¿Podemos conocer el futuro?
¿Existe alguna manera de predecir realmente el futuro? Es más, ¿podemos determinar un curso de acción con el fin de hacer que ese futuro se materialice? La respuesta más acertada la tiene el Dios de la Biblia.
Corría el año 1989 y en las radios se escuchaban éxitos musicales como Another Day in Paradise de Phill Collins o Right Here Waiting de Richard Marx. Era una época de cambios en lo cultural que se reflejaban en la música. Pero no sólo había cambios en lo artístico, sino también en los círculos intelectuales. El politólogo Francis Fukuyama publicaba un artículo titulado "El fin de la historia", que más tarde se convertiría en el libro "El fin de la historia y el último hombre". En el libro Fukuyama plasmó las ideas de lo que él consideraba "El fin de la historia como tal. Esto es, el punto final de la evolución ideológica de la humanidad y el establecimiento de la democracia liberal occidental como la forma final del gobierno humano".
Más de 30 años han pasado desde entonces y las ideas de Fukuyama parecen unirse a la oleada de pensadores que han pretendido con mayor o menor éxito vaticinar el futuro de la humanidad.
En un alarde de omnipotencia enfermiza y recurrente, el ser humano una y otra vez intenta prever escenarios, establecer premisas y elaborar cursos de acción con la misma ilusión que Fukuyama contagiaba: la posibilidad de que todos los seres humanos converjan en un solo camino y se unan como un solo hombre.
¿Se puede predecir el futuro?
¿Existe alguna manera de predecir realmente el futuro? Es más, ¿podemos determinar un curso de acción con el fin de hacer que ese futuro se materialice? La respuesta más acertada la tiene el Dios de la Biblia:
El Creador dice a los seres humanos de manera irónica: “Traigan, anúnciennos lo que ha de venir; dígannos lo que ha pasado desde el principio, y pondremos nuestro corazón en ello; sepamos también su postrimería, y hacednos entender lo que ha de venir. Dadnos nuevas de lo que ha de ser después, para que sepamos que vosotros sois dioses; o a lo menos haced bien, o mal, para que tengamos qué contar, y juntamente nos maravillemos. He aquí que vosotros sois nada, y vuestras obras vanidad; abominación es el que os escogió” (Isa 41:22-24).
Hoy en día, ante la pandemia que nos afecta, el mundo científico anuncia estar trabajando en la elaboración de copias sintéticas de cualquier virus, incluido obviamente el ya famoso coronavirus, con la idea de combinarlos, cambiarlos, descubrir funciones ocultas o establecer los mecanismos de contagio y acceso a las células humanas.
Las posibilidades de estas nuevas fronteras del conocimiento científico resultan fascinantes para la ciencia: la posibilidad de prever cómo se comportará un virus, como mutará y cómo actuarán estas nuevas mutaciones nos permitiría controlarlos en tiempo récord, a través de la fabricación de medicamentos que los puedan neutralizar velozmente. De hecho, proveedores de ADN han reportado pedidos de laboratorios, de "partes del genoma del coronavirus" para trabajar en una vacuna efectiva.
Se ha publicado que una agencia gubernamental de los Estados Unidos pidió producir el 90 por ciento de los genes del coronavirus, y que científicos trabajan en la producción de a lo menos 14 variantes posibles de coronavirus para prever posibles escenarios, pero se han encendido las alarmas acerca de quiénes y con qué fines podrían solicitar copias de ADN de virus. El año 2005 ya habían "resucitado" al virus de la Gripe Española, y actualmente nombres como "viruela" o "poliomielitis" que se supone deberíamos tener sólo en los anales de la historia, aparecen como una sombra que despierta nuestros miedos.
Dios dice también: “Cuando abrió el cuarto sello, oí la voz del cuarto ser viviente, que decía: Ven y mira. Miré, y he aquí un caballo amarillo, y el que lo montaba tenía por nombre Muerte, y el Hades le seguía; y le fue dada potestad sobre la cuarta parte de la tierra, para matar con espada, con hambre, con mortandad, y con las fieras de la tierra” (Apocalipsis 6:7-8).
