Una amiga sollozaba mientras hablábamos por teléfono: “me siento tan sola y desanimada”. Ella había perdido su trabajo unos pocos meses atrás y además estaba experimentando algunos quebrantos de salud. Por si fuera poco, se sentía cortada de su círculo social.
Mi amiga continuó: “casi nadie me llama para saber cómo estoy. No he tenido visitas, ni he recibido ninguna tarjeta, ni siquiera mensajes de texto. He compartido algo de lo que estoy pasando en redes sociales, pero la gente apenas responde. Nadie se ha tomado el trabajo de escribirme y preguntarme, ¿estás bien? o de expresarme alguna preocupación sincera”.
La situación de mi amiga no es algo raro. Vivimos en un mundo que cada vez está más desconectado. Desafortunadamente muchas personas en la actualidad van por la vida sintiéndose solas y alejadas de los que están a su alrededor, sin conectarse verdaderamente con alguien o con algo de una forma significativa. La prevalencia del desapego está tan extendida hoy que muchos están llamando a nuestra era moderna la “era de la desconexión”.
Vemos desconexión a nuestro alrededor: clientes en las cafeterías y restaurantes que se conectan a sus celulares en lugar de hablar entre sí. Cajeros con audífonos mientras esperan a los clientes. Residentes en la residencia de ancianos que se sientan solos día tras día, anhelando la visita de sus hijos y nietos. Clientes esperando en la línea del supermercado, sin hacer contacto visual con nadie más. Dueños de casa que ignoran totalmente el nombre de sus vecinos y nunca los saludan cuando se encuentran con ellos.
Jacqueline Olds, M.D., profesora asociada de psiquiatría en la escuela de medicina de Harvard y coautora de The Lonely American [El norteamericano solitario], explica: “actualmente, con tanta demanda de nuestro tiempo, con tantas distracciones, toda la tecnología digital, tenemos más oportunidades que nunca de sentirnos alejados. Con frecuencia vivimos una vida en piloto automático, poniendo todo nuestro tiempo y energía en las cosas que no importan mucho a largo plazo, y menoscabando nuestras conexiones con las cosas que en realidad sí importan”.
Con frecuencia es la falta de contacto con otras personas lo que viene a la mente cuando surge el tema de la desconexión. Pero ésta no es la única clase de conexión que las personas están descuidando en la cultura actual. Hay otras dos que son la relación con Dios —ciertamente la conexión más importante de todas— y el contacto con la creación de Dios.
A continuación hablaremos un poco acerca de estos tres pilares de conexión, incluyendo además cómo han sido impactados por los cambios en la sociedad y por qué son importantes para nuestra salud física, mental y espiritual.
1. Conexión con otras personas
La soledad puede ser cuestión de sentirse excluido o abandonado por otros, o puede ser algo que nos imponemos inadvertidamente a nosotros mismos, por el estilo de vida que escogemos. Puede significar sentirnos físicamente aislados de otras personas o que pudiéramos estar rodeados por conocidos y sentirnos emocionalmente separados de ellos.
Dios no pretendía que la gente viviera así.
Somos seres sociales y necesitamos relaciones cálidas con amigos y familiares, en las que se preocupan y nos cuidan. Incluso tener intercambios casuales, positivos con extraños, nos puede hacer sentir felices. La falta de contacto social nos puede conducir a la depresión, agotamiento, malestar o estrés y puede contribuir a problemas físicos de salud.
El aislamiento social está aumentando a nivel global, especialmente en las naciones occidentales, según un estudio llevado a cabo por la compañía de seguros de salud Cigna, en el 2018.
AARP informó en el 2010 que la cifra de norteamericanos adultos que se sentían crónicamente solitarios se había duplicado desde los años 80, del 20 al 40 por ciento. Muchos profesionales de la salud han denominado la soledad como una epidemia global o pandemia.
Múltiples factores son responsables del ascenso en la soledad, pero dos de los más grandes son la intrusión de dispositivos de comunicación y entretenimiento en nuestra vida personal y nuestros estilos de vida cada vez más ocupados.
