El significado de Juan 6:44: ¿es el Padre quien debe llevarnos a Cristo?
Juan 6:44 es una escritura fundamental cuando se habla de las enseñanzas de Cristo, pero muy pocos la comprenden. ¿Es cierto que el cristianismo se da sólo por medio de una invitación?
¿Qué dice Juan 6:44?
“Ninguno puede venir a mí, si el Padre que me envió no le trajere; y yo le resucitaré en el día postrero”.
Si hay alguien que tuviera el don de la elocuencia —y pudiera conmover, persuadir y hacer que el evangelio fuera lógico y convincente— era Jesucristo.
¿Cuántos discípulos tenía Él al final de su ministerio? Hay que tener en cuenta que se trataba de Dios en la carne, no de un teólogo aficionado. Una fuente dice que en Galilea, donde evangelizó, vivían unos tres millones de personas.
Puede que les sorprenda saber que sus seguidores eran sólo unos cientos de personas (1 Corintios 15:6; Hechos 1:15).
No obstante, Jesús no se sorprendió. Entendía por qué algunos de su audiencia se convirtieron en fieles seguidores y otros no.
De hecho, Él nos dice la razón: “Ninguno puede venir a mí, si el Padre que me envió no le trajere; y yo le resucitaré en el día postrero” (Juan 6:44).
El significado de Juan 6:44 aclara lo que implica venir a Cristo, cómo lo hace posible el Padre y la recompensa final del camino cristiano.
“Venid en pos de Mí”
Literalmente, muchas personas vinieron a Cristo cuando Él estuvo aquí en la Tierra.
Pedro, Andrés, Santiago y Juan dejaron sus redes de pescar y le siguieron (Mateo 4:20). Zaqueo bajó de su árbol y le siguió (Lucas 19:6). También le seguían multitudes que se contaban por millares, obligándole, en ocasiones, a alejarse para poder quedarse a solas (Mateo 14:13).
Pero la mayoría de los que lo acompañaban, nunca estuvieron realmente con Él (Juan 2:24).
Dios Padre primero invita a un individuo antes de que éste pueda responder.
Dios Padre debe invitar primero a una persona antes de que ésta pueda responder. Muchas personas simplemente fueron atraídas por la emoción del viaje. Querían tener un asiento en primera fila para ver varios milagros, para ser impresionados por un orador hábil —o incluso sólo para disfrutar de una comida gratis. Por supuesto, nada hizo más evidente su compromiso superficial que cuando las multitudes que una vez le siguieron se unieron para exigir: “¡Crucifícale!” (Lucas 23:21).
Esto dice mucho de la naturaleza voluble y egocéntrica de las personas, que que tan pocos permanecieron dedicados después de su muerte. La mayoría simplemente nunca avanzaron hacia lo que Jesús tenía en mente cuando dijo: “Sígueme” (Mateo 8:22).
Su llamamiento era a un arrepentimiento genuino, a la fe y a un sometimiento completo a su autoridad.
Acercarse a Cristo es más que unirse a una multitud, como se interpretaba en el pasado, o simplemente caminar por el pasillo de una iglesia para hacer una confesión cargada de emociones, como a menudo se interpreta hoy en día.
Jesús quería —y sigue queriendo— la sumisión incondicional a sus enseñanzas y al camino de vida que representan (Lucas 6:46).
Pero la Biblia es clara acerca de por qué ese mensaje tiene tan poca respuesta.
Dios Padre primero invita a un individuo antes de que éste pueda responder.
“Si el Padre que me envió no le trajere”
Gran parte del cristianismo tradicional ignora este importante calificativo. Pero Jesús lo dejó más que claro: es el Padre, y nadie más, quien lleva a la persona a Jesucristo. La decisión es suya. Dios es responsable de decidir a quién trae (o llama) y cuándo.
La importancia de esta verdad es tal que Jesús incluso la repitió en el versículo 65: “Por eso os he dicho que ninguno puede venir a mí, si no le fuere dado del Padre”.
Los versículos 44 y 65 insisten en el mismo punto, pero desde perspectivas ligeramente diferentes. Cuando juntamos las escrituras, empieza a surgir una imagen. El Padre da el visto bueno acerca de quién puede convertirse en cristiano e inicia personalmente el proceso. En otras palabras, toda conversión legítima está en manos de Dios Padre.
Dos términos del Nuevo Testamento que describen a los cristianos enfatizan este punto.
Uno es iglesia, que viene de la palabra griega ekklesia y significa los llamados. Si los cristianos son llamados, se deduce lógicamente que alguien debe hacer el llamado.
La segunda palabra es elegidos. Describe a un grupo que ha sido elegido o seleccionado para un fin determinado. De nuevo, la simple existencia de un grupo elegido implica la exclusión de otros, por ahora.
Ambos conceptos se entrelazan en un pasaje que habla acerca de los cristianos: “los que están con él son llamados y elegidos y fieles” (Apocalipsis 17:14).
El peso de la evidencia bíblica confirma la idea de que acudir a Cristo es una acción espiritual, llevada a cabo por el Padre.
Pero, ¿cómo llama Dios a las personas?
