El Nuevo Pacto: ¿qué es lo nuevo de él?

¿Cuál fue el problema con el Antiguo Pacto y qué cambió realmente con el Nuevo Pacto? ¿Qué dice la Biblia que es nuevo en el Nuevo Pacto?

A través de la historia, Dios hizo varios pactos o acuerdos, con los seres humanos. Estos pactos establecieron los términos de la relación que Dios quiere tener con la humanidad. Dos pactos claves registrados en la Biblia son:

  1.  El pacto que Dios hizo con el antiguo Israel en el monte Sinaí, también llamado como “el Antiguo Pacto”.
  2. El “Nuevo Pacto”, que fue inaugurado por Jesucristo, y es el pacto que está vigente actualmente con la Israel espiritual, la Iglesia.

La Escritura afirma que el Nuevo Pacto ha hecho obsoleto al Antiguo Pacto (Hebreos 8:13). ¿Qué significa esto? ¿Creó Dios una serie diferente de términos en este nuevo pacto? ¿Qué es exactamente lo “nuevo” acerca del Nuevo Pacto?

Este artículo subraya cuatro cambios claves del Antiguo Pacto en el Nuevo Pacto. Aunque estos cuatro asuntos no abarcan todas las diferencias, ellos ilustran la distinción fundamental entre los dos pactos.

Un cambio en la ley sacrificial

La Biblia afirma que los pecadores merecen la pena de muerte (Romanos 6:23). El perdón de estos pecados requiere que la sangre sea derramada para satisfacer este castigo (Hebreos 9:22). Bajo el Antiguo Pacto, los Israelitas sacrificaron animales como ofrendas por el pecado, derramando la sangre de esas criaturas como Dios ordenaba.

Sin embargo, los sacrificios animales eran insuficientes como substitutos de los seres humanos. Los sacrificios no limpiaban verdaderamente a los israelitas de su mal obrar, “porque la sangre de los toros y de los machos cabríos no puede quitar los pecados” (Hebreos 10:4).

Ya que los animales no podían borrar los pecados, ¿por qué Dios los requería en el Antiguo Pacto? Porque estos sacrificios le recordaban a Israel sus pecados y representaban una época en la cual sería posible remover la pena de muerte. Dios nunca pretendió que estos sacrificios estuvieran vigentes en forma permanente. Él tenía un plan listo “desde el principio del mundo”, en el que Jesucristo haría el sacrificio definitivo (Apocalipsis 13:8).

El sacrificio de Jesucristo hizo posible “quitar el pecado del mundo” (Juan 1:29). Debido a que Él es Dios, y los seres humanos fueron creados por Él (Colosenses 1:16), su vida es de un valor inconmensurable, más que todas las otras vidas de los seres humanos que han vivido a lo largo de la historia. Así, su sacrificio fue suficiente para pagar por completo la pena de muerte en que habíamos incurrido por el pecado.

Cuando Cristo instituyó el Nuevo Pacto con su sangre derramada (Lucas 22:20), Él hizo posible que fuéramos limpiados completamente del pecado (Hebreos 9:13-14; 1 Juan 1:7). El resultado fue que los sacrificios de animales ya no se requerían como símbolos, ya que Cristo era el cumplimiento definitivo de ese simbolismo. En el bautismo, aceptamos el sacrificio de Cristo. Aunque todavía debemos arrepentirnos cada vez que pecamos, el sacrificio de Cristo se aplica de acuerdo con nuestro arrepentimiento —no se necesitan más sacrificios por nuestros pecados (Hebreos 9:24-28; 10:12).

Un cambio en el sacerdocio

En el Antiguo Pacto, los sacerdotes venían de la familia de Aarón, de la tribu de Leví. En el Día de Expiación, se requería que el Sumo Sacerdote ofreciera un sacrificio por los pecados de los israelitas (Levítico 16:29-34). Únicamente a Él se le permitía entrar al Lugar Santísimo (el lugar que estaba más al fondo), en el tabernáculo y aproximarse al trono de gracia —que representaba el trono de Dios.

Todos los israelitas merecían la pena de muerte por sus pecados y el Sumo Sacerdote tenía la responsabilidad de hacer intercesión por ellos. Ya que él también estaba “rodeado de debilidad”, entendió cuán fácil era pecar y podía mostrar compasión por las personas (Hebreo 5:1-4).

Sin embargo, tal como vimos, la sangre derramada provenía de los sacrificios de animales en el sistema físico. Así, los sacerdotes en el Antiguo Pacto no podían lograr que las personas estuvieran bien delante de Dios y fue necesario un cambio (Hebreos 7:11-12).

