Hace miles de años, un reino cayó en decadencia porque dejó de importarle la verdad. Ahora, nuestro mundo está haciendo lo mismo.
En la punta de su dedo índice, hay una célula.
Es una célula demasiado pequeña para verla a simple vista, aunque probablemente podría verla con un microscopio.
Dentro de esa célula hay más de una docena de organelos únicos, cada uno con un trabajo increíblemente importante y especializado.
Esos organelos se componen de macromoléculas, que a su vez están compuestas de átomos, los cuales se conocen como los elementos básicos del universo.
Como referencia, usted tiene unos siete mil cuatrillones (un siete seguido de 27 ceros) de átomos en su cuerpo.
Pero podemos acercarnos aún más: incluso los átomos están hechos de partes más pequeñas, partículas subatómicas unidas entre sí por la fuerza nuclear, bailando unas alrededor de otras en un baile misterioso pero preciso, definido por interacciones cuánticas que las mentes más brillantes de nuestra generación aún intentan comprender.
En sólo esa célula de la punta de su dedo, confluyen un incalculable número de leyes físicas que determinan cómo un sinnumero de elementos se comporta en cada momento de cada día.
Un universo sin verdad
¿Qué cree que pasaría si esas leyes físicas dejaran de ser verdad?
Nada agradable, se lo aseguro.
Si las fuerzas que gobiernan las piezas del rompecabezas atómico y subatómico se alteraran, los siete mil cuatrillones de átomos en su cuerpo se desintegrarían en un nanosegundo. Cada molécula de cada organelo de cada célula que compone su cuerpo quedaría total e irrevocablemente inerte, al igual que todo el universo como lo conocemos.
Las estrellas, los planetas y cada pedazo de roca irrelevante que flota por el espacio —la existencia misma— desaparecería en una terrorífica manifestación de caos.
Si la verdad se tomara un día libre, todo lo que conocemos se volvería humo.
Verdades físicas y morales
En otras palabras, el universo en que existimos sigue existiendo específicamente porque la verdad existe. Si las leyes de la física no fueran consistentemente verdaderas, nada físico podría existir.
La manera más efectiva de lograr que a la gente deje de importarle la verdad no es convencerlos de que la verdad no existe, sino ensuciar las aguas hasta que se vuelve imposible distinguir la verdad de las mentiras.
No muchas personas discuten este punto. La gravedad no es diferente para diferentes personas. Los campos magnéticos no fluctúan de acuerdo con opiniones y preferencias, las fuerzas del universo hacen lo suyo sin importar nuestros sentimientos y la mayoría acepta esto implícitamente.
Pero lo que no todos aceptan implícitamente es el papel que la verdad cumple aparte de mantener a los planetas y los electrones en órbita. Cuando se trata de nuestras vidas personales —nuestros pensamientos, palabras y acciones— ¿qué papel juega la verdad ahí?
Además, existe una cantidad absurda de religiones, perspectivas y filosofías. ¿Cómo se supone que seamos capaces de siquiera reconocer la verdad? ¿Cómo se ve la verdad? ¿Cómo estar seguros? ¿Quién lo decide?
Y sobre estas preguntas importantes y valiosas hay una incluso más crucial:
¿Importa la verdad?
La palabra del año 2016
En el 2016, la palabra del año de los Diccionarios Oxford fue posverdad: “un adjetivo que se define como ‘relacionado con o que denota circunstancias en que los hechos objetivos son menos influyentes acerca de la opinión pública que la estimulación de las emociones y las creencias personales’”.
Un mundo posverdad no es uno que niega la existencia de la verdad, sino uno al que simplemente la verdad no le importa. La verdad toma un papel secundario en comparación con las emociones y creencias.
Pero hay más.
Y es peor.
Con esta forma de pensar, las emociones y creencias se convierten en una clase de verdad y, como consecuencia, la verdad se transforma en un concepto maleable. Se convierte en una cualidad muy inestable y personal, definida por uno mismo dependiendo de lo que creo y siento en cierto momento.
Si esas creencias y emociones cambian mañana, mi verdad cambia con ellas. Y si usted y yo tenemos diferentes emociones y creencias, está bien, sólo significa que nuestras vidas se definen según diferentes verdades.
Hasta que, por supuesto, esas verdades cambian.
Otra vez.
Cómo el mundo pierde la verdad
Si la verdad (definida por hechos y la realidad, no sentimientos y creencias) no importa, entonces las otras preguntas tampoco importan realmente. No es necesario preocuparse por la forma correcta de definir la verdad, si la verdad es simplemente el resultado de cómo vemos el mundo en cierto momento.
