¿Cómo podría un Dios amoroso permitir tantas tragedias, dolor y agonía, tantas enfermedades y accidentes mortales? ¿Por qué Dios podría permitir que tanto sufrimiento continúe?
Un examen detallado del relato de la creación que encontramos en Génesis 1-3, nos debería dar algunas claves para saber el origen del sufrimiento humano.
Desde el comienzo, es claro que Dios había planeado cuidadosamente un ambiente idílico para la humanidad. Desde el agua hasta la tierra firme, desde semillas hasta hierbas de toda clase y frutas, desde toda creatura del campo, ave de los cielos y creaturas del mar, nuestro Creador nos dio todo lo que era necesario para sustentar la vida humana.
En el sexto día, Dios formó al hombre del polvo de la tierra y sopló en su nariz aliento de vida (Génesis 2:7). De la costilla de Adán, Dios creó el complemento perfecto y unió a Adán y a Eva como esposo y esposa.
Luego, Dios los puso en un jardín maravilloso—el jardín del Edén. Rodeados por un verde magnificente y una abundancia de comida y agua, Dios los animó para que tomaran libremente de todo árbol que había en el Edén, excepto uno—el árbol de la ciencia del bien y del mal. Les advirtió que si ellos decidían tomar de ese árbol, morirían.
Algo perverso…
En medio de este escenario pacífico estaba la serpiente engañosa, Satanás el diablo. Él se le aproximó a Eva y la interpeló: ¿“Realmente les prohibió Dios que tomaran de todo árbol del jardín”? Fue lo que le preguntó a Eva. Satanás inyectó inmediatamente una duda en la mente de Eva en cuanto a lo que había dicho Dios. El hizo que apareciera como si Dios les estuviera reteniendo algo a ellos.
Luego Satanás prosiguió diciendo que Dios era un mentiroso. Él le aseguró a Eva que ella no iba a morir si comía del árbol de la ciencia del bien y del mal. De hecho, lo que ocurriría si ella comía de él, era que sus ojos serían abiertos y ella sería como Dios—capaz de saber la diferencia entre el bien y el mal. Eva comió de “la fruta prohibida” y le dio a su esposo, y todo esto desencadenó una serie de eventos.
El resultado de la desobediencia
Dios interrogó a la serpiente, a la mujer y al hombre. Dios maldijo a la serpiente; describió el dolor y el sufrimiento que Eva y todas las madres tendrían en el momento de tener un hijo y en su crianza; y maldijo la tierra, advirtiendo a Adán acerca de las grandes dificultades que él y su familia experimentarían como resultado de su desobediencia.
Como si fuera poco, Dios les dijo nuevamente que ellos morirían y regresarían al polvo del cual habían sido formados. El entonces los echó del jardín del Edén y puso ángeles para que cuidaran el árbol de vida e impidieran que Adán y Eva volvieran a entrar al jardín. La vida estaba a punto de convertirse en algo difícil para la primera familia.
El primogénito, Caín, mató a su hermano Abel. El mundo se llenó de dolor, sufrimiento y maldad hasta que llegó a un punto que Dios escogió destruir la mayor parte de la vida que había creado, por medio del diluvio en los tiempos de Noé.
¿Por qué permite Dios el sufrimiento? Porque Él nos ha dado la libertad de escoger y la consecuencia natural de la desobediencia a las leyes benéficas de Dios es el sufrimiento. En verdad la historia nos muestra que la paga del pecado (la desobediencia a las leyes y mandamientos de Dios) es muerte, sufrimiento, tristeza y dolor.
¿Por qué tuvo que sufrir Jesucristo?
Básicamente, Jesucristo sufrió y murió por el pecado—no por su propio pecado, sino por los pecados de toda la humanidad.
Veamos cómo describe Isaías el sufrimiento de Cristo: “¿Quién ha creído a nuestro anuncio? ¿y sobre quién se ha manifestado el brazo del Eterno? Subirá cual renuevo delante de él y como raíz de tierra seca; no hay parecer en él, ni hermosura; le veremos, mas sin atractivo para que le deseemos. Subirá renuevo delante de él, y como raíz de tierra seca; no hay parecer en él, ni hermosura; le veremos mas sin atractivo para que le deseemos.
“Despreciado y desechado entre los hombre, varón de dolores, experimentado en quebranto; y como que escondimos de él el rostro, fue menospreciado y no lo estimamos.
“Ciertamente llevó él nuestras enfermedades, y sufrió nuestros dolores; y nosotros le tuvimos por azotado, por herido de Dios y abatido. Mas él herido fue por nuestras rebeliones, molido por nuestros pecados; el castigo de nuestra paz fue sobre él, y por su llaga fuimos nosotros curados. Todos nosotros nos descarriamos como ovejas, cada cual se apartó por su camino; mas el Eterno cargó en él el pecado de todos nosotros.
