¿Cómo es Dios?
¿Nos da la Biblia algún detalle acerca de la apariencia de Dios? Si. Entonces, ¿cómo es Dios según lo que leemos en la Biblia? ¿Por qué están registradas esas descripciones para nosotros?

¿Existe alguna descripción de Dios en la Biblia?
La Biblia describe algunos de los rasgos de Dios, pero no nos da una descripción de pies a cabeza de su apariencia, porque Dios no desea que los seres humanos traten de crear imágenes artísticas de Él. La mayoría de las descripciones de Dios se basan en su carácter. En lugar de enfocarnos en su apariencia física, la cual sólo puede ser vista por alguien que sea espíritu así como Dios es espíritu, debemos concentrarnos en aprender e imitar las características del carácter de Dios en nuestras vidas.
¿Cómo es Dios?
Es cierto que nadie ha visto a Dios (Juan 1:18), pero Él no ha dejado su apariencia en un completo misterio su apariencia. Cuando reunimos diferentes versículos escritos a lo largo de la Biblia, podemos darnos una idea acerca de cómo describe Dios su apariencia.
La respuesta bíblica a la pregunta, ¿cómo es Dios? Debe llenarnos de asombro y llevarnos a obedecerle de la manera —y verdaderamente sólo hay una manera— que Él nos dice.
Pero primero, debemos aclarar algo
Cuando Juan escribió que nadie ha visto a Dios, sin duda se estaba refiriendo a Dios el Padre. Sabemos por medio de las escrituras que existen dos seres identificados como Dios —el Padre y el Verbo (Juan 1:1). El Verbo es aquel que se convirtió en Jesucristo. Los dos son Dios. (Si usted desea aprender más acerca de este tema, lo invitamos a leer nuestro artículo “Juan 1:1: ¿cómo se explica que el Verbo está con Dios y también es Dios?”).
Así es cómo se explica la afirmación de Juan con los diversos encuentros entre Dios y el hombre que encontramos en el Antiguo Testamento. Abraham, Jacob, Moisés, Aaron, 70 de los ancianos de Israel y otras personas vieron a Dios (Génesis 17:1; 18:1; Éxodo 3:4-6; 24:9-11).
¿De qué otra manera podríamos interpretar esas interacciones personales con Dios? ¿Simplemente “vieron” a Dios, pero en realidad no lo vieron?
La respuesta es que estas interacciones con el “el Eterno” que encontramos a lo largo del Antiguo Testamento fueron, en realidad, interacciones con el Verbo. Él fue el que eventualmente vino a la Tierra como Jesús de Nazaret en carne y hueso (Juan 1:14).
(Si usted desea conocer más pruebas de que Aquel que vino como Jesucristo era el Dios del Antiguo Testamento, lo invitamos a leer nuestro artículo (“¿Jesús en el Antiguo Testamento?”.)
La mayoría de estos individuos vieron al Verbo aparecerse como un ser humano físico (por ejemplo, ver Génesis 18:1-2). Otros pasajes, que describen el esplendor y la magnificencia de Dios, hablan acerca de Jesucristo glorificado, antes o después de haber venido a la Tierra.
Estas descripciones nos ayudan a entender cómo son estos seres Dios.
¿Nos da la creación del hombre alguna pista acerca de la apariencia de Dios?
Ninguna creatura sobre la faz de la Tierra fue hecho a imagen y semejanza de Dios como lo fueron los seres humanos. Dios reservó ese honor exclusivamente para el hombre y la mujer, el pináculo de su creación.
Analicemos las palabras que se emplean en Génesis 1:26-27: “Entonces dijo Dios: Hagamos al hombre a nuestra imagen, conforme a nuestra semejanza… Y creó Dios al hombre a su imagen, a imagen de Dios lo creó” (énfasis añadido).
En otras palabras, los seres humanos fueron creados a imagen y semejanza de Dios. Él sirvió de modelo. Fuimos hechos conforme a su imagen.
Cuando reunimos estas escrituras con otras, vemos que Dios se describe a si mismo con cara, ojos y nariz (Éxodo 33:11; Proverbios 15:3; Salmos 18:8). Y así cómo nosotros tenemos brazos, manos y dedos, así también los tiene Dios (Isaías 40:10; Salmos 110:1; Éxodo 31:18).
