La ciudad de la paz ha sufrido una carencia de paz impresionante. ¿Cuándo se cumplirán nuestras oraciones?
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Hace dieciocho años, mi esposa y yo tuvimos la oportunidad de visitar Jordania e Israel. Como amante de la historia y estudiante de la Biblia, la idea de visitar esas tierras impregnadas de tradición bíblica e histórica fue muy emocionante para mí.
La expectativa de visitar Jerusalén me entusiasmaba de forma particular. Esa “ciudad de paz”, como a menudo se le llama, es clave en muchas historias bíblicas y siglos de eventos importantes. Lamentablemente, Jerusalén se ha visto a menudo afectada por la violencia y los conflictos.
Contemplar el Monte del templo desde un mirador en el Monte de los Olivos (cuyas laderas están cubiertas de miles de tumbas) fue profundamente conmovedor. El resplandeciente Domo de la roca y la prominente mezquita de Al-Aqsa evocan las pasiones, ambiciones y derrotas de siglos de experiencia humana. Un sin número de historias personales y legados generacionales envuelven esa escena.
Deambulamos por el laberinto de calles estrechas en la Ciudad Vieja, repleta de comerciantes y personas, como si quisiéramos absorber el abanico de imágenes, sonidos y olores, sintiendo el peso de la historia.
Debajo de todo ello, se palpaba una tensión latente. Esta tensión resuena a través de las edades y se irradia a gran parte del mundo moderno; una tensión que surge de perspectivas opuestas sobre la religión, la política, la etnia, las lealtades familiares y las ideologías y prácticas religiosas y seculares.
Una ciudad de contradicciones
Jerusalén es una ciudad de contradicciones. Una ciudad de paz. Una de conflicto y guerra. Un lugar antiguo y deteriorado apenas sostenido sobre pasiones étnicas fracturadas, fervor religioso manifestado en extremos opuestos y minas diplomáticas.
No debería sorprendernos entonces que uno de los salmos atribuidos al rey David inste a los creyentes a “[Orar] por la paz de Jerusalén” (Salmos 122:6). Lamentablemente, siglos de experiencia han demostrado que la paz de Jerusalén es escurridiza.
¿Sigue teniendo sentido orar así? ¿Podría la paz verdadera llegar a esta ciudad tan envuelta en división y violencia? Consideremos lo que dice la Biblia.
Una ciudad escogida
La Biblia revela que Dios escogió Jerusalén para ser una luz de esperanza y una ciudad donde la paz, la estabilidad y la justicia pudieran florecer.
En 2 Crónicas 6:6 dijo: “a Jerusalén he elegido para que en ella esté mi nombre”; y más tarde, confirmó que era la “ciudad que yo [Dios] me elegí para poner en ella mi nombre” (1 Reyes 11:36).
El rey David estableció Jerusalén como la sede administrativa de Israel (2 Samuel 5:6-9; 1 Crónicas 11:1-9) y puso el Arca del Pacto ahí, haciendo de esa ciudad la capital religiosa de los israelitas (2 Samuel 6:12-17; 1 Crónicas 15-16).
Luego, su hijo Salomón construyó un templo magnífico en Jerusalén (1 Reyes 5-6), y ese templo se convirtió en el punto central de la conexión de Israel con Dios y la adoración religiosa.
Jerusalén experimentó un breve período de paz durante los reinados de David y Salomón. Lamentablemente, Salomón no fue fiel a Dios y sus descendientes, con raras excepciones, alejaron al pueblo de su Creador. A causa de su rebeldía, esa efímera paz pronto se evaporó.
Una ciudad en conflicto
La paz para Jerusalén ha sido muy difícil de alcanzar. Por ser una intersección entre imperios y el punto central de varias religiones, esta ciudad ha sido asediada, ocupada, derrocada, destruida y reconstruida una y otra vez.
En el año 586 a.C., los babilonios conquistaron Jerusalén, destruyeron el templo y desplazaron a la mayoría de los habitantes judíos.
Más tarde, Ciro el Grande permitió que los judíos volvieran y construyeran el segundo templo, pero la paz no permaneció.
Alejandro el Grande invadió Jerusalén y, tras la división de su imperio, los seléucidas (establecidos al norte de Jerusalén en Siria) y los ptolomeos (establecidos en Egipto) lucharon por el dominio de esta ciudad especial.
Eventualmente, Roma tomó el control, en un principio a través de reyes y gobernantes subordinados.
Pero ni siquiera Roma pudo traer la paz duradera. La resistencia judía libró una guerra brutal, y como consecuencia Jerusalén y su templo fueron arrasados.
Josefo, un historiador judío del primer siglo, describió la destrucción con estas palabras: “El resto del muro fue tan arrasado hasta los cimientos por quienes lo derribaron, que no quedó indicio evidente de que alguna vez hubiera sido habitado. Ese fue el fin al que llegó Jerusalén” (The Jewish War [La guerra judía], libro 7, capítulo 1, sección 1, traducido al inglés por William Whiston).
Tras ser reconstruida como una ciudad romana, Jerusalén fue dominada por el Imperio Bizantino, varias dinastías musulmanas y los cruzados antes de ser capturada por el Imperio Otomano en 1517.
Los otomanos controlaron Jerusalén hasta que los británicos conquistaron la ciudad en 1917.
