La gracia es uno de los conceptos más conocidos de la Biblia, pero también es uno de los más tergiversados.

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Muchas Iglesias afirman algunas cosas correctas acerca de la gracia —pero también dicen muchísimas que son erradas. El resultado, una confusa mezcla de ideas verdaderas y falsas acerca de lo que en verdad significa la gracia.
Ya que la gracia es un tema central para la salvación, tener el concepto correcto de ella no sólo es importante —es esencial. Por esto es que hemos hecho una corta lista de algunas enseñanzas erróneas que debemos tener presente.
Algunos de esos conceptos pueden ser muy parecidos a la verdad del evangelio porque han sido muy cercanos al estatus sagrado de la comunidad religiosa durante mucho tiempo. Y tal vez es difícil verlos por lo que realmente son: mitos.
Pero la Escritura debe ser nuestra guía y no “la tradición de los hombres” (Colosenses 2:8; 2 Timoteo 3:16). Tener conceptos distorsionados altera la perspectiva que tenemos acerca de la gracia verdadera que Dios extiende.
Seamos claros y tengamos un cuadro total de la gracia, afrontando esos mitos de una vez por todas.
Mito #1: “La gracia es un concepto sólo del Nuevo Testamento”
La gracia bíblica nos dice cómo Dios les ha dado a las personas bendiciones que no se merecen y transforman sus vidas, y esto es lo que vemos en todas partes del Antiguo Testamento.
Veamos la historia de Noé.
En sólo 1.600 años, el mundo había descendido a la ruina moral. Lo que Dios había llamado “muy bueno”, en el momento de la creación, ahora estaba completamente corrompido. “Y vio el Eterno que la maldad de los hombres era mucha en la tierra, y que todo designio de los pensamientos del corazón de ellos era de continuo solamente el mal. Y se arrepintió el Eterno de haber hecho hombre en la tierra, y le dolió en su corazón” (Génesis 6:5-6).
Esto habría sido el final de la humanidad, sin lugar a dudas. Generación tras generación ha rechazado el camino de Dios, dejando un lastre de pecado que ha infiltrado cada rincón de la Tierra. Si lo analizamos desde cualquier estándar de justicia, habría sido totalmente justo que Dios cerrara la última página de la humanidad.
Cuando lo entendemos bíblicamente, la gracia cambia todo. Nuestra relación con Dios cambia radicalmente. Vuelve a moldear la forma en que nos vemos a nosotros mismos. Nos brinda una perspectiva diferente de nuestras batallas. Y nos da el poder para vivir de acuerdo al propósito que Dios tiene en mente para nosotros.
Afortunadamente la historia dio un giro sorprendente: “Pero Noé halló gracia ante los ojos del Eterno” (v. 8, énfasis añadido).
Noé se destacó, pero también había pecado (v. 9; Romanos 3:23). Y aún, a pesar de eso, Dios lo escogió. Él le dio a Noé el honor de escapar del Diluvio con su familia para que repoblaran la Tierra y continuaran la historia de la salvación de Dios. Fue un acto de gracia —para Noé y, más importante, para toda la humanidad.
Por la gracia de Dios en este momento trascendental, la humanidad no fue abandonada como un experimento fallido. Éste es uno de los ejemplos más claros de la gracia de Dios.
Sí, la gracia con frecuencia es usada como una explicación sencilla del sacrificio de Jesucristo y la redención que Él hizo posible. Y sí, éste fue un suceso excepcional que ocurrió en el Nuevo Testamento. Pero, ¿qué podemos decir de la misericordia, el amor y la compasión detrás de este sacrificio?
Siempre ha sido parte de lo que Dios es. La historia de Noé es uno de los muchos ejemplos del Antiguo Testamento que nos recuerdan esto.
Mito #2: “La gracia reemplaza la ley”
De acuerdo con las declaraciones de Pablo que son tomadas fuera de contexto, algunos afirman que la gracia nos libera de tener que obedecer los Diez Mandamientos.
Un problema con esta perspectiva es que concibe la ley y la gracia como si estuvieran en oposición. Pero esto es una dicotomía falsa. La ley y la gracia no son contradictorias, no es un tema de una u otra, la verdad es que son complementarias.
La ley de Dios revela su carácter y nos hace ver todas las formas en que nosotros nos quedamos cortos ante eso (Romanos 7:7). Sin esto, ¿qué punto de referencia tendríamos para luchar hasta alcanzar “la medida de la estatura de la plenitud de Cristo” (Efesios 4:13)? ¿Tendría algún sentido que la Biblia nos exhortara que debemos ser santos en toda nuestra conducta, si no siguiéramos la definición que Dios tiene de santidad (1 de Pedro 1:15-16; Levítico 19:2)?
Entonces allí está la gracia.
