¿Reveló Dios sus leyes desde el principio, o eran desconocidos los diez mandamientos hasta que Moisés condujo a Israel al Monte Sinaí?
Muchas personas reconocen que Dios entregó los diez mandamientos al pueblo de Israel en el Monte Sinaí, aproximadamente dos meses después de librarlos de Egipto (Éxodo 20:1-17).
La pregunta que muchos se hacen es si estos mandamientos fueron conocidos antes de esa época, teniendo en cuenta lo que dice en Génesis 26:5: “Oyó Abraham mi voz, y guardó mis preceptos, mis mandamientos, mis estatutos y mis leyes” (Génesis 26:5).
Ya que Abraham obedeció la voz de Dios y guardó sus mandamientos cientos de años antes de que Moisés existiera, es claro que estos mandamientos eran conocidos por algunas personas antes del Monte Sinaí. La Biblia nos enseña que el pecado es la infracción de la ley de Dios (1 Juan 3:4). La Biblia menciona varias veces el pecado antes de la época de Moisés (Génesis 4:7; 13:13; 18:20; 39:9; 42:22; 50:17; etc.). Esto implica que Dios ya había revelado sus mandamientos, al menos a algunas personas. De hecho, la Biblia tiene evidencia de que los diez mandamientos eran conocidos y se consideraban de gran importancia.
Los diez mandamientos antes de Moisés
El primer y segundo mandamientos ordenan: “No tendrás dioses ajenos delante de mí [Dios]” y “No te harás imagen… No te inclinarás a ellas, ni las honrarás”, respectivamente (Éxodo 20:3-5).
Cientos de años antes, Dios se reveló al patriarca Jacob. Después de que Dios le hablara, veamos lo él hizo con los ídolos que tenían en su familia:
“Dijo Dios a Jacob: Levántate y sube a Bet-el, y quédate allí; y haz allí un altar al Dios que te apareció cuando huías de tu hermano Esaú. Entonces Jacob dijo a su familia y a todos los que con él estaban: Quitad los dioses ajenos que hay entre vosotros, y limpiaos, y mudad vuestros vestidos. Y levantémonos, y subamos a Bet-el; y haré allí altar al Dios que me respondió en el día de mi angustia, y ha estado conmigo en el camino que he andado. Así dieron a Jacob todos los dioses ajenos que había en poder de ellos, y los zarcillos que estaban en sus orejas; y Jacob los escondió debajo de una encina que estaba junto a Siquem” (Génesis 35:1-4).
Por lo tanto, es evidente que Jacob entendió la importancia de deshacerse de los ídolos y también entendía que sólo debía adorar al verdadero Dios.
El tercer mandamiento dice: “No tomarás el nombre del Eterno tu Dios en vano” (Éxodo 20:7).
Parece que el patriarca Job vivió antes de Moisés, alrededor de la época de Isaac, según Jamieson-Fausset-Brown Bible Commentary [Comentario bíblico de Jamieson-Fausset-Brown], citando al historiador Eusebio. A Job le preocupaba que sus hijos tal vez hubieran estado tomando el nombre de Dios en vano, porque él sabía que esto estaba mal.
“Y acontecía que habiendo pasado el turno de los días del convite, Job enviaba y los santificaba, y se levantaba de mañana y ofrecía holocaustos conforme al número de todos ellos [sus hijos]. Porque decía Job: Quizá habrán pecado mis hijos, y habrán blasfemado contra Dios en sus corazones. De esta manera hacía todos los días” (Job 1:5).
El cuarto mandamiento nos dice: “Acuérdate del día de reposo para santificarlo” (Éxodo 20:8). Acordarse del sábado es recordar a algo que fue establecido anteriormente. En Génesis 2:3 leemos: “bendijo Dios al día séptimo, y lo santificó, porque en él reposó de toda la obra que había hecho en la creación”.
Es interesante notar que a Israel se le dijo que debía recordar el sábado antes de llegar al Monte Sinaí. Esto ocurrió cuando Dios les dio el maná para que comieran.
“Y él [Moisés] les dijo: Esto es lo que ha dicho Jehová: Mañana es el santo día de reposo, el reposo consagrado al Eterno… Y dijo Moisés: Comedlo hoy, porque hoy es día de reposo para el Eterno; hoy no hallaréis [maná] en el campo. Seis días lo recogeréis; mas el séptimo día es día de reposo; en él no se hallará.
“Y aconteció que algunos del pueblo salieron en el séptimo día a recoger, y no hallaron. Y el Eterno dijo a Moisés: ¿Hasta cuándo no querréis guardar mis mandamientos y mis leyes?” (Éxodo 16:23-28).
