A medida que la influencia de Estados Unidos decrece y el polvo de los atentados en París se asienta, el fuerte líder de Rusia, Vladimir Putin, se ha convertido en un factor clave para la estabilidad del Medio Oriente. ¿Traerá una revitalizada Rusia la paz a Siria? Está en juego el futuro de Europa y buena parte del mundo libre.
Según el general David Patraeus, ex director del ejército de Estados Unidos, en su reciente participación ante el Congreso, Siria se ha convertido en “un Chernóbil geopolítico”. Siria se ha convertido en un terreno fértil para el entrenamiento de terroristas y en un imán para el conflicto suní y chiita. El resultado, según Patraeus, es que “casi cada nación del Medio Oriente es ahora un campo de batalla o combatiente de una o más guerras”, con lo cual se ha desatado la peor crisis de refugiados desde la Segunda Guerra Mundial.
El Medio Oriente no es tan solo el lugar de nacimiento de las tres principales religiones, sino también la principal fuente de energía del mundo. A este cementerio de ejércitos e imperios regresa el oso ruso después de un tiempo de hibernación.
El presidente ruso Vladimir Putin ha proyectado su poder en esta región con sus movimientos atrevidos pero limitados en Siria. Ha alcanzado considerable apoyo diplomático al intervenir en la guerra siria de casi cinco años para ayudar a su aliado de mucho tiempo, Bashar al-Assad.
El derribo del avión de pasajeros y del avión militar rusos, tan solo intensificará la presencia militar de Rusia.
Confusión en el Medio Oriente postamericano
Desde la salida de Estados Unidos de Irak en 2011, el conflicto se ha multiplicado, empeorado por la grieta en la credibilidad americana y su abdicación en la región.
Los gobernantes del Golfo Árabe, con neurosis de guerra por la amenaza de ISIS, han mostrado disgusto por el deseo norteamericano de lavarse las manos en esta región. El vacío de poder ha convencido a los jugadores clave del Medio Oriente —Egipto, Jordania, Arabia Saudita y aun Israel— de que Rusia tal vez sea el gran poder con el cual deban cultivarse buenas relaciones.
Surge un decisivo agente de poder
Hace menos de dos años, el presidente Putin fue expulsado del G8 por su anexión de Crimea. Pero los líderes europeos se están dando cuenta nerviosamente de que necesitan la cooperación de Putin para poder afrontar los temas de seguridad más imperativos de Europa.
El líder ruso se ha convertido en alguien indispensable en los esfuerzos para afrontar el conflicto que está amenazando la seguridad de Europa —el terrorismo de ISIS, la guerra civil en Siria y la ola de migración que estos conflictos provocan.
El primer ministro italiano, Mateo Renzi afirmó: “Es imposible alcanzar la paz si Rusia no está involucrada” (citado en “Putin toma el papel central en la crisis de la UE”; Wall Street Journal, 2 de octubre de 2015).
Un cuarto de siglo después del colapso de la Unión Soviética, las arenas movedizas se han desplazado; y Putin se ha convertido en el agente de poder indispensable de la región. Al construir una zona de influencia que se extiende desde Afganistán hasta el Mediterráneo Oriental, Moscú está enfocado en convertirse en un socio vital a nivel comercial y diplomático. Después de haber negociado recientemente un acuerdo de venta de armas de muchos miles de millones de dólares a Irán y Egipto, y después de vender reactores nucleares a Jordania y Egipto, Rusia también está en conversaciones para construir 16 reactores nucleares en Arabia Saudita.
También se ha incrementado su alcance diplomático con las visitas al Kremlin del primer ministro israelí, Benjamín Netanyahu y los líderes de seis estados árabes suníes al finalizar el 2015. Después de que las tropas del ejército rojo invadieron Afganistán, y desencadenaron una yihad antisoviética por ocho años, ahora existe una gran expectativa de que la ayuda militar pueda reversar los éxitos de los talibanes. “La nueva política exterior del Kremlin ha hecho que surjan esperanzas entre los políticos afganos de que Rusia va a volver a su país como un aliado amigo, ante la ola de retirada occidental” (Margherita Stancati y Nathan Hodge, “Afganos en busca de Rusia”; Wall Street Journal, 26 de octubre de 2015).
La fascinación histórica de Rusia con el Medio Oriente
A pesar de una serie de fracasos y ausencias, Rusia siempre ha estado interesada en el Medio Oriente. En su búsqueda eterna de un puerto de aguas tibias y de expandir su zona de influencia, la Rusia zarista chocó con Persia a finales del siglo XVIII y a comienzos del siglo XIX, y con los imperios británico y otomano, en la Guerra de Crimea.
