Los ángeles fueron creados para servir a Dios y su pueblo. ¿Pero quién era “el ángel del Eterno”? ¿Era este ser un ángel creado, o era Jesucristo?
La Biblia contiene varios relatos de ángeles que se manifestaron en el mundo físico para aparecerse cara a cara ante personas con las que Dios estaba trabajando específicamente en ese momento.
Pero al examinar las escrituras del Antiguo Testamento que describen los encuentros de los seres humanos con ángeles, hay un ser espiritual que se destaca por muchas razones. Es el llamado “el ángel del Eterno [malak Yahweh]” (Génesis 16:7). La Biblia también llama a este ser “el ángel de su [Dios] faz [malak panayu]” (Isaías 63:9), “el ángel del pacto [malak beriyth]” (Malaquías 3:1) y “el ángel de Dios [malak elohiym]” (Génesis 31:11).
En muchos de los pasajes donde aparece este ser, es como si Dios mismo estuviera hablando; el ángel juzga como si fuera Dios y es identificado como Dios. Dichas escrituras demuestran que si bien este ser definitivamente era un “mensajero” [malak] de Dios, no era un ángel en el sentido tradicional de la palabra.
Dado que este mensajero del cielo poseía títulos especiales y una autoridad que sólo se le atribuye a Dios, los estudiosos describen sus encuentros con seres humanos como teofanías, que el Baker’s Evangelical Dictionary [Diccionario evangélico de Baker] describe como “una manifestación visible de una deidad”. Este ser que se apareció ante varias personas en el Antiguo Testamento era el mismo ser divino que más adelante se manifestó en la Tierra como Jesucristo. Veamos algunas de las referencias bíblicas al Ángel del Eterno.
Abraham oye al Ángel del Eterno
Aunque Abraham no vio al Ángel del Eterno mientras se preparaba para sacrificar a su hijo Isaac, este ser le habló al patriarca desde el cielo (Génesis 22:11) para hacer un pacto con él en su propio nombre (v. 16) ―algo que sólo Dios puede hacer.
El Ángel del Eterno le dijo a Abraham: “Por mí mismo he jurado, dice el Eterno, que por cuanto has hecho esto, y no me has rehusado tu hijo, tu único hijo; de cierto te bendeciré, y multiplicaré tu descendencia como las estrellas del cielo y como la arena que está a la orilla del mar; y tu descendencia poseerá las puertas de sus enemigos” (Génesis 22:16-17). Lo que aquí vemos es que el Ángel del Eterno podía establecer pactos.
Un poco antes, cuando la sierva de Sara, Hagar, huyó de la casa de Abraham, el Ángel del Eterno también se le apareció para guiarla y prometerle: “Multiplicaré tanto tu descendencia, que no podrá ser contada a causa de la multitud” (Génesis 16:10). Hagar entonces identificó al ser como Dios: “Entonces llamó el nombre del Eterno que con ella hablaba: Tú eres Dios que ve; porque dijo: ¿No he visto también aquí al que me ve?” (v. 13).
Jacob lucha con Dios
Éste fue el mismo ser que, investido de poder divino, bendijo a Jacob luego de que Jacob luchara con Él. En Génesis 32:24 leemos: “Así se quedó Jacob solo; y luchó con él un varón hasta que rayaba el alba”; y el profeta Oseas luego explica que Jacob “luchó con Dios. Luchó con el ángel, y lo venció” (Oseas 12:3-4, NVI).
Cuando el ser vio que Jacob no se rendiría hasta recibir su bendición, le dijo: “No se dirá más tu nombre Jacob, sino Israel; porque has luchado con Dios y con los hombres, y has vencido” (Génesis 32:28).
Pero cuando Jacob le preguntó su nombre, el Ángel sólo respondió: “¿Por qué me preguntas por mi nombre?” (v. 29), bendijo a Jacob y se fue. Jacob no supo el nombre de su contrincante, pero igualmente llamó a aquél lugar Peniel (literalmente “rostro de Dios”, según la nota al margen): “porque dijo [Jacob]: Vi a Dios cara a cara, y fue librada mi alma” (vv. 29-30).
Moisés aprende el nombre de Dios
En Éxodo 3:2 además leemos que “se le apareció el ángel del Eterno [a Moisés] en una llama de fuego en medio de una zarza” en el Monte Horeb y “…lo llamó Dios de en medio de la zarza, y dijo: ¡Moisés, Moisés!” (v. 4).