Un filósofo moderno, Julian Baggini, argumenta que entendemos básicamente lo que la verdad significa como concepto: “Ningún testigo necesita preguntarle a la jueza qué teoría [de la verdad] tiene en mente cuando le pide que jure decir la verdad, toda la verdad y nada más que la verdad”.
Baggini asegura que el problema no es definir qué es la verdad como un concepto, sino el hecho de que “hay mucho desacuerdo e incertidumbre con respecto a cuál es una fuente confiable de verdad. Durante la mayor parte de la historia humana, hubo una combinación estable de confianza en los textos y líderes religiosos, los expertos y la sabiduría del tiempo conocida como sentido común. Pero ahora, pareciera que nada se considera una autoridad universal, lo cual significa que debemos elegir a nuestros propios expertos o simplemente confiar en nuestro instinto” (“Truth? It’s Not Just About the Facts” [¿La verdad? No se trata sólo de hechos], The Times Literary Supplement).
Cuando tantos supuestos expertos insisten en que su perspectiva es la correcta y en que los demás supuestos expertos están equivocados; y cuando existen plataformas para que todos griten más y más fuerte intentando ahogar cualquier voz opositora; y cuando esas plataformas recompensan las afirmaciones cada vez más exageradas, el resultado es una cacofonía de declaraciones opuestas que pocas personas tienen el tiempo, el conocimiento o el empuje para examinar.
En cambio, es más fácil gravitar hacia lo que se siente bien. Si todos los supuestos expertos dicen tener la verdad y no hay una forma clara de separar el trigo de la paja, ¿qué más se puede hacer? Al parecer, la manera más efectiva de lograr que a la gente deje de importarle la verdad no es convencerlos de que la verdad no existe, sino ensuciar las aguas hasta que se vuelve imposible distinguir la verdad de las mentiras.
Nuevas palabras, viejas melodías
La palabra posverdad es relativamente nueva, pero el concepto que hay detrás no. Como se lamentó “el predicador” de Eclesiastés: “¿Qué es lo que fue? Lo mismo que será. ¿Qué es lo que ha sido hecho? Lo mismo que se hará; y nada hay nuevo debajo del sol. ¿Hay algo de que se puede decir: He aquí esto es nuevo? Ya fue en los siglos que nos han precedido” (Eclesiastés 1:9-10).
La historia humana es una canción que ha sonado durante siglos. Cada nueva estrofa podrá tener nuevas palabras, pero la melodía es la misma.
- El deseo de explorar nos ha llevado más allá de las montañas y la fuerza gravitacional de la Tierra.
- La codicia de poder ha iniciado guerras de espadas y guerras de misiles balísticos.
- El deseo de crear ha producido maravillas de la ingeniería como antiguos acueductos y represas hidroeléctricas modernas.
- El disgusto por quienes son diferentes a nosotros ha resultado en diásporas, masacres e incluso genocidios.
Estrofa tras estrofa, la canción continúa. Nuevas palabras, pero las mismas notas. Y en medio de esas recurrentes melodías, el refrán de la posverdad está profundamente arraigado.
La melodía de la posverdad
Estas notas también sonaban hace 2.000 años cuando Jesucristo se puso de pie para ser enjuiciado por Poncio Pilato y dijo: “Yo para esto he nacido, y para esto he venido al mundo, para dar testimonio a la verdad. Todo aquel que es de la verdad, oye mi voz” (Juan 18:37).
La respuesta de Pilato en el versículo 38 parece una encogida de hombros verbal: “¿Qué es la verdad?”, preguntó sin esperar respuesta. Pilato no parecía interesado en encontrar una respuesta; sonaba exasperado ante la aparentemente imposible tarea de separar los hechos de la ficción. Sonaba como un hombre resignado a vivir en un mundo posverdad.
Siete siglos antes de eso, la melodía de la posverdad también se escuchó, esta vez en el antiguo reino de Israel. El profeta Isaías, inspirado por Dios, hizo una descripción poco halagadora de sus compatriotas. “Porque vuestras manos están contaminadas de sangre”, les dijo, “y vuestros dedos de iniquidad; vuestros labios pronuncian mentira, habla maldad vuestra lengua” (Isaías 59:3).
Pero había más que eso.
Algo peor que eso.
“No hay quien clame por la justicia”, continuó, “ni quien juzgue por la verdad; confían en vanidad, y hablan vanidades; conciben maldades, y dan a luz iniquidad” (v. 4).
