Un viernes por la tarde, justo antes de la puesta de sol, observé desde el balcón de mi hotel a los miles de judíos que se reunían en el muro occidental del Monte del Templo en Jerusalén para recibir el sábado.
Silenciosamente, mi cámara contaba la historia y explicaba el problema: inclinándose lentamente hacia arriba y luego deslizándose a la izquierda, capturaba las escenas que cambiaban drásticamente. Primero a los devotos judíos en su venerado muro, luego a los musulmanes en la dorada mezquita de la Cúpula de la Roca y finalmente, los perfiles de los domos y cruces en las iglesias cristianas a sólo unos metros de distancia.
Mi intención inicial era simplemente tomar una buena fotografía panorámica. Pero pronto me di cuenta de que mi cámara estaba captando la esencia de la paradoja y el problema que hoy representa Jerusalén.
En esa pequeña porción de tierra de sólo un kilómetro cuadrado de extensión —conocida como la ciudad vieja— se erigen estas icónicas imágenes como símbolo de los profundos conflictos religiosos, culturales, políticos, sociales, históricos y étnicos que la humanidad vive actualmente.
¿Qué es Jerusalén?
Jerusalén es probablemente la mayor paradoja del planeta.
Si existe una ciudad que evoque imágenes de desunión y división, tanto como de unidad y de paz, es Jerusalén. Si existe una ciudad que ilustre sufrimiento histórico, es Jerusalén. Y si existe una ciudad que representa la sanidad futura, es Jerusalén.
Más que cualquier otro lugar, Jerusalén personifica al mismo tiempo la capacidad humana de odiar y la capacidad divina de amar. Incluso la Biblia la caracteriza como un lugar santo —la “ciudad santa” (Isaías 52:1) — y a la vez el epítome del pecado —“Sodoma y Egipto” (Apocalipsis 11:8).
¿Cuántos visitantes han lamentado la triste ironía de que estas tres grandes religiones —todas diciendo representar a Dios y todas considerando a Jerusalén un lugar santo— se hayan encargado de avivar más las tensiones que de calmarlas?
De hecho, el rol de la religión en Jerusalén ha sido en sí mismo otra gran paradoja. A pesar de su violenta historia, fue en la “ciudad de la paz” donde muchos profetas de Dios anunciaron la época en que Él traerá la paz, el amor y la armonía a Israel, y de ahí al resto del mundo.
En una incisiva crítica a los líderes religiosos de su época, Jesús también se lamentó: “¡Jerusalén, Jerusalén, que matas a los profetas, y apedreas a los que te son enviados! ¡Cuántas veces quise juntar a tus hijos, como la gallina junta sus polluelos debajo de las alas, y no quisiste! He aquí vuestra casa os es dejada desierta” (Mateo 23:37-38).
Tan sólo pocos días después, fue ahí mismo donde Cristo —el mayor de los profetas y de los voceros de la paz— fue violentamente asesinado, entregando su vida para el perdón de los pecados del mundo. Y probablemente, la mayor paradoja todavía está por ocurrir, cuando Cristo regrese y Jerusalén pase de ser el punto focal de una inminente destrucción mundial a ser el centro de la paz en todo el mundo.
Una “bomba de tiempo”
Muchas de las más de 800 referencias a Jerusalén en la Biblia demuestran que esta ciudad tendrá un papel fundamental en los eventos que precederán el regreso de Cristo y su gobierno de mil años. Algunas de ellas son profecías escritas más de cinco siglos antes de que Cristo naciera, y fueron dadas por Dios a su siervo Zacarías.
Al describir su importante posición política y lo problemática que esta ciudad será en el tiempo del fin, Dios anunció: “He aquí yo pongo a Jerusalén por copa que hará temblar a todos los pueblos de alrededor… pondré a Jerusalén por piedra pesada a todos los pueblos; todos los que se la cargaren serán despedazados, bien que todas las naciones de la tierra se juntarán contra ella” (Zacarías 12:1-3).
Durante siglos, muchos poderes políticos y/o religiosos han pisoteado Jerusalén dejando tras de sí un terrible legado de interminables masacres. Especialmente los cristianos y los musulmanes se han matado entre sí en su lucha por el control de la ciudad de la paz, provocando miles de muertes bajo los estandartes de la cruz y la media luna. Jerusalén ha sido, como Aldous Huxley la llamó una vez, el “mayor matadero de las religiones”.
