Dios escogió a una joven extraordinaria para ser la madre de Jesús. ¿Qué podemos aprender de esta mujer de fe?
Si sólo le quedaran pocos momentos de vida, ¿con quién le gustaría hablar? ¿Qué le diría? ¿Qué cabos sueltos le gustaría atar? A menudo es en el crisol de las situaciones extremas que se revelan nuestras prioridades.
Durante la intensa agonía de su crucifixión, Jesucristo utilizó algunas de sus últimas palabras para expresar una tierna preocupación por su madre, María. Al ver que estaba cerca, Cristo dirigió la atención de María hacia su discípulo Juan y le dijo: “Mujer, he ahí tu hijo” (Juan 19:26). Luego miró a Juan y le dijo: “He ahí tu madre” (v. 27). Incluso en ese momento de gran sufrimiento, Jesús se preocupó por el bienestar físico de su madre.
¿Quién fue esta excepcional mujer a quien se le encomendó criar, estar al tanto de sus necesidades y cuidar del Hijo de Dios?
Lamentablemente, todo lo que muchos saben acerca de María se resume en una oración muy repetida, pero en la que pocos reflexionan, el “Ave María” católico: “Dios te salve, María, llena eres de gracia; el Señor es contigo. Bendita Tú eres entre todas las mujeres y bendito es el fruto de tu vientre”. Para descubrir más acerca de las incongruencias de orarle a María, lea nuestro artículo “¿Deberíamos orarle a María?”.
Aunque su imagen ha sido sacada totalmente de contexto, la verdadera María de la Biblia fue una mujer ejemplar. ¿Qué podemos aprender de su historia y su vida?
Una introducción llena de desafíos
María era descendiente del rey David. Muchos estudiosos concuerdan en que la genealogía de Lucas 3:23-38 es el linaje de María.
María es presentada en la Biblia como “una virgen desposada con un varón que se llamaba José” (Lucas 1:26-27). Su compromiso con un miembro respetado de la sociedad era vital, ya que la vida de las mujeres en Judea y Galilea durante el primer siglo era precaria. Generalmente se les veía como siervas con muy pocos o ningún derecho, así que casarse era el camino hacia cierto grado de libertad, dignidad y, en muchos casos, la supervivencia.
El compromiso de María con José significaba más que un compromiso moderno. Según William Barclay, un compromiso en ese tiempo “era absolutamente vinculante. Duraba un año, en el cual los prometidos eran conocidos como esposo y esposa, aunque no tenían los derechos de un matrimonio. No podía disolverse sino con un divorcio” (The New Daily Study Bible [La nueva Biblia de estudio diario], vol. 1, p. 22).
Pero la vida de María, que hasta ese punto aparentemente había transcurrido según las expectativas tradicionales, de pronto dio un giro inesperado. Lucas explica que Dios envió al ángel Gabriel para darle noticias increíbles: “María, no temas, porque has hallado gracia delante de Dios. Y ahora, concebirás en tu vientre, y darás a luz un hijo, y llamarás su nombre JESÚS” (Lucas 1:30-31). La respuesta de María —“¿Cómo será esto? pues no conozco varón” (v. 34)— confirma lo milagroso de su concepción.
Sólo podemos imaginar la conmoción que esta noticia causó en la familia y la comunidad de María. Estar embarazada fuera del pacto del matrimonio era un escándalo. María probablemente fue ridiculizada, excluida de la sociedad y despreciada. Debe haber soportado muchos chismes y desaires.
De hecho, el prometido de María, José, pensaba divorciarse de ella en privado (Mateo 1:18-19). Pero Dios intervino sobrenaturalmente para mostrarle a José la realidad de los acontecimientos y así preservar la unidad familiar (vv. 20-25).
Humildad y mansedumbre
La reacción de María frente a la transformadora noticia nos dice mucho acerca de su carácter. María era humilde y mansa. Nunca dijo: “¡Por supuesto que soy la elegida!”. En cambio, glorificó a Dios y reconoció lo pequeña que era en comparación a Él (Lucas 1:46-49).
La fe de María era positiva y llena de energía; fue un escudo protector en medio de los desafíos que enfrentó inesperadamente.
Y luego de que Gabriel le anunciara a María el plan de Dios (Lucas 1:26-38), todo parece indicar que Dios decidió seguir comunicándose con ella a través de José (Mateo 1:20-24; 2:13, 19, 22). Si María hubiera estado motivada por el orgullo, podría haber considerado esto como un desprecio. Una persona orgullosa pensaría: “Pues, si yo soy la elegida, Dios debería hablar conmigo directamente”.
Obviamente, la humildad y la mansedumbre eran características necesarias para la madre del Mesías. Dios trabaja con los “[quebrantados y humildes] de espíritu” (Isaías 57:15) porque son maleables y aceptan con facilidad su voluntad y su plan. Dios es capaz de hacer grandes cosas en y a través de los humildes (Santiago 4:6, 10; 1 Pedro 5:5-6). En María, Dios encontró una sierva humilde y mansa, una joven decidida a obedecerle y aceptar sus propósitos.
Una mujer valiente
El espíritu manso de María no se debía a que ella fuera una persona débil o tímida. María era una mujer de valentía y fuerza.
