“China”, dijo una vez Napoleón, “es un león dormido. Y que duerma, porque cuando despierte, sacudirá al mundo”. En el año 2014, durante una visita a París, el presidente chino Xi Jinping recordó este comentario y declaró triunfante que sí, el león había despertado.
El señor Xi ha rechazado la doctrina de “bajo perfil” de Deng Xiaoping: “esconder nuestras capacidades y esperar el momento oportuno; nunca tomar la delantera”. En su lugar, Xi ha proclamado el comienzo de una nueva era, la era del “sueño de China”, que se caracteriza por un renacimiento tras el pasado “siglo de humillación” a manos de poderes colonialistas como Japón, Reino Unido y Francia. En un reciente discurso ante el Partido Comunista, Xi aseguró que el país “se levantó” con Mao Zedong y se hizo rico con Deng, pero se ha vuelto poderoso con él y ahora pretende darle forma al sistema mundial.
Un nuevo “emperador”
“Nunca antes un país ha crecido tanto, tan rápido y en tantas dimensiones como China en la última generación”, dice el autor de Destined for War [Destinados para la guerra], Graham Allison. “Lo mismo puede decirse del señor Xi, quien pasó de ser un campesino y exiliado político… a ser el ‘director de todo’” (Wall Street Journal, 16 de octubre de 2017).
Recientemente, el 19° Congreso del Partido de China —normalmente una confusa organización de tecnócratas sin carisma— puso fin a una era de liderazgo colectivo, exaltando a Xi Jinping, el líder chino más poderoso en décadas, a un segundo período de cinco años sin un sucesor obvio en el horizonte. En teoría, Xi fue coronado como el “emperador” chino del siglo XXI.
Descrito ahora como el lingxiu (líder supremo) del partido —título honorífico que no se había usado desde la era de Mao—, Xi además fue elevado al panteón del Partido Comunista con la inclusión oficial de su “Pensamiento Xi Jinping”, junto al Pensamiento de Mao, en la constitución, lo cual lo convierte en una figura políticamente intocable.
Príncipe, campesino, presidente
Debido a sus raíces ilustres —nacido en Beijing en 1953 como hijo de un colega revolucionario de confianza y vice primer ministro de Mao—, el señor Xi era considerado un “príncipe” del partido; es decir, descendiente de un funcionario de élite que había escalado en rangos.
Sin embargo, poco después de su noveno cumpleaños, su padre fue secuestrado y encerrado antes de la Revolución Cultural, y su madre fue llevada a una granja para hacer trabajo forzado.
Xi entonces fue enviado al campo para “reeducarse” con trabajo duro durante siete años, en los que se le obligó a denunciar a su padre, limpiar excremento y vivir en una cueva infestada de pulgas. Su media hermana mayor no soportó el abuso y se ahorcó. Pero, según un amigo suyo de mucho tiempo, el excepcionalmente ambicioso Xi “eligió sobrevivir haciéndose más rojo que el rojo” y arrastrándose de vuelta a la prominencia (Evan Osnos, New Yorker, 6 de abril de 2015).
Demostrando una increíble persistencia, Xi —actual líder del Partido Comunista, con 89 millones de miembros— fue rechazado vez tras vez al intentar unirse al partido. Más tarde, mientras China se hacía cada vez más rica, el modesto ingeniero químico graduado de la Universidad de Tsinghua se volvió experto en pasar desapercibido y evitar la ostentación mientras subía la escalera de la política provincial, aunque siempre se le reconoció por obtener resultados de crecimiento espectaculares.
Luego de las elecciones presidenciales del 2013, todos esperaban que Xi sólo fuera un representante insulso y portavoz tecnócrata del liderazgo colectivo. Pero el nuevo presidente se manejó con una habilidad, velocidad y determinación impresionantes, impulsando una notoria campaña anticorrupción que provocó la salida de docenas de sus rivales políticos y la consolidación de su poder.
Como bien dijera el ex primer ministro australiano y renombrado experto en China, Kevin Rudd, Xi tiene un “profundo sentido de misión nacional, una clara visión política para el país”, y es “un hombre realmente apurado” (citado por Graham Allison, en Destined for War [Destinados para la guerra], 2017, p. 118).
