La historia de José en el Antiguo Testamento es un inspirador relato de un hombre fiel que soportó muchas pruebas y pasó de ser un prisionero a primer ministro.
José es uno de los personajes más interesantes de la Biblia, y Dios nos da una descripción de su vida, desde sus privilegiados primeros años, pasando por las injusticias y las pruebas durante su juventud, hasta su ascenso al poder en la gran nación de Egipto. A lo largo de toda su vida, José se fue convirtiendo en un hombre de fe, y sería referenciado en el capítulo de la fe.
En su juventud pudo haber sido malcriado y falto de sabiduría. Pero al final, se destacó por su fe, su sabiduría y su voluntad de perdonar y no buscar venganza.
A los hombres de fe les puede llevar tiempo alcanzar la madurez que Dios desea que posean. Parece que José cometió algunos errores propios de la juventud en su relación con sus hermanos, pero como hombre de fe, perseveró. Los hombres de fe aprenden sus lecciones, se aferran a su fe incluso en circunstancias difíciles y no guardan rencor.
La historia de José
La situación de la familia de José era complicada. Jacob, su padre, tenía hijos con cuatro mujeres diferentes. Pero Raquel, la madre de José, había sido la primera elección de Jacob y su favorita.
Evidentemente, los hermanos mayores de José se daban cuenta que José era el hijo favorito de Jacob, incluso antes de que Jacob le diera una túnica especial de muchos colores.
Y aparte de esto, José no fue tan popular entre sus hermanos después de darle un reporte bastante negativo a su padre acerca del comportamiento de ellos (Génesis 37:2).
Luego, José tuvo unos sueños, y quizás de manera no muy sabia, les contó a sus hermanos acerca de estos sueños que parecían implicar que su familia se postraría delante de él.
El resentimiento y la ira de sus hermanos creció con el paso del tiempo.
José es vendido como esclavo
Las cosas llegaron a un punto crítico cuando Jacob envió a José a ver cómo estaban sus hermanos. Estos lo vieron llegar y empezaron a planear su asesinato. Rubén, el mayor de los hermanos, los convenció de que mejor arrojaran a José a un pozo.
Cuando pasó un grupo de mercaderes, Judá dijo: “Venid, y vendámosle a los ismaelitas, y no sea nuestra mano sobre él; porque él es nuestro hermano, nuestra propia carne” (v. 27). Ellos lo vendieron por veinte piezas de plata, y con esto se convirtió en esclavo.
Los hermanos decidieron que no podían decirle la verdad a su padre, así que untaron la túnica de José con sangre de un cabrito y Jacob asumió que José estaba muerto.
Mientras tanto, José fue llevado a Egipto y fue vendido a “Potifar, oficial de Faraón, capitán de la guardia” (v. 36).
A pesar de todas las cosas que tuvo que pasar, José no se dio por vencido ni hubo amargura en su corazón. Continuó obedeciendo a Dios. Trabajó diligentemente para Potifar y “halló gracia en sus ojos, y le servía…” (Génesis 39:4). Dios “estaba con José, y fue varón próspero… el Eterno bendijo la casa del egipcio a causa de José” (vv. 2, 5).
José fue fiel a Dios y a Potifar. Su amo confió en José y lo dejó a cargo de todas sus posesiones.
Tentado a pecar
Pero la esposa de Potifar no era fiel y “puso sus ojos en José, y dijo: Duerme conmigo” (v. 7).
José se rehusó a quebrantar la ley de Dios y le dijo: “He aquí que mi señor no se preocupa conmigo de lo que hay en casa, y ha puesto en mi mano todo lo que tiene. No hay otro mayor que yo en esta casa, y ninguna cosa me ha reservado sino a ti, por cuanto tú eres su mujer; ¿cómo, pues, haría yo este grande mal, y pecaría contra Dios?” (vv. 8-9).
José conocía el mandamiento que prohíbe el adulterio mucho tiempo antes de que fuera establecido en el monte Sinaí. Lo invitamos a leer nuestro artículo, “¿Existían los Diez Mandamientos antes de Moisés?”.
Día tras día ella intentaba seducirlo. Pero José continuaba rechazándola porque sabía que era pecado.
“Aconteció que entró él un día en casa para hacer su oficio, y no había nadie de los de casa allí. Y ella lo asió por su ropa, diciendo: Duerme conmigo. Entonces él dejó su ropa en las manos de ella, y huyó y salió” (vv. 11-12).
Disgustada por los continuos rechazos, decidió acusar a José y le mintió a Potifar, afirmando que José había intentado abusar de ella.
Potifar se enfadó mucho con José y lo envió a prisión (v. 20).
El castigo injusto a José
¡Fue tan injusto! José había sido castigado por algo que no hizo. En lugar de ser recompensado por obedecerle a Dios, ahora se encontraba en una situación incluso peor.
Pero José se mantenía fiel a Dios, y diligentemente sirvió al jefe de la cárcel. El jefe de la cárcel confió en José y lo puso a cargo de todos los prisioneros.
