A medida que miles de personas fueron llegando para ver los milagros que se estaban produciendo esa mañana, poco sabían que esos eventos asombrosos no eran nada en comparación con el milagro silencioso e invisible que iba a ocurrir más tarde ese día.
Era el día de Pentecostés, el año 31 d.C., en Jerusalén. Sólo habían pasado siete semanas desde que otro evento que cambiaría al mundo había ocurrido: la crucifixión y resurrección de Jesucristo.
Para sus discípulos, habían sido los dos meses más dramáticos que hubieran podido imaginarse —pasando de la más profunda desesperación cuando lo vieron a Él muerto, hasta la cima más alta del asombro al verlo nuevamente vivo. Después de estar con Cristo por otros 40 días, lo vieron cuando ascendía al cielo. Y luego tuvieron que esperar —como Él les había dicho— hasta que “la promesa del Padre”, el Espíritu Santo, les fuera dada a ellos.
“Pero recibiréis poder, cuando haya venido sobre vosotros el Espíritu Santo, y me seréis testigos en Jerusalén, en toda Judea, en Samaria, y hasta lo último de la tierra” (Hechos 1:8).
¿Pero cómo ocurriría esto, se preguntaban, y qué significaría?
¡Ahora ellos lo estaban descubriendo!
En una sobresaliente demostración de poder, “de repente vino del cielo un estruendo como de un viento recio que soplaba” (Hechos 2:2), seguido de lenguas de fuego que se asentaron sobre cada uno de ellos.
Y después, el milagro más asombroso de todos hasta ahora: “Y fueron todos llenos del Espíritu Santo, y comenzaron a hablar en otras lenguas, según el Espíritu les daba que hablasen” (v. 4).
Jerusalén estaba repleta, como sucedía siempre en las temporadas de fiesta, con peregrinos “de todas las naciones bajo el cielo” (v. 5). La noticia de estas maravillas se esparció rápidamente entre ellos. Las multitudes vinieron corriendo, probablemente con la esperanza de ver un milagro, sin la expectativa de ser incluidos en uno. Sin embargo, cuando ellos llegaron, el milagro ahora se dio en ellos también. No sólo los discípulos de Cristo empezaron a hablar en otras lenguas (no eran lenguas desconocidas), sino que “cada uno les oía hablar en su propia lengua” (v. 6).
Cómo hacerlo relevante
Bueno, tal vez usted diga: “ésta es una gran historia, ¿pero, por qué debería importarme? ¿Por qué algo que sucedió hace casi dos mil años es relevante para mi vida en la actualidad?”
Buena pregunta. La respuesta se encuentra en lo que sucedió después.
Si bien los milagros atrajeron la atención de la multitud, Pedro aprovechó la oportunidad para ilustrarlos. En estas señales físicas y milagros, él explicó, podían ver la evidencia del cumplimiento espiritual de una de las más grandes profecías para la humanidad. Siglos antes el profeta Joel había profetizado la época en la que Dios daría su Espíritu, Pedro dijo —¡y ésta era!
Los judíos que lo escucharon ciertamente conocían esta profecía, pero Pedro todavía tenía mucho que explicar. Él continuó, terminando la sección de Joel 2, con esto: “Y todo aquél que invocare el nombre del Eterno, será salvo” (v. 21).
Luego hizo rápidamente una transición de Joel a “Jesús nazareno, varón aprobado por Dios entre vosotros con las maravillas, prodigios y señales que Dios hizo entre vosotros por medio de él, como vosotros mismos sabéis” (v. 22).
Ellos sabían bien la serie de milagros que Jesús había realizado por más de tres años. Aún más, el mayor milagro de todos era innegable: a Jesús, “a éste… prendisteis y matasteis por manos de inicuos, crucificándole” —¡Dios lo levantó (v. 23)!
El Cristo exaltado, dijo Pedro, ahora estaba a la diestra de Dios y “habiendo recibido del Padre la promesa del Espíritu Santo, ha derramado esto que vosotros veis y oís” (v. 33).
Cómo hacerlo algo personal
Para ellos la explicación de Pedro fue algo interesante, pero ahora él iba a hacerlo algo personalmente incómodo.
“Sepa, pues, ciertísimamente toda la casa de Israel, que a este Jesús a quien vosotros crucificasteis, Dios le ha hecho Señor y Cristo” (v. 36).
Estas palabras, “a quien vosotros crucificasteis” —sin lugar a dudas eran un señalamiento personal. Los miles de personas que estaban reunidas podrían hasta este momento burlarse de Pedro, argumentando que no tenían ninguna responsabilidad, que ni siquiera habían estado allí o que los romanos eran quienes lo habían matado.
Pero parece que muchos de ellos entendieron claramente lo que Pedro estaba diciendo. Si Cristo había tenido que venir para morir por todos nuestros pecados individuales, entonces todos somos culpables individualmente de su muerte. Aquellos que aceptaron esta realidad se sintieron profundamente condenados —“se compungieron de corazón”, como Lucas describe tan acertadamente— y preguntaron con remordimiento: “varones hermanos, ¿qué haremos?” (v. 37).
Pedro ofreció una respuesta sencilla, pero muy exigente: “Arrepentíos, y bautícese cada uno de vosotros en el nombre de Jesucristo para perdón de los pecados; y recibiréis el don del Espíritu Santo”.
