De la edición Marzo/Abril 2018 de la revista Discernir

Cómo afrontar la culpa y la vergüenza

Dios tiene un propósito con la culpa —nos guía al arrepentimiento para que podamos ser limpiados. Pero los sentimientos de vergüenza y culpa con frecuencia son mal enfocados, mal manejados y no tienen fin. O son enterrados, racionalizados e ignorados.

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Un borrador previo de este artículo revelaba el momento más embarazoso que he tenido —una experiencia de la cual me avergüenzo tanto que no hablo acerca de ella. Afortunadamente, para ajustarme a la longitud permitida para el artículo, quité esa historia.

Probablemente, usted también tiene cosas de las cuales se siente avergonzado o culpable. Algunas de ellas no fueron realmente su falta. Algunas sí. En algunas usted trata de no pensar, pero lo atormentan de todas formas. Algunas pueden pesar sobre usted porque los demás se lo reprochan, en un cruel juego de poder.

Los sentimientos de culpa y vergüenza pueden ser confusos

Podemos sentir lo mismo por cosas que no podemos controlar. Podemos sentirnos culpables aunque no hayamos hecho nada erróneo. Podemos sentirnos manipulados por alguien que es un experto en inyectarnos sentimientos de vergüenza y culpa en nuestra mente.

Y en el otro extremo, hay casos en los cuales alguien (¿podría ser yo?) no se siente culpable por algo que en verdad sí ha hecho mal. Algunas veces es por ignorancia o por una conciencia equivocada. Algunas veces es por una conciencia cauterizada —o tan ignorada y pisoteada que ya no es sensible a la culpa.

Satanás, nuestro enemigo, tiene muchas formas de usar estas armas en contra nuestra. Él quiere que sintamos tanta vergüenza y culpa (aun cuando no hayamos pecado) que nos sintamos desanimados, sin esperanza, débiles. Él quiere que digamos: ¿esto para qué?

Satanás también quiere que sintamos que no hay forma de salir de la culpa cuando es merecida. Él quiere que busquemos justificarnos, que nos enojemos con aquellos contra los cuales hemos pecado y con Dios. Él quiere que busquemos distracciones peligrosas, que nos automediquemos y nos sintamos cortados de Dios sin forma de regresar a Él.

O, él quiere que no nos sintamos culpables —cuando en realidad sí deberíamos.

Hay un momento y una ocasión correctos para la culpa. Dios nos creó con la habilidad de aprender acerca del bien y el mal y sentir la culpa por lo malo. Él quiere que la culpa que sentimos por pecar nos guíe a cambiar. Él quiere que nos arrepintamos y lavemos nuestra culpa —no que volvamos a hacerlo.

¿Cómo podemos saber cuándo deberíamos sentirnos culpables?

Aunque los sentimientos de vergüenza y culpa pueden ser equivocados y nuestra conciencia puede estar desenfocada, hay una forma en que podemos saber con certeza.

Dios define el bien y el mal claramente en la Biblia. El esquema básico está resumido en 10 cortas reglas llamadas los Diez Mandamientos.

Para saber si usted realmente se debería sentir culpable, haga lo siguiente:

  1. Estudie la ley de Dios. Todos han pecado y “están destituidos de la gloria de Dios” (Romanos 3:19, 23), y el pecado es la causa de los problemas y males de este mundo. Al estudiar los Diez Mandamientos y los principios relacionados enseñados en la Biblia, esto nos enseña dónde hemos pecado para que así podamos cambiar. Los primeros cuatro mandamientos nos muestran cómo amar a Dios de la forma en que Él quiere ser amado y los últimos seis nos muestran cómo amar a los que nos rodean. La desobediencia a estas leyes es lo que nos hace verdaderamente culpables.
  2. Pida. Si todavía no estamos seguros si hemos pecado, podemos pedirle a Dios que nos ayude a ver las cosas como Él las ve. También podemos preguntarles a las personas que hemos herido. Esto no sólo nos puede educar nuestra conciencia acerca de cómo afectan a otros nuestras acciones, sino que además nos puede ayudar a reconciliarnos con ellos (tal vez no hayamos pecado, pero aun así es posible que hayamos herido a otros con nuestros errores. Lea más acerca de cómo debemos afrontar nuestros errores en nuestros artículos “Nadie es perfecto” y “Cómo disculparse”).

Tal reconciliación —aplicando los principios de Dios (Mateo 5:23-24), puede ser efectiva para reconstruir las relaciones.

Sin embargo, esto no significa que usted tiene que darle a una persona manipuladora entera libertad para que continúe haciéndole sentir avergonzado o culpable cada vez que quiera. Las relaciones sanas pueden crecer por medio de las disculpas y el perdón, pero la provocación y el continuo avergonzamiento pueden ser algo muy tóxico. (Vea en 1 Samuel 1:6-7 la historia de Ana y cómo Penina la provocaba continuamente; además el artículo “¿Amistades nocivas?”). Por supuesto, también debemos evitar manipular a los demás con sentimientos de culpa.

Cómo limpiar la culpa

Nuestra culpa por el pecado es parte de cómo Dios nos guía al arrepentimiento. Cuando vemos cuán malo es nuestro pecado, nos “compungimos” (Hechos 2:37). Seguiremos entonces la exhortación de Pedro: “Arrepentíos, y bautícese cada uno de vosotros en el nombre de Jesucristo para perdón de los pecados; y recibiréis el don del Espíritu Santo” (v. 38).

Cada parte de este proceso de conversión es esencial. Dios quiere que estemos motivados a cambiar y, después, Él nos ofrece la ayuda sobrenatural necesaria para hacer posible el cambio espiritual.