Se suponía que la Rusia imperial, bajo el tratado de 1916 con Inglaterra y Francia, había ganado la capital otomana de Constantinopla (ahora Estambul), y el Canal del Bósforo después de la Primera Guerra Mundial. Pero el gobierno ruso colapsó antes de que pudiera conseguirse la victoria, dejando la carcasa del Imperio Otomano —y el control del Medio Oriente— para ser divididos entre Inglaterra y Francia.
A comienzos de los años cincuenta, la Unión Soviética se presentó como campeona del anticolonialismo. Las armas rusas proliferaban en la región. Sin embargo, el fracaso del armamento ruso (provisto a los estados árabes antes de la guerra árabe-israelí de 1973) para derrotar a Israel (y su arsenal provisto en gran parte por Estados Unidos), fue amplificado por una gran demostración tecnológica que Estados Unidos desplegó sobre el anticuado hardware soviético que tenía Saddam Hussein en la campaña de la Tormenta del Desierto de 1991 —el mismo año en que la Unión Soviética se desintegró oficialmente.
Todo esto hizo que Rusia desapareciera de escena —por un tiempo. Pero este tiempo ha terminado.
La guerra santa de Rusia
El deseo del Kremlin de volver a ser un jugador muy importante en el Medio Oriente va más de allá de un interés nacional. La Iglesia Ortodoxa Rusa, un gran aliado de Putin, ha tomado la iniciativa, llamando la incursión militar de Moscú como “parte del papel especial que nuestra nación siempre ha desempeñado en el Medio Oriente” y yendo tan lejos que llama al bombardeo aéreo en Siria en contra de ISIS, “una batalla santa”.
Según el historiador y experto ruso Simón Sebag Montefiore: “los vínculos rusos con la región tienen su origen en su papel autoimpuesto de defensor del cristianismo ortodoxo, que ha afirmado heredar de los césares bizantinos después de la caída de Constantinopla en 1453 —por ende ‘zares’.
“Los zares presentaban a Moscú no sólo como la tercera Roma, sino también como la nueva Jerusalén, y el protector de los cristianos en los Balcanes y el mundo árabe… incluyendo los lugares sagrados de Jerusalén” (“La aventura imperial de Putin en Siria”, New York Times, 9 de octubre de 2015).
La bravucona aventura militar tiene un propósito
Muchos rusos están de acuerdo con el lamento de Putin en 2015 de que la implosión de la Unión Soviética fue “la peor catástrofe geopolítica del siglo veinte”. Putin, según el corresponsal de asuntos extranjeros del The Atlantic, Brian Whitmore, quiere: “Resucitar la gloria de la victoria soviética en la Segunda Guerra Mundial… [y] enterrar la humillación de la derrota soviética en la Guerra Fría” (“¿Obligará ISIS a que Rusia y Occidente se reúnan?”, 19 de noviembre de 2015).
Esto demandará un gran esfuerzo. Tambaleándose y sin efectivo por la caída exagerada de los precios del petróleo, con una gama de sanciones internacionales y un capitalismo de estado cleptocrático, Rusia sufre de una disminución en su expectativa de vida, alcoholismo y un descenso vertiginoso en su demografía. Pero en cuanto a la asertiva intervención de Rusia en Siria, Putin ha sido recompensando con altos niveles de aprobación.
Según el editorial del Wall Street Journal del 2 de octubre de 2015: “El Sr. Putin les está mostrando a los rusos que su nación nuevamente tiene influencia mundial”. También está mostrando que “Rusia es un aliado confiable, en contraste con Estados Unidos, que abandonó a Irak en 2011 y no lucha contra ISIS con convicción. Esta alianza con Irán le permite a él apuntalarse en todo el Medio Oriente y su jugada en Siria podría incluso servirle con Europa en cuanto a las sanciones por lo de Ucrania”.
Con su rápido desplazamiento militar, Putin pareciera ofrecer una alternativa a los líderes europeos divididos: no guerras, no refugiados. La intensidad, duración y la precisión de los disparos podrían permitirle a Putin manipular el asunto de los refugiados tanto como ha controlado los grifos de las tuberías del petróleo y gas natural a una Europa hambrienta de energía.
Anna Borschevskaya, colega del Instituto de Washington de Política del Cercano Oriente, dice: “Viendo la clara evidencia de que el poder de Occidente está menguando, lo que está haciendo Putin en Siria es… probando a Occidente. Es un enfoque clásico del Kremlin. Hizo lo mismo en Ucrania. Él da pasos y quiere ver cuál es la respuesta” (Citado por Michael Petrou, “El nuevo orden mundial de Putin en el medio oriente”; Maclean´s, 8 de octubre de 2015).
Al probar a Occidente, el objetivo de Putin es pintar a los Estados Unidos como un tigre de papel cuya función y prestigio en el Medio Oriente está cada vez más disminuido.
