Esaú vende su primogenitura

Génesis 25:33  

Y dijo Jacob: Júramelo en este día. Y él le juró, y vendió a Jacob su primogenitura.

El nombre Jacob significa “suplantador”. Este relato nos muestra cómo Jacob cumplió con el significado de su nombre. Esaú, habiendo nacido primero, tenía derecho a la bendición de primogenitura de parte de su padre Isaac. Pero Jacob, entendiendo el valor de la primogenitura más que Esaú, deseaba la primogenitura para él mismo y para sus descendientes. Jacob maquinó para obtener de su hermano el derecho de primogenitura.

En un día en particular, Jacob estaba cocinando un guiso cuando Esaú llegó del campo con mucha hambre. Él tuvo tanta hambre y se sintió físicamente débil y tuvo el deseo de comer inmediatamente (v. 29). Jacob, aprovechando el momento de debilidad de Esaú, ofreció alimentarlo a cambio del derecho de primogenitura de Esaú. Éste, dejándose llevar por su hambre y sus emociones, tontamente razonó que él moriría si no comía del guiso de Jacob —y ¿de qué le serviría la primogenitura a un hombre muerto?

Entonces Esaú juró vender su derecho de primogenitura a Jacob a cambio del guiso (v. 33). Se nos dice que Esaú “menospreció su primogenitura” (v. 34). Esto no significa que Esaú odiara su primogenitura —más tarde veremos que sí la valoraba (Génesis 27:38). Esto significa que Esaú no le dio un valor lo suficientemente alto a su primogenitura. Él permitió que su hambre momentánea nublara su juicio y se dejó llevar por lo que sintió en su estómago, sin valorar lo que verdaderamente estaba a punto de perder y cómo su decisión afectaría a sus descendientes.

El Libro de Hebreos nos enseña una lección espiritual de las acciones de Esaú. Esaú es usado como un ejemplo de alguien que se sale del camino de Dios y se llena de amargura y se contamina espiritualmente (Hebreos 12:15). Se nos advierte que no seamos un “profano como Esaú, que por una sola comida vendió su primogenitura” (v. 16).

El punto para los cristianos en la actualidad es que debemos valorar nuestra herencia espiritual como la cosa más preciosa en nuestra vida y no perderla por nada. Nosotros somos llamados a heredar las promesas espirituales hechas a Abraham (Gálatas 3:29). Nuestra herencia es la vida eterna en el Reino de Dios (Romanos 8:17; Tito 3:7; Santiago 2:5).

Nosotros no debemos considerar nada —ni la comida ni ninguna otra cosa de esta vida— como más valioso que la herencia que Dios nos ofrece.

Para aprender más acerca de la herencia que usted está destinado a recibir, lea nuestro artículo acerca del propósito de la vida.

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