Cuando Dios escudriña en nuestro corazón y nuestra mente

Las Escrituras hacen énfasis en que nuestros pensamientos le preocupan mucho a Dios. Él tiene la habilidad de leer nuestra mente y discernir nuestros motivos.

El Rey David entendió cuán importantes son para Dios nuestros pensamientos, motivaciones y las intenciones de nuestra mente. Él escribió:

“Tú has conocido mi sentarme y mi levantarme; Has entendido desde lejos mis pensamientos.... Examíname, oh Dios, y conoce mi corazón; Pruébame y conoce mis pensamientos; Y ve si hay en mí camino de perversidad, y guíame por el camino eterno” (Salmo 139:2, 23-24, énfasis añadido).

El Comentario bíblico del expositor explica que David le está “pidiendo a Dios que discierna sus motivos y acciones.... Lo único que desea el salmista es la conformidad con la voluntad de Dios; por eso ora para que Dios examine su condición espiritual” (edición revisada, p. 964, énfasis añadido).

Gente malvada había acusado a David, lo que le produjo inquietud. Él quería estar seguro de que no era el resultado de sus propias acciones y que su corazón estaba bien ante Dios. Por eso le pidió a Dios que le mostrara si estaba equivocado.

El corazón del rey Salomón no estaba bien con Dios

David le transmitió a Salomón este conocimiento vital de cómo Dios mira nuestro corazón y nuestra mente.

“Y tú, Salomón, hijo mío, reconoce al Dios de tu padre, y sírvele con corazón perfecto y con ánimo voluntario; porque el eterno escudriña los corazones de todos, y entiende todo intento de los pensamientos. Si tú le buscares, lo hallarás; más si lo dejares, él te desechará para siempre” (1 Crónicas 28:9, énfasis añadido).

En la recta final de su vida, lamentablemente Salomón no siguió el consejo de su padre: “Y cuando Salomón era ya viejo, sus mujeres inclinaron su corazón tras dioses ajenos, y su corazón no era perfecto con el Eterno su Dios, como el corazón de su padre David.... Y se enojó el Eterno contra Salomón, por cuanto su corazón se había apartado del Eterno Dios de Israel” (1 Reyes 11:4, 9, énfasis añadido).

Una lección de la vida del rey Ezequías

En 2 Crónicas 32 se nos da un ejemplo de cómo Dios puede obrar con nosotros en ciertos momentos. Por ejemplo, cuando el rey Ezequías recibió los mensajeros enviados de Babilonia, Dios se apartó de Ezequías, para ver como actuaba. Este incidente le dio a Dios la oportunidad de averiguar más acerca del verdadero carácter del rey.

“Más en lo referente a los mensajeros de los príncipes de Babilonia, que enviaron a él para saber del prodigio que había acontecido en el país, Dios lo dejó, para probarle, para hacer conocer todo lo que estaba en su corazón” (v. 31, énfasis añadido).

De este ejemplo, podemos aprender que hay momentos en que Dios no interviene inmediatamente, sino que nos permite perseverar a través de circunstancias difíciles y que nos ponen a prueba. Esto le da la oportunidad, con el tiempo, de ver cómo trabaja nuestra mente. La manera como tratamos, a nivel individual, diferentes asuntos, le dice mucho a Dios acerca de nosotros y cuánto estamos aprendiendo a pensar como Él lo hace. ¿Cuánto nos estamos preparando para las responsabilidades que Él tiene en mente para nosotros en su Reino?

Desafortunadamente, en este caso lo que Dios vio en el corazón de Ezequías no le agradó, como lo demuestra la reprimenda del profeta Isaías (Isaías 39:1-7). ¡El rey no pasó esta prueba! Los pensamientos de su mente no agradaban a Dios, aunque en general Ezequías “hizo lo recto ante los ojos del Eterno” (2 Crónicas 29:2).

¿Qué hay de nosotros?

Cuando nos encontramos en situaciones en las que nuestra mente es puesta a prueba —por ejemplo, dificultades de trabajo, dificultades financieras, las relaciones con los demás, problemas de salud, etcétera— Dios puede hacerse a un lado por un tiempo para ver cuán deseosos estamos de afrontar estos asuntos de acuerdo a su voluntad. ¿El resultado de nuestras acciones refleja la mente de Cristo o nuestras respuestas carnales y egoístas?

Lo que vemos en las escrituras nos muestra que Dios escudriña nuestra mente para determinar las intenciones y propósitos detrás de nuestros pensamientos y acciones (ver Proverbios 17:3; Jeremías 17:10).

Reconocemos que en ocasiones nuestros corazones no son tan espirituales y de acuerdo a Dios como nos gustaría que fueran. Físicamente, entendemos que un corazón enfermo puede traer como consecuencia graves problemas de salud. ¡De la misma manera que un corazón espiritualmente enfermo puede causar problemas espirituales!

Entonces, ¿qué pasos debemos tomar para asegurarnos de que nuestros corazones están espiritualmente sanos ante los ojos de Dios?

Necesitamos una actitud de arrepentimiento

David estaba consciente de lo absolutamente vitales que eran para Dios los pensamientos y las intenciones de su corazón. Había pecado gravemente contra Dios al cometer adulterio con Betsabé. Cambió sus pensamientos y tomó medidas para renovar su relación con Dios.

¿Qué se requería? Dios quería que él tuviera “la verdad en lo íntimo” (Salmo 51:6).

David le suplicó a Dios: “Crea en mí, oh Dios, un corazón limpio, Y renueva un espíritu recto [constante] dentro de mí” (v. 10).