Un día, el faraón, rey de Egipto, envió a su panadero y a su copero a prisión. Y una noche, tanto el copero como el panadero tuvieron unos sueños.
En la mañana, José les preguntó: “¿Por qué parecen hoy mal vuestros semblantes? Ellos le dijeron: Hemos tenido un sueño, y no hay quien lo interprete. Entonces les dijo José: ¿No son de Dios las interpretaciones? Contádmelo ahora” (Génesis 40:7-8).
Dios le reveló a José el significado de los sueños que habían tenido estos hombres. El panadero moriría, pero el copero recuperaría su trabajo.
José le pidió al copero que se acordara de él cuando fuera liberado y le hablara al farón acerca de su injusto encarcelamiento (vv. 14-15).
Pero el copero se olvidó de esto. Entonces, José permaneció en prisión durante dos largos años más.
Los sueños del faraón
Aconteció que el faraón tuvo dos sueños. Mandó a llamar a todos los magos y sabios de Egipto, pero no pudo encontrar a nadie que le interpretara sus sueños.
El copero recordó entonces que José podía interpretar el significado de los sueños.
El faraón mandó a llamar a José, que rápidamente fue llevado desde la prisión y le explicó que había escuchado que él era capaz de entender e interpretar sueños.
“Respondió José a Faraón, diciendo: No está en mí; Dios será el que dé respuesta propicia a Faraón” (Génesis 41:16). José, fielmente, le dio todo el crédito a Dios.
Luego José le explicó al rey que sus dos sueños significaban siete años de abundancia y siete años de hambruna. Durante los primeros siete años, Egipto tendría abundantes cosechas. Pero vendrían también siete años de escasez total.
José es bendecido
José le sugirió al faraón que debía nombrar un hombre sabio para que pudieran prepararse para los siete años de hambruna y que Egipto debía almacenar alimentos durante los años de abundancia.
Dios bendijo a toda la familia por medio de José y, a pesar de todas las pruebas, los sueños de José se hicieron realidad y su fe fue recompensada.
El rey quedó impresionado con la sabiduría de José y lo eligió para el trabajo. Después de años de diversas pruebas, José pasó de ser un prisionero a convertirse en primer ministro, el segundo al mando de la gran nación de Egipto en cuestión de muy poco tiempo.
Al igual que antes, Dios bendijo los diligentes esfuerzos de José. Él movilizó a los egipcios para que almacenaran alimentos suficientes para ellos y los pueblos aledaños que estuvieran dispuestos a pagar el precio.
Mientras tanto, José recibía el favor del faraón y las bendiciones de Dios.
“Y llamó Faraón el nombre de José, Zafnat-panea; y le dio por mujer a Asenat, hija de Potifera sacerdote de On. Y salió José por toda la tierra de Egipto” (v. 45).
Durante los siete años de abundancia, Dios bendijo a José y Asenat con dos hijos.
Es interesante ver que incluso los nombres que José escogió para sus hijos reflejaban su fe en que Dios estaba llevando a cabo una obra en su vida. Su primer hijo fue llamado Manasés (el que hace olvidar), “porque dijo: Dios me hizo olvidar todo mi trabajo, y toda la casa de mi padre” (v. 51). Su segundo hijo recibió el nombre de Efraín (fructífero), “porque dijo: Dios me hizo fructificar en la tierra de mi aflicción” (v. 52).
Los hermanos de José se inclinan ante él
Cuando llegó la hambruna, Jacob envió a los 10 hermanos de José a Egipto para que compraran alimentos, pero hizo que Benjamín, el menor de ellos, se quedara en casa. Cuando los hermanos vieron al gobernador de Egipto, se inclinaron ante él —justo como lo habían predicho los sueños de José muchos años atrás. Ellos no reconocieron a José —actuó como un extraño y habló por medio de un intérprete. Pero él si los reconoció.
José decidió poner a prueba a sus hermanos para ver que clase de seres humanos eran en ese momento. Los acusó de ser espías. Sus hermanos lo negaron y le contaron a José acerca de su padre y hermano menor. José siguió acusándolos de ser espías y los envió a la cárcel durante tres días.
Finalmente decidió liberar a nueve de ellos y les vendió granos para que llevaran a sus casas. Les dijo a sus hermanos que cuando regresaran debían traer a su hermano menor, para poder verificar que habían sido honestos con él —pero hasta entonces, Simeón estaría en prisión (Génesis 42:19-20).
Los hermanos le contaron a su padre todo lo que había sucedido, pero Jacob, que todavía pensaba que José había muerto, no quería arriesgarse a perder a Benjamín también.
No obstante, la hambruna era severa, y cuando se agotó el grano, Jacob aceptó, renuentemente, a que Benjamín acompañara a sus hermanos a Egipto.
Jacob dijo: “Y el Dios Omnipotente os dé misericordia delante de aquel varón, y os suelte al otro vuestro hermano, y a este Benjamín. Y si he de ser privado de mis hijos, séalo” (Génesis 43:14).