Claramente, Dios esperaba que el pueblo de Israel obedeciera sus mandamientos incluso antes de llegar al Monte Sinaí, incluyendo el cuarto mandamiento.
El quinto mandamiento dice: “Honra a tu padre y a tu madre” (Éxodo 10:12). Tanto Jacob como Esaú, deshonraron a sus padres, pero finalmente Jacob sí los obedeció. “Y vio Esaú cómo Isaac había bendecido a Jacob, y le había enviado a Padan-aram, para tomar para sí mujer de allí; y que cuando le bendijo, le había mandado diciendo: No tomarás mujer de las hijas de Canaán; y que Jacob había obedecido a su padre y a su madre, y se había ido a Padan-aram” (Génesis 28:6-7).
“No matarás” es el sexto mandamiento (Éxodo 20:13). Dios advirtió a Caín que debía dominar la tentación y evitar el pecado, pues su corazón estaba lleno de ira.
“Entonces el Eterno dijo a Caín: ¿Por qué te has ensañado, y por qué ha decaído tu semblante? Si bien hicieres, ¿no serás enaltecido? y si no hicieres bien, el pecado está a la puerta; con todo esto, a ti será su deseo, y tú te enseñorearás de él. Y dijo Caín a su hermano Abel: Salgamos al campo. Y aconteció que estando ellos en el campo, Caín se levantó contra su hermano Abel, y lo mató” (Génesis 4:6-8). La ira de Caín lo llevó a cometer el pecado de matar a alguien.
Después del diluvio la gente sabía que Dios reprobaba el homicidio y que exigía un castigo para quien cometiera dicho pecado. “De mano del varón su hermano demandaré la vida del hombre. El que derramare sangre de hombre, por el hombre su sangre será derramada; porque a imagen de Dios es hecho el hombre” (Génesis 9:5-6).
El séptimo mandamiento, “No cometerás adulterio” (Éxodo 20:14), era conocido y entendido por José.
“Aconteció después de esto, que la mujer de su amo puso sus ojos en José, y dijo: Duerme conmigo. Y él no quiso, y dijo a la mujer de su amo: He aquí que mi señor no se preocupa conmigo de lo que hay en casa, y ha puesto en mi mano todo lo que tiene. No hay otro mayor que yo en esta casa, y ninguna cosa me ha reservado sino a ti, por cuanto tú eres su mujer; ¿cómo, pues, haría yo este grande mal, y pecaría contra Dios?” (Génesis 39:7-9).
Además, Dios advirtió a Abimelec, rey de Gerar, sobre lo que le sucedería si adulteraba con Sara. “Dios vino a Abimelec en sueños de noche, y le dijo: He aquí, muerto eres, a causa de la mujer que has tomado, la cual es casada con marido” (Génesis 20:3).
El octavo mandamiento, “No hurtarás” (Éxodo 20:15), estaba presente aparentemente en la mente de Jacob al negociar su salario con Labán.
“Responderá por mí mi honradez mañana, cuando vengas a reconocer mi salario; toda la que no fuere pintada ni manchada en las cabras, y de color oscuro entre mis ovejas, se me ha de tener como de hurto” (Génesis 30:33).
Los mandamientos noveno y décimo: “No hablarás contra tu prójimo falso testimonio” y “No codiciarás” (Éxodo 20:16-17), han sido transgredidos desde el comienzo de la creación, cuando Eva codició el fruto del árbol de la ciencia del bien y del mal. Adán, al igual que su esposa, comió del árbol prohibido (Génesis 3:6) y, luego, ambos justificaron su pecado (vv. 10-13). Como resultado de ello, Dios los desterró del huerto del Edén por haberle desobedecido.
Job también era consciente de que la mentira y la codicia eran pecados contra Dios, pues dijo: “Si anduve con mentira, y si mi pie se apresuró a engaño, péseme Dios en balanza de justicia, y conocerá mi integridad” (Job 31:5-6). Posteriormente, en los versículos 9-11, el patriarca expresa: “Si fue mi corazón engañado acerca de mujer, y si estuve acechando a la puerta de mi prójimo…es maldad e iniquidad que han de castigar los jueces”.
Los 10 mandamientos existían antes de Moisés y todavía son importantes en la actualidad
En resumen, los diez mandamientos ya eran conocidos en la tierra mucho antes de la existencia de Moisés y todavía son leyes importantes para todas las personas en la actualidad. Dios dio sus leyes para nuestro beneficio (Deuteronomio 10:13).Sus leyes están basadas en el amor y nos ayudan a demostrar amor a Dios y a nuestro prójimo (Romanos 13:9-10). “Pues este es el amor a Dios, que guardemos sus mandamientos; y sus mandamientos no son gravosos” (1 Juan 5:3).