De la edición Noviembre/Diciembre 2017 de la revista Discernir

Las adversidades pueden ser bendiciones

A veces lo que parece ser un golpe terrible o una trágica derrota puede convertirse en un trampolín hacia grandes éxitos. ¡Dios puede transformar nuestras pruebas en bendiciones!

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El 19 de septiembre de 1967 en Flint, Michigan, un bebé vio la luz por primera vez. Sin duda, sus padres ansiaban su llegada, pero lamentablemente recibieron una triste sorpresa cuando el bebé hizo su debut. Había nacido con un defecto de nacimiento: no tenía su mano derecha, sólo tenía un brazo que terminaba en un muñón a la altura de la muñeca.

A medida que el pequeño crecía, era como muchos niños estadounidenses de su edad: comía, dormía y respiraba beisbol. Yo, siendo un poco mayor, recuerdo que solía recorrer incontables kilómetros en mi bicicleta con un guante de beisbol amarrado al manubrio para llegar y volver de mis prácticas de las ligas pequeñas.

Este pequeño, como tantos otros, soñaba con triunfar y llegar a las grandes ligas, específicamente como lanzador. Pero ¿qué tan realista era su sueño teniendo una sola mano?

Jim Abbott nunca se rindió

Seguramente los grandes fanáticos del beisbol ya sabrán a quién me refiero: el niño sin una mano era nada menos que Jim Abbott. Cuando joven, Abbott pasaba incontables horas lanzando una pelota de plástico contra la pared. Descansaba su guante en el muñón de su brazo derecho, luego lanzaba la pelota, y aprendió a ponerse el guante en la mano izquierda lo suficientemente rápido como para poder recibir la pelota de vuelta. Trabajó incansablemente para perfeccionar esta técnica, y así logró afinar sus reflejos y coordinación a niveles increíbles.

Cuando llegó a la secundaria, Abbott era lo suficientemente bueno como para entrar a un equipo, y no sólo lanzaba, sino que además bateaba sin ayuda. ¡Incluso hacía home runs con una sola mano! Podía lanzar, ponerse el guante a tiempo para recibir una pelota que el bateador le regresaba, sacar el balón del guante y lanzarlo con la mano izquierda para quemar a un jugador, ¡e incluso volver a lanzar para quemar al siguiente! Se decía que podía lanzar, atrapar y volver a lanzar tan rápido como la mayoría de los lanzadores que tenían dos manos.

Más tarde, Abbott se convirtió en lanzador para la Universidad de Michigan, donde en 1988 ganó el premio al mejor jugador del año. Y ese mismo año, también ganó las olimpiadas de Seúl junto al equipo masculino de beisbol de Estados Unidos.

En 1989, Abbott finalmente cumplió su sueño firmando como lanzador para los Ángeles de California. Los equipos rivales a menudo intentaban aprovecharse de su discapacidad bateando suave para que el balón cayera cerca de él, pero Abbott era tan rápido y ágil que nunca les funcionó. Sus lanzamientos eran consistentemente de entre 136 y 144 km por hora, ¡y sus bolas rápidas se acercaban a los 152 km por hora!

Eventualmente, Jim se pasó a los Yankees de Nueva York y, justo antes de su cumpleaños número 26 —el 4 de septiembre de 1993 en un juego contra los Indios de Cleveland— alcanzó la meta de todo lanzador, logrando un juego blanqueado.

Después de eso, siguió jugando hasta retirarse en 1999 y actualmente trabaja dando charlas motivacionales.

Podemos elegir crecer en las pruebas

Si Jim Abbott hubiera nacido con ambas manos, ¿se habría convertido en el gran jugador de beisbol que llegó a ser? Probablemente sí. Pero, sin duda, tener que vencer una desventaja física le hizo dedicar más tiempo y energía a sus prácticas y avances.

A veces lo que a nosotros nos parece una prueba invencible, para Dios es un desafío a través del cual quiere enseñarnos y hacernos crecer. Veamos un ejemplo bíblico que lo comprueba.

Probablemente la mayoría conoce la historia de José (Génesis 37). El relato comienza cuando José era un joven de 17 años, bastante ingenuo en muchos sentidos. Era el favorito de su papá, lo que irritaba a sus hermanos, y al parecer le gustaba contarles a todos acerca de sus sueños de grandeza, presumir su túnica de colores, etcétera. Sin embargo, no se percató de que pronto llevaría a sus hermanos a un punto de quiebre. ¡Tanto así que la mayoría de ellos quería matarlo (v. 18)! Afortunadamente, Rubén se opuso y le salvó la vida (v. 21).

En lugar de matarlo, los hermanos de José decidieron venderlo como esclavo a unos comerciantes madianitas. José era aún muy joven cuando fue vendido y llevado a una tierra desconocida con tradiciones nuevas y un lenguaje que seguramente no entendía. ¿No sentiría usted que su vida estaba arruinada en este punto? Él había sido el hijo preferido de un hombre acaudalado y le esperaba una buena herencia con una vida seguramente cómoda; pero ahora todo había cambiado.

En Génesis 39, vemos que José fue vendido a un hombre rico e importante llamado Potifar. Ahí trabajó duro e intentó ser sabio, pero sobre todo, nunca perdió la esperanza. Sabía que Dios no lo había dejado, y con el tiempo comenzó a ganarse el favor de su amo, hasta que Potifar lo puso sobre toda su casa.

Castigado por su rectitud

Lamentablemente para José, la esposa de Potifar era menos que correcta. Se infatuó con él e intentó seducirlo para que cometiera adulterio con ella. Pero José había aprendido lo que era correcto y la rechazó hasta el punto de huir de ella (Génesis 39:12). ¡José estaba haciendo lo justo al huir de la inmoralidad sexual!

