Ni permitirás que tu santo vea corrupción

Salmo 16:9-10  

Se alegró por tanto mi corazón, y se gozó mi alma; mi carne también reposará confiadamente; porque no dejarás mi alma en el Seol, ni permitirás que tu santo vea corrupción.

El rey David escribió de su esperanza en la resurrección de los muertos; pero más que eso, él profetizó la muerte y resurrección de Jesucristo. Ésta es una de las muchas profecías del Antiguo Testamento que predijeron la muerte de Cristo y la gloria que Él recibiría al ser resucitado (1 Pedro 1:3).

El apóstol Pedro dejó esto en claro en su sermón en el Día de Pentecostés. Después de citar este pasaje del Salmo 16, él dijo:

“Varones hermanos, se os puede decir libremente del patriarca David, que murió y fue sepultado, y su sepulcro está con nosotros hasta el día de hoy. Pero siendo profeta, y sabiendo que con juramento Dios le había jurado que, de su descendencia, en cuanto a la carne, levantaría al Cristo para que se sentase en su trono, viéndolo antes, habló de la resurrección de Cristo, que su alma no fue dejada en el Hades, ni su carne vio corrupción” (Hechos 2:29-31).

Pedro puntualizó que, aunque David está todavía esperando su resurrección, Jesucristo ya ha sido resucitado y es el Mesías prometido.

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