Dado que conocemos el resto de la historia, tal vez sea difícil imaginar la compleja situación en la que María se encontró tras recibir las sorprendentes noticias de Gabriel.
En primer lugar, María no sabía si José se quedaría con ella, pero aun así le dio la noticia valientemente (Mateo 1:18-19). El milagro en su vientre también significó muchos otros riesgos para ella: el riesgo de la vergüenza, el abandono, el abuso e incluso el riesgo de ser apedreada. La posibilidad tan real que enfrentaba de ser puesta en prisión hubiera tenido consecuencias devastadoras para su vida.
Pero María aparentemente enfrentó estas dificultades con valentía. El valor que exhibió para contarle a José fue sólo el comienzo. Imaginémonos cómo habrá comenzado esa conversación. Luego probablemente tuvo que compartir la noticia con su familia, amigos y la comunidad. ¿Cuántas personas habrán creído su fantástica historia?
Tal valentía proviene de una relación sólida con Dios (Josué 1:7, 9). No aparece de la noche a la mañana; más bien es el reflejo de una vida dedicada a desarrollar una relación personal con el Padre.
La valentía de María también se vio fortalecida por sus relaciones positivas y edificantes con otras personas fieles. Su pariente Elisabet se describe como “[justa] delante de Dios, y [andaba irreprensible] en todos los mandamientos” (Lucas 1:6). María buscó ánimo y apoyo en Elisabet mientas pasaba por momentos difíciles (vv. 38-41, 56).
Protegida por su fe
María también era una mujer de fe. Si leemos detenidamente Lucas 1:26-38, veremos que María no le pidió a Gabriel una prueba cuando recibió su increíble noticia. En cambio, pidió una explicación. Su pregunta fue cómo (no si es que) se llevaría a cabo el plan de Dios. Ésta es una diferencia importante, porque destaca la confianza y convicción de María en Dios y su capacidad para hacer el milagro.
Su reacción contrasta con la de Zacarías al enterarse por medio de Gabriel que él y Elisabet tendrían un hijo (Lucas 1:5-18). A Zacarías le costó creer la noticia (v. 18), y como resultado, quedó mudo durante todo el embarazo de su esposa, “por cuanto no [creyó las] palabras” de Gabriel (vv. 19-20).
María agradó a Dios con su confianza y fe (Hebreos 11:1, 6). La fe de María era positiva y llena de energía; fue un escudo protector en medio de los desafíos que enfrentó inesperadamente.
María tuvo la fe necesaria para creer el anuncio de Gabriel y hacer algo al respecto. Pero la fe y confianza de María no se evidenciaron sólo en esa ocasión. Ella escuchó muchas promesas acerca del futuro de su Hijo:
- Por ejemplo, Gabriel le dijo: “Este será grande, y será llamado Hijo del Altísimo; y el Señor Dios le dará el trono de David su padre; y reinará sobre la casa de Jacob para siempre, y su reino no tendrá fin” (Lucas 1:32-33).
- Simeón profetizó que Jesús era “Luz para revelación a los gentiles, y gloria de tu pueblo Israel” (Lucas 2:32).
- La profetisa Ana habló claramente acerca de la redención que vendría a través de Jesús (vv. 36-38).
A María deben haberle intrigado estas promesas y, como muchos de los seguidores de Jesús, seguramente esperaba que su Hijo restaurara la gloria de la nación en su tiempo, como el Mesías prometido y heredero del trono de David. Sin embargo, a medida que pasaban los meses de su ministerio, probablemente se dio cuenta de que aún no comprendía muchas cosas. ¿Qué impacto tuvo esto en María?
María enviudó y vio cómo su Hijo fue crucificado brutalmente. Al final de la vida física de Jesús, fue testigo silencioso de la muerte de su Hijo, y no hay indicios de que su fe y confianza hayan decaído. Su ejemplo de fe es increíble.
¿Quién fue María, la madre de Jesús?
María no fue el ser divino, sereno y angelical o místico que a menudo se ilustra en el arte medieval. En cambio, era en muchos sentidos como el resto de nosotros: una pecadora que necesitaba un Salvador y anticipaba su llegada. Pero también era una dama especial, muy bendecida por Dios, que atravesó pruebas increíbles y sirvió de una forma excepcional.
Sólo podemos imaginar las historias que María contará cuando sea resucitada a vida eterna al regreso de Cristo —anécdotas de tragedia, humor y gozo. Como María misma dijo: “me dirán bienaventurada todas las generaciones” (Lucas 1:48).
No sabemos cuánto tiempo vivió después de la crucifixión de Jesús. Pero lo que sabemos nos da mucho tema para reflexionar. ¿Cómo habrá sido para María ser parte del Cuerpo de Cristo después de la muerte y resurrección de Jesús? ¿La trataron bien o fue perseguida por los judíos a su alrededor? Nadie lo sabe con certeza. Las leyendas y creencias populares han corrompido su historia, y la verdad acerca del resto de su vida permanece un misterio.
Pero lo que sí sabemos es que María fue una mujer extraordinaria. Los pocos detalles que la Biblia nos da acerca de su vida nos dan un maravilloso ejemplo para los cristianos de todos los tiempos. Todos podemos beneficiarnos de seguir su ejemplo de humildad, valentía y fe.