras del hombre sabio, gritando: “Oh Solón, Solón”.

Tiempo y ocasión

La vida es impredecible; cambios grandes e inesperados pueden transformar la vida para bien o para mal. Por ejemplo, en la Biblia tanto José como Job fueron de la riqueza a la pobreza miserable y de ahí nuevamente a las riquezas.

Salomón reflexionó: “Me volví y vi debajo del sol, que ni es de los ligeros la carrera, ni la guerra de los fuertes, ni aun de los sabios el pan, ni de los prudentes las riquezas, ni de los elocuentes el favor; sino que tiempo y ocasión acontecen a todos” (Eclesiastés 9:11).

Entonces, es sabio cuidar nuestra vida, vivir de una manera sobria, reconociendo cuántas cosas pueden cambiar de un día para otro. Debemos reconocer cada bendición con acción de gracias. Accidentes, enfermedades, errores y las consecuencias de la edad pueden traer cambios dolorosos que somos incapaces de detener.

Promesas absolutas

Sin embargo, Dios nos da promesas que no están sujetas a las vicisitudes de la vida. Cualquier cosa que pueda pasar, Dios promete que nunca nos dejará, sino que permanecerá con nosotros en nuestras pruebas (Hebreos 13:5). Él promete misericordia y gracia en tiempos de necesidad (4:16).

Y Él promete a sus fieles: “Mis ovejas oyen mi voz, y yo las conozco y me siguen, y yo les doy vida eterna; y no perecerán jamás, ni nadie las arrebatará de mi mano” (Juan 10:27-28).

Estas promesas trascienden cualquier cosa que pueda sucedernos en esta vida, porque contrario a lo que dijo Solón, el fin de esta vida no es el fin.

¡Cuán gratamente sorprendidos se sentirán Croesus y Solón en la resurrección!

—Joel Meeker

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