Vida, Esperanza y Verdad

El mundial de fútbol. ¿Una guerra simbólica?

Imágen:  Youtube

En este momento se está desarrollando la vigésimo primera edición de la Copa Mundial de Fútbol en Rusia. ¿Por qué este evento despierta la pasión de miles de millones de personas? ¿Es acaso este mundial una guerra simbólica internacional?

Desde 1930, el año del primer campeonato mundial de fútbol en Uruguay, se ha organizado este torneo internacional cada cuatro años. Este nuevo “mundial 2018” acapara la atención de miles de millones de espectadores en todo el mundo. Se está desarrollando en Rusia y es la vigésimo primera edición de la Copa Mundial de Fútbol desde aquel lejano inicio.

El fútbol es el deporte que cuenta con mayor número de adeptos en el mundo. Su práctica y su capacidad de despertar pasiones y sentimientos no reconocen fronteras. El mundo se mueve en torno al balón, ya sea desde los grandes estadios hasta las polvorientas calles barriales. Aquellos estudiantes ingleses del siglo XIX que elaboraron y homogeneizaron las reglas de lo que ellos consideraron un simple juego de pelota, nunca se imaginaron las enormes dimensiones que adquiriría su iniciativa. Hoy en día el fútbol es sinónimo de pasión, sentimientos encontrados y fiesta. Por eso, es imposible hablar de fútbol sólo, únicamente como un deporte, o sólo como un juego de pelota que se desarrolla en un estadio.

Simbolismo de un mundial de fútbol

En su libro “El fútbol a sol y sombra”, el periodista y escritor uruguayo Eduardo Galeano escribió: "En el fútbol, ritual sublimado de la guerra (énfasis agregado), once hombres de pantalón corto, son la espada del barrio, la ciudad o la nación. Estos guerreros sin armas ni corazas exorcizan los demonios de la multitud, y les confirman la fe. En cada enfrentamiento entre dos equipos entran en combate viejos odios y amores heredados de padres a hijos. El estadio tiene torres y estandartes, como un castillo, y un foso hondo y ancho alrededor del campo. Al medio, una raya blanca señala los territorios en disputa. En cada extremo aguardan los arcos que serán bombardeados a pelotazos, y entre los arcos, está la zona de peligro. En el círculo central, los capitanes intercambian banderines y se saludan como el rito manda...".

En los campeonatos mundiales de fútbol se puede ver cómo los diferentes equipos que supuestamente representan a los países —en realidad representan solamente a sus asociaciones de fútbol—, tienen ciertos símbolos que los representan. Las banderas de los países son prolijamente desplegadas en el verde césped antes de cada enfrentamiento. La camiseta, muchas veces reproduce los colores de la insignia patria de cada equipo. Cada casaca es similar a la representación de un uniforme militar. Esta prenda, que también se desparrama orgullosamente en la tribuna, no identifica al individuo como individuo, sino que lo compromete, lo vincula a un grupo, a una comunidad, y en este caso, a una nación que se “enfrenta” a otra. La televisión nos muestra el rostro emocionado con que cada jugador canta el himno de su país antes del encuentro. ¿Qué está simbolizado en todo esto?

Los habitantes de las naciones participantes hacen de cada partido de fútbol un verdadero rito. La pintura en el rostro de los asistentes, como vemos por las imágenes que nos llegan de Rusia, evoca figuras guerreras, códigos y símbolos violentos, arraigadas manifestaciones de carácter bélico. Basta ver la desbordante alegría de los mexicanos al ganar su primer partido a la poderosa selección alemana, y luego seguir enfervorizados en racha ganadora. Basta ver la desazón de Colombia al ser derrotado en su primer partido y su esfuerzo enorme por clasificar. El ver pasar a los argentinos de la infinita frustración de ser goleados por el equipo croata a la clasificación de último momento. Miles de peruanos viajaron a Rusia y para ellos el clasificar era cuestión de “vida o muerte”. En Montevideo, mientras, las casas y las calles se llenan de algarabía uruguaya deseando que su selección sea la campeona. ¿Nos damos cuenta? Para muchos millones de personas no es sólo un juego de pelota. Es verdadera “guerra”, ¡donde se vence o se es vencido!