Un reencuentro entre lagrimas
De nuevo, sus hermanos se inclinaron ante él. Todavía no habían reconocido quién era él.
Pero cuando estaban de regreso a casa, José envió a algunos de sus hombres para que buscaran su copa de plata, que había sido escondida entre las pertenecías de Benjamín. Los hermanos fueron llevados una vez más delante de José, y José les anunció que Benjamín se quedaría con él como esclavo. Pero los hermanos le suplicaron a José que lo dejara libre. Estaban muy preocupados de que su padre no pudiera resistir la pérdida de su hijo menor.
Si José quiso poner a prueba a sus hermanos, obtuvo la respuesta. Habían cambiado y mostraron una genuina preocupación por su medio hermano y por su padre. Ahora estaban dispuestos a sacrificarse por Benjamín y por su padre.
José no pudo ocultar más las cosas. Así que les dijo a sus hermanos: “Yo soy José vuestro hermano, el que vendisteis para Egipto” (Génesis 45:4).
Comprensiblemente, sus hermanos estaban asustados. Pero en lugar de castigarlos, José los consoló. Les dijo que se había dado cuenta que Dios había permitido todo eso con un propósito. “Y Dios me envió delante de vosotros, para preservaros posteridad sobre la tierra, y para daros vida por medio de gran liberación” (v. 7).
José arregló todo para que sus hermanos trajeran a Jacob y el resto de sus familias a Egipto. Así tendrían alimento suficiente para los cinco años restantes de hambruna.
Por supuesto, Jacob se sorprendió al saber que José seguía vivo. Hubo otro emotivo reencuentro cuando Jacob y José se reunieron después de más de 20 años.
A pesar de todo, José obedeció fielmente a Dios y cumplió con diligencia todas las tareas que se le encomendaron. Dios bendijo a toda la familia por medio de José y, a pesar de todas las pruebas, los sueños de José se hicieron realidad y su fe fue recompensada.
Bendiciones para los hijos de José
Las bendiciones no terminaron ahí. Dios había prometido grandes bendiciones a Abraham, el bisabuelo de José (lo invitamos a leer “Promesas de Dios a Abrahams”). Estas bendiciones se habían heredado por Isaac y luego Jacob. Entonces, Jacob decidió adoptar a los dos hijos de José y les concedió muchas bendiciones materiales.
Así que Jacob le dijo a José: “Y ahora tus dos hijos Efraín y Manasés, que te nacieron en la tierra de Egipto, antes que viniese a ti a la tierra de Egipto, míos son; como Rubén y Simeón, serán míos” (Génesis 48:5).
Luego puso sus manos sobre las cabezas de Efraín y Manasés y profirió esta bendición:
“El Dios en cuya presencia anduvieron mis padres Abraham e Isaac, el Dios que me mantiene desde que yo soy hasta este día, el Ángel que me liberta de todo mal, bendiga a estos jóvenes; y sea perpetuado en ellos mi nombre, y el nombre de mis padres Abraham e Isaac, y multiplíquense en gran manera en medio de la tierra” (vv. 15-16).
A José le preocupaba que su padre pusiera a Efraín, su hijo menor, antes que a Manasés, su primogénito. Pero Jacob lo hizo conscientemente, por inspiración de Dios. Jacob dijo: “Lo sé, hijo mío, lo sé; también él vendrá a ser un pueblo, y será también engrandecido; pero su hermano menor será más grande que él, y su descendencia formará multitud de naciones” (v. 19).
Si usted desea más información acerca de cómo Dios ha cumplido estas bendiciones, lo invitamos a leer “Bendiciones de Abraham: cómo llegaron a ser de los Estados Unidos”.
La fe de José en el futuro
José, a lo largo de su vida, demostró tener fe de diversas maneras. Por eso, es interesante que el capítulo de la fe se centre en un solo ejemplo, y no necesariamente en uno en el que la mayoría pensaría.
“Por la fe José, al morir, mencionó la salida de los hijos de Israel, y dio mandamiento acerca de sus huesos” (Hebreos 11:22).
Esto hace referencia a lo que José le dijo a su familia cuando estaba a punto de morir:
“Yo voy a morir; más Dios ciertamente os visitará, y os hará subir de esta tierra a la tierra que juró a Abraham, a Isaac y a Jacob. E hizo jurar José a los hijos de Israel, diciendo: Dios ciertamente os visitará, y haréis llevar de aquí mis huesos” (Génesis 50:24-25). Lo invitamos a leer más acerca de este tema en nuestro artículo "Los huesos de José: una lección de fe".
A lo largo de su vida, José creció en la fe y confió en Dios. Reconoció que incluso sus pruebas más severas podían ser utilizadas por Dios para su propósito. José aprendió diligencia y paciencia y creció en el carácter según Dios, lo cual lo preparó para el futuro asombroso que Dios tiene reservado para todos sus hijos —los hombres y mujeres de fe.