¿Qué nos dice la Biblia acerca de juzgar a otras personas?
La Biblia describe dos formas de juicio, una buena y otra mala. ¿Cómo puede un cristiano juzgar con justo juicio y evitar caer en la actitud de criticar?
Existe un concepto del cristianismo que parece ser bastante complicado de entender: juzgar.
La Biblia enseña dos aspectos con respecto al tema del juicio: juzgar a otros con justo juicio (valiéndose del discernimiento) y evitar el juicio autojusto (condenación).
Hoy en día pareciera que sólo el último aspecto es el único que se usa, lo cual resulta en expresiones tales como:
- “¿Quién eres tú para juzgarme a mí?”
- “No creo que haya nada de malo en eso. ¿Quién soy yo para juzgar?”
Para poder comprender ambos conceptos de una manera correcta y en armonía, debemos entender lo que nos dicen las Escrituras acerca de estos dos enunciados.
Juzgar con justo juicio
- “No juzguéis según las apariencias, sino juzgad con justo juicio” (Jun 7:24).
- “¿O no sabéis que los santos han de juzgar al mundo? Y si el mundo ha de ser juzgado por vosotros, ¿sois indignos de juzgar cosas muy pequeñas? ¿O no sabéis que hemos de juzgar a los ángeles? ¿Cuánto más las cosas de esta vida?” (1 Corintios 6:2-3).
Por lo tanto, juzgar es algo que se espera que un cristiano haga.
“No juzguéis”
- “¿Y piensas esto, oh hombre, tú que juzgas a los que tal hacen, y haces lo mismo, que tú escaparás del juicio de Dios?” (Romanos 2:3).
- “No juzguéis, para que no seáis juzgados. Porque con el juicio con que juzgáis, seréis juzgados, y con la medida con que medís, os será medido. ¿Y por qué miras la paja que está en el ojo de tu hermano, y no echas de ver la viga que está en tu propio ojo? (Mateo 7:1-3).
¡Así que los cristianos no debemos juzgar!
Conciliar las dos formas de juicio
En realidad, las cuatro escrituras anteriores no se contradicen entre sí. Representan una interpretación completa acerca del tema de juzgar. Nos enseñan cómo juzgar de una manera correcta y cómo no debemos juzgar.
Debemos juzgar las ideas y acciones, pero primero debemos juzgar y analizar nuestras propias vidas.
En términos sencillos, juzgar correctamente es determinar lo justo o injusto de una idea o comportamiento basándose en los principios bíblicos. Juzgar de manera incorrecta implica señalar a otras personas por hacer cosas de las cuales nosotros somos también culpables, o justificarnos por nuestros pecados mientras condenamos a otros por los suyos.
El punto es —debemos juzgar las ideas y acciones, pero primero debemos juzgar y analizar nuestras propias vidas. Juzgar a otras personas basándonos en principios que nosotros no ponemos en práctica es un juicio injusto.
A continuación, veremos unas preguntas que debemos tener en cuenta para determinar qué tipo de juicio llevamos a cabo:
- ¿Discernimos lo que está bien y lo que está mal y fomentamos lo correcto?
- ¿Tenemos el conocimiento bíblico y la entereza para no ignorar el pecado, sino para evitarlo?
- ¿Nos aseguramos de evitar juzgar de una manera cuyo único propósito es hacernos sentir personalmente superiores a otra persona?
- ¿Nos hemos vuelto tan orgullosos e indiferentes (no amamos a nuestro prójimo como a nosotros mismos) que hemos perdido nuestra capacidad de ser misericordiosos y perdonar?
Para averiguarlo, veamos el siguiente escenario.
Un escenario hipotético acerca de juzgar
Juzgar a otras personas basándonos en principios que nosotros no ponemos en práctica es un juicio injusto.
Un compañero de trabajo que con frecuencia se involucra en fiestas desenfrenadas y comportamiento promiscuo ha llegado tarde al trabajo, una vez más. Tiene resaca y usted lleva una hora asumiendo sus responsabilidades, por lo que es la tercera vez en el mismo mes que tiene que hacer trabajo extra por sus correrías nocturnas. Se acerca a usted para reincorporarse a sus tareas. Le dice: “¡Gracias, otra vez estoy en deuda contigo!”.
Aquí tenemos tres maneras de manejar esta situación:
Opción A: Usted le dice: “Ya estuvo bueno. Usted se pasa todo el tiempo emborrachándose y acostándose con la mitad de las mujeres de la ciudad, ¿y luego espera que yo haga su trabajo por usted? Me da asco. Es repugnante lo que usted hace. No voy a cubrirlo más. Usted y yo hemos no tenemos nada de que hablar. Si de mí dependiera, lo despediría ahora mismo”.
Opción B: Usted dice: “Tenemos que hablar. Ya no me siento cómodo cubriéndolo. No se trata sólo de que llegue tarde al trabajo, sino también de lo que está pasando fuera del trabajo. Estoy preocupado por usted. No quiero que lo despidan o que se meta en problemas personales. Lo cubriré cuando sea una emergencia real, pero por favor, no vuelva a pedirme que haga algo en contra de mis principios. ¿Entiende lo que quiero decir?”.