Múltiples factores son responsables del ascenso en la soledad, pero dos de los más grandes son la intrusión de dispositivos de comunicación y entretenimiento en nuestra vida personal y nuestros estilos de vida cada vez más ocupados. “Con frecuencia estamos tan preocupados con nuestros celulares inteligentes que no podemos tener interacciones casuales con extraños o construir relaciones más profundas con los miembros de nuestras familias y con amigos”, observa la socióloga Karen Sternheimer de la Universidad del Sur de California.
Si estamos esperando en una fila en cualquier lugar, lo más probable es que nos la pasemos mirando nuestro celular en lugar de tener una pequeña conversación con la gente que está cerca. En casa, los miembros de la familia con frecuencia interactúan más con sus celulares, computadoras o consolas de videojuegos que entre sí. Podemos comunicarnos con nuestros amigos principalmente por las redes sociales, lo que produce una fachada de conectividad que nunca podrá reemplazar las interacciones cara a cara.
El hecho de que la mayoría de nosotros siempre está con unos horarios superocupados y estamos escasos de tiempo, hace aún más difícil mantener funcionando las relaciones. “Después de un largo día de trabajo, labores en la casa, ir al gimnasio y hacer mandados, no queda mucho tiempo para llamar a los amigos, conocer a los nuevos vecinos o visitar a alguien en el hospital”, dice la doctora Olds. “Cuando estamos con otros, tal vez estemos emocionalmente saturados o distantes, porque estamos demasiado cansados o estresados como para realmente involucrarnos en una conversación”.
Finalmente, a medida que las personas invierten más tiempo en sus dispositivos digitales y están más metidos en sus apretadas agendas, se está creando una sociedad distante, indiferente, que no se involucra ni se preocupa por las necesidades de otros, advierte la doctora Olds —lo exactamente opuesto de tener conexión.
2. Contacto con la creación de Dios
Probablemente todos hemos experimentado ocasiones en las que nos sentimos solos o perturbados, y damos un paseo por el parque o un escenario natural y después nos sentimos un poco mejor. Tener acceso a la naturaleza es “fundamental para la salud humana, el bienestar, el espíritu y la supervivencia” afirma Richard Louv en The Nature Principle [El principio de la naturaleza].
En los años recientes se han hecho incontables estudios que documentan los beneficios terapéuticos de la naturaleza —incluyen desde el control y el alivio del dolor emocional y el estrés, hasta el descenso de la presión sanguínea, aumento de la concentración mental, reducción del riesgo de la enfermedad cardiovascular y el mejoramiento de las funciones del sistema inmune.
Además, el contacto con la naturaleza nos puede enfocar en Dios y ayudarnos a fortalecer nuestra relación con Él. Cuando salimos y observamos la maravilla de la obra de sus manos, no podemos menos que sentirnos asombrados. Las golondrinas construyendo su nido, las ardillas recogiendo sus bellotas, las abejas colectando polen, el árbol de higos lleno de frutos —todos son un despliegue del esplendor, la creatividad, la fidelidad y el cuidado amoroso de Dios.
Y así como David se sentía pequeño cuando contemplaba la creación (Salmo 8:3-4), esto nos puede recordar que Dios es nuestro proveedor y que sin Él no somos nada.
Pero así como es de benéfico el contacto con la naturaleza, se está convirtiendo en algo cada vez más difícil de lograr. De hecho, un informe del 2017 de la firma DJ Case y Asociados de mercadotecnia de conservación, advirtió que muchas personas han perdido una conexión cercana con la naturaleza y se está convirtiendo en algo “cada vez más normal” pasar poco tiempo afuera.
Las causas principales son la urbanización y la tecnología. En la actualidad el 55 por ciento de la población global vive en áreas urbanas, un 30 por ciento más que en 1950, según las estadísticas de las Naciones Unidas. Progresivamente las personas alrededor del mundo están cambiando su forma de vida rural para vivir en grandes urbes. Están residiendo en inmensos edificios de apartamentos o casas con lotes muy pequeños, separados de la tierra y con muy poco contacto con la naturaleza.