Sobre todo en el último siglo, sin duda hemos visto cómo se cumple la parte de “piedra pesada” de la profecía —con las tensiones en Medio Oriente (centradas en Israel y Jerusalén) abrumando a tantos gobernantes. Estos líderes políticos claramente entienden las problemáticas ramificaciones del conflicto y saben que podrían extenderse hasta afectar al mundo entero. De hecho, la profecía dice que eso es justo lo que pasará: la piedra sólo se volverá más y más pesada.
El rey de Jordania Abdalá II expresó la preocupación de muchos líderes cuando dijo: “Jerusalén es una bomba de tiempo que me temo sólo está esperando para explotar”.
Cada vez que la violencia estalla en Jerusalén, quienes comprenden la volátil naturaleza del Medio Oriente se preguntan si ésa será la chispa que finalmente encienda la bomba. Y aun después de que los ánimos se calman y los enemigos se retiran, las grietas de la enemistad parecen sólo seguir profundizándose. Al caminar por las calles de la ciudad, pueden sentirse la frustración y la ira que están siempre latentes bajo la superficie de la vida cotidiana.
La piedra se volverá cada vez más pesada
¿Cómo sabemos que el problema de la “piedra pesada” empeorará? Porque la parte de la profecía de Zacarías donde “todas las naciones de la tierra se juntarán contra ella” aún no se ha cumplido.
En una de las profecías más importantes de la Biblia, Cristo también habló acerca de esto, “estando él sentado en el monte de los Olivos” y mirando hacia Jerusalén. Sus discípulos se acercaron a Él y le preguntaron: “¿cuándo serán estas cosas, y qué señal habrá de tu venida, y del fin del siglo?” (Mateo 24:3), y Jesús les respondió detalladamente enumerando varias señales y eventos que debían esperar. Uno de ellos era: “cuando viereis a Jerusalén rodeada de ejércitos, sabed entonces que su destrucción ha llegado” (Lucas 21:20).
¿Cómo se gestará esta crisis? Otras profecías, especialmente en los libros de Daniel y Apocalipsis, anuncian el surgimiento de una coalición de 10 naciones que personificará al antiguo Imperio Romano y tendrá un papel central en los eventos del fin. Esta coalición tendrá un poder formidable en muchos frentes (económico, religioso, político y militar) y ejercerá tal influencia que el inicio de un conflicto con fuerzas opositoras será inevitable.
Además, la mayoría de personas ignorará por completo la existencia de la fuerza más dominante de todas, que estará trabajando tras bastidores: Satanás el diablo, “príncipe de la potestad del aire, el espíritu que ahora opera en los hijos de desobediencia” (Efesios 2:2). Dios también estará presente dándoles poderes sobrenaturales a sus “dos testigos” por tres años y medio para que se opongan al Anticristo y proclamen su verdad al mundo entero (Apocalipsis 11:3-12).
Cuando esto suceda, una vez más todas las miradas estarán sobre Jerusalén, donde los dos testigos serán asesinados brutalmente en manos de su enemigo. “Y sus cadáveres estarán en la plaza de la grande ciudad que en sentido espiritual se llama Sodoma y Egipto, donde también nuestro Señor fue crucificado” (v. 8). Pero la triunfante humanidad que se regocija por ello, pronto retrocederá aterrorizada al ver cómo tres días y medio más tarde los dos testigos vuelven a la vida y ascienden en una nube.
Estos eventos pondrán fin al tiempo que Cristo describió como la “gran tribulación, cual no la ha habido desde el principio del mundo hasta ahora, ni la habrá” (Mateo 24:21). La amenaza a la humanidad será tan grande entonces que “si aquellos días no fuesen acortados, nadie sería salvo; mas por causa de los escogidos, aquellos días serán acortados” (v. 22).
¿Vemos ahora por qué después Cristo hizo la siguiente advertencia?: “Mirad también por vosotros mismos, que vuestros corazones no se carguen de glotonería y embriaguez y de los afanes de esta vida, y venga de repente sobre vosotros aquel día. Porque como un lazo vendrá sobre todos los que habitan sobre la faz de toda la tierra. Velad, pues, en todo tiempo orando que seáis tenidos por dignos de escapar de todas estas cosas que vendrán, y de estar en pie delante del Hijo del Hombre” (Lucas 21:34-36).
