By the Way With Joel Meeker

Bienaventurado aquel que no halle tropiezo en mí

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Al este yacía reseco el desierto jordano que conduce a la frontera saudí. Al occidente veía miles de metros abajo el Mar Muerto, el lugar más bajo en la superficie de la Tierra, 430 metros bajo el nivel del mar. Todo era una belleza desolada y salvaje. El rey Herodes escogía con cuidado los sitios de sus palacios fortificados.

Yo sólo podía imaginarme las murallas y el palacio, porque Machareus fue arrasado por un ejército romano. También me imaginé un mártir justo que fue decapitado allí, según Josefo: Juan el Bautista. La tradición afirma que él fue mantenido cautivo en una de varias cuevas a medio camino por el lado oriental de la montaña.

Juan, un siervo valiente de Dios, había llamado a las personas al arrepentimiento. Él anunció el ministerio de Jesús: “yo a la verdad os bautizo en agua; pero viene uno más poderoso que yo, de quien no soy digno de desatar la correa de su calzado; él os bautizará en Espíritu Santo y fuego. Su aventador está en su mano, y limpiará su era, y recogerá el trigo en su granero, y quemará la paja en fuego que nunca se apagará” (Lucas 3:16-17).

Juan también había exhortado públicamente al arrepentimiento a Herodes Antipas, que había tomado abiertamente a Herodías, la esposa de su hermano, para sí. Su reprensión había generado el odio de Herodías y poco después de que Juan bautizara a Jesús, fue hecho prisionero injustamente por Herodes.

El desafío de Juan

Al estar en las cuevas, traté de imaginarme los pensamientos de Juan. La Biblia no da indicación de que él supiera por adelantado cómo iba a ser su vida o cómo iría a terminar. (Suena como usted o yo.) Él escuchó las noticias del ministerio de Jesús, mientras ya menguaba, tal vez por espacio de un año.

Desanimado, él dudó. ¿Había esperado que Jesús actuara diferente —que inmediatamente quemara la paja con fuego? ¿Para establecer el Reino de Dios? ¿Para liberar al fiel Juan de su injusto castigo?

Juan envió a los discípulos a que le preguntaran a Jesús: “¿Eres tú aquel que había de venir, o esperaremos a otro?” (Mateo 11:3).

Jesús respondió lo que ellos le debían decir a Juan que habían visto y oído: “Los ciegos ven, los cojos andan, los leprosos son limpiados, los sordos oyen, los muertos son resucitados, y a los pobres es anunciado el evangelio” (v. 5) —toda la evidencia de que Jesús era en verdad el Mesías.

Después, Jesús les advirtió gentilmente: “Y bienaventurado es el que no halle tropiezo en mí” (v. 6). Bienaventurado es el que acepta que el plan de Dios y su voluntad para nosotros algunas veces no llena nuestras expectativas humanas, incluso en pruebas dolorosas y humillantes.

Sufrimientos presentes y gloria futura

Después de hablarles a los discípulos de Juan, Jesús alabó a su maestro: “Entre los que nacen de mujer no se ha levantado otro mayor que Juan el bautista” (v. 11). Y aun para este gran hombre, aceptar la voluntad de Dios para él, algunas veces fue muy difícil.

La Biblia dice que Juan no dejó la prisión vivo. Y por instigación de una adúltera y por orden de un rey malvado, fue decapitado; su cabeza fue exhibida en una bandeja. Su recompensa le espera en el Reino de Dios.

Nuestra mirada debe estar puesta en el futuro, no en lo que pasa a nuestro alrededor, aunque sea un desafío, porque: “Pues tengo por cierto que las aflicciones del tiempo presente no son comparables con la gloria venidera que en nosotros ha de manifestarse” (Romanos 8:18). Esto es parte del régimen de ser un verdadero discípulo de Jesucristo.

En momentos de prueba, es esencial que recordemos: “Bienaventurado es el que no halle tropiezo en mí”.

—Joel Meeker

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