En un reciente discurso acerca de la situación de la Unión Europea (UE), el presidente de la Comisión Europea, Jean-Claude Juncker, le hizo una buena pregunta a la clase gobernante de Europa: “¿Qué Unión le heredaremos a nuestros hijos?”. Angela Merkel, canciller alemana, es conocida en su país como “Mutti” o madre compasiva; y Emmanuel Macron ganó las elecciones presidenciales de Francia pregonando un “renacimiento de Europa”. Sin embargo, a pesar de sus alusiones a que “los niños son el futuro”, irónicamente Juncker, Merkel y Macron no tienen hijos propios.
De hecho, Europa nunca antes había tenido tantos líderes políticos sin hijos. Theresa May en Inglaterra, Paolo Gentiloni en Italia, Mark Rutte en Holanda, Nicola Sturgeon en Escocia y Stefan Löfven en Suecia —así como los líderes de Luxemburgo, Letonia, Lituania y Rumania— todos ellos sin hijos.
Las causas obviamente pueden ser variadas y en algunos casos están ligadas a profundas tristezas. Pero lo innegable es que esta inclinación de la élite europea es un reflejo de las más grandes tendencias demográficas de Europa.
La presencia de tantos líderes europeos sin hijos ha llevado a que algunos se pregunten si el no tener hijos cambiará la forma en que un líder ve el futuro de su país. ¿Por qué los líderes de Europa sin hijos están permitiendo cambios demográficos tan radicales y permanentes en el Continente?
El Continente se autodestruye
“Europa se está suicidando. O al menos sus líderes han decidido hacerlo”. Éstas son las primeras palabras del autor y comentarista político británico Douglas Murray en su bestseller: The Strange Death of Europe [La extraña muerte de Europa], el cual describe un continente y una cultura atrapados en modo de autodestrucción. “Quienes están en el poder”, dice el autor, “parecen estar persuadidos de que no importa si el pueblo y la cultura de Europa desaparecen del mundo” (2017, pp. 1-2).
“El mundo está emigrando hacia Europa”, advierte Murray, “precisamente en el momento que Europa ha olvidado lo que es. La llegada de millones de personas de otras culturas a una cultura anfitriona fuerte y asertiva podría haber funcionado. Pero la llegada de millones a una cultura culpable, hastiada y moribunda no puede funcionar” (p. 7).
No se admiten bebés, somos europeos
Europa ha dejado literalmente de reproducirse. No tiene suficientes hijos como para mantener su población y mucho menos crecer. El autor George Weigel advierte que la despoblación sistemática de Europa es nada menos que un “suicidio demográfico”, y el historiador Niall Ferguson describe la decadente fertilidad europea como “la mayor reducción sostenida de la población de Europa desde la Peste Negra en el siglo XIV”.
Un reciente informe financiado por la UE lleva por título: “¡No hay niños, no hay problema!”. Sin duda este tono animado ignora lo bajo que el Continente ha caído en su invierno demográfico:
En 1950, cuatro de los 10 estados más poblados del mundo pertenecían a Europa occidental. Pero para el 2017, el país más poblado de Europa, Alemania (que acaba de ganarle el puesto a Japón con la menor tasa de natalidad del mundo), ha caído hasta el puesto 16, y se estima que para el 2050 su población habrá disminuido de 83 a 68 millones sin tener en cuenta la migración (Economist).
Las tasas de natalidad de los 28 países de la UE son demasiado bajas como para mantener una población constante. La lista la encabeza Francia, con su menor tasa de natalidad en 40 años (Irish Times y Newsweek).
Actualmente, Europa oriental tiene “la mayor pérdida poblacional de la historia moderna”, disminuyendo a cerca de 292 millones el año pasado (18 millones menos que a inicios de los noventa), según la ONU. Esta pérdida equivale a la desaparición de toda la población de los Países Bajos (Financial Times).
Si la tendencia actual continúa, cada generación de españoles será 40 por ciento menor a la anterior (The Guardian).
Si los actuales patrones de fertilidad continúan, para mediados de este siglo, 60 por ciento de los italianos no sabrá lo que es ser un hermano, hermana, tía, tío o primo (American Diplomacy).
Esta tendencia a la no reproducción en un continente más rico, sano y seguro que nunca es síntoma de un problema mayor que es la raíz de muchos de los dilemas de Europa, incluyendo la dificultad para asimilar inmigrantes y su inestabilidad fiscal.
En espera de un futuro deprimente
Cuando las personas ven el futuro con optimismo, tienden a ser más entusiastas ante la idea de tener hijos. Pero una encuesta realizada a lo largo de Europa por Project28 en agosto del 2017, reveló un creciente pesimismo en cuanto al futuro del Continente. La mayoría de los encuestados cree que sus hijos tendrán una peor vida que la que ellos tuvieron. Semejante actitud tan pesimista está basada en una pérdida de creencia y fe —lo que significa que Europa ha olvidado la historia de su fundación.
Douglas Murray describe la vida en las democracias liberales de Europa occidental como liviana o superficial, a la deriva y sin sentido de propósito. “Europa”, comenta, ha “perdido la fe en sus creencias, tradiciones y legitimidad”. Los europeos a veces tienen “dudas terribles acerca de [su] propia creación”, continúa Murray. “Más que cualquier otro continente o cultura en el mundo, Europa está profundamente agobiada por la culpa de su pasado… Además enfrenta el problema de un cansancio existencial y el sentimiento de que quizá la historia de Europa haya terminado y sea tiempo de comenzar una nueva. La migración masiva… es una de las maneras en que esa nueva historia se ha imaginado” (The Strange Death of Europe [La extraña muerte de Europa], p. 3).