El pueblo de Israel estaba cansado de suplicar por la verdad. Habían adquirido una perspectiva posverdad. Confiaban en sus propias palabras vacías, palabras de falsedad y engaño. Como sociedad, estaban “[concibiendo y profiriendo] de corazón palabras de mentira” (v. 13, énfasis añadido).
Las últimas etapas de un mundo posverdad
Esta completa aversión a la búsqueda de la verdad había convertido a Israel en una pesadilla hecha realidad: “sus obras son obras de iniquidad, y obra de rapiña está en sus manos. Sus pies corren al mal, se apresuran para derramar la sangre inocente; sus pensamientos, pensamientos de iniquidad; destrucción y quebrantamiento hay en sus caminos” (vv. 6-7).
Espiritualmente, la nación estaba en ruinas: “Por esto se alejó de nosotros la justicia, y no nos alcanzó la rectitud; esperamos luz, y he aquí tinieblas; resplandores, y andamos en oscuridad. Palpamos la pared como ciegos, y andamos a tientas como sin ojos; tropezamos a mediodía como de noche; estamos en lugares oscuros como muertos” (vv. 9-10).
Las consecuencias que experimentó el antiguo Israel serán las mismas de nuestro mundo si las tendencias actuales continúan. No hay nada nuevo bajo el sol; es la misma canción y estamos empezando a vivir las mismas notas. “Y el derecho se retiró, y la justicia se puso lejos; porque la verdad tropezó en la plaza, y la equidad no pudo venir. Y la verdad fue detenida, y el que se apartó del mal fue puesto en prisión” (vv. 14-15).
La verdad tropezó en la plaza.
La versión Dios Habla Hoy dice: “la sinceridad tropieza en la plaza pública y la honradez no puede presentarse”.
Ésta es una imagen lúgubre con un efecto dominó.
Sin verdad y sinceridad, no puede haber justicia. Y si sacamos eso de la ecuación —si cultivamos una sociedad que ya no busca, ya no suplica por estas cosas— estamos cultivando una sociedad construida sobre las semillas de su propia destrucción.
Así suena la canción. Así es como siempre ha sonado.
Ninguna civilización puede sobrevivir a la decadencia de la posverdad.
La vida y la esperanza requieren de la verdad
Cuando llegó el momento de darle un nombre a la cara visible de nuestra Iglesia (la que se enfocaría en predicar el evangelio de Cristo al mundo), pensamos y oramos mucho antes de elegir Vida, Esperanza y Verdad. Y ahora, tras 10 años de la publicación de Discernir, hemos dedicado las últimas tres ediciones de esta revista a esos elementos clave de nuestra identidad:
El discernimiento, la vida y la esperanza.
Todos son importantes. Todos son necesarios para entender el plan de Dios para la humanidad.
Pero ninguno de ellos puede existir sin la verdad.
Sin la verdad, no hay nada que discernir. Sin la verdad, no hay vida. Sin la verdad, no hay esperanza.
Esto puede sonar tan lúgubre como el lamento de Isaías pero, de hecho, debería ser una fuente de consuelo.
¿Por qué?
La búsqueda de la verdad inevitablemente nos lleva a los pies de Quien es la fuente de toda la verdad.
Porque una sociedad puede rechazar la verdad, pero no puede destruirla. Puede darle la espalda a la verdad, ignorarla, gritar por encima de ella, perder el interés en ella, malentenderla, representarla de forma incorrecta, e incluso tratar de enmudecerla, pero sin importar lo que haga la humanidad, la verdad es la verdad.
La verdad que une a los quarks y gluones para formar los protones y neutrones en el núcleo de un átomo es más difícil de negar que la verdad acerca de cómo debemos vivir nuestras vidas; porque ambas fueron establecidas por el mismo Dios. El Dios que puso al universo en movimiento también es el Dios con la sabiduría para mostrarnos el mejor camino —el camino correcto— que debemos seguir.
Podemos oponernos a eso, pero no podemos cambiarlo.
Podemos gritar en contra de eso, pero no podemos hacerlo desaparecer.
No importa cómo reaccione el mundo, la verdad de Dios es un lugar seguro que siempre ha existido y siempre existirá.
Buscar tesoros escondidos
¿Qué siente usted con respecto a la verdad?
Porque ésa es la única parte de la ecuación que puede controlar. El mundo creerá lo que quiera creer, la canción sonará como suene y la verdad permanecerá inmutable.
Usted es la variable.
La Biblia lo insta a “[Comprar] la verdad, y no [venderla]; la sabiduría, la enseñanza y la inteligencia” (Proverbios 23:23). La verdad, como la reflexión de hechos y la realidad, no de emociones y creencias, es algo que debe comprarse. Que debe buscarse. Y con ella, también la sabiduría, la enseñanza y la inteligencia.