Reclamando igualdad con Washington
En el contexto de una China con asertividad renovada y una “era post-Estados Unidos” en el horizonte, la llamada “visita de estado, y algo más” del presidente Donald Trump a Beijing recientemente, exhibió la hospitalidad y grandeza de la capital China.
Hace tan sólo 12 años, la economía de China no llegaba ni a la mitad de la economía estadounidense. Pero ahora promete superarla en un 40 por ciento hacia fines del segundo período de Xi. El poder y la confianza de la potencia asiática sin duda están aumentando notoriamente.
“Por primera vez, China no está en una posición humilde frente a los Estados Unidos”, asegura Yan Xuetong, profesor de relaciones internacionales en la Universidad de Tsinghua en Beijing. “Generalmente el presidente norteamericano tiene la ventaja. Pero en esta ocasión ambos líderes están en una relación igualitaria (New York Times, 6 de noviembre de 2017).
Choque de pesos pesados
El señor Xi quiere que Estados Unidos admita su igualdad con China, y ha insistido en lo que llama una “nueva clase de relaciones entre potencias”, afirmando que “el Océano Pacífico es lo suficientemente grande para China y Estados Unidos”. Tal concesión diplomática asusta a los aliados de Estados Unidos porque básicamente significaría la creación de una G-2 donde China y Estados Unidos manejarían todo el globo, y Asia caería bajo la influencia de China.
El señor Trump ya dejó un vacío en la región al abandonar el tratado de libre comercio de la Asociación Transpacífica que se consideraba un muro de contención frente a la creciente influencia china. En su lugar, esbozó la vaga visión de una “región indo-pacífica libre y abierta” que se extienda desde Estados Unidos hasta el Océano Índico.
Por otro lado, mientras Estados Unidos se retira de su tradicional papel en el escenario mundial, Xi se ha movido para mermar la influencia de América en la región. Una de sus tácticas ha sido acelerar el crecimiento del grupo comercial de China: la Asociación Económica Integral Regional conformada por 16 naciones que juntas acumulan 39 por ciento del PIB mundial.
Victoria sin pelea
El señor Xi le ha dado a su milicia la tarea de “librar y ganar” cualquier guerra y, como resultado, el enfoque ha sido reforzar las fuerzas militares tradicionales y transformar los arrecifes, rocas y bancos de arena del Mar de China Meridional en instalaciones militares de avanzada.
El mayor oficial militar estadounidense, General Joseph Dunford, recientemente sonó la alarma advirtiéndole al Congreso de Estados Unidos que dentro de una década China probablemente se convierta en la “mayor amenaza” para Estados Unidos, dado que su enfoque “es limitar nuestra habilidad para proyectar poder y debilitar nuestras alianzas en el Pacífico”.
Al parecer, la máxima del antiguo estratega chino Sun Tzu —“someter al enemigo sin luchar”— revela la dirección principal que China está tomando actualmente. Como explica en On China [Sobre China], el ex secretario de estado de Estados Unidos, Henry Kissinger, para Sun Tzu la victoria “no es simplemente el triunfo de las fuerzas armadas”, sino “la obtención de los objetivos políticos finales” que un choque militar pretende lograr. “Mucho mejor que desafiar al enemigo en el campo de batalla es… acorralarlo a una posición desfavorable de la que le sea imposible escapar” (2011, p. 28).
Hecho en China 2025
En un ambicioso plan llamado “Hecho en China 2025”, Beijing ha comenzado a invertir miles de millones de dólares en investigación local y en la adquisición de tecnología extranjera innovadora. Su objetivo principal es la tecnología de punta, como microchips avanzados, inteligencia artificial e informática cuántica, que se consideran algo fundamental para impulsar el crecimiento.
“Si ‘Hecho en China 2025’ alcanza sus metas”, explica Jeremie Waterman, presidente del departamento para China de la Cámara de Comercio de Estados Unidos, “Estados Unidos y otros países seguramente se convertirán en simples exportadores de productos para China, vendiéndole petróleo, combustible, carne y soya”.
En 1980, el intercambio internacional del país no alcanzaba los $40.000 millones de dólares. Para el 2015, este intercambio había aumentado en mil veces, a $4 trillones. Asimismo, China se ha convertido en el mayor socio comercial de más de 130 países, y cada uno de ellos, además de todas las empresas involucradas, teme ante la idea de perder acceso a este mercado de 1.400 millones de clientes.
