Muchas personas piensan que Jesucristo vino a la tierra para abolir las leyes de Dios, y se basan en Romanos 10:4, escrito por Pablo, para afirmar esta creencia. Pero, ¿es esto cierto? ¡La respuesta bíblica seguramente le sorprenderá!
En Romanos 10:4, el apóstol Pablo escribió: “porque el fin de la ley es Cristo, para justicia a todo aquel que cree”. Y, a partir de esto, muchos suponen que Jesucristo abolió la ley de Dios. Pero tal interpretación está en completa oposición a las palabras que Jesús mismo pronució: “No penséis que he venido para abrogar la ley o los profetas; no he venido para abrogar, sino para cumplir. Porque de cierto os digo que hasta que pasen el cielo y la tierra, ni una jota ni una tilde pasará de la ley, hasta que todo se haya cumplido” (Mateo 5:17-18).
La palabra “cumplir” del versículo 17 proviene del griego pleroo, que significa “completar, colmar”. Entonces, Jesucristo no estaba diciendo que anularía la ley, sino que sus pensamientos y acciones representaban el cumplimiento perfecto de esa ley. Es decir, que Él “completaba” la ley de Dios.
Por otro lado, la palabra “cumplir” que encontramos en el versículo 18 proviene de la palabra ginomai, que quiere decir “llegar a ser”, “hecho” o “acabado”. En otras palabras, ¡este versículo implica que la ley de Dios permanecerá vigente durante todo el desarrollo su plan para la humanidad! Por lo tanto, la ley no fue abolida hace 2.000 años.
Además, Jesús mismo explicó que su venida no anularía la ley y, de hecho, reprendió a todo el que osara enseñar algo que no estuviera en acuerdo con esta: “De manera que cualquiera que quebrante uno de estos mandamientos muy pequeños, y así enseñe a los hombres, muy pequeño será llamado en el reino de los cielos; mas cualquiera que los haga y los enseñe, éste será llamado grande en el reino de los cielos” (Mateo 5:19).
¿Qué significa que “el fin de la ley sea Cristo”?
Originalmente, Pablo escribió el libro de Romanos en griego, lo cual a veces dificulta realizar una traducción clara en las lenguas modernas. Lamentablemente, la palabra griega telos a menudo se traduce como “fin”, dando a este pasaje una connotación diferente de la que tenía en ese entonces.
La palabra telos puede traducirse de diversas formas según el contexto.; puede significar “resultado final o destino definitivo” (Mounce's Complete Expository Dictionary of Old and New Testament Words [Diccionario expositivo completo de palabras del Antiguo y Nuevo Testamento de Mounce], “fin”), u “objetivo o propósito de algo” (Vine’s Complete Expository Dictionary of Old and New Testament Words [Diccionario expositivo completo de palabras del Antiguo y Nuevo Testamento de Vine], “fin, final”).
Entonces, la palabra “fin” utilizada en los pasajes anteriores puede significar “cumplimiento”—lo cual implicaría que Cristo cumple todos los requisitos de la ley—o “propósito”—dando a entender que Cristo es el objetivo hacia el cual nos guía la ley.
La posibilidad de traducir telos como “objetivo” es aun más evidente en La Biblia de las Américas donde 1 Timoteo 1:5 se traduce como: “Pero el propósito de nuestra instrucción es el amor nacido de un corazón puro…” (énfasis añadido). Como vemos, aquí la traducción de telos es directamente “propósito”.
La postura de Pablo en cuanto a la ley
Pero, ¿cómo saber cuál es la traducción apropiada de telos en Romanos 10:4? Una de las reglas fundamentales para estudiar la Biblia de una manera objetiva es dejar que las Escrituras se interpreten a sí mismas. En este caso, lo más correcto es estudiar otros pasajes donde Pablo se refiere a la ley para conocer su postura respecto al tema.
Romanos 7:7, es un buen ejemplo de la perspectiva del apóstol: “¿Qué diremos, pues? ¿La ley es pecado? En ninguna manera. Pero yo no conocí el pecado sino por la ley; porque tampoco conociera la codicia, si la ley no dijera: No codiciarás”.