Según el artículo del Wall Street Journal: “Junto con Irán, Putin comparte la meta final de sacar a Estados Unidos de la región. Él quiere dividir Europa, socavar Estados Unidos y destruir la OTAN. Haciendo estragos y creando incertidumbre en las fronteras orientales de la OTAN, el Sr. Putin quiere construir bases navales y aéreas en Siria para restablecer el poder de Rusia en el Mediterráneo” (Jeffrey Gedmin y Gary Schmitt, “Tengan cuidado con la ayuda ‘rusa’ en el Medio Oriente”; 17 de noviembre de 2015).
¿Paz en el Medio Oriente?
El tóxico coctel del conflicto del Medio Oriente subraya la inhabilidad de la humanidad para discernir e implementar el verdadero y duradero “camino de paz” (Romanos 3:17).
La Biblia describe el Medio Oriente como una región que sufrirá las progresivas convulsiones de la violencia en el futuro cercano. Los terribles acontecimientos todavía en el horizonte incluyen una “gran tribulación, cual no la ha habido desde el principio del mundo hasta ahora, ni la habrá” (Mateo 24:21) y ejércitos armados provenientes de Europa, que llegan para responder a una provocación del Medio Oriente (Daniel 11:40-41).
Es importante notar que, después de que este ejército europeo emerja y ponga paz en el Medio Oriente, sus líderes también se enfrentarán a “noticias del oriente y del norte [que] lo atemorizarán” (Daniel 11:44). Esto tal vez indique otro intento oportunista de Rusia por reafirmarse.
A medida que nos esforzamos por obedecer el mandamiento de Cristo de “velad y orad” y sentimos que se acercan más y más los eventos profetizados para el tiempo del fin (Marcos 13:33; Lucas 21:36), podemos sentirnos animados con la paz y la reconciliación que algún día emanarán del Medio Oriente (Miqueas 4:1-3).
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Recuadro: el nuevo Zar en una democracia fingida
Vladimir Putin nació en Leningrado (ahora San Petersburgo) en 1952, el único hijo sobreviviente de padres amorosos que soportaron el devastador asedio nazi que, menos de una década atrás, había dejado completamente destruida la ciudad.
El inimaginable heroísmo y sufrimiento de la Segunda Guerra Mundial (o según la terminología rusa, la gran guerra patriótica) dejó una impresión indeleble tanto en la ciudad como en Putin. Su padre, un miembro de la temida antigua agencia de la policía secreta que más tarde se transformó en la KGB, estaba severamente discapacitado por heridas recibidas en combate. Su madre, que casi muere de hambre durante el sitio de la ciudad, una vez fue dejada en la nieve por error, con cuerpos que iban a ser enterrados.
Putin era indiferente en la escuela, pero la disciplina y entrenamiento en las artes marciales le ayudaron a dejar la vida de buscapleitos en la calle. A una famosa película rusa acerca de un espía se le atribuye haberle inspirado su carrera en los servicios de inteligencia. Después de terminar la universidad y la escuela de Derecho, fue asignado a un puesto insignificante de la KGB en Dresden (Alemania Oriental en esa época). El Lt. Col. Putin fue un consagrado oficial que trabajaba en las sombras de un imperio agonizante.
Cuando la Unión Soviética se derrumbó, Putin se quedó sin trabajo; pero astutamente encontró un camino diferente para acceder al poder.
Siempre enigmático y difícil de descifrar, Putin “se hizo indispensable” para el alcalde de San Petersburgo, según el biógrafo Steven Myers, “como alguien tranquilo, consagrado, pero de presencia adusta, trabajando sin descanso… y con brutal determinación” (The New Tsar: The Rise and Reign of Vladimir Putin [El nuevo Zar: el ascenso y reinado de Vladimir Putin]; p. 62). Escribe Myers: “era una persona detrás de bambalinas, cuya mayor cualidad profesional era pasar desapercibido; Putin se salvó de las luchas rampantes por el poder que destruyeron otras carreras” (p. 111).
Poco más de una década después, el antiguo oficial de la KGB fue primero elevado al cargo de primer ministro y luego, después de la supresión brutal de la amenaza terrorista Chechena, le fue cedida la presidencia por un enfermo Boris Yeltsin, en 1999. Joven y energético, luciendo trajes europeos y con dominio de varios idiomas, Putin marcaba un gran contraste con la imagen recargada de los líderes anteriores. Fue visto por muchos rusos como alguien que podría resolver los problemas económicos del país y guiarlos a un futuro económico brillante.
Según Myers, Putin se ve a sí mismo como el último que se interpone entre el orden y el caos y “la viva encarnación de la estabilidad de Rusia” (p. 247).
El culto a la personalidad de Putin continúa una larga tradición que se remonta a los zares y a los líderes comunistas. Su carisma innegable y determinación absoluta lo han hecho el más grande potentado ruso desde la época de otro hombre fuerte que impuso un orden estricto con mano dura —Joseph Stalin.