La respuesta corta es, exponiéndolas al mensaje del evangelio y trabajando en su mente para que puedan dimensionarlo de alguna manera. La forma en que cada persona entra en contacto con el evangelio varía. Algunos pueden hojear finalmente una Biblia que han tenido durante años; otros lo escuchan de un amigo, pariente o ministro; y otros lo aprenden de un sitio web u otro tipo de medio.
No importa cómo se presente la oportunidad, cada individuo debe escuchar primero la Palabra de Dios, ya sea hablada o leída. Éste es el punto que Pablo señala en Romanos 10:17: “Así que la fe es por el oír, y el oír, por la palabra de Dios”.
Entonces Dios lleva a la persona a tener noción de sus pecados y a reconocer la necesidad de arrepentirse (Romanos 2:4).
“Y yo le resucitaré en el día postrero”
La primera parte de este versículo nos dice lo que hace el Padre; la segunda explica lo que hará Cristo. Jesús prometió levantar, o resucitar, a todos los que Dios llame —a todos los cristianos verdaderamente convertidos.
Una afirmación anterior lo deja claro: “Y esta es la voluntad del que me ha enviado: Que todo aquel que ve al Hijo, y cree en él, tenga vida eterna; y yo le resucitaré en el día postrero” (Juan 6:40, énfasis añadido).
Dios lleva a los pecadores hacia su Hijo —para que se arrepientan, crean en su nombre y emprendan un camino de vida definido por su ley. Pero igualmente importante es el hecho de que Dios llama a las personas para que un día puedan convertirse en seres inmortales (Romanos 6:23). El poder que tiene Jesús para cumplir eso, es lo que nos interesa aquí.
Jesús insistió continuamente en el costo de seguirlo. Lo llamó un camino estrecho y angosto (Mateo 7:14). Enseñó que requería una obediencia total (Mateo 19:17).
Nos advirtió que tendríamos que sacrificar relaciones cercanas (Mateo 19:29). Predijo que seríamos perseguidos (Mateo 24:9). Exigió que estuviéramos dispuestos, si fuera necesario, a renunciar a nuestras propias vidas por su causa (Lucas 14:26).
Pero el precioso don de la vida eterna también era fundamental en su mensaje. Varias escrituras muestran que Él nunca lo subestimó:
- Juan 3:16: “Porque de tal manera amó Dios al mundo, que ha dado a su Hijo unigénito, para que todo aquel que en él cree, no se pierda, mas tenga vida eterna”.
- Mateo 25:46: “E irán estos al castigo eterno, y los justos a la vida eterna”.
- Juan 5:24: “De cierto, de cierto os digo: El que oye mi palabra, y cree al que me envió, tiene vida eterna”
- Juan 3:36: “El que cree en el Hijo tiene vida eterna”.
- Mateo 19:29: “Y cualquiera que haya dejado casas, o hermanos, o hermanas, o padre, o madre, o mujer, o hijos, o tierras, por mi nombre, recibirá cien veces más, y heredará la vida eterna”.
¿Hablaba Jesús en sentido literal o figurado? Por desgracia, los herejes, decididos a acosar a la Iglesia primitiva, difundieron esta última enseñanza e intentaron desvirtuar la verdad de la resurrección (2 Timoteo 2:18). Pero los apóstoles —los pilares cristianos— estaban convencidos de que Jesús hablaba literalmente. Lucharon por mantener viva la esperanza de la resurrección en los primeros conversos.
Fíjese en la certeza del apóstol Pablo: “No todos dormiremos; pero todos seremos transformados, en un momento, en un abrir y cerrar de ojos, a la final trompeta; porque se tocará la trompeta, y los muertos serán resucitados incorruptibles, y nosotros seremos transformados. Porque es necesario que esto corruptible se vista de incorrupción, y esto mortal se vista de inmortalidad” (1 Corintios 15:51-53).
Sabía que a él y a los demás discípulos fieles les esperaba la vida eterna.
Si usted desea aprender más acerca de esta verdad fundamental, lo invitamos a leer “El don de la vida eterna”.
Responda al llamado
Dado que muy pocas personas en el mundo cristiano creen que Dios debe llamar, muchos se han adjudicado, de manera presuntuosa, la labor de tratar de convertir a tantos como puedan. Así, las reuniones sociales pueden transformarse a veces en escenarios de acalorados debates, donde se hieren sentimientos y se resienten las relaciones.
Muchos de los que practican esto no han sido llamados por Dios (Mateo 7:21-23).
Nadie puede persuadir, valiéndose de la lógica, a otra persona para que se convierta en un cristiano, porque la decisión de llamar le pertenece al Padre. Él ha decidido llamar a pocos por ahora relativamente, pero promete llamar a todo el mundo a Cristo en otro momento (Jeremías 31:34).
Pero, ¿y usted? ¿Comienza a tener sentido lo que está aprendiendo de la Biblia?
Si cree en estas verdades y ve la necesidad de profundizar y aprender más, entonces Dios probablemente lo esté llamando. Lo está llamando a comprender cosas que ahora están ocultas para la gran mayoría de la humanidad, y lo está llamando a una relación personal con Él y con su Hijo.
Si quiere responder a ese llamado, lo invitamos a leer a nuestro folleto ¡Cambie su vida!
Fecha de publicación: Noviembre 15, 2024