Los conflictos y las guerras han marcado la historia de los hombres hasta el punto que se ha llegado a afirmar que la historia de las guerras es la historia de la humanidad. En el mundial de fútbol, cada partido es como una batalla, pero no de forma bélica —aunque a veces lo es—, sino como una guerra simbólica. Sí, la sublimación es un mecanismo de defensa que realizamos los seres humanos por el cual se canaliza un impulso inaceptable, transformándolo en actividades no censurables. El fútbol es la sublimación de lo bélico a lo lúdico. En este sentido, lo que vemos en cada mundial de fútbol no es más que la representación de una guerra internacional. Las pasiones se elevan al máximo, y las personas no dudan en atacar literalmente al equipo o nación contraria, si fuera necesario. De hecho, ha habido guerras literales debido a partidos de futbol, como la guerra entre El Salvador y Honduras en 1969.

Lo que el futuro depara

¿Se ha preguntado alguna vez por qué los hombres no podemos vivir en paz? ¿Por qué desarrollamos impulsos bélicos? Estas mismas preguntas se las hizo un hombre de Dios del primer siglo. Leamos su reflexión: “¿De dónde vienen las guerras y los pleitos entre vosotros? ¿No es de vuestras pasiones, las cuales combaten en vuestros miembros? Codiciáis, y no tenéis; matáis y ardéis de envidia, y no podéis alcanzar; combatís y lucháis, pero no tenéis lo que deseáis…” (Santiago 4:1-2).

Miles de millones de personas verán muchos partidos de este mundial de fútbol. ¿Estamos siendo testigos, ni más ni menos, de la expresión de una guerra mundial llevada al juego? ¿Puede esta contienda deportiva alguna vez transformarse en una guerra en realidad? ¿Irá la humanidad a un nuevo conflicto mundial? No crea que si esto llegara a suceder no lo afectará a usted y a los suyos.

Sucederá y sí lo afectará a usted y a los suyos.

Ahora apenas vivimos en un período de relativa calma entre la Segunda y una Tercera Guerra Mundial. Las profecías bíblicas revelan que la Tercera Guerra Mundial se cierne en nuestro horizonte. Aunque nos sorprenda escucharlo, la guerra más grande de la historia universal estallará todavía en el futuro. Las naciones ejercerán su poderío militar para causar muerte y destrucción masivas. Estas naciones se reunirán en Israel para librar la batalla culminante que la Biblia llama: “la batalla de aquel gran día del Dios Todopoderoso” (Apocalipsis 16:14). ¿Quién va a ganar? ¿Sobrevivirá la humanidad? La Biblia tiene la respuesta: una parte de la humanidad va a sobrevivir y después… ¡hay buenas noticias para todos los sobrevivientes! Jesucristo va a regresar para poner fin al sufrimiento humano y a las guerras.

Las buenas noticias tienen que ver con la paz entre las naciones que vendrá al regreso de Jesucristo. Se aproximan mil años de abundancia, prosperidad y armonía. Los impulsos guerreros y la competencia extrema del ser humano serán apaciguados. La alegría y los abrazos no serán por una clasificación debido a un brillante gol. Serán por la desbordante y permanente alegría de una humanidad realizada, ¡y viviendo en paz y felicidad… por fin!

Jesucristo y sus santos gobernarán la Tierra desde Jerusalén y la ley de Dios será la norma que regirá la conducta y el corazón de los seres humanos. El Espíritu de Dios se derramará sobre toda carne. Esas serán las claves del verdadero gozo y paz que terminarán llenando el mundo.

Usted no necesita esperar hasta entonces para empezar a vivir de manera diferente. Lo invitamos a que lea, sin costo ni compromiso de su parte, el folleto “El libro del Apocalipsis: La tormenta antes de la calma”. Ahí explicamos extraordinarias profecías que pronto afectarán su vida y la de sus seres queridos.

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Acerca del autor

Daniel Campos

Daniel Campos

Daniel Campos nació en la Ciudad de Buenos Aires, Argentina. De adolescente fue un apasionado lector de la publicación predecesora de la actual revista Discernir. Está casado con Norma Navarrete que es bibliotecaria escolar, oriunda de Bahía Blanca, Argentina.

Actualmente se desempeña como diácono y junto a su esposa viven en Buenos Aires, tienen cuatro hijos y pertenecen a la congregación local de la Iglesia de Dios, una Asociación Mundial de esa ciudad.

Daniel se dedicó a la docencia por más de 30 años, siendo maestro de primaria y profesor de Historia y Geografía en enseñanza media y en colegios de adultos para estudios superiores. Ahora está jubilado de la docencia y disfruta más tiempo para dedicarse a lo que lo apasiona.

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