Esta es una de las escrituras más citadas en las iglesias hoy en día, pero la pregunta no es "cuándo" comenzará o comenzó la cabalgata de éste cuarto jinete, o cómo se manifestará su andar, o cuáles serán los sucesos que indicarán que está cabalgando. Más bien Dios nos pide que nuestras inquietudes descansen en su brazo poderoso. Jesucristo dijo: "Mas os he dicho estas cosas, para que cuando llegue la hora, os acordéis de que ya os lo había dicho" (Juan 16:4).
Lo que realmente importa
¿Estamos haciendo nuestra parte para estar cerca de Dios? ¿Estamos realmente tranquilos? ¿Estamos firmes en la verdad? Son algunas de las preguntas que deberían ocupar el tiempo de los hijos de Dios.
El deseo de nuestro Creador no es que profundicemos en abismos científicos o intelectuales, ni que compitamos en una carrera insensata por adjudicarse tal o cual descubrimiento o invento científico, porque Él es quien ha definido qué cosas puede saber el hombre y qué cosas no, así que uno de los puntos que son realmente importantes es recordar que Dios nos llamó y nos hizo su pueblo y junto con ello nos promete hacerse cargo de nuestras batallas: “El Eterno peleará por vosotros, y vosotros estaréis tranquilos” (Éxodo 14:14).
¿Estamos haciendo nuestra parte para estar cerca de Dios? ¿Estamos realmente tranquilos? ¿Estamos firmes en la verdad? Son algunas de las preguntas que deberían ocupar el tiempo de los hijos de Dios.
En los extraños tiempos que nos ha tocado vivir, con días inciertos y noches oscuras, más que nunca debemos recordar lo que nos dice nuestro Padre en Romanos 13:12: "La noche está avanzada, y se acerca el día. Desechemos, pues, las obras de las tinieblas, y vistámonos las armas de la luz".
Avanzando en la dirección correcta
Francis Fukuyama no previó los acontecimientos que vivimos hoy. Sus teorías fueron redefinidas para poder ayudar a entender solamente una parte del mundo del siglo XX. Pero fue muy distinto el escenario que se vivía en 1989 tras la Guerra Fría y los acontecimientos de la Plaza Tiannanmen, a lo que es ahora. Las conclusiones de este pensador no logran llenar el vacío de sentido del mundo actual. La ciencia, una vez más, se sumerge en una carrera a través de campos inexplorados, mostrándonos que el sonido y el polvo de la cabalgata del caballo amarillo pueden tener alcances inesperados aun para los más visionarios. Y en medio de toda esta vorágine, la Iglesia verdadera avanza silenciosa hacia el porvenir, a paso seguro.
¿Avanzamos en la dirección correcta? La respuesta es un categórico sí. Pero avanzamos no por nuestra visión, sapiencia o habilidad. Avanzamos porque hay un Dios en los cielos que revela el futuro y los misterios ─como diría Daniel─ y que toma a su pueblo de la mano con firmeza y le repite las palabras inspiradas siglos atrás al profeta Isaías:
“Pero tú, Israel, siervo mío eres; tú, Jacob, a quien yo escogí, descendencia de Abraham mi amigo. Porque te tomé de los confines de la tierra, y de tierras lejanas te llamé, y te dije: Mi siervo eres tú; te escogí, y no te deseché. No temas, porque yo estoy contigo; no desmayes, porque yo soy tu Dios que te esfuerzo; siempre te ayudaré, siempre te sustentaré con la diestra de mi justicia. He aquí que todos los que se enojan contra ti serán avergonzados y confundidos; serán como nada y perecerán los que contienden contigo. Buscarás a los que tienen contienda contigo, y no los hallarás; serán como nada, y como cosa que no es, aquellos que te hacen la guerra. Porque yo el Eterno soy tu Dios, quien te sostiene de tu mano derecha, y te dice: No temas, yo te ayudo. No temas, gusano de Jacob, oh vosotros los pocos de Israel; yo soy tu socorro, dice el Eterno; el Santo de Israel es tu Redentor” (Isaías 41:8-14).
Fecha de publicación: Abril 30, 2020