Los deslices son reales. En nuestro viaje para volvernos más parecidos a Dios, empezaremos a marchar y caeremos en pecado. No es algo bueno, es desanimador. Pero la gracia nos ofrece la esperanza de que, aunque esté todo contaminado, si nos arrepentimos, podemos avanzar.
Decir que la gracia reemplaza la ley, sería como argüir que el jabón hace que el espejo sea innecesario. Esto no tiene ninguna lógica. El jabón (la gracia) puede limpiar la suciedad y lo que está contaminado, pero no lo encuentra ni lo identifica. Necesitamos todavía un espejo (la ley de Dios).
Por esto es que los necesitamos a ambos. La ley nos muestra cómo debemos pensar y actuar como Dios, pero la gracia ofrece una reserva de perdón de la cual podemos depender cuando inevitablemente nos quedemos cortos.
La ley y la gracia no son opuestos —ambas sirven de una manera diferente, pero tienen propósitos complementarios.
Mito #3: “La gracia se merece”
En ninguna parte de la Biblia se nos enseña que nosotros nos ganamos con nuestros méritos algo de Dios. De hecho, Dios desafió esta idea cuando reprendió a Job: “¿Y quién tiene alguna cuenta que cobrarme? ¡Mío es todo cuanto hay bajo los cielos!” (Job 41:11, Nueva Versión Internacional).
La obediencia no es como una moneda y Dios no nos regala cheques para la salvación de acuerdo a cuán bien nos hayamos ceñido a las reglas.
Esta clase de pensamiento tiene sus raíces en el legalismo del primer siglo. La corriente del legalismo surgió en gran parte por los judíos que pensaban que el favor de Dios hacia ellos estaba basado en una estricta conformidad a las leyes y a las cargas que los hombres edificaron alrededor de esas leyes. Ellos pensaban que, mientras más estrictos seamos más espirituales seremos y en sus mentes, ellos creían que uno era más santo delante de Dios.
Pero el problema es que la justicia estaba basada en las obras: ni siquiera la atención más meticulosa a las reglas puede borrar un solo pecado de nuestro pasado, por eso es que nosotros necesitamos la gracia.
Miremos a Pablo. Cuando era un fariseo de fariseos, estuvo muchos años tratando de alcanzar la justicia a través de la ley, pero eventualmente aprendió algo: al defender su propia obediencia estaba ignorando sus pecados pasados. Ninguna obediencia podría cubrir el hecho de que él era un pecador. Sólo la muerte de Jesús podría hacerlo.
Pablo más tarde le dijo a los Gálatas: “No desecho la gracia de Dios. Si la justicia se obtuviera mediante la Ley, Cristo habría muerto en vano” (Gálatas 2:21, Nueva Versión Internacional).
Nuestros pecados son como deudas gigantescas que exigen nuestra vida (Romanos 6:23) y sí, cuando nosotros reconocemos el peso de nuestros pecados y lo que estos nos han acarreado, Dios nos llama a hacer un cambio completo en nuestra forma de vivir. Debemos someternos totalmente a Dios y sus mandamientos —esto es el cristianismo en una sola frase.
Pero al final, la obediencia no puede borrar esas deudas. Y si alguien no paga por ellas, entonces el día en que tendremos que pagarlas es inevitable.
Aquí es donde interviene la gracia.
Es la solución de Dios. Es su don —el sacrificio de Jesús que borra todas esas deudas pasadas. No es algo que podamos ganarnos y ciertamente no es algo que nosotros merezcamos. Nos es dada de forma gratuita, totalmente independiente de cualquier cosa que hayamos hecho.
Pablo no podría haber sido más claro: “Porque por gracia sois salvos por medio de la fe; y esto no de vosotros, pues es don de Dios; no por obras, para que nadie se gloríe” (Efesios 2:8-9, énfasis añadido).
Nosotros no podemos jactarnos de ganarnos lo que nos ha sido dado gratuitamente. Así es la gracia.
Mito #4: “Una vez que recibimos la gracia, ya no la podemos perder”
También esto es conocido como la doctrina de la seguridad eterna. El nombre lo dice todo, es la creencia de que una vez que usted recibe la gracia verdadera, no la puede perder, no la puede dañar o no puede ser revocada. Su salvación efectivamente está asegurada en una caja en los cielos —segura para siempre no importa qué suceda.
Pero esto es como si tomáramos al azar los mejores versículos y se los aplicáramos erróneamente al resto de las escrituras.
Veamos Romanos 8:38-39 por ejemplo: “Por lo cual estoy seguro de que ni la muerte, ni la vida, ni ángeles, ni principados, ni potestades, ni lo presente, ni lo por venir, ni lo alto, ni lo profundo, ni ninguna otra cosa creada nos podrá separar del amor de Dios, que es en Cristo Jesús Señor nuestro”.
