Por qué fue rechazada la ofrenda de Caín, parte 2
Pero no miró con agrado a Caín y a la ofrenda suya. Y se ensañó Caín en gran manera, y decayó su semblante.
Ayer cubrimos el primer factor que marcó la diferencia entre las ofrendas de Caín y Abel: la diferencia en la calidad y el esfuerzo detrás de las dos ofrendas. Hoy cubriremos la segunda gran diferencia:
La diferencia en las vidas y actitudes detrás de las ofrendas
Si bien probablemente hubo diferencias de calidad entre las dos ofrendas, la verdadera disparidad en las ofrendas fue en las vidas y actitudes de los hombres que las dieron.
Es evidente que Caín estaba viviendo una vida que no agradaba a Dios. Más tarde, cuando Dios le habló a Caín acerca de su ofrenda, Dios le dijo a Caín que “si bien hicieres, ¿no serás enaltecido?” (v. 7, énfasis agregado). La implicación es que Caín no estaba haciendo “bien” y estaba viviendo una vida inaceptable a Dios. Leemos en el Nuevo Testamento que Caín era “del maligno” y “sus obras eran malas” (1 Juan 3:12).
Parte de la razón por la que Dios rechazó la ofrenda de Caín fue por el estilo de vida de Caín. Dios deja en claro que Él espera que nuestro estado espiritual interno sea consistente con nuestras acciones externas. Proverbios 15:8 afirma que “el sacrificio de los impíos es abominación al Eterno”.
Por otro lado, Abel estaba viviendo una vida que era aceptable a Dios. Su ofrenda de calidad reflejó con exactitud la calidad de vida detrás de la misma. El Nuevo Testamento identifica a Abel como “justo” (1 Juan 3:12). Su ofrenda fue “más excelente” y fue un testimonio (o evidencia externa) de su justicia y fe internas (Hebreos 11:4).
¿Qué podemos aprender de la diferencia entre las vidas y actitudes de Caín y Abel? Una lección significativa es que nosotros no podemos confiar sólo en las apariencias externas de la adoración religiosa para agradar a Dios. Caín trató de esconder su vida injusta a través de una ofrenda. Pero Dios “mira el corazón”, no solamente el “parecer” externo (1 Samuel 16:7, ver también Jeremías 17:10).
Jesucristo corrigió a los fariseos por un asunto similar. Los fariseos aparecían justos externamente, pero internamente eran injustos y estaban viviendo una vida inaceptable para Dios (Mateo 23:25-28).
Los verdaderos cristianos deben “amar al Señor tu Dios con todo tu corazón, y con toda tu alma, y con todas tus fuerzas, y con toda tu mente” (Lucas 10:27, énfasis agregado) —lo cual significa que nuestro amor por Dios y nuestra justicia deben ser el meollo de nuestro ser. Eso no significa que Dios no se interese por nuestras acciones y apariencia externas. La Biblia afirma que nosotros debemos ser “hacedores de la palabra” (Santiago 1:22) como resultado de la “palabra implantada” de Dios dentro de nosotros (Santiago 1:21).
Si usted desea aprender más acerca de cómo los verdaderos cristianos deben ser convertidos de adentro para afuera, vea los artículos en la sección titulada “La conversión”.