También leemos “[Has] estar atento tu oído a la sabiduría; [inclina] tu corazón a la prudencia, [clama] a la inteligencia… a la prudencia [da] tu voz… como a la plata [búscala]... [escudríñala] como a tesoros” (Proverbios 2:2-4).
Las emociones y las creencias son importantes. El problema es que, en un mundo posverdad, se convierten en un sustituto de la verdad, cuando debería ser al revés. La verdad, sólida e inmutable, debería ser lo que moldea nuestras emociones y creencias.
No todos quieren escuchar la verdad
Por supuesto, cuando ésa es su perspectiva de la verdad, entrará en conflicto con quienes no quieren escuchar que sus expertos por elección y su instinto podrían estar equivocados.
Entrará en conflicto con quienes insisten en que la biología es secundaria a la forma en que nos percibimos a nosotros mismos.
Entrará en conflicto con quienes lo consideran un villano por no apoyar cada principio de su partido político.
Entrará en conflicto con quienes creen que los hechos pueden doblarse, torcerse y reinterpretarse cuando se oponen a una creencia personal profunda.
Pero también lo acercará más a su Creador.
La búsqueda de la verdad inevitablemente nos lleva a los pies de Quien es la fuente de toda la verdad.
“Entonces entenderás el temor del Eterno, y hallarás el conocimiento de Dios. Porque el Eterno da la sabiduría, y de su boca viene el conocimiento y la inteligencia. Él provee de sana sabiduría a los rectos” (vv. 5-7).
Analizar es parte de entender
Cuando Pilato hizo su pregunta, no esperó una respuesta, pero hay una respuesta de todas formas.
En su última oración antes de ser arrestado, Jesús le habló al Padre acerca de sus discípulos y le pidió: “Santifícalos en tu verdad; tu palabra es verdad” (Juan 17:17, énfasis añadido).
Para la mayoría, es un gran salto pasar de creer que la verdad objetiva existe a creer que la Biblia es una fuente confiable de esa verdad.
Si la Palabra de Dios es la verdad, entonces debería sostenerse luego de los análisis más profundos. Siempre habrá preguntas que no podamos responder por completo, pero antes de realmente creer en la Biblia, debemos escudriñarla. Debemos inspeccionarla y estudiarla, profundizar en ella y sacudirla hasta entender qué es y qué dice.
Eso es lo que hemos hecho en Vida, Esperanza y Verdad. Y una y otra vez, hemos descubierto que las palabras de la Biblia son verdad y son confiables.
Las hemos comprobado con constante aplicación personal durante décadas, sólo para convencernos cada vez más de la verdad que Pedro le confesó a Jesucristo hace 2.000 años: “Señor, ¿a quién iremos? Tú tienes palabras de vida eterna. Y nosotros hemos creído y conocemos que tú eres el Cristo, el Hijo del Dios viviente” (Juan 6:68-69).
Ésta no es una creencia que usted pueda copiar de alguien más. Nosotros no podemos entregársela completamente formada. Es una creencia basada en una verdad que debe examinar personalmente —una verdad a la que Dios mismo debe guiarlo (Juan 6:44).
Si aún no ha examinado esa verdad o si necesita refrescarla, nos encantaría ayudar. Tenemos un folleto llamado ¿Es cierta la Biblia? que examina la evidencia de la veracidad de la Biblia en términos de la arqueología, la historia y la evidencia interna de este libro.
También tenemos un Viaje de siete días diseñado para estudiar “El problema de la maldad”, es decir, por qué Dios permite que el mal exista (y lo que está haciendo al respecto).
Y siempre puede contactarnos a través de nuestro formulario para preguntas y le responderemos lo mejor que nos sea posible.
Lo que hemos descubierto (y confiamos en que usted también descubrirá) es que las verdades espirituales establecidas por Dios son tan importantes como (o incluso más importantes que) las verdades físicas que gobiernan nuestro universo.
Hay una razón por la que los siete mil cuatrillones de átomos de su cuerpo no se disparan sin razón, y hay una razón por la que ciertas cosas son moralmente correctas e incorrectas. En ambos casos, la respuesta va más allá de nuestros pensamientos y opiniones. No podemos escapar de las consecuencias de las verdades de Dios más de lo que podemos escapar de las consecuencias de las leyes físicas que mantienen nuestro mundo en orden.
Lo que sí podemos hacer es poner atención y aprender de ellas. No importa qué tan inmerso esté nuestro mundo en la posverdad, siempre vale la pena vivir una vida definida por la verdad de Dios.