Y él añadió: “Porque para vosotros es la promesa y para vuestros hijos, y para todos los que están lejos; para cuantos el Señor nuestro Dios llamare” (v. 39), tal como lo había profetizado Joel.
Problemas espirituales requieren soluciones espirituales
Éste era el meollo, pero no el final del sermón de Pedro ese día. Se nos dice que él continuó “con otras muchas palabras los exhortaba, diciendo: sed salvos de esta perversa generación” (v. 40). El punto era claro. No podemos salvarnos a nosotros mismos, no podemos vivir de la forma en que deberíamos, sin el Espíritu Santo viviendo en nosotros.
Lo que existe en cada ser humano, como Pablo lo explica en 1 Corintios 2:11-12, es el espíritu en el hombre. Dios también tiene un espíritu, que en la Biblia se conoce como el Espíritu Santo. ¿Hasta dónde nos ha conducido nuestro espíritu humano —nuestra mente con sus ideas y actitudes? La historia muestra que siempre ha sido una espada de dos filos, capaz de lograr creaciones y adelantos tecnológicos sorprendentes, y a la vez incapaz de encontrar paz o resolver nuestros profundos problemas de egoísmo, lujuria, odio, prejuicio, avaricia, envidia, falta de autocontrol, etcétera. La lista de nuestros problemas relacionados con el carácter pareciera interminable.
¿Por qué? Porque nuestros problemas son de naturaleza espiritual, y los problemas espirituales requieren soluciones espirituales.
Este día de Pentecostés nos hace volver al momento en que Dios actuó, tal como Él había prometido, para abrirnos la puerta de la única solución posible —recibir un espíritu diferente. Su Espíritu. Y Pentecostés hoy nos vuelve a hacer ver la realidad de que necesitamos su Espíritu más que nunca. Sólo por medio del poder del Espíritu Santo pueden ser renovadas y transformadas nuestras mentes (Romanos 12:2). Ningún milagro más grande le puede pasar a alguien —¡y Dios todavía continúa haciendo este milagro en la actualidad!
Sin embargo, Pentecostés representa más que eso. Tener el Espíritu Santo, afirma Pablo en Romanos 8:16-17, significa que “…somos hijos de Dios, y si hijos, también herederos; herederos de Dios y coherederos con Cristo”.
Aún más, los hijos de Dios conforman la Iglesia de Dios. Jesús prometió a sus discípulos que Él edificaría su Iglesia y no estaba hablando de un edificio o una denominación. “Iglesia” en el lenguaje griego del Nuevo Testamento es ekklesia, que significa “un llamado”, especialmente “una congregación religiosa” o “una asamblea” (Strong’s Exhaustive Concordance [Concordancia exhaustiva de Strong]). La palabra designa al cuerpo de creyentes de los que Jesucristo es cabeza.
Cómo cambiar su vida
Ese increíble día de Pentecostés en el año 31 d.C. todavía se mantiene como un evento que traza una línea en la historia de la humanidad. No todos los presentes respondieron bien al mensaje de Pedro, pero “los que recibieron su palabra fueron bautizados; y se añadieron aquel día como tres mil personas” (v. 41). La Iglesia de Dios comenzó ese día, “Y el Señor añadía cada día a la iglesia los que habían de ser salvos” (v. 47).
Cerca de dos mil años después, Dios todavía está llamando personas a su Iglesia, y para aquellos que oigan y respondan, recibir su Espíritu sigue siendo un evento tan increíble y milagroso como lo fue entonces.
Actualmente, las personas no escuchan el sonido del viento, ni ven lenguas de fuego, ni hablan en diferentes lenguas, pero experimentan de una manera callada el mismo proceso milagroso en la mente.
¿Pero por qué, cuándo y cómo es que alguien es convicto del pecado, se arrepiente y recibe el Espíritu Santo? ¿Eso le pasa a alguien en la actualidad? Semejante proceso de cambio de toda la vida no pasa descuidadamente o sin saberlo. En http://vidaesperanzayverdad.org/solicitudes/cambie-su-vida/ usted puede descargar nuestro folleto: ¡Cambie su vida!, para descubrir las respuestas y obtener una guía clara de la Biblia.
¿Correría a ver los milagros que estaban ocurriendo ese día en Jerusalén en el año 31 d.C.? ¡Por supuesto! Entonces, ¿por qué no buscar hoy el conocimiento que puede cambiar su vida?
Más para aprender
Como Pedro, nosotros tenemos “muchas otras palabras” —más de lo que el espacio nos permite— para explicar completamente la profundidad de las lecciones que se dieron en la fiesta de Pentecostés. De hecho, Pentecostés es tan sólo una de las siete fiestas establecidas por Dios, cada una representando un paso esencial en su plan de salvación.
Uno se pregunta, ya que tantas iglesias en la actualidad observan Pentecostés, ¿por qué no observan las otras fiestas —Pascua, los días de Panes Sin Levadura, la fiesta de Trompetas, el día de Expiación, la fiesta de Tabernáculos y el Último Gran Día? ¿Qué ha pasado con ellas? ¿No son tan importantes de entender? ¡Claro que sí!
Descubra su sorprendente significado en nuestro folleto: Las fiestas santas de Dios: Él tiene un plan para usted, y la infografía de La historia más increíble. Ambas están disponibles en el Centro de Aprendizaje de VidaEsperanzayVerdad.com.