La mayor parte de su tiempo libre lo usan en sus aparatos —sin hacer actividades al aire libre e incluso sin siquiera tener patios en sus casas como anteriormente sí se tenían. Prácticamente todo con lo que estamos en contacto es la creación del hombre en vez de la creación de Dios.
Lo que estamos diciendo no implica que todo lo que ha desarrollado la humanidad es nocivo o malo, sino que cuando nos sumergimos en el mundo creado por el hombre, eso es lo que domina nuestra vida. El paisaje de muchas ciudades norteamericanas está dominado por centros comerciales, centros de entretenimiento, vallas comerciales, calles congestionadas y concreto.
Mucho de lo que se ve, se escucha y se experimenta promueve el materialismo y el secularismo, y exhibe lo peor de la humanidad (“las obras de la carne”, Gálatas 5:19-21). Si esto es todo lo que absorbemos día a día, “los afanes de este mundo” (Marcos 4:19) se puede convertir en nuestro enfoque. Puede contrarrestar las cosas que tienen valor eterno —llámese nuestra relación con Dios y nuestras conexiones con otras personas.
3. Relación con Dios
La raíz de toda la desconexión en nuestro mundo es que la sociedad le ha dado la espalda a Dios y a la Biblia.
Según un estudio del Instituto de Investigación de Religión Pública, llevado a cabo en el 2016, un 24 por ciento de norteamericanos afirma no tener identidad religiosa (indicando que se identificaban a sí mismos como ateos, agnósticos o “nada en particular”), comparado con un seis por ciento de norteamericanos en 1991. Globalmente, el Centro de Investigación de Pew, estima que 16 por ciento de las personas en el mundo no son religiosas.
No se requiere de mucho esfuerzo para ver la correlación entre las tragedias de la sociedad —toda la violencia, codicia, división, desesperanza, ofensas y rabia— y su desconexión de Dios. Muchas personas se sienten vacías en el interior, sin un verdadero sentido del propósito de su vida y nada realmente importante a qué conectarse. Sin Dios como su autoridad definitiva, muchas personas viven una vida centrada en sí mismas, creyendo y haciendo lo que les place.
Pero aún entre aquellos que creen en Dios, muchos no están buscando a Dios como deberían. Estudios de Gallup, Asociación de los Archivos de Datos de Religión, Investigaciones Pew y el Centro para el Compromiso con la Biblia informan que en la actualidad, los norteamericanos que se consideran cristianos no oran o leen sus Biblias tanto como lo hacían las generaciones anteriores o no van a la iglesia cada semana.
Y es el tiempo que estamos con Dios en oración, en estudio de la Biblia y la asistencia a la iglesia, junto con la meditación y el ayuno, lo que nos ayuda a mantener una conexión sólida con Él. ¿Por qué un cristiano omitiría algunas de éstas vitales herramientas espirituales? Nuevamente, dos grandes culpables son el estar demasiado ocupados y estar demasiado conectados con la tecnología. Las distracciones de esta vida pueden desplazar nuestra vida espiritual del mismo modo que pueden debilitar nuestras relaciones con otras personas.
Si se nos vuelve un hábito el ignorar a Dios, no pasará mucho tiempo sin que empecemos a ver más de “las obras de la carne” en nuestra vida que del “fruto del Espíritu” (Gálatas 5:19-23). Sufriremos, nuestras relaciones con otros a nuestro alrededor van a sufrir y nuestra conexión con Dios se deteriorará.
Puede ser obvio ahora que los tres pilares de la conexión están interconectados entre sí. Tener contacto con la creación nos ayuda a acercarnos a Dios. Si estamos conectados con Dios, nuestras relaciones con otras personas mejoran.
Deberíamos estar en guardia siempre para asegurarnos de no descuidar ninguna de estas conexiones —aún si el mundo alrededor sí lo está haciendo. Debemos asegurarnos de que nos estamos conectando con las cosas que sí valen la pena, que no estamos invirtiendo demasiado de nuestro tiempo en lo que no lo vale y que nos estamos desconectando de todo lo que es contrario al camino de vida de Dios.