Opción C: Usted dice: “¡No hay problema! Me alegra poder ayudar. Parece que la pasó muy bien anoche. ¡Nos gustaría que nos contara los detalles! Siempre que necesite que lo cubra, estoy a su disposición. Usted es mi amigo y siempre estaré ahí para ayudarlo, haga lo que haga”.
¿Qué opción lo describe mejor a usted?
Analicemos más detenidamente lo que se está diciendo en realidad. Aunque rara vez responderemos a algo de manera perfecta, analicemos los tres planteamientos y veamos qué podemos aprender.
Opción A: Esta opción caracteriza la condena farisaica. No basta con hacer saber a la persona que la desaprobamos; también tenemos que insultarla y enaltecernos a nosotros mismos en el proceso. Cortamos lazos sin compasión, “renunciando”, de hecho, a cualquier oportunidad que pudiéramos tener de ayudar o influir positivamente en el individuo. Al mismo tiempo, nos felicitamos a nosotros mismos.
Opción B: Esta opción caracteriza el discernimiento justo. Le hacemos saber honestamente a la persona que no nos sentimos cómodos cubriendo un comportamiento incorrecto; pero se hace de una manera amorosa y compasiva, permitiéndole explicar su opinión acerca de la situación. Es un diálogo abierto en el que nos esforzamos por ayudarle, pero dejamos muy claro que creemos que su comportamiento es incorrecto.
Juzgar requiere un profundo conocimiento del bien y del mal, y el valor de amar de verdad y preocuparse por el bienestar de los demás.
Opción C: Esta opción caracteriza lo que muchos llaman erróneamente “amor”, pero que en realidad se describe mejor como tolerancia irresponsable y quizá permisiva. Para evitar ofenderlo o sentirnos incómodos, ignoramos su comportamiento y el daño y la destrucción que puede estar causándose a sí mismo. Permitimos un comportamiento que sabemos que está mal y que tiene consecuencias devastadoras, y miramos hacia otro lado.
No importa cómo responda la otra persona, los cristianos deben juzgar con justicia. Es decir, incluso cuando tratamos de ser el epítome del tacto y la gentileza, corrigiendo a otros en amor fraternal y afecto, ellos simplemente pueden decir, “¡No me juzgues!”. También pueden decir cosas ciertas acerca de nuestras vidas que están en algún lugar del espectro de “podría ser mejor” a “caótico”. Pero, de nuevo, eso no cambia la forma en que debemos discernir el bien y el mal. No importa quién lo diga, la siguiente excusa simplemente no es cierta: “Realmente lo malo que estoy haciendo no es tan malo porque usted también hace cosas malas”.
Dios tiene el poder, y da poder a varias autoridades, para traer consecuencias y a veces incluso venganza por las malas acciones. Los cristianos, por otro lado, se limitan al poder de averiguar lo que está bien y lo que está mal y de tomar decisiones para promover lo que es correcto, es decir, juzgar con rectitud.
El ejemplo de Jesús acerca de cómo juzgar
Nuestro modelo de un juicio justo se encuentra, fundamentalmente, en el ejemplo de Jesucristo en Juan 8. Pueden leer el relato ustedes mismos, pero básicamente, la forma como Cristo trató a la mujer que fue sorprendida en adulterio y llevada ante Él por los líderes religiosos abarca todos los aspectos del juicio.
- Jesús comenzó exponiendo la hipocresía y parcialidad del juicio que estaba dictando la multitud, y no permitió que eso influyera o confundiera su justo juicio sobre la mujer en cuestión. Jesús obligó a todos los que querían apedrearla a examinarse a sí mismos. Tenían que darse cuenta de que, sí, ellos también tenían pecado en sus vidas, y que estaban siendo mucho más condescendientes consigo mismos que con la mujer. Por ejemplo, ¿dónde estaba el hombre sorprendido en adulterio con ella? Él, misteriosamente, no estaba en ninguna parte, a pesar de que había cometido el mismo pecado.
- Después de que la multitud autojusta se fuera alejando uno a uno, Cristo exhortó a la mujer a vencer su pecado y a cambiar su comportamiento. Lo hizo con un espíritu compasivo y bondadoso. (Acababa de salvarle la vida, y también criticó la vileza y el comportamiento autojusto de la multitud antes incluso de centrarse en lo que ella había hecho.) No adoptó la actitud de pretender que la mujer no había pecado o de pensar que estaba bien que siguiera pecando, haciéndose daño a sí misma. Simplemente le dijo: “Vete y no peques más”. El pecado sin arrepentimiento y continuo trae miseria y pérdidas muy profundas en la vida de una persona, así que Cristo le expresó Su amor cuando le dijo, “vete, y no peques más”.
Ése es el tipo de juicio que los cristianos debemos ejercer cada día. Requiere un profundo conocimiento del bien y del mal, y el valor de amar de verdad y preocuparse por el bienestar de los demás. También requiere que no permitamos que nuestro pensamiento se vea empañado por la parcialidad, la presunción o la hipocresía.
Independiente de los resultados que se obtengan, nuestro objetivo debe ser practicar un juicio justo. Nuestro discernimiento debe ser sin arrogancia y expresado con amor.
La cuestión no es juzgar o no juzgar, sino cómo juzgamos.
Fecha de publicación: Mayo 29, 2024