El poder del Príncipe de paz
Muchas escrituras describen lo que sucederá después. Pero antes, leamos nuevamente la profecía de Zacarías acerca del “día del Eterno”. Dios dice: “reuniré a todas las naciones para combatir contra Jerusalén… Después saldrá el Eterno y peleará con aquellas naciones, como peleó en el día de la batalla” (Zacarías 14:2-3).
Esta guerra será corta, cruda y unilateral, como se detalla en Apocalipsis 19. También será otra de las grandes paradojas de la historia humana: para que el Príncipe de paz acabe con la violencia y los conflictos del hombre, tendrá que “destruir a los que destruyen la tierra” (Apocalipsis 11:18).
Se afirmarán sus pies
Comencé este artículo describiendo una escena del muro occidental un viernes por la tarde. Ese mismo sábado por la mañana, también me paré en una colina no muy lejana y contemplé una escena mucho más inspiradora —una que Zacarías describió en su profecía acerca del regreso de Jesús: “se afirmarán sus pies en aquel día sobre el monte de los Olivos, que está en frente de Jerusalén al oriente; y el monte de los Olivos se partirá por en medio, hacia el oriente y hacia el occidente… y vendrá el Eterno mi Dios, y con él todos los santos” (Zacarías 14:4-5).
Estar en ese lugar, el Monte de los Olivos, y tratar de asimilar todo lo que Jerusalén representa —desde sus impresionantes 3.000 años de historia hasta su futuro eterno como capital del Reino de Dios— es casi sobrecogedor. Y sería muy deprimente, ¡de no ser por las increíbles promesas de Dios!
Dios promete que algún día Jerusalén se convertirá en la capital de un gobierno mundial. Pero no un gobierno israelita, ni palestino, ni establecido por la ONU o alguna otra organización o religión humanas. Será un gobierno y una religión completamente puros, establecidos por Jesucristo mismo.
En otra de las impresionantes profecías de Zacarías, Dios promete: “derramaré sobre la casa de David, y sobre los moradores de Jerusalén, espíritu de gracia y de oración; y mirarán a mí, a quien traspasaron, y llorarán como se llora por hijo unigénito, afligiéndose por él como quien se aflige por el primogénito” (Zacarías 12:10).
A pesar de ser la “ciudad santa”, Jerusalén ha conocido muy poco la gracia en su historia. El favor divino no está trabajando con israelitas y árabes (ni nadie más) lo suficiente como para que estos primos en contienda superen milenios de conflictos y matanzas.
Como describe Zacarías, sólo la intervención de Dios puede hacer que la humanidad se arrepienta y esté dispuesta a perdonar como ha sido perdonada. Sólo la intervención de Dios puede hacer que los hombres aprendan a amar a todos sin prejuicios. Y sólo la intervención puede hacer que todos lo acepten a Él como el único Dios verdadero y comiencen a vivir según sus leyes.
Solamente Dios puede establecer un gobierno mundial perfecto para todos, y sólo con su ayuda podemos someternos a Él. Un gobierno así debe estar libre de líderes egoístas movidos por la ignorancia, la envidia, la avaricia y la venganza. La historia de Jerusalén sin duda comprueba que “Para los hombres esto es imposible; mas para Dios todo es posible” (Mateo 19:26).
Afortunadamente, Dios intervendrá.
De ser una paradoja a ser un parque de juegos
Con el regreso de Jesucristo, la cansada y oprimida Jerusalén al fin encontrará descanso y rescate. Finalmente, esta ciudad cumplirá su propósito como fuente de luz, verdad y gloria —la capital desde la cual Cristo liberará al mundo entero y establecerá la paz verdadera.
Zacarías también anuncia: “Así dice el Eterno: Yo he restaurado a Sion, y moraré en medio de Jerusalén; y Jerusalén se llamará Ciudad de la Verdad, y el monte del Eterno de los ejércitos, Monte de Santidad” (Zacarías 8:3).
Jerusalén ya no será más una paradoja desconcertante ni un símbolo de la futilidad humana. Como tan hermosamente lo describe la profecía: “Aún han de morar ancianos y ancianas en las calles de Jerusalén, cada cual con bordón en su mano por la multitud de los días. Y las calles de la ciudad estarán llenas de muchachos y muchachas que jugarán en ellas” (Zacarías 8:4-5).
¡Que Dios traiga pronto ese día, para Jerusalén y el mundo entero!