“Y dijo: Yo soy el Dios de tu padre, Dios de Abraham, Dios de Isaac, y Dios de Jacob” (v. 6). Más adelante, el Ángel del Eterno también se identificó como “YO SOY EL QUE SOY… Así dirás a los hijos de Israel: YO SOY me envió a vosotros” (v. 14). Es decir, quien habló con Moisés desde la zarza ardiendo se identificó como Dios.
El Ángel del Eterno guiaría a Israel
El mismo Ángel del Eterno que habló con Moisés en el Monte Sinaí (Hechos 7:30, 38) también se identificó a sí mismo como “mi ángel” y dijo que el nombre de Dios estaba en Él (Éxodo 23:20-23). Por un lado afirmó: “yo no subiré en medio de ti” (Éxodo 33:3), pero por el otro: “Mi presencia irá contigo” (v. 14). ¿Cómo reconciliar estos enunciados? Tal parece que el “ángel de la presencia de Dios” (literalmente, “el ángel [panayu] de su faz [de Dios]”, Isaías 63:9) hablaba no sólo en nombre del Dios Altísimo, sino también en su propio nombre.
Una de las enseñanzas de Cristo nos da fuertes indicios de que el Dios Altísimo (el Padre) nunca habló directamente con Moisés ni con nadie más. Jesús le dijo a un grupo de personas de su tiempo: “Nunca habéis oído su voz, ni habéis visto su aspecto” (Juan 5:37), y lo más probable es que no sólo se refería a ellos, sino a todas sus generaciones (vea Mateo 23:35). Este “Nunca” se aplica tanto a las vidas de aquellas personas como a toda la historia humana, y el apóstol Juan lo confirma cuando dice que “A Dios [el Padre] nadie le vio jamás” (Juan 1:18).
Cristo también explicó: “lo que he oído de él [el Padre], esto hablo al mundo”, “Porque yo no he hablado por mi propia cuenta; el Padre que me envió, él me dio mandamiento de lo que he de decir, y de lo que he de hablar” (Juan 8:26; 12:49). Es por esto que en Juan 1:1 Jesús es llamado el “Verbo” o Portavoz del Padre. Aunque en cierta ocasión los discípulos escucharon “una voz” del cielo mientras estaban con Cristo, esto no significa que hayan oído la voz del Padre (Mateo 17:5-6; 2 Pedro 1:17-18). La explicación lógica es que un ángel transmitió el mensaje de Dios el Padre.
El Ángel del Eterno también tenía la autoridad para perdonar o rehusarse a perdonar pecados. En cierta ocasión le dijo a Moisés: “Guárdate delante de él, y oye su voz; no le seas rebelde; porque él no perdonará vuestra rebelión, porque mi nombre está en él. Pero si en verdad oyeres su voz e hicieres todo lo que yo te dijere, seré enemigo de tus enemigos, y afligiré a los que te afligieren. Porque mi Ángel irá delante de ti” (Éxodo 23:21-32).
Advertencia para los israelitas en Boquim
El Ángel del Eterno había establecido un pacto fiel con Israel en Gilgal, lugar en que los israelitas hicieron una dedicación solemne a Dios antes de entrar en la Tierra Prometida. Pero al ver que Israel no cumplió su parte de la promesa, el Ángel los corrigió diciendo: “Yo os saqué de Egipto, y os introduje en la tierra de la cual había jurado a vuestros padres, diciendo: No invalidaré jamás mi pacto con vosotros, con tal que vosotros no hagáis pacto con los moradores de esta tierra, cuyos altares habéis de derribar; mas vosotros no habéis atendido a mi voz” (Jueces 2:1-2).
Debido a la infidelidad de Israel, el Ángel del Eterno le hizo saber al pueblo su decisión de no expulsar a sus enemigos. Los cananeos se quedarían en la tierra y seguirían siendo sus adversarios (v. 3). Al oírlo los israelitas lloraron amargamente (v. 4).
El Mesías es llamado“el ángel del pacto” (Malaquías 3:1) y a Jesús se le llama “el Mediador del nuevo pacto” (Hebreos 12:24).
Príncipe del ejército de Dios
Cuando Josué estaba cerca de Jericó, vio frente a él lo que parecía ser un hombre con una espada desenvainada, así que se acercó y preguntó: “¿Eres de los nuestros, o de nuestros enemigos? El respondió: No; mas como Príncipe del ejército del Eterno he venido ahora” (Josué 5:13-14).