Al ver sus intentos frustrados, la esposa de Potifar mintió diciendo que José la había atacado. Así que, siendo extranjero y esclavo, el joven fue lanzado a prisión, y no cualquier prisión: la prisión del faraón (v. 20). Ése era uno de los lugares en los que se decía que ya no había esperanza.

¿Qué habría hecho usted en su lugar? La primera mala experiencia de José (ser vendido como esclavo) tal vez se podía atribuir a su arrogancia juvenil y falta de experiencia. ¿Pero ahora? ¡Había sido castigado más severamente sólo por obedecer a Dios!

¿No pensaría cualquiera de nosotros que, ahora sí, su vida estaba arruinada?

José no se rindió ni cedió ante el pecado

Al terminar el capítulo 39 de Génesis, José sigue prisionero, pero ahora tenía una posición de liderazgo en la cárcel. En el siguiente capítulo, el jefe de los coperos y el panadero de Faraón también fueron puestos en prisión, y estando ahí tuvieron sueños acerca de lo que les sucedería en el futuro.

Dios le dio a José la habilidad de interpretar correctamente esos sueños. Pero permaneció en prisión sin saber si algún día sería liberado.

Dos años después, Faraón mismo tuvo un sueño que lo atormentó y sólo entonces el copero se acordó de José. Dios también le reveló a José el significado del sueño de Faraón (Génesis 41:16) y, finalmente, luego de todos esos años y pruebas, José fue elevado al segundo puesto de poder en Egipto (v. 40). Esto luego le permitió salvar a su familia de una grave hambruna.

Muchos elementos de esta historia ocurrieron sólo gracias a las pruebas de José:

Llegó a Egipto —estuvo en el lugar correcto en el momento indicado.

Había sido probado y su carácter confirmaba que era un hombre íntegro.

Había aprendido compasión y humildad —elementos esenciales de un buen líder.

Se había convertido en un administrador efectivo.

Como dijera el apóstol Pablo: “no sólo esto, sino que también nos gloriamos en las tribulaciones, sabiendo que la tribulación produce paciencia; y la paciencia, prueba; y la prueba, esperanza” (Romanos 5:3-4).

Bendiciones disfrazadas

Nadie hubiera cuestionado a Jim Abbott si hubiera decidido abandonar su sueño de niño de ser lanzador para las ligas mayores de beisbol —si hubiera decidido que era demasiado difícil con su discapacidad. Pero, a pesar de los desafíos —podría incluso decirse debido a ellos— Abbott sobresalió y logró más de lo que la mayoría se hubiera podido imaginar.

También hubiera sido entendible si José se hubiera dado por vencido luego de ser vendido como esclavo o encarcelado injustamente. Pero Dios estaba trabajando con él, mostrándole y enseñándole cosas que debía saber y eventualmente lo puso en el lugar correcto en el momento indicado.

¿Y qué hay de usted y de mí? ¿Cuál es nuestra perspectiva en cuanto a las dificultades de la vida? Sean pequeñas o grandes dentro del gran esquema de la vida, ¿recordamos siempre la promesa de Dios de llevar a cabo su propósito en nosotros (Romanos 8:28)?

A veces la vida está llena de obstáculos, oportunidades perdidas, inconvenientes e incluso problemas muy difíciles de resolver. Pero a través de ellos, Dios puede estar preparándonos para el futuro. Si somos fieles en hacer lo correcto pase lo que pase, la mayoría de nuestras pruebas y dificultades —si no todas— podrían resultar siendo bendiciones disfrazadas.


¿Cómo podemos crecer a través de las pruebas?

Lamentablemente, algunas veces no somos capaces de crecer y aprender las lecciones que nos dejan las pruebas. Incluso podemos llegar a fallar miserablemente. Pero puede ser de mucha ayuda conocer algunas de las razones por las que esto sucede.

1. Falta de perseverancia: ¿Nos cansamos a veces y dejamos de intentar? Muchas personas tratan de aprender a tocar un instrumento musical, pero al cabo de poco tiempo se aburren y lo dejan a un lado.

Florence Chadwick, conocida como la “Reina del Canal”, fue la primera mujer en cruzar el Canal Inglés de ida y vuelta y romper récords en ambos sentidos. Pero su perseverancia falló cuando, mientras nadaba desde la Isla Catalina hacia la costa de California en 1953, cayó una densa niebla. Chadwick luchó contra el frío, la fatiga, los tiburones y la niebla, pero finalmente pidió que la subieran al bote, ¡sólo para descubrir que le quedaba menos de un kilómetro y medio para llegar a la meta!

La lección es que, si queremos crecer, debemos perseverar hasta el final (Mateo 24:13).

2. Falta de convicción total: Demasiadas personas andan por la vida pensando que harán algo sólo hasta que se ponga difícil. Se dan por vencidos con un deporte, un instrumento, una amistad o incluso su matrimonio. Es más fácil renunciar cuando no estábamos comprometidos totalmente. Pero Dios se ha comprometido firmemente con nosotros (Filipenses 1:6), y nosotros debemos estar igual de comprometidos con Él.

3. Racionalización: La mente humana natural es muy creativa a la hora de inventar excusas y echarle la culpa a otros por sus falencias. “Puede que no me haya ido bien, pero no fue culpa mía”. “Nadie puede hacer eso bien, o la tarea era demasiado difícil”. “Tuve un mal día, o alguien más me saboteó”.

Para tener éxito y crecer, debemos aceptar nuestros errores y aprender de ellos. También debemos aceptar que las cosas malas pasan y, como José, tratar de hacer lo mejor en las circunstancias en que nos encontramos. Sin esto, nunca desarrollaremos el carácter de Dios ni nos convertiremos en las personas que Dios desea. 

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