En el número de enero/febrero de Discernir hicimos una pregunta puntual: ¿Comió cerdo Jesús? Ese artículo hablaba acerca de las leyes bíblicas relativas a las carnes que encontramos en el Antiguo Testamento (Levítico 11 y Deuteronomio 14) y dábamos tres razones por las que Jesús nunca comió carnes inmundas tales como el cerdo o los mariscos.
Pero hay un relato en Marcos 7 que algunos creen que muestra a Jesús aboliendo las leyes de los alimentos. Ellos argumentan que el relato prueba que los cristianos pueden comer libremente de lo que quieran.
Veamos lo que Jesús dijo: “¿No entendéis que todo lo de fuera que entra en el hombre, no le puede contaminar, porque no entra en su corazón, sino en el vientre y sale a la letrina? Esto decía, haciendo limpios todos los alimentos” (vv. 18-19).
Algunos dirán: ¡ahí lo tiene! Jesús purificó todos los alimentos —o sea, todas las carnes se pueden comer. Por supuesto, si esto era lo que Jesús estaba diciendo, no significaría tan sólo que el cerdo y los mariscos son limpios para comer. Esto también incluiría carne de todas las criaturas, incluyendo serpientes, cucarachas, perros y ratas.
¿Pero estaba Jesús diciendo realmente que ahora un cristiano podía descartar las leyes alimenticias del Antiguo Testamento y comer literalmente de todo?
Veamos el contexto
Una de las claves más importantes del estudio de la Biblia es considerar el contexto. Cuando llegamos a pasajes como el que encontramos en Marcos 7:18-19, tenemos que determinar si el contexto respalda lo que pensamos que la escritura está diciendo.
Muchas ideas erróneas acerca de la Biblia han surgido al interpretar un pasaje de una forma que no encaja con el contexto o mensaje del resto de la Biblia. En este caso, leer aisladamente estos versículos ha llevado a las personas a creer que Jesús estaba diciendo que todas las carnes eran limpias —pero, ¿es realmente lo que Él estaba diciendo? ¿Podría haber Él estado definiendo un punto totalmente diferente?
El contexto inmediato comienza con los primeros versículos del capítulo: “Se juntaron a Jesús los fariseos, y algunos de los escribas, que habían venido de Jerusalén; los cuales, viendo a algunos de los discípulos de Jesús comer pan con manos inmundas, esto es, no lavadas, los condenaban” (vv. 1-2, énfasis añadido). El tema que estaba surgiendo era entonces estar ceremonialmente impuros (koinos en griego). Un animal no limpio no era descrito como contaminado o común. (En Hechos 10:14, Pedro distingue “común” —koinos— de “inmunda” —akathartos.)
El versículo 3 nos da un poco más de detalles: “Porque los fariseos y todos los judíos, aferrándose a la tradición de los ancianos, si muchas veces no se lavan las manos, no comen”.
Esta última frase: “la tradición de los ancianos” es una clave importante para saber qué era lo que se estaba discutiendo aquí. Después de ser llevados cautivos a Babilonia por quebrantar la ley de Dios, los judíos sinceramente deseaban nunca volver a permitir que esto sucediera.
Con el tiempo, los líderes añadieron un cuerpo detallado de tradiciones orales a la ley con el fin de hacerla (en teoría) más difícil de quebrantar. La idea era que unas leyes adicionales hechas por el hombre alrededor de las leyes de Dios ayudarían a los judíos para que no se acercaran siquiera a cometer pecado. Esas leyes fueron más tarde preservadas como el Talmud, que continúa guiando la vida de los judíos ortodoxos en la actualidad.
Los fariseos y los escribas eran un grupo prominente de maestros religiosos en la época de Jesús que hacía un gran énfasis en las tradiciones orales. Esas tradiciones incluían leyes del lavado ceremonial de manos que los judíos debían supuestamente seguir de una forma meticulosa. Ya que estas regulaciones provenían de los hombres, no de Dios, Jesús no se las ordenó estrictamente a sus discípulos.
Cuando los fariseos y los escribas se encontraron con los discípulos de Jesús, ellos se dieron cuenta de que no lavaban sus manos según las especificaciones estrictas de las tradiciones —que incluían derramar agua en ambas manos, elevándolas para que el agua corriera por la muñeca y el antebrazo, y luego se frotaban juntamente las manos.
Jesús advierte acerca de la tradición religiosa
Jesús utilizó esta acusación contra sus discípulos para enseñar una lección importante. “Hipócritas, bien profetizó de vosotros Isaías, como está escrito: Este pueblo de labios me honra, mas su corazón está lejos de mí. Pues en vano me honran, enseñando como doctrinas mandamientos de hombres... Bien invalidáis el mandamiento de Dios para guardar vuestra tradición” (Marcos 7:6-9).
El punto de Jesús era simple: los líderes judíos estaban tan enfocados en cumplir las tradiciones hechas por los hombres, que estaban ignorando las leyes que Dios les había dado realmente. ¡Su enfoque estaba totalmente sesgado! Ellos habían “[invalidado] la palabra de Dios con vuestra tradición que habéis transmitido” (v. 13).
Otra vez, todo esto era en el contexto de las tradiciones del lavamiento de manos, no de las leyes de Dios acerca de cuáles carnes deberían comer las personas.
La lección real
Al entender el contexto, regresemos a la tan frecuentemente malentendida pregunta de Jesús. Él dijo: “¿No entendéis que todo lo de fuera que entra en el hombre, no lo puede contaminar, porque no entra en su corazón, sino en el vientre, y sale a la letrina? Esto decía, haciendo limpios todos los alimentos” (vv. 18-19).
El contexto aclara que a lo que Él se estaba refiriendo era a lo que entraba en la persona. El tema no tenía nada que ver con cerdo o mariscos. Él estaba hablando acerca de que lo que podía entrar en el sistema digestivo de la persona como resultado de comer sin haberse lavado ceremonialmente las manos —tal vez un poco sucias. El tema era manos limpias o contaminadas —¡no carnes limpias o inmundas! El relato paralelo de Mateo hace más claro aún que Jesús estaba hablando de que el estómago purificaba los alimentos por medio de la digestión (Mateo 15:17).
Jesús estaba diciendo esencialmente: ustedes están totalmente enfocados en un tema pequeño que realmente no importa. ¡El sistema digestivo está bien diseñado para eliminar unas pocas partículas de polvo!
En vez de ello, ellos deberían estar preocupados por los temas que sí importan en verdad: temas de carácter, tales como “malos pensamientos, adulterios, fornicaciones, homicidios… todas estas maldades de dentro salen, y contaminan al hombre” (Marcos 7:20-23). Ellos estaban tan preocupados por corregir a las personas en temas físicos, que prestaban muy poca atención a los temas espirituales más importantes.
Lo que debe quedarnos claro es que deberíamos enfocarnos en las enseñanzas reales de la Palabra de Dios —no en las tradiciones hechas por el hombre. Usar las declaraciones de Cristo en Marcos 7 como justificación para comer lo que la Palabra de Dios dice que no debemos comer es perder totalmente el punto.
Para aprender más, lea: “Marcos 7: ¿Purificó Cristo las carnes inmundas?” y “Animales limpios e inmundos: ¿Le importa a Dios qué tipo de animales comemos?”.