Claramente, Pablo tenía la convicción de que la ley de Dios, compilada en los Diez Mandamientos, seguía siendo aquella que definía el pecado para los creyentes del Nuevo Testamento.
Existen muchas otras Escrituras que nos comprueban que el apóstol tenía un gran respeto por la ley de Dios—y que definitivamente no dudaba de su vigencia. En Romanos 7:12 escribió: “De manera que la ley a la verdad es santa, y el mandamiento santo, justo y bueno”, y en 1 Corintios 7:19: “La circuncisión nada es, y la incircuncisión nada es, sino el guardar los mandamientos de Dios”.
Por lo tanto, las palabras de Pablo en Romanos 10:4 evidentemente implican que “Cristo es el objetivo o propósito de la ley”, ¡no que Cristo abolió la ley de Dios!
Lamentablemente, las palabras de Pablo han sido tergiversadas aun desde que el Nuevo Testamento fue escrito—lo cual no ha cambiado en la actualidad. Es por esto que Pedro, en 2 Pedro 3:15-16, escribe: “Y tened entendido que la paciencia de nuestro Señor es para salvación; como también nuestro amado hermano Pablo, según la sabiduría que le ha sido dada, os ha escrito, casi en todas sus epístolas, hablando en ellas de estas cosas; entre las cuales hay algunas difíciles de entender, las cuales los indoctos e inconstantes tuercen, como también las otras Escrituras, para su propia perdición” (énfasis añadido).
La ley de Dios nos guía hacia Cristo
¿Qué significa que “el fin de la ley sea Cristo”? Jesucristo es el objetivo final o propósito de la ley en por lo menos dos formas:
- La ley de Dios define el pecado (Romanos 7:7; 1 Juan 3:4). La ley nos muestra qué es la justicia—lo opuesto al pecado. Y, dado que todos hemos quebrantado la ley, cada uno de nosotros merece la pena de muerte (Romanos 3:23; 6:23), de la cual nuestra propia justicia no puede salvarnos (Gálatas 2:16). En otras palabras, la ley nos acusa de ser culpables de pecado, pues nos hace ver cuán lejos estamos de cumplir las expectativas de Dios. De esta manera, la ley nos enseña que necesitamos un Salvador, que es Jesucristo, el objetivo final o propósito de la ley.
- La ley de Dios nos lleva a pensar y actuar como Jesucristo. Por sorprendente que parezca para quienes siempre han oído que la ley fue abolida, la Biblia demuestra claramente que Jesús sí guardó los mandamientos de Dios. Y, como escribió Juan: “El que dice que permanece en él, debe andar como él anduvo” (1 Juan 2:6). Dios nos dio sus leyes para que aprendamos a ser como Él. Dios es amor, y todo lo que hace está motivado por el amor. Sus mandamientos nos enseñan a demostrar amor hacia Él y hacia los demás. Si queremos aprender a ser como como Jesucristo, debemos preguntarnos qué haría Él en nuestro lugar y hacerlo.
Y, para saberlo, debemos recordar lo que Jesús respondió cuando le preguntaron cuál era el mandamiento más importante: “dijo: Amarás al Señor tu Dios con todo tu corazón, y con toda tu alma, y con toda tu mente. Este es el primero y grande mandamiento. Y el segundo es semejante: Amarás a tu prójimo como a ti mismo. De estos dos mandamientos depende toda la ley y los profetas. ¿De quién es hijo el Cristo?” (Mateo 22:37-40).
Los Diez Mandamientos amplían estas dos grandes leyes. Por lo tanto, las enseñanzas de Pablo en ninguna manera se oponen a estos Mandamientos. Es más, el apóstol recalcó la vigencia de las leyes de Dios para todo cristiano.
Para comprender la palabra de Dios, a veces es necesario indagar un poco más en su contexto y en el significado original de las palabras. Y ciertamente es muy emocionante entenderla a cabalidad, pero, sin duda, la mayor satisfacción proviene de actuar según lo que hemos aprendido. Le invitamos a revisar cada una de las referencias mencionadas en este artículo para comprobar con la Biblia esta importante verdad. Y luego, le instamos a vivir según lo que ahora sabe que Dios espera de usted.