Ideas radicales, consecuencias desastrosas
A principios del siglo XX, Europa era el centro de la civilización mundial gracias a sus avances en ciencia, cultura y política. Pero luego de pocas décadas, el Continente produjo dos guerras mundiales, varios sistemas totalitarios, una guerra fría que casi termina en holocausto mundial, el gulag, Auschwitz y millones de muertes.
¿Cómo se arruinó todo tan rápido? La respuesta está en una conmoción cultural y teológica sin precedentes. Incluso antes de la devastación de las dos guerras mundiales, los europeos recibieron dos grandes golpes de los que nunca se recuperaron.
El primero, relata Murray, fue una ola de criticismo académico en contra de la Biblia, que se extendió por las universidades alemanas en el siglo XIX. Para muchos creyentes y miembros del clero, esta tendencia hizo que las Escrituras pasaran de ser la Palabra inspirada de Dios a ser sólo otro texto literario interesante pero imperfecto.
A esto le siguió la debacle final de la narrativa cristiana de la historia de Europa, con la publicación de El origen de las especies por medio de la selección natural, de Charles Darwin, en 1859. Para muchos, la teoría de la evolución eliminó la necesidad de un Dios Creador, permitiendo que florecieran el ateísmo y el secularismo.
El exrabino principal de Gran Bretaña, Jonathan Sacks, ha advertido que la secularización de Europa está generando su decadencia demográfica, moral y, ultimadamente, el declive de su civilización. En una entrevista con el Daily Telegraph en 2016, Sacks afirmó que no existe “ejemplo histórico de una sociedad que se haya secularizado y haya mantenido su tasa de natalidad en los siglos siguientes”.
El futuro es de los fértiles
En oposición a esta cultura occidental secular y estéril, se encuentra la cultura islámica, que hace énfasis en las familias numerosas. Un claro ejemplo fue el llamado del presidente turco Recep Erdoğan a que los turcos residentes en Europa tuvieran cinco hijos cada uno. “Esto hará nuestro el futuro de Europa”, agregó.
Si bien el clímax de las recientes migraciones masivas parece haber terminado, el influjo continúa en una escala menor y podría volver a elevarse ante una nueva crisis en el volátil y creciente Medio Oriente.
En febrero del 2016, molesto por las maniobras políticas de la UE, el presidente Erdoğan, de hecho, amenazó con enviar a millones de inmigrantes a Europa. “Podemos abrir las puertas hacia Grecia y Bulgaria en cualquier momento, y podemos poner a los refugiados en buses”, le advirtió al presidente de la Comisión Europea, Jean-Claude Juncker. Y el Comisario Europeo de Migración, Dimitris Avramopoulos, verificó que en Turquía hay aproximadamente tres millones de inmigrantes esperando cruzar a Grecia en un esfuerzo por llegar a Europa occidental y del norte.
El gran reemplazo
Aunque la mayoría de los líderes europeos comparte la postura de la canciller Merkel frente a la inmigración, otros se han opuesto. El controversial arzobispo católico de Strasbourg, Luc Ravel —nombrado por el papa Francisco en febrero— recientemente advirtió: “los creyentes musulmanes saben muy bien que su tasa de natalidad es tal que hoy la llaman… el Gran Reemplazo. Afirman en un tono muy calmado y positivo que ‘un día todo esto será nuestro’”.
Y el aún más controversial primer ministro de Hungría, Viktor Orbán, ha llamado a resolver los problemas demográficos de Europa con un “renacimiento espiritual”. También ha desafiado los vientos políticos predominantes diciendo: “Finalmente, los pueblos de Europa que han estado dormitando en la abundancia y la prosperidad, han comprendido que los principios de vida sobre los cuales Europa se ha construido están en peligro mortal… La migración masiva es una lenta corriente de agua que erosiona las costas persistentemente. Se disfraza como una causa humanitaria, pero su verdadera naturaleza es la de una ocupación territorial”.
Europa volverá a surgir
Por años, las denuncias del declive de Europa han sido el pan de cada día y la “crisis de identidad europea” ha llenado las páginas de muchos libros y artículos. Sin embargo, la Biblia revela que, a pesar de su estado actual, Europa jugará un papel fundamental en los tiempos del fin.
Mientras más tiempo permita Europa el actual “choque de civilizaciones” que ocurre dentro de sus fronteras, más probable es que haya una fuerte reacción al respecto. Recordemos que Europa, y especialmente Alemania, tiene un largo historial de volcarse a líderes tenaces cuando enfrenta situaciones complejas.
Uno de los rasgos característicos de la historia europea ha sido los intentos de unificar la autoridad religiosa con el poder político para dominar el Continente. Y aunque esto parezca improbable dado el caos cultural que vemos en Europa hoy, el escenario se está preparando.
La Palabra revelada de Dios describe un tiempo futuro en el que una nueva etapa del Sacro Imperio Romano surgirá desde el corazón de Europa para convertirse nuevamente en una fuerza poderosa (Apocalipsis 13:1-18; 17:9-14; Daniel 7:17-18).
Cuando eso suceda, un líder político dinámico y despiadado —descrito como una bestia— en conjunto con un poderoso sistema religioso encabezado por una figura deslumbrante, provocará un conflicto de grandes proporciones entre la histórica Europa cristiana y un bloque islámico del sur (Daniel 11:40-42).
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