Básicamente, mirarnos a nosotros mismos nos puede dar una idea acerca de la imagen de Dios. Esa es la primera pista que tenemos acerca de cómo es Dios.
Si usted desea aprender más acerca de este tema, lo invitamos a leer nuestro artículo “¿Qué significa haber sido creados a ‘imagen de Dios’?”
¿Cómo describieron los profetas la apariencia de Dios?
El libro de Ezequiel registra una sorprendente y detallada visión del trono de Dios, pero muy poco con respecto a su apariencia actual.
Las escrituras dicen que Ezequiel vio un tipo de plataforma que sostenía el trono de Dios, y en el trono había “una semejanza que parecía de hombre sentado sobre él” (Ezequiel 1:26).
Continúa la descripción: “Y vi apariencia como de bronce refulgente, como apariencia de fuego dentro de ella en derredor, desde el aspecto de sus lomos para arriba; y desde sus lomos para abajo, vi que parecía como fuego, y que tenía resplandor alrededor” (v. 27).
Podemos obtener una imagen más clara de esta escena tan espectacular cuando leemos la Nueva Versión Internacional, que rinde este versículo de la siguiente manera: “De lo que parecía ser su cintura para arriba, vi algo que brillaba como el metal refulgente, rodeado de fuego. De su cintura para abajo, vi algo semejante al fuego y un resplandor a su alrededor”.
Ezequiel describió esta alucinante visión —Dios y su entorno celestial— de la mejor manera posible con el vocabulario disponible de la época. A partir de la descripción que trata de expresar, es obvio por qué Dios prohíbe expresamente que lo reduzcan a una representación meramente física y/o artística (Éxodo 20:4-6). Nadie puede poner la gloria del Dios en una caja. Todopoderoso dentro de un marco o tallarlo en alguna piedra. Eso es blasfemia. (Si usted desea aprender más acerca de este tema, lo invitamos a ver nuestro video “Segundo Mandamiento: poniendo a Dios en una caja”.)
Lo que Dios nos describe son palabras aquí y allá —nada que pueda ser representado en una imagen física.
¿Qué añadió Daniel?
Daniel no sólo obtuvo el privilegio de tener la capacidad de ver cosas del futuro, también pudo ver el tercer cielo (2 Corintios 12:2) —el Reino donde habita Dios.
En el capítulo 7, Daniel describe una visión en la que veía algo similar a un tribunal en el cielo. Escribió: “Estuve mirando hasta que fueron puestos tronos, y se sentó un Anciano de días” (v. 9).
Ahora bien, ¿quién es este Anciano de días?
Ser llamado “Anciano de días” sugiere que ha estado presente en cada uno de los días. Está hablando acerca de un espectador del tiempo de primera mano. Ningún hombre, ninguna mujer, sin importar su edad puede reclamar ese título.
Los seres humanos son temporales, este ser es eterno.
La descripción de Daniel coincide con la que Dios da de sí mismo en Isaías 46:9-10: “Acordaos de las cosas pasadas desde los tiempos antiguos; porque yo soy Dios, y no hay otro Dios, y nada hay semejante a mí, que anuncio lo por venir desde el principio, y desde la antigüedad lo que aún no era hecho”.
Daniel continúa con la descripción: “cuyo vestido era blanco como la nieve, y el pelo de su cabeza como lana limpia; su trono llama de fuego, y las ruedas del mismo, fuego ardiente” (Daniel 7:9).
Un vestido blanco y pelo como lana limpia —estos son otros detalles que Ezequiel no incluyó. Con esto, la descripción de Daniel completa las principales referencias que el Antiguo Testamento hace con respecto a la apariencia de Dios.
No hace falta decir que los detalles acerca de la apariencia de Dios son muy escasos en el Antiguo Testamento y el Nuevo Testamento sólo nos ofrece unos pocos más.
¿Qué dice Juan acerca de cómo es Dios?
Con una larga y ardua noche por delante, Jesucristo oró: “Ahora pues, Padre, glorifícame tú al lado tuyo, con aquella gloria que tuve contigo antes que el mundo fuese” (Juan 17:5).
Su vida física estaba a punto de terminar y estaba anhelando su resurrección. Por medio de la intervención del Padre, Jesús volvería a recibir esa misma gloria de la cual los profetas del Antiguo Testamento escribieron —la gloria de la divinidad plena en el reino espiritual.