Este cambio se produjo con el sacrificio de Jesucristo por toda la humanidad, que cumplió el simbolismo de la ofrenda anual por el pecado en el día de Expiación. Pero Cristo además cumplió el papel de Sumo Sacerdote al ofrecerse él mismo. Continua sirviendo como nuestro Sumo Sacerdote, intercediendo a nuestro favor (Hebreos 7:23-28).

En el Nuevo Pacto, Cristo no sirve en un tabernáculo físico (Hebreos 9:11). En vez de ello, Él hace sus labores como Sumo Sacerdote en “el verdadero tabernáculo” (Hebreos 8:1-2). Actualmente, la Iglesia es la “casa de Dios” y el “Templo Santo” (Efesios 2:19-22).

Debido al cambio del sacerdocio levítico y el tabernáculo físico, los rituales asociados con el tabernáculo y el templo en el Antiguo Pacto ya no se requieren —incluyendo varias clases de ofrendas de comida y bebida, así como los lavamientos ceremoniales.

Estos rituales físicos solo estuvieron “impuestas hasta el tiempo de reformar las cosas” (Hebreos 9:8-10).

En el Nuevo Pacto, el pueblo de Dios ahora tiene un Sumo Sacerdote en Jesucristo quien intercede por él continuamente. Ya que Cristo vivió como ser humano, Él entiende nuestras debilidades, puede ayudarnos cuando somos tentados y puede mostrarnos compasión cuando pecamos. Podemos ir de una manera confiada, buscando perdón cuando nos arrepentimos (Hebreos 2:17-18; 4:14-16).

Un cambio de corazón

Dios dio a Israel sus leyes eternas que definen el pecado —con los 10 mandamientos como base de la responsabilidad que tenía Israel en el Antiguo Pacto (Éxodo 34:27-28; Deuteronomio 4:13). Sin embargo, hay un problema fundamental en este arreglo: aunque la ley de Dios era y es perfecta (Salmo 19:7), las personas no lo eran.

Dios sabía por anticipado que a los israelitas les faltaba algo muy importante. Ellos no tenían el corazón que necesitaban para ser verdaderamente obedientes a Él (Deuteronomio 5:23-29). Los israelitas estuvieron de acuerdo en obedecer a Dios por una motivación externa. Ellos tenían miedo del castigo de Dios (Éxodo 20:18-21), pero esta clase de motivación no garantiza una conducta correcta. A menos que una persona esté internamente convencida de hacer lo que es correcto, fácilmente puede escoger hacer lo que es incorrecto.

El Antiguo Israel desafortunadamente cayó en esta trampa y desobedeció repetidamente a Dios en toda su historia, a pesar de recibir un severo castigo como resultado de ello. Vez tras vez, los israelitas rompieron el pacto que hicieron con Dios, poniendo de manifiesto una falla garrafal en el pacto. La falla no tiene que ver con las leyes que ellos estuvieron de acuerdo en obedecer, sino en las personas mismas (Hebreos 8:7-8).

Los israelitas no tenían un corazón que conociera verdaderamente a Dios, porque todavía no era el momento para que Dios les diera esa clase de corazón (Deuteronomio 29:4). Pero aun sin un corazón correcto, todavía era posible para los israelitas responder a la corrección de Dios cuando ellos tomaban malas decisiones. Desafortunadamente, ellos fallaron y no cambiaron su comportamiento. Sin embargo, su ejemplo nos da una poderosa lección para nosotros, acerca de lo fácil que es pecar (1 Corintios 10:11-12).

En el Nuevo Pacto, el pueblo de Dios tiene la oportunidad de recibir un corazón para obedecerle a Él. En el Antiguo Testamento, Dios anunció que vendría una época en la que su pueblo interiorizaría sus leyes y serían escritas en sus corazones —cuando verdaderamente ellos pudieran conocerlo a Él (Jeremías 31:31-34).

Cuando el Espíritu De Dios estuvo disponible extensamente en el día de Pentecostés, esa meta era posible. Por medio del poder del Espíritu Santo, los cristianos pueden aprender a pensar como Dios (1 Corintios 2:11, 16). La mente de Dios —reflejada en su ley de amor— puede ahora ser interiorizada en su pueblo.