Uno de los pasos más difíciles para nosotros es admitir que nuestro corazón no siempre está bien ante los ojos de Dios.El Salmo 51 es un salmo del arrepentimiento de David, una enseñanza crucial en la Biblia. Jesucristo constantemente hacía bastante énfasis en el tema del arrepentimiento (Mateo 4:17; Marcos 1:15; Lucas 13:3, 5; aprenda más en nuestro artículo “¿Cómo debemos arrepentirnos?”).

Fue sólo después de que David se arrepintió (Salmo 51:1-4) que Dios le perdonó sus pecados (2 Samuel 12:13).

No es fácil reconocer los pecados en nuestro corazón

Uno de los pasos más difíciles para nosotros es admitir que nuestro corazón no siempre está bien ante los ojos de Dios. A veces nos rehusamos a reconocer nuestras transgresiones y los pecados que acechan en nuestro corazón —“despojémonos de todo peso y del pecado que nos asedia” (Hebreos 12:1).

Veamos lo que escribió el apóstol Juan: “Si decimos que no tenemos pecado, nos engañamos a nosotros mismos, y la verdad no está en nosotros. Si confesamos nuestros pecados [como lo hizo David], él es fiel y justo para perdonar nuestros pecados, y limpiarnos de toda maldad” (1 Juan 1:8-9, énfasis añadido).

Nos hacemos mucho daño cuando escondemos nuestros pecados o permitimos que nuestros egos nos convenzan de que nuestros corazones están limpios y puros. Analicemos cómo el Rey David se regocijó cuando le manifestó sus pecados a Dios:

“Mientras callé, se envejecieron mis huesos en mi gemir todo el día… Mi pecado te declaré, y no encubrí mi iniquidad. Dije: Confesaré mis transgresiones al Eterno; Y tú perdonaste la maldad de mi pecado” (Salmos 32:3, 5, énfasis añadido). La alegría de su vida le regresó: “Alegraos en el Eterno y gozaos, justos; Y cantad con júbilo todos vosotros los rectos de corazón” (v. 11, énfasis añadido).

Un examen espiritual para todos los cristianos

Tome nota cuidadosamente de las siguientes escrituras. ¿Cómo podemos estar a la altura de estas enseñanzas?

  • “Engañoso es el corazón más que todas las cosas, y perverso; ¿quién lo conocerá?” (Jeremías 17:9, énfasis añadido). ¡Una excelente pregunta! ¿Podemos responder y reconocer con sinceridad que en ocasiones la maldad está presente en nuestros corazones?
  • “Examinaos a vosotros mismos [no a los demás] si estáis en la fe; probaos a vosotros mismos. ¿O no os conocéis a vosotros mismos, que Jesucristo está en vosotros, a menos que estéis reprobados?” (2 Corintios 13:5). SI no lo hacemos, corremos el riesgo de que seamos “reprobados” o rechazados por Dios (mismo versículo).
  • Hacia el final del primer siglo, el apóstol Juan dio una definición de lo que es el pecado: “Todo aquel que comete pecado, infringe también la ley; pues el pecado es infracción de la ley” (1 Juan 3:4). Más tarde dijo que si amamos a Dios, vamos a guardar sus mandamientos, los cuales no son gravosos como algunos afirman (1 Juan 5:3). ¿Estamos seguros de que estamos guardando todas las leyes de Dios, y no las tradiciones sin respaldo bíblico enseñadas por los seres humanos en nombre de la religión?
  • Jesucristo dijo: “No todo el que me dice: Señor, Señor, entrará en el reino de los cielos, sino el que hace la voluntad de mi Padre que está en los cielos” (Mateo 7:21, énfasis añadido). Si no hacemos la voluntad del Padre, Cristo nos va a decir: “Nunca os conocí” (v. 23). ¿Estamos seguros de que estamos viviendo de acuerdo a la voluntad de nuestro Padre Celestial?
  • El rey David entendió que los pecados ocultos —pecados de los cuales no estaba consciente— posiblemente existían en su vida. Si era así, quería que Dios le mostrara cuáles eran esos pecados: “¿Quién podrá entender sus propios errores? Líbrame de los que me son ocultos. Preserva también a tu siervo de las soberbias; Que no se enseñoreen de mí; Entonces seré íntegro, y estaré limpio de gran rebelión” (Salmos 19:12-13). El deseo de David era: “Sean gratos los dichos de mi boca y la meditación de mi corazón delante de ti, Oh Eterno, roca mía, y redentor mío” (v. 14, énfasis añadido). Cada uno de nosotros debe tener en cuenta que, al igual que David, tenemos pecados ocultos en nuestras vidas y necesitamos que Dios nos los muestre para que nos podamos arrepentir y cambiar.

Lo que Dios le ofrece a cada persona

Reconocer y admitir nuestros pecados, seguido por un genuino arrepentimiento, son los principios fundamentales del verdadero cristianismo. Es el camino al perdón de los pecados que lleva a la vida eterna, en lugar de la muerte eterna (Romanos 6:23).

Dios nos da éstas opciones:

  • La vida o la muerte.
  • Bendición o maldición.

Él le dice a cada persona: “escoge, pues, la vida, para que vivas tú y tu descendencia” (Deuteronomio 30:19).

Créale a Dios y a su palabra, y hágase un examen espiritual del corazón. No sólo traerá un sentido de alegría y felicidad en su vida, sino que abrirá la puerta a un futuro más allá de sus más increíbles sueños.

En el libro del Apocalipsis leemos: “Al que venciere, le daré que se siente conmigo en mi trono, así como yo he vencido, y me he sentado con mi Padre en su trono” (Apocalipsis 3:21). ¡Dios nos está preparando para un futuro de éxito y servicio (lea más en nuestro artículo “Nacidos para ser reyes”)!

Lo que ocurra en nuestra mente y en nuestro corazón va a determinar en gran medida si seremos uno de los que reclaman esta promesa.

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