China se construyó en un día
El ex primer ministro de Australia, Kevin Rudd, en cierta ocasión describió la explosión económica de China como “la revolución industrial de Inglaterra y la revolución mundial de las comunicaciones gestándose simultáneamente y comprimidas no en 300, sino en 30 años” (New Statesman, 16 de julio de 2012). Los eventos recientes han demostrado que su aseveración era verdad.
- Entre el 2011 y el 2013, China produjo y utilizó más concreto que los Estados Unidos en todo el siglo XX.
- Entre 1996 y 2016, China construyó 4,1 millones de kilómetros en carreteras, incluyendo 112.000 km en autopistas y conectando a 95 por ciento de las aldeas del país. Con esto, China superó a Estados Unidos en casi un 50 por ciento como el país con el mayor sistema de autopistas.
- Durante la década pasada, China construyó la red de ferrocarriles de alta velocidad más larga del mundo: 19.000 km en líneas de ferrocarril que transportan pasajeros a velocidades de hasta 290 km por hora. Actualmente China tiene más líneas de ferrocarriles de alta velocidad que todo el mundo en conjunto, y piensa construir 25.000 km más para el 2029 (Destined for War [Destinados para la guerra], pp. 13-14).
La nueva Ruta de la Seda
La espina dorsal del ambicioso plan económico y político de China está basada en el titánico proyecto que el señor Xi anunció en el 2013: la “Iniciativa del Cinturón y la Ruta de la Seda”. En lo que promete ser el mayor proyecto en obras públicas de la historia y algo que revolucionará la política y economía del mundo, esta incomparable obra (actualmente en sus primeras etapas) unirá a los países de la antigua Ruta de la Seda con un sistema de ferrocarriles de alta velocidad capaz de acortar el tiempo de transporte entre Beijing y Rotterdam de un mes a sólo dos días.
Con un costo mayor a los $1,4 billones de dólares (el equivalente a 12 planes Marshall), la iniciativa incluye más de mil megaproyectos que se extienden a lo largo de tres continentes, y conectará al 65 por ciento de la población mundial. Esto, por supuesto, significará la entrada de muchos más países y empresas a la órbita de influencia china y abrirá las puertas para que los bienes chinos entren a Europa.
El “Cinturón”, o Ruta de la Seda marítima, se extiende desde la costa sureste de China hasta el Mediterráneo, pasando por casi todos los países que bordean el Mar Índico y rodeando el Cuerno de África. Con el fin de penetrar al turbulento pero próspero mercado europeo (el mayor socio económico de China), Beijing incluso está financiando la renovación del Puerto del Pireo griego.
La nueva “Ruta de la Seda” será una red colosal de ferrocarriles, oleoductos, autopistas y puentes que formarán corredores económicos de alta velocidad para comercializar en toda Asia central (Pakistán, Rusia, Irán, Turquía, Indochina e India).
Choque de ambiciones
“Este choque entre ambiciones nacionales sin duda resultará en grandes, y tal vez peligrosas historias en las próximas décadas”, dice David M. Lampton, profesor de la Escuela Johns Hopkins para Estudios Internacionales Avanzados (New York Times, 6 de noviembre de 2017).
“China está marchando hacia lo que se percibe como su destino global”, asegura Kevin Rudd. “Tiene una estrategia, mientras Occidente no tiene ninguna” (Financial Times, 22 de octubre de 2017).
La palabra profética segura
Si bien la profecía bíblica no menciona un conflicto grande entre China y Estados Unidos, sí revela que los descendientes modernos de las 12 tribus de Israel, incluyendo los Estados Unidos, perderán su poder debido a sus pecados nacionales y su rechazo del camino de Dios (Levítico 26; Deuteronomio 28).
Más adelante, también leemos acerca de un evento del tiempo del fin en que un gran ejército dirigido por “los reyes del oriente” viajará —tal vez por la nueva Ruta de la Seda— a reunirse con otras naciones en un lugar llamado Armagedón para la batalla del gran día del Dios Todopoderoso (Apocalipsis 16:12-16).