¿Cómo quiere Dios que ayunemos? ¿Cuáles son los propósitos y beneficios espirituales de ayunar?
No había cortes ni heridas de bala en su cuerpo; tampoco había estado enfermo. Pero pocos días antes había entrado en un estado de coma del que nunca regresaría. Aquel prisionero de 27 años dio su último respiro un 5 de mayo de 1981.
La causa de la muerte de Bobby Sands fue desnutrición. No había comido nada durante 66 días. ¿Por qué?
Sands había pertenecido al Ejército Republicano Irlandés (ERI) —una organización que la mayoría de los ingleses consideraba terrorista, pero que para muchos irlandeses católicos era una defensora de la libertad. Estando en prisión, el militante organizó a un grupo de prisioneros para hacer un ayuno que desafiara a las autoridades de la cárcel británica, buscando que se reconociera a los prisioneros del ERI como prisioneros políticos. Dicha huelga de hambre puso a Sands en medio del escenario internacional y logró que el mundo se enfocara en el conflicto protestante-católico que se desarrollaba en Irlanda del Norte.
Para Bobby Sands, lo que debiera ser una herramienta de crecimiento espiritual se convirtió en un arma religiosa y política.
¿Qué dice Dios acerca del ayuno?
Como revela el libro de Isaías, Dios no escucha los ayunos militarizados. El ayuno es un tema muy importante para Él, y de hecho habla de eso cuando reprendió a Israel por su adoración superficial y llena de rituales y apariencias.
Los israelitas le habían preguntado a Dios: “¿Por qué… ayunamos, y no hiciste caso; humillamos nuestras almas, y no te diste por entendido?”.
Y la respuesta de Él es muy clara: “He aquí que para contiendas y debates ayunáis y para herir con el puño inicuamente; no ayunéis como hoy, para que vuestra voz sea oída en lo alto” (Isaías 58:3-4).
En la Biblia hay muchos ejemplos de personas que ayunaron con intenciones puras, buscando sinceramente acercarse a Dios. Pero como sucede con tantos otros asuntos espirituales, los valores y propósitos puros del verdadero ayuno muchas veces han sido corrompidos. Aun hoy, muchos religiosos ayunan por las razones equivocadas, como:
- Hacer penitencia. Actualmente muchos enseñan que el ayuno debe practicarse como penitencia —una autohumillación con el propósito de demostrar arrepentimiento. En esencia, quienes ayunan con este fin intentan pagar por sus pecados o, tal vez, castigarse a sí mismos antes de que Dios lo haga.
- Impresionar a otros. En su Sermón del Monte, Jesús nos advierte contra la tendencia humana de tratar de impresionar a otros. En cuanto al ayuno explica específicamente que no debemos “ser austeros” ni “demudar nuestros rostros” tratando de que los demás nos alaben por ayunar (Mateo 6:16).
- Presionar a Dios. Muchas personas no admitirían, ni aun ante sí mismos, que la intención de sus ayunos es obligar a Dios a cumplir sus deseos. Pero esa podría ser fácilmente una motivación escondida. Ayunar de esta forma es equivalente a tratar de frotar una lámpara esperando que un genio aparezca.
Obviamente, a Dios no le agrada cuando ayunamos por contienda o por alguna otra razón equivocada.
¿Cómo es un ayuno correcto entonces? El Evangelio de Juan revela una perspectiva fascinante de este tema, mostrándonos cómo Jesús entendía el contraste entre el alimento físico y el espiritual. A continuación veremos algunos de los profundos principios del verdadero ayuno que estos versículos nos enseñan.
Encuentro con la mujer samaritana
Jesús y sus discípulos viajaban desde Judea (en el sur) hacia Galilea (en el norte), y en el camino pasaron por Samaria, una región habitada por diferentes etnias. Los samaritanos eran rechazados por los judíos como impostores religiosos. En lugar de adorar a Dios en el templo de Jerusalén, lo hacían en el templo del Monte Guerizín.
Cuando Jesús y sus discípulos llegaron a Sicar, la ciudad samaritana a los pies del Monte Guerizín, los discípulos entraron al pueblo para comprar comida en tanto que Jesús se quedó descansando en el Pozo de Jacob. Estando ahí, se acercó una mujer samaritana y Él quebrantó la tradición judía hablando con ella.
Después de que Él le dijo a la mujer cosas personales que ningún extraño podría saber de ella, sorprendida, reconoció a Jesús como un profeta. Luego la mujer le habló acerca de los dos templos —el judío y el samaritano— señalando que, según los judíos, Dios sólo podía ser adorado en Jerusalén. La mujer quería conocer la opinión del inusual Rabí acerca de dónde se debía adorar a Dios porque, claramente, ella estaba enfocada en lo físico.
Jesús, sin embargo, le respondió de una manera inesperada: “Mujer, créeme, que la hora viene cuando ni en este monte ni en Jerusalén adoraréis al Padre” (Juan 4:21). Tras repetir esta sorprendente verdad, Jesús añadió otro concepto: “los que le adoran [a Dios], en espíritu y en verdad es necesario que adoren” (v. 24).
En otras palabras, Cristo no pensaba en lo físico, sino en lo espiritual. Por lo tanto le dijo a la mujer no dónde, sino cómo se debía adorar a Dios.
Más tarde, cuando los discípulos regresaron, Jesús ya había terminado su conversación, y le dijeron que comiera algo. Pero Él los desconcertó diciendo: “Yo tengo una comida que comer, que vosotros no sabéis” (v. 32). Los discípulos se preguntaron si alguien le habría llevado comida, porque, al igual que la mujer, estaban enfocados en lo físico.
