By the Way With Joel Meeker

Una pregunta en la torre

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En esta torre histórica un filósofo pionero examinó una pregunta que los cristianos modernos harían bien en considerar.

Una de mis construcciones medievales favoritas está enclavada entre las colinas y bosques de la región de Dordoña en el suroeste de Francia. Es una torre redonda de piedra, que data de 1477, y si estas paredes pudieran hablar, tendrían historias impresionantes que contar. Entre algunos visitantes ilustres podemos mencionar a Henry de Borbón, el rey de Navarra, quien más tarde se convirtió en Henry IV de Francia.

Las reflexiones de Montaigne

Actualmente, la torre es recordada por su propietario más ilustre, el noble y brillante Michel Eyquem de Montaigne. En su vida, durante la tumultuosa última parte del siglo XVI, fue famoso por ser un hombre de estado lleno de talento, un mediador en las guerras de la religión y el alcalde de Bordeux.

Pero las generaciones subsecuentes han visto en él a un filósofo pionero. A la edad de 38 años se retiró de la vida pública para tener una vida contemplativa. Sus cuidadosas reflexiones, que más tarde publicó, popularizaron el ensayo como una forma literaria. Desde el verbo tratar sus ensayos fueron una mezcla de elementos autobiográficos, aforismos, anécdotas y razonamiento cercano, con el fin de probar o someter a prueba las ideas y estimar su veracidad.

Es fascinante caminar por la torre que sirvió como su biblioteca y tintero. Las paredes curvas todavía conservan citas que lo invitan a uno a pensar, muchas en latín y griego, que Montaigne podía leer desde su niñez. Esto condujo a ensayos tales como: “Lo necio de medir la verdad y el error por nuestra propia capacidad”, “De la inconsistencia de nuestras acciones” y “De lo incierto de nuestro juicio”. Su voluminosa obra influenció a muchos pensadores y escritores eminentes, incluyendo a Bacon, Descartes, Rousseau, Emerson, Nietzche y probablemente aun a Shakespeare.

Preguntas fundamentales

Uno de sus más profundos pensamientos fue que, en lugar de preguntar, “¿qué no sé todavía?” y “¿qué tengo por aprender todavía?”, uno debiera hacerse una pregunta más fundamental: “¿que sais-je?¿qué sé yo? ¿Cuánto de lo que yo sé es realmente verdad?

Montaigne nos invita a preguntarnos: “¿sé realmente lo que yo pienso que sé?” o, “¿hay cosas que he aceptado sin examinar que no son así?”

Puede ser desafiante cuestionar ciertas supuestas certezas. Sin embargo, la Biblia nos advierte: “Todos los caminos del hombre son limpios en su propia opinión; pero el Eterno pesa los espíritus” (Proverbios 16:2). Lo que puede parecer obviamente bueno y correcto para nosotros puede no serlo delante de Dios.

Ensayos espirituales

¿Cuál es la solución para el cristiano? Es lo que la Biblia llama meditación —pensamiento cuidadoso, concentrado en examinar lo que creemos y hacemos— en un sentido, ensayos espirituales.

El salmista escribió: “…meditaba en mi corazón y mi espíritu inquiría” (Salmo 77:6). Esto no está basado en la filosofía, sino en la Palabra de Dios, esa “lámpara” a nuestros pies (Salmo 119:105). “En tus mandamientos meditaré; consideraré tus caminos” (Salmo 119:15).

¡Cuán enriquecedor es apartar un tiempo, aunado a la oración y el estudio de la Palabra de Dios, para contemplar, analizar, tratar en nuestra mente, si nuestra vida pudiera estar más en consonancia con el camino que Dios describe!

A medida que se aproxima un nuevo año según el calendario romano, el interrogante de Montaigne sigue siendo válido. Más allá de “¿qué me falta todavía por aprender?”, deberíamos preguntarnos: “¿qué sé yo en verdad?” ¿Hay ideas que creo o cosas que hago sin examinar, que no debería tener o hacer?

Tales preguntas pueden llevarnos a un cambio positivo y acercarnos a Dios.

—Joel Meeker

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