Tras los tiroteos masivos que ocurrieron en Nueva Zelanda el pasado marzo, el primer ministro australiano Scott Morrison dijo: “Esta gente no merece nombres. Los nombres implican algún tipo de humanidad... No es humano. No se merece un nombre”.
Esta declaración del señor Morrison hace que la violencia parezca una anomalía radical en la historia de la humanidad. La idea es que el hombre que mató a 50 personas en las mezquitas de Christchurch era tan salvaje y aborrecible que no debería ser identificado como un ser humano. Sin embargo, una breve mirada a la historia basta para demostrar que los tiroteos no fueron anómalos. De hecho, son parte de una larga línea de inhumanidad, violencia y maldad.
La inhumanidad del hombre para con el hombre
Veamos otros ejemplos recientes de violencia que no han recibido tanta atención en el mundo:
- Los rohingya en Myanmar: Miles de musulmanes rohingya están huyendo de Myanmar (antes Birmania) para escapar de la violencia de la mayoría budista. Actualmente, más de 730.000 rohingya viven en campamentos de refugiados en Bangladesh.
- Guerra civil en Sudán y el sur de Sudán: Uno de los primeros genocidios del siglo XXI ocurrió en Darfur, Sudán, una región del oeste de Sudán, donde las milicias árabes, patrocinadas por el gobierno, continúan persiguiendo y masacrando a la población no árabe. También hubo combates terribles en el sur de Sudán, mientras el fin de una larga guerra civil en el 2005 llevó a que el sur de Sudán se independizara en el 2011. Pero esto no solucionó las cosas, ya que en el propio Sudán del sur existen 60 grandes grupos étnicos diferentes, y apenas dos años después de su independencia, cayó en otra guerra civil.
- Los yazidíes en Irak y Siria: En el 2014, ISIS se apoderó de partes del noroeste de Irak e intentó eliminar a los yazidíes (un grupo religioso minoritario en la región) matándolos o esclavizándolos.
Éstas y muchas otras atrocidades han ocurrido durante el siglo XXI. Y también podría decirse mucho acerca de la violencia en el siglo XX, comenzando por el Holocausto, los otros innumerables actos inhumanos que ocurrieron durante las dos guerras mundiales, los genocidios en Armenia, Ruanda y Bosnia y Herzegovina, los campos de exterminio de Camboya, la revolución cultural del presidente Mao, la violación de Nanking, etcétera.
Entonces, ¿hace la violencia que las personas pierdan su humanidad (como dijo el señor Morrison), o es la maldad más bien algo inherente en el ser humano como es ahora?
Otra pregunta: ¿por qué nuestra historia está tan llena de violencia? ¿Hay algo malo con la humanidad?
El problema es el corazón
De hecho, la Biblia revela que sí, hay un grave problema con la humanidad, y es su corazón.
- El profeta Jeremías describe nuestros corazones como “engañosos” y “perversos” (Jeremías 17:9).
- Dios describe el corazón del hombre como “malo desde su juventud” (Génesis 8:21) y corrupto (Salmo 53:3).
- El profeta Isaías describe nuestra justicia, es decir, lo que nosotros consideramos “justo”, como “trapos de inmundicia” a los ojos de Dios (Isaías 64:6). En otras palabras, la justicia humana no es tal cosa según su estándar perfecto.
- Los proverbios nos advierten que no es sabio confiar en nuestros corazones (Proverbios 28:26).
- Y Salomón describe nuestros corazones como “llenos de mal” (Eclesiastés 9:3).
Como seres humanos, tal vez nos sea difícil leer estos pasajes. Al fin y al cabo, ¡están hablando de nosotros!, y a nadie le gusta pensar que es una persona malvada. Pero estos versículos no describen el pecado y la maldad como anomalías que nos hacen menos humanos; más bien, describen una naturaleza humana egoísta como la esencia de lo que somos.
La mayoría de nosotros no se convertirá en un asesino en serie. Pero notemos lo que dijo el apóstol Juan: “aquel que aborrece a su hermano es homicida” (1 Juan 3:15; vea también las palabras de Jesús en Mateo 5:21-22).
¿Cómo llegamos hasta aquí?
¿Cómo llegó la humanidad a este punto? La Biblia revela que no fuimos creados ni nacimos malvados. Nos volvimos así, y todo se remonta al jardín de Edén.
Dios les mostró a Adán y Eva dos formas de vida, simbolizadas por dos árboles: el árbol de la vida y el árbol de la ciencia del bien y del mal (Génesis 2:9). Ellos eligieron desobedecer a Dios y escucharon las astutas mentiras de Satanás abriendo sus ojos a formas alternativas de pensar (Génesis 2:17; 3:4-6).
Como consecuencia, Dios les cerró el acceso al árbol de la vida (Génesis 3:7, 23-24) y, desde entonces, los seres humanos han estado decidiendo por sí mismos lo que es bueno y lo que es malo.
Poco después, Caín mató a su hermano Abel y así comenzó la larga historia de violencia de la humanidad (Génesis 4:8). Los recientes tiroteos en Christchurch, Nueva Zelanda, en realidad fueron sólo el más reciente de los innumerables actos violentos que se remontan al comienzo de nuestra historia.
No, las personas violentas no necesitan arrepentirse de ser animales. Todos debemos arrepentirnos de ser nosotros mismos.
No, el hombre que apretó el gatillo en Christchurch no era un animal. Era un ser humano (aunque quizás influenciado por el mundo de los espíritus malignos). Los animales no matan por odio, sino por instinto y autopreservación. Sólo los humanos matamos por odio.
Pero, ¿será siempre así?
Un corazón nuevo
La solución a estos problemas endémicos no vendrá de nosotros mismos. Pero el profeta Ezequiel nos dice lo que Dios hará para eliminarlos: “Os daré corazón nuevo, y pondré espíritu nuevo dentro de vosotros; y quitaré de vuestra carne el corazón de piedra, y os daré un corazón de carne…Y pondré dentro de vosotros mi Espíritu, y haré que andéis en mis estatutos, y guardéis mis preceptos, y los pongáis por obra” (Ezequiel 36:26, 37).
Ésa es la clave.
Necesitamos un corazón nuevo.
Sólo con un corazón nuevo podemos obedecer plenamente las leyes de Dios y practicar su camino de amor hacia Él y los demás (Mateo 22:37-40). Y la única manera de recibir esa nueva forma de pensar es a través del Espíritu Santo, el cual nos da poder para obedecer sus leyes (Hebreos 8:10; Hechos 5:32).
Salomón conocía la naturaleza de nuestros corazones, y nos insta a dirigirnos a Dios en oración y pedirle perdón cuando reconocemos la “plaga en nuestro corazón” (1 Reyes 8:38-39; vea también Ezequiel 18:32; 1 Juan 1:9).
No, las personas violentas no necesitan arrepentirse de ser animales. Todos debemos arrepentirnos de ser nosotros mismos.
Ése es el primer paso para volvernos cada vez menos humanos y más como Dios.
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