El camino de Dios es el camino del dar. Y, como seguidores de Jesucristo, debemos desarrollar el don de la generosidad en nuestras vidas.
En pocas palabras, la gracia de Dios es la dádiva de su gran amor y misericordia, que Él da a quien quiere darlos. Pero, en ocasiones, la Biblia también habla de otro tipo de “gracia”: “una virtud, don o ayuda que Dios da a una persona” (Webster’s New World Dictionary [Diccionario del Nuevo Mundo de Webster]). Y la generosidad es uno de estos dones.
En 2 Corintios 9:9, Dios ejemplifica el camino del dar y nos da la fórmula que siempre debemos seguir para desarrollar el don de la generosidad: “Repartió, dio a los pobres; su justicia permanece para siempre”.
En su brevedad, este versículo sintetiza la esencia del camino divino del dar; Dios reparte y da a los pobres y, cuando Dios da, lo hace sin escatimar.
El deber cristiano del dar
Como leemos en Romanos 12:6-8, la generosidad es un don del Espíritu Santo de Dios —que a su vez fue dado por gracia: “De manera que, teniendo diferentes dones, según la gracia que nos es dada, si el de profecía, úsese conforme a la medida de la fe…el que reparte, con liberalidad”.
Según el Unger’s Bible Dictionary [Diccionario bíblico de Unger], “liberalidad” se define como “una mentalidad generosa que resulta en dádivas espléndidas” (p. 660). Esto suena algo que Dios tendría, ¿no es así? Probablemente porque esa mentalidad de benevolencia y generosidad es una manera de describir la misericordia de Dios y Jesucristo.
Dar con liberalidad es parte de la naturaleza y la gracia de Dios. Y este don también debe abundar en sus hijos e hijas, quienes tienen su Espíritu y han recibido su gracia. Todo cristiano tiene la responsabilidad de abundar en esa gracia divina, que incluye el dar con liberalidad.
Ejemplo de generosidad
En 2 Corintos, el apóstol Pablo nos relata cómo las Iglesias pobres de Macedonia demostraron su generosidad ayudando a los creyentes afectados por una hambruna en el área de Palestina. En 2 Corintios 8:1-2, los elogia diciendo: “hermanos, os hacemos saber la gracia de Dios que se ha dado a las iglesias de Macedonia; que en grande prueba de tribulación, la abundancia de su gozo y su profunda pobreza abundaron en riquezas de su generosidad”.
Estos cristianos no sólo entregaron sus vidas a Dios, sino que además fueron generosos con sus hermanos necesitados; “Y no como lo esperábamos, sino que a sí mismos se dieron primeramente al Señor, y luego a nosotros por la voluntad de Dios; de manera que exhortamos a Tito para que tal como comenzó antes, asimismo acabe también entre vosotros esta obra de gracia” (2 Corintios 8:5-6).
Y Pablo utilizó este ejemplo para instar a los corintios a que desarrollaran la generosidad de los macedonios: “Por tanto, como en todo abundáis, en fe, en palabra, en ciencia, en toda solicitud, y en vuestro amor para con nosotros, abundad también en esta gracia” (2 Corintios 8:7).
Más adelante, el apóstol describe la gracia de Jesucristo diciendo: “ya conocéis la gracia de nuestro Señor Jesucristo, que por amor a vosotros se hizo pobre, siendo rico, para que vosotros con su pobreza fueseis enriquecidos” (2 Corintios 8:9).
Cuando Cristo vino a la tierra, lo hizo como un servidor humilde y rechazó toda búsqueda de riqueza personal; dedicó su vida a viajar, predicar y servir a los demás, enriqueciéndolos con fe, verdad y sanidad. Luego, tras ser sometido y arrestado como si fuera un criminal, dio su vida por la humanidad. Es así como cada uno de nosotros fue enriquecido (espiritualmente) con su “pobreza”.
Las Iglesias de Macedonia fueron capaces de desarrollar la actitud generosa de Jesucristo gracias a la riqueza espiritual del Espíritu Santo y la gracia de Dios. Como Pablo describe: “con agrado han dado conforme a sus fuerzas, y aun más allá de sus fuerzas, pidiéndonos con muchos ruegos que les concediésemos el privilegio de participar en este servicio para los santos” (2 Corintios 8:3-4).
En otras palabras, los creyentes macedonios hicieron un verdadero sacrificio al ayudar a sus hermanos en necesidad. Siendo pobres ellos mismos, dieron con generosidad según lo que podían y aún más, y sirvieron a los demás con un corazón generoso y noble.
La actitud del dar
Como cristianos