Los seres humanos fueron creados a imagen y semejanza de Dios. Él sirvió de modelo. Fuimos hechos conforme a su imagen.
Juan, el apóstol amado, vio esa gloria resucitada en una visión y la registró. Aparentemente, Juan estando por sus 90 años de edad recibió “la revelación de Jesucristo” (Apocalipsis 1:1). Él escribió: “Yo estaba en el Espíritu en el día del Señor, y oí detrás de mí una gran voz como de trompeta, que decía: Yo soy el Alfa y la Omega, el primero y el último. Escribe en un libro lo que ves” (Apocalipsis 1:10-11).
Curiosamente, Cristo le ordenó a Juan que escribiera —que registrara lo que estaba por ver y lo preservara. Dios quería que esas visiones fueran legibles y estuvieran disponibles para su pueblo a lo largo de la historia.
Juan continuó, “Y me volví para ver la voz que hablaba conmigo; y vuelto, vi siete candeleros de oro, y en medio de los siete candeleros, a uno semejante al Hijo del Hombre” (vv. 12-13).
Analicemos cómo Juan describe la forma glorificada de Jesús: “Su cabeza y sus cabellos eran blancos como blanca lana, como nieve; sus ojos como llama de fuego; y sus pies semejantes al bronce bruñido, refulgente como en un horno; y su voz como estruendo de muchas aguas” (vv. 14-15).
Luego, Juan da el toque final a su descripción: “Tenía en su diestra siete estrellas; de su boca salía una espada aguda de dos filos; y su rostro era como el sol cuando resplandece en su fuerza” (v. 16, {énfasis añadido).
En la visión, Juan vio la cara de Jesús radiante, una luz fulgurante. Abrumado por la asombrosa magnificencia de todo, Juan se desvaneció como si hubiera muerto (v. 17).
Podemos ver una descripción similar acerca del regreso de Jesucristo en Apocalipsis 19:12.
De acuerdo con la Biblia, así se ve Dios. Como mencionamos anteriormente, estas descripciones no dan muchos detalles. Pero Dios nos dejó su palabra inspirada con todo lo que necesitamos saber, nada más y nada menos.
¿Puede alguien ver a Dios en su verdadera gloria?
Podemos aprender un último aspecto acerca de la apariencia de Dios, en un diálogo que encontramos en el libro del Éxodo. Sin lugar a dudas, Moisés tenía una relación muy especial con Dios, al punto que Dios hablaba con él personalmente, “cómo habla cualquiera a su compañero” (Éxodo 33:11).
El destino de la humanidad siempre ha sido unirse al plano de la existencia de Dios, para un día habitar en la eternidad así como Él.
En una ocasión, Moisés le pidió a Dios: “Te ruego que me muestres tu gloria” (v. 18).
La respuesta de Dios fue: “No podrás ver mi rostro; porque no me verá hombre, y vivirá” (v. 20).
Al ser el Creador de los seres humanos, Dios, estaba consciente que su verdadera gloria está por encima de lo que un ser mortal puede soportar.
Dios le negó esa petición a Moisés. Pero, sin embargo, le permitió ver su espalda, que evidentemente tenía más esplendor y majestuosidad que lo que un ser humano podía comprender (v. 23).
En general, estas interacciones nos muestran que las descripciones que la Biblia tiene de Dios, que son asombrosas, son sólo una pequeña parte de la verdadera gloria de Dios.
Pero, ¿nos vemos como Dios?
Genesis explica que el hombre fue creado conforme a la imagen de Dios, pero el resto de la Biblia explica cómo el hombre eventualmente se convertirá en Dios.
El destino de la humanidad siempre ha sido unirse al plano de la existencia de Dios, para un día habitar en la eternidad así como Él, aunque siempre en la categoría de sus siervos.
El mismo apóstol que vio en una visión a Jesucristo glorificado nos recuerda: “Amados, ahora somos hijos de Dios, y aún no se ha manifestado lo que hemos de ser; pero sabemos que cuando él se manifieste, seremos semejantes a él, porque le veremos tal como él es” (1 Juan 3:2).
Los hijos de Dios primero deben crecer para imitar el carácter justo de Dios. Al luchar para obedecerlo completa e incondicionalmente, estando conscientes de que servimos a un Creador glorioso y maravilloso, Él nos permitirá ser como Él y “le veremos tal como Él es”.
Fecha de publicación: Mayo 15, 2025