Tras la guerra árabe-israelí de 1948, las fuerzas jordanas e israelíes se dividieron el control de Jerusalén. Pero, en la Guerra de los seis días (1967), Israel tomó el control completo de la ciudad.
Sin embargo, la paz sigue siendo pasajera. Los conflictos, las peleas, los ataques terroristas, la agresión y la hostilidad son un aspecto regular de la vida en Jerusalén.
Búsqueda de la paz
A pesar de la conflictiva historia de Jerusalén y sus desalentadoras condiciones actuales, la exhortación de David sigue vigente: “Pedid por la paz de Jerusalén” (Salmos 122:6).
Salmos 122 es una hermosa canción de esperanza que se categoriza como una “Canción de Ascensión”. En An Expositional Commentary: Psalms [Un comentario expositivo: Salmos], James Boice explica: “Estos quince salmos (Salmos 120-134) parecen haber sido usados por los peregrinos que se dirigían a Jerusalén para celebrar las tres grandes fiestas anuales. José y María habrían cantado estos salmos mientras viajaban hacia la ciudad con el joven Jesús (vea Lucas 2:41), y Jesús los habría cantado cuando fue a Jerusalén con sus discípulos” (Vol. 3, p. 1070).
Pedid por la paz de Jerusalén es un llamado de esperanza para una ciudad turbada.
Lamentablemente, incluso esta instrucción ha sido utilizada en su contra. Grupos de todas las partes involucradas en los complejos y frágiles problemas que envuelven a Jerusalén piden abiertamente que haya paz; pero, en sus términos, la “paz” a menudo implica más guerra, división y violencia.
Isaías observó: “No conocieron camino de paz, ni hay justicia en sus caminos; sus veredas son torcidas; cualquiera que por ellas fuere, no conocerá paz” (Isaías 59:8).
La humanidad no conoce el camino hacia la paz verdadera. Desde el jardín de Edén, los seres humanos han escogido una vida de pecado y, como consecuencia, “vuestras iniquidades han hecho división entre vosotros y vuestro Dios, y vuestros pecados han hecho ocultar de vosotros su rostro para no oír” (versículo 2). Uno de los resultados es que, como dijo Isaías, la humanidad no conocerá la paz.
Nuestra separación de Dios debe ser sanada antes de que la paz pueda ser establecida, tanto en Jerusalén como en todo el mundo. Lea nuestro artículo “El pecado nos separa de Dios” para más información.
La paz que anhelamos no llegará en esta era, cuando las instrucciones de Dios son menospreciadas e ignoradas por la mayoría. Jerusalén será el punto central de los conflictos del tiempo del fin (Zacarías 12:1-3; vea “El conflicto en el Medio Oriente”).
La paz llegará
Sin embargo, aún hay esperanza para Jerusalén.
La paz llegará. Paz verdadera. Paz duradera. Paz para todos.
Jesucristo regresará a un mundo fracturado, corrupto, y destruido. Lo invitamos a leer El Medio Oriente en la profecía para más detalles sobre los eventos profetizados que culminarán con el regreso de Jesús.
El regreso de Cristo como Rey de reyes y Señor de señores (Apocalipsis 19:11-16) será un evento crucial en la búsqueda de la paz.
Zacarías describe este increíble futuro diciendo que Jesús afirmará “sus pies en aquel día sobre el monte de los Olivos” y establecerá Jerusalén como la capital de su Reino en la Tierra (Zacarías 14:1-4, 8). Cristo vendrá para ser “rey sobre toda la tierra” (versículo 9).
La verdadera paz llegará. Zacarías profetiza que “Jerusalén será habitada confiadamente” (versículo 11). Los conflictos desaparecerán y serán reemplazados por paz para todos los pueblos, las naciones, las tribus y las familias.
Dios declara: “Yo he restaurado a Sion, y moraré en medio de Jerusalén; y Jerusalén se llamará Ciudad de la Verdad” (Zacarías 8:3). Él tiene grandes planes para esta ciudad: “Aún han de morar ancianos y ancianas en las calles de Jerusalén…Y las calles de la ciudad estarán llenas de muchachos y muchachas que jugarán en ellas” (versículos 4-5).
Jesucristo reinará y las personas “habitarán en medio de Jerusalén; y [le] serán por pueblo, y [Él será] a ellos por Dios en verdad y en justicia” (v. 8). Para que la paz verdadera sea establecida, los seres humanos deberán aprender la verdad y vivir según las leyes justas de Dios.
Así, esa paz (y el camino de vida que la produce) se extenderá al mundo entero. “Y vendrán muchos pueblos y fuertes naciones a buscar al Eterno de los ejércitos en Jerusalén, y a implorar el favor del Eterno” (versículo 22).
Descubra más sobre el plan de Dios para establecer la paz en El mundo que vendrá: cómo será.
Pedid por la paz de Jerusalén
La paz verdadera y duradera llegará cuando Jesucristo regrese y establezca el Reino de Dios en la Tierra. Como David, deberíamos “[Orar] por la paz de Jerusalén”.
La oración modelo de Jesús lo confirma: “Vosotros, pues, oraréis así: Padre nuestro que estás en los cielos, santificado sea tu nombre. Venga tu reino” (Mateo 6:9-10).
Orar por la venida del Reino es pedir por la paz de Jerusalén. Sólo entonces, Jerusalén y el resto del mundo, conocerán la paz duradera.
¡Que venga pronto ese día!