El Ángel del Eterno en el Antiguo Testamento no era un ser angelical creado por Dios. En vez de ello, es claro que el era el Verbo quien más tarde se convirtió en Jesucristo, el Mesías, el Hijo de Dios. El Príncipe luego le dijo a Josué que se quitara el calzado porque estaba parado en un lugar santo (v. 15), y no cabe duda de que este Príncipe era el Ángel del Eterno, pues permitió que Josué lo adorara, cosa que ningún ser angelical permitiría (compare Apocalipsis 19:10; 22:8-9). La única ocasión aparte de esta en las Escrituras en que se le pide a alguien quitarse el calzado por estar en un lugar santo fue cuando Moisés habló con Dios en el Monte Horeb, también conocido como Monte Sinaí (Éxodo 3:1, 5), y en esa ocasión el ser divino se identificó a sí mismo como el “Dios de Abraham, Dios de Isaac, y Dios de Jacob” (v. 6).
Encuentro de Balaam con Dios
Cuando un falso profeta llamado Balaam hizo enojar a Dios, El Ángel del Eterno se le apareció (Números 22:22). Primero se la apareció a su asna, haciendo que el animal se apartara del camino, probablemente por miedo (vv. 23-24). “Entonces el Eterno abrió los ojos de Balaam, y vio al ángel del Eterno que estaba en el camino, y tenía su espada desnuda en su mano. Y Balaam hizo reverencia, y se inclinó sobre su rostro” (v. 31). El ser espiritual captó la atención de Balaam y luego le inspiró una profecía que el profeta no pudo rehusarse a decir (vv. 35, 38).
Es interesante notar que este ser se apareció con una espada desenvainada no sólo ante Balaam, sino también ante Josué (v. 31; Josué 5:13)
Dios alienta a Gedeón en Ofra
Gedeón estaba trillando trigo cuando “el ángel de Jehová se le apareció, y le dijo: el Eterno está contigo, varón esforzado y valiente” (Jueces 6:12). En el versículo 14, le dijo también: “Ve con esta tu fuerza, y salvarás a Israel de la mano de los madianitas. ¿No te envío yo?”.
“Viendo entonces Gedeón que era el ángel del Eterno, dijo: Ah, Señor Eterno, que he visto al ángel del Eterno cara a cara” (v. 22). Una vez más vemos que el Ángel del Eterno habló por su propia autoridad y no solo por la autoridad de Dios como lo haría un ser angelical.
La esposa de Manoa recibe una promesa
Este mismo ser fue quien luego le prometió a la esposa de Manoa que tendría un hijo, y que ese hijo comenzaría a liberar a Israel de la opresión filistea. Según el relato, “A esta mujer apareció el ángel del Eterno, y le dijo: He aquí que tú eres estéril, y nunca has tenido hijos; pero concebirás y darás a luz un hijo” (Jueces 13:3).
Cuando Manoa le preguntó al ser por su nombre, Él respondió: “¿Por qué preguntas por mi nombre, que es admirable [secreto, Traducción al lenguaje actual]?” (vv. 17-18). Si bien al principio Manoa y su esposa pensaron que el Ángel del Eterno era un hombre, más adelante reconocieron que era Dios (vv. 22-23).
La palabra hebrea traducida como “admirable” o “secreto” en el versículo 18 es el adjetivo pli'āyh o pil'iyyāh, que significa “maravilloso, incomprensible” (Spiros Zodhiates, ed., Complete Word Study Bible [Biblia de estudio completo de palabras], 2003). Esto concuerda con Isaías 9:6, donde vemos que “Admirable” es uno de los nombres del Mesías. La palabra griega usada en Isaías es pele’, un sustantivo íntimamente relacionado con la palabra en Jueces 13:8, pues significa “una maravilla, un milagro, un asombro” (ibídem).
La Roca era Cristo
El Ángel del Eterno también fue quien lideró y acompañó a los israelitas por el desierto en una nube (Éxodo 14:19; 33:14), y quien se les apareció la primera vez que entraron a Canaán (Josué 5:14).
Como explica Pablo, antes de que Cristo se manifestase en la carne, los israelitas “[bebieron] de la roca espiritual que los seguía [en el desierto], y la roca era Cristo” (1 Corintios 10:4). En aquellos días Cristo fue el Verbo de Dios hasta que, como el apóstol Juan afirma: “aquel Verbo fue hecho carne, y habitó entre nosotros y vimos su gloria, gloria como del unigénito del Padre, lleno de gracia y de verdad” (Juan 1:14).
Entonces, el Ángel del Eterno del Antiguo Testamento no era un ser angelical creado por Dios, sino el Verbo que más tarde se convertiría en Jesucristo, el Mesías, el Hijo de Dios.
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