“Angustiado él, y afligido, no abrió su boca; como cordero fue llevado al matadero; y como oveja delante de sus trasquiladores, enmudeció y no abrió su boca” (Isaías 53:1-7).
Sufrimiento causado por el pecado
¿Por qué permite Dios el sufrimiento? Claramente, el sufrimiento entró al mundo como resultado del pecado. Esto no significa que las personas que están sufriendo hayan causado siempre su propio sufrimiento; con frecuencia las personas sufren como consecuencia de los pecados de otros. Y aunque el sufrimiento es doloroso y debemos hacer lo que podamos para evitar causarlo, Dios puede utilizar el sufrimiento para que produzca algo bueno. Como leemos en el libro de Hebreos, el sufrimiento ayudó a Jesucristo a alcanzar algo valioso:
“Pero vemos a aquel que fue hecho un poco menor que los ángeles, a Jesús, coronado de gloria y de honra, a causa del padecimiento de la muerte, para que por la gracia de Dios gustase la muerte por todos. Porque convenía a aquel por cuya causa son todas las cosas, y por quien todas las cosas subsisten, que habiendo de llevar muchos hijos a la gloria, perfeccionase por aflicciones al autor de la salvación de ellos” (Hebreos 2:9-10).
El sufrimiento puede tener en nosotros el mismo impacto que tuvo en Jesucristo—puede ayudarnos a volvernos más parecidos a Cristo en nuestro carácter y en nuestra vida. Como acabamos de leer, Dios está en el proceso de llevar muchos hijos a la gloria; y Cristo, como el primogénito, alcanzó esta meta primero. Cristo fue tentado por Satanás el diablo y nunca sucumbió. Él fue probado, azotado y crucificado y sin embargo, ¡Él nunca pecó!
Nosotros también, somos exhortados a mantenernos firmes en cualquier circunstancia que la vida nos ofrezca, a medida que sigamos las pisadas de Jesucristo. Como afirmara el apóstol Pedro, nuestro adversario está siempre pendiente buscando devorarnos, de la misma forma en que trató de hacerlo con Cristo: “Sed sobrios, y velad; porque vuestro adversario el diablo, como león rugiente, anda alrededor buscando a quién devorar; al cual resistid firmes en la fe, sabiendo que los mismos padecimientos se van cumpliendo en vuestros hermanos en todo el mundo. Más el Dios de toda gracia, que nos llamó a su gloria eterna en Jesucristo, después que hayáis padecido un poco de tiempo, él mismo os perfecciones, afirme, fortalezca y establezca” (1 Pedro 5:8-10).
¿Qué nos depara el futuro?
¿No sería maravilloso el que pudiéramos regresar al mundo que Dios creó para Adán y Eva—un mundo de paz, esperanza, abundancia y plenitud sin la serpiente; un mundo sin el sufrimiento, dolor y agonía que son el resultado del pecado (la transgresión de la ley de Dios)?
¡Afortunadamente, esta es la intención que Dios tiene! Después de su regreso, una de las cosas que Cristo va a hacer primero es atar a Satanás, como parte de los pasos necesarios para establecer el Reino de Dios aquí en la tierra.
Leamos lo que Dios tiene finalmente reservado para toda la humanidad: “Vi un cielo nuevo y una tierra nueva; porque el primer cielo y la primera tierra pasaron y el mar ya no existía más. Y yo Juan vi la santa ciudad, la nueva Jerusalén, descender del cielo, de Dios, dispuesta como una esposa ataviada para su marido. Y oí una gran voz del cielo que decía: He aquí el tabernáculo de Dios con los hombres, y él morará con ellos; y ellos serán su pueblo; y Dios mismo estará con ellos como su Dios. Enjugará Dios toda lágrima de los ojos de ellos; y ya no habrá muerte, ni habrá más llanto, ni clamor, ni dolor; porque las primeras cosas pasaron” (Apocalipsis 21:1-4).
Estas “primeras cosas” han plagado la humanidad desde la época del Jardín del Edén. Dios permite el sufrimiento. Nunca ha sido su intención promoverlo—nuestro adversario fue el que lo hizo en el jardín del Edén. Adán y Eva escogieron desobedecer a Dios y el sufrimiento y la muerte fueron las consecuencias.
A medida que entregamos nuestra vida a Dios y tratamos de vivir una vida de obediencia y humildad, a pesar del sufrimiento y el dolor que esta vida puede traer, esperamos esa vida eterna en la cual no habrá ni sufrimiento ni dolor. ¡Que Dios apresure este día!