Lo que Jesús les dijo después, sin embargo, es algo que sin duda parecerá extraño para nuestra forma humana de pensar: “Mi comida es que haga la voluntad del que me envió, y que acabe su obra” (v. 34).
El pan de vida
Jesús utilizó este evento para dar una lección acerca del abismo que existe entre una perspectiva espiritual y una física. Y éste no es el único relato relacionado con el tema registrado por Juan.
Tan sólo un par de capítulos después, Jesús alimentó milagrosamente a una multitud de 5.000 hombres (Juan 6:10), sin contar a las mujeres y a los niños que seguramente estaban ahí. (Recordemos que fue “un muchacho… [con] cinco panes de cebada y dos pececillos” quien proveyó la comida que Jesús multiplicó (v. 9, énfasis añadido).) Pero después de hacer este milagro, Jesús se apartó para estar solo porque la gente quería “apoderarse de él y hacerle rey” (v. 15). Irónicamente, ¡comer esta comida milagrosa sólo animó a la multitud a querer imponer su voluntad sobre el Hijo de Dios!
Al día siguiente, la multitud alcanzó a Cristo en el otro lado del mar de Galilea, aunque Él sabía que su motivación estaba más relacionada con la comida que con lo que habían escuchado (v. 26). Entonces, Él aprovechó la oportunidad para recalcar nuevamente el contraste entre la comida física y la comida espiritual. Les dijo: “Trabajad, no por la comida que perece, sino por la comida que a vida eterna permanece” (v. 27).
En esa misma ocasión, Jesús se identificó a sí mismo como “el verdadero pan del cielo”, “el pan de Dios” y “el pan de vida” (vv. 32-33, 35). Tan sólo momentos después, reiteró su determinación de hacer “la voluntad del que me envió” (v. 38).
Entonces, vemos que en dos ocasiones diferentes Cristo se identificó como “una fuente de agua que [brota] para vida eterna” (Juan 4:14) y el pan de vida. En cada una de ellas, hizo énfasis en su decisión de hacer la voluntad del Padre, lo cual claramente nos indica que hay una fuerte conexión entre el alimento espiritual y la voluntad de Dios.
La decisión es nuestra
Nuestra vida está llena de decisiones. Algunas irrelevantes, otras cruciales. Tan cruciales, de hecho, que Moisés describió las alternativas como “la vida y el bien” o “la muerte y el mal” (Deuteronomio 30:15).
El apóstol Pablo hablaba de lo mismo cuando le dijo a la Iglesia en Roma que “el ocuparse de la carne es muerte, pero el ocuparse del Espíritu es vida y paz” (Romanos 8:6). Y en el siguiente versículo, Pablo explica que por naturaleza los seres humanos tendemos a oponernos a Dios. Sin el Espíritu Santo, nuestras mentes simplemente “no se sujetan a la ley de Dios, ni tampoco pueden” (v. 7).
¿Qué implica esto para nosotros? Como cristianos, debemos esforzarnos constantemente por buscar la voluntad de Dios en lugar de la nuestra. Pero mientras seamos humanos, nuestra tendencia natural será a rebelarnos. ¿Qué cristiano verdadero no ha tenido que luchar contra su propio corazón para hacer la voluntad del Padre? ¿Y qué cristiano verdadero no ha sentido lo que Pablo sintió cuando dijo: “lo que hago, no lo entiendo; pues no hago lo que quiero, sino lo que aborrezco, eso hago” (Romanos 7:15)?
Afortunadamente, Dios nos ofrece su Espíritu Santo, con el cual podemos “[hacer] morir las obras de la carne” (Romanos 8:13), y también nos da la herramienta del ayuno con ese mismo propósito.
Cuando ayunamos, decidimos no comer ni beber por un tiempo. Nuestros cuerpos protestan con retorcijones de hambre, rugidos de estómago, fatiga y dolores de cabeza —todos recordatorios de que si siguiéramos sin agua ni alimento moriríamos. Pero nosotros ayunamos con la esperanza de vivir para siempre, y recordamos las palabras que Cristo pronunció al terminar sus 40 días de ayuno y enfrentar la tentación de Satanás: “No sólo de pan vivirá el hombre, sino de toda palabra de Dios” (Lucas 4:4).
La esencia del verdadero ayuno representa la decisión más importante de nuestra vida. Cuando ayunamos, hacemos a un lado lo físico y escogemos lo espiritual. Hacemos a un lado nuestra voluntad para que la voluntad de Dios se convierta en nuestra comida.
Dios responderá
El mensaje de Dios acerca del ayuno registrado en Isaías no termina con la reprensión de Israel. De hecho, Dios dice que sí desea que su pueblo ayune, pero con “el ayuno que yo escogí, desatar las ligaduras de impiedad, soltar las cargas de opresión, y dejar ir libres a los quebrantados, y que rompáis todo yugo” (Isaías 58:6).
Si ayunamos para buscar la voluntad de Dios en lugar de la nuestra, escogiendo “desatar las ligaduras de impiedad” comenzando por nuestro propio corazón, podemos estar seguros de que, cuando oremos “oirá el Eterno” y, cuando llamemos “dirá él: Heme aquí” (v. 9).
Lea más acerca del ayuno en nuestro artículo de VidaEsperanzayVerdad.org “¿Qué es el ayuno?”.