Ahí está. ¿Nada puede afectar nuestra salvación verdad?
No vayamos tan rápido. Justo unos pocos capítulos después, Pablo advierte a los miembros de la Iglesia que Dios no los va a perdonar si ellos son infieles (Romanos 11:20-21). Esto no suena como si Dios le ofreciera a alguien una gracia incondicional —esto suena a que cada persona tiene un papel que desempeñar.
O veamos por ejemplo Filipenses 1:6, “Estando persuadido de esto, que el que comenzó en vosotros la buena obra, la perfeccionará hasta el día de Jesucristo”. Este versículo es utilizado algunas veces como una promesa general de salvación —sin reservas, restricciones ni excusas. ¿Pero es esto cierto? Esto no está de acuerdo con las advertencias que Pablo nos hace: “no recibáis en vano la gracia de Dios” (2 Corintios 6:1).
Filipenses 1:6 muestra que Dios está totalmente comprometido a trabajar con nosotros. Él está tratando de cumplir su promesa para garantizarnos la salvación al regreso de Cristo —pero nuestra fe también es un factor que cuenta (vv. 9-11). Sí, Dios nos está ayudando activamente a medida que buscamos su Reino, pero esa seguridad no equivale a una promesa de hierro de que nuestra salvación esté garantizada no importa lo que hagamos.
Pablo, aún después de trabajar décadas con el fin de desarrollar un carácter según Dios escribió: “yo mismo no pretendo haberlo ya alcanzado [la resurrección, versículo 11]; pero una cosa hago: olvidando ciertamente lo que queda atrás, y extendiéndome a lo que está delante, prosigo a la meta, al premio del supremo llamamiento de Dios en Cristo Jesús” (Filipenses 3:13-14).
Era claro para Pablo y también debería serlo para nosotros que la salvación es un proceso continuo —podemos perder la gracia si somos negligentes en hacer nuestra parte.
Dios es fiel. Dios nos ha ofrecido la gracia. Pero todavía podemos rechazar esa gracia y caer.
Mito #5 : “Con gracia el pecado ya no nos puede hacer daño en nuestra relación con Dios”
El hecho de que nos hayan mostrado gracia no nos hace inmunes a los efectos del pecado.
Cuando los israelitas dieron la espalda al pacto con Dios, Isaías explicó claramente por qué Dios no intervino para rescatarlos. “Pero vuestras iniquidades han hecho división entre vosotros y vuestro Dios, y vuestros pecados han hecho ocultar de vosotros su rostro para no oír” (Isaías 59:2).
Aquí vemos un principio. El pecado crea un abismo entre nosotros y Dios. Y si nosotros no encaramos esa separación, el resultado puede ser devastador. Sí, seguro, la gracia nos ofrece perdón. Pero si nos mantenemos caminando por el camino errado y nos rehusamos a volvernos a Dios, tendremos que enfrentar el resultado de nuestras decisiones.
El autor de Hebreos es aún más directo al hablar acerca del peligro del pecado: “Porque si pecáremos voluntariamente después de haber recibido el conocimiento de la verdad, ya no queda más sacrificio por los pecados, sino una horrenda expectación de juicio, y de hervor de fuego que ha de devorar a los adversarios” (Hebreos 10:26-27).
Suena duro pero aquí están las buenas nuevas: Dios siempre está dispuesto a trabajar con nosotros, la clave es el arrepentimiento.
Juan dice: “Si confesamos nuestros pecados, él es fiel y justo para perdonar nuestros pecados, y limpiarnos de toda maldad” (1 Juan 1:9).
Gracia sin confusión
Las falsas enseñanzas acerca de la gracia han estado rondando desde el primer siglo y no van a desaparecer ahora. Podemos estar todo el día haciendo un análisis de las formas en que las personas han distorsionado la gracia, pero tal vez en este momento usted se esté preguntando, ¿qué es la gracia realmente?
Es útil saber lo que la gracia no es, pero necesitamos que nuestro entendimiento sea más profundo. Porque al final del día saber la verdad acerca de la gracia es más que un ejercicio teológico —tiene que ver con el desarrollo de un cimiento correcto para saber cómo debemos vivir.
Cuando lo entendemos bíblicamente, la gracia cambia todo. Nuestra relación con Dios cambia radicalmente. Vuelve a moldear la forma en que nos vemos a nosotros mismos. Nos brinda una perspectiva diferente de nuestras batallas. Y nos da el poder para vivir de acuerdo al propósito que Dios tiene en mente para nosotros.
Dios nos llama para discernir la verdadera gracia de la gracia falsa. Esto requiere que estudiemos, que nos esforcemos. Pero tener la gracia correcta importa mucho, querido lector.
¿Y la recompensa? Una relación más profunda y más significativa con nuestro Creador.