Un cambio de promesas

En el Antiguo Pacto, Israel estuvo de acuerdo en obedecer a Dios; y a cambio, Dios estaba de acuerdo en tratar a Israel como “un especial tesoro” (Éxodo 19:5-6). Le hizo a Israel promesas específicas, incluyendo la lluvia a su debido tiempo; la victoria en las batallas; libres de enfermedad; un temor de Israel entre otras naciones; y una prosperidad tan grande que Israel le iba a prestar a otras naciones y no tendría que pedirles prestado (Levítico 26:3-13; Deuteronomio 7:12-15; 28:1-14).

Estas promesas eran increíbles. Pero también estaban limitadas a la existencia física. No había oportunidad en el Antiguo Pacto para que la nación de Israel pudiera recibir acceso al don de la vida eterna. De esta forma, los Israelitas sólo podían disfrutar las bendiciones del Antiguo Pacto mientras tuvieran la vida física aquí en la tierra.

¿Por qué no fue ofrecida la vida eterna en el Antiguo Pacto? Porque Jesucristo no había venido todavía a esta tierra como el Salvador de la humanidad, y “no hay otro nombre bajo el cielo, dado a los hombres, en que podamos ser salvos” (Hechos 4:12). El sacrificio de Cristo proveyó a los seres humanos el camino para resolver el hecho de que no habían vivido perfectamente (todos nosotros) y evitar la pena de muerte. El perdón era un requerimiento clave para que los seres humanos “reciban la promesa de la herencia eterna” (Hebreos 9:15) —la vida eterna (Tito 3:7).

Otro componente esencial que hacía falta es el Espíritu Santo. Jesucristo lo llamó el “Consolador” (Juan 16:7), una “promesa” de Dios, que Él derramó en el Día de Pentecostés (Hechos 1:4-5; 2:1-4).

Como hablamos anteriormente, el Espíritu Santo permite que las leyes de Dios sean escritas en nuestros corazones. Pero más allá de esto, el Espíritu Santo hace posible que nosotros seamos “herederos de Dios”, para que “juntamente con él [Cristo] seamos glorificados”(Romanos 8:16-17). El Espíritu Santo sirve como garantía, como hipoteca, de nuestra herencia prometida de la vida eterna en la familia de Dios (Efesios 1:13-14).

El Espíritu Santo fue hecho disponible para unos pocos seleccionados como siervos de Dios que vivieron antes de la inauguración del Nuevo Pacto que hizo Jesucristo (1 Pedro 1:10-11). Sin embargo, la inmensa mayoría de los israelitas no tuvieron acceso a ese Espíritu, y por lo tanto no tuvieron acceso a la vida eterna. Pero Dios, desde el principio pretendía que todos los seres humanos tuvieran esa oportunidad (Tito 1:2) —su propósito es “llevar muchos hijos a la gloria” (Hebreos 2:10) y así expandir su familia.

El acceso a la “salvación” con el Nuevo Pacto hace de este “un mejor pacto” que el pacto del monte Sinaí, porque el Nuevo Pacto fue “establecido sobre mejores promesas” (Hebreos 8:6). Finalmente, todos los seres humanos que hayan vivido en la historia de la humanidad tendrán la oportunidad de vida eterna como parte del Nuevo Pacto. Aquellos que se conviertan en parte de la familia de Dios van a morar con Él para siempre, y no habrá más muerte (Apocalipsis 21:1-4).

El Nuevo Pacto amplifica los términos del Antiguo Pacto

Este artículo no ha cubierto todas las diferencias que existen entre el Antiguo y el Nuevo Pacto. Sin embargo, los cambios que hemos examinado ilustran una tendencia consistente: contrario a lo que piensan muchos, ¡el Nuevo Pacto no anula todos los términos del Antiguo Pacto!

Ambos pactos incluyen sacrificios por el pecado, un sacerdocio que sirve en el tabernáculo, obediencia a las leyes de Dios, bendiciones prometidas por Dios. Sin embargo, en cada caso, los cambios en el Nuevo Pacto amplifican los términos del Antiguo Pacto.

En el Antiguo Pacto, Dios les ofreció a los israelitas dos opciones y les dijo que “escogieran la vida” (Deuteronomio 30:19-20). Dios ofrece lo mismo en la actualidad, para aquellos que él llama al Nuevo Pacto. Lo que hace “nuevo” al Nuevo Pacto es que es un acuerdo muchísimo mejor que el ofrecido en el monte Sinaí.

Finalmente toda la humanidad tendrá la oportunidad de ser parte del Nuevo Pacto. Pero Dios lo está llamando a usted para que sea parte de ese Pacto ahora, al ayudarle a entender su “verdad”, usted tiene que tomar una decisión. ¿Escogerá la vida —la vida eterna? La decisión está en sus manos.

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