El arrepentimiento es más que un remordimiento temporal. Como el apóstol Pablo dice, éste demanda un dolor profundo, diligente, según Dios (2 Corintios 7:10-11; vea más en nuestros artículos “La tristeza según Dios” y “Cómo debemos arrepentirnos”).

El perdón de nuestros pecados y la remoción de nuestra culpa sólo es posible por el increíble amoroso sacrificio de Jesucristo. Él dio su vida para pagar nuestra pena de muerte por nosotros. Su sangre derramada lava nuestros pecados y la culpa (1 Juan 1:7; Apocalipsis 1:5).

Después de arrepentirnos genuinamente, podemos aceptar el perdón de Dios y no continuar cargando la culpa, sabiendo que: “Cuanto está lejos el oriente del occidente, hizo alejar de nosotros nuestras rebeliones” (salmo 103:12). Podemos estar sin mancha ante los ojos de Dios y seguir adelante con nuestra vida.

Si desea estudiar más este proceso de conversión, vea nuestro folleto gratuito: ¡Cambie su vida!

Cómo enfrentar la culpa y la vergüenza inmerecida

La Biblia muestra que aun Jesucristo soportó una vergüenza inmerecida (Hebreos 12:2). En ocasiones, los apóstoles fueron avergonzados por servir a Cristo y ellos le dieron otro enfoque a su situación, “salieron de la presencia del concilio, gozosos de haber sido tenidos por dignos de padecer afrenta por causa del Nombre” (Hechos 5:41). Más tarde, Pedro escribió: “Pero si alguno padece como cristiano, no se avergüence, sino glorifique a Dios por ello” (1 Pedro 4:16).

Si tenemos que enfrentar una vergüenza o una culpa inmerecidas, ¿qué podemos hacer?

Recordarnos a nosotros mismos que no es merecida es algo que puede ayudar. Buscar consejo sabio acerca de cómo tratar con la persona o las personas que nos avergüenzan también es una buena idea.

Y le podemos pedir a Dios que nos ayude para no permitir que los ataques injustos nos afecten demasiado.

En el Sermón del Monte, Jesús dio algunas claves para tratar con las ansiedades y preocupaciones. Es cuestión de enfocarnos en las prioridades de Dios y llevarle nuestras preocupaciones a Él. Esto nos ayuda a minimizarlas. Veamos estas instrucciones de Jesús:

  • “Vosotros, pues, oraréis así: Padre nuestro que estás en los cielos, santificado sea tu nombre. Venga tu reino. Hágase tu voluntad, como en el cielo, así también en la tierra. [Le damos a Dios y su Reino la prioridad más alta.] El pan nuestro de cada día, dánoslo hoy. [Ponemos nuestras necesidades y cuidado en las manos de Dios.]
    “Y perdónanos nuestras deudas, como también nosotros perdonamos a nuestros deudores. [Sólo Dios puede perdonar nuestra deuda espiritual del pecado.] Y no nos metas en tentación, más líbranos del mal [nuestro acusador espiritual]; porque tuyo es el reino, y el poder, y la gloria, por todos los siglos. Amén” (Mateo 6:9-13).
  • “Mas buscad primeramente el reino de Dios y su justicia, y todas estas cosas os serán añadidas. Así que, no os afanéis por el día de mañana, porque el día de mañana traerá su afán. Basta a cada día su propio mal” (Mateo 6:33-34).

El continuo proceso de conversión

Por supuesto no debemos asumir que nuestros sentimientos de culpa son siempre inmerecidos. Aún después de nuestro arrepentimiento y conversión iniciales, cuando pecamos, debemos aplicar las instrucciones de Juan:

“Si decimos que no tenemos pecado, nos engañamos a nosotros mismos, y la verdad no está en nosotros. Si confesamos nuestros pecados, él es fiel y justo para perdonar nuestros pecados, y limpiarnos de toda maldad” (1 Juan 1:8-9).

Entonces podremos estar completamente limpios de pecado y de culpa. Como Dios dijo por medio de Isaías: “Lavaos y limpios; quitad la iniquidad de vuestras obras de delante de mis ojos; dejad de hacer lo malo; aprender a hacer el bien; buscad el juicio, restituid al agraviado, haced justicia al huérfano, amparad a la viuda. Venid luego, dice el Eterno, y estemos a cuenta: si vuestros pecados fueren como la grana, como la nieve serán emblanquecidos; si fueren rojos como el carmesí, vendrán a ser como blanca lana” (Isaías 1:16-18).

Veamos algunos recursos acerca de este tema tan importante:

 

Recuadro: Algunos hechos acerca de la vergüenza y la culpa

Al preguntarles cuál de los siguientes tres evitaban más, los norteamericanos respondieron:

  • Vergüenza, 38 por ciento
  • Culpa, 31 por ciento
  • Miedo, 30 por ciento

“¿Cuál es nuestro temor cultural más grande? La vergüenza”, dice Scott McConnell, director ejecutivo de LifeWay Research, [Investigaciones LifeWay].

¿Por qué? “Tal vez porque la culpa dice, merezco ser castigado”, dice él. “Pero la vergüenza afirma, yo no soy nadie”.

Una investigación realizada por Fibre One, encontró que no hay mucho por lo que los británicos no se sientan culpables, excepto por el 16 por ciento que afirman no sentirse culpables de nada, “pareciera que Inglaterra es una nación atormentada por la culpa diariamente. Nuestros sentimientos de culpa no se desploman sino por hasta cinco horas en algunas ocasiones”. Según Guy Winch en PshychologyToday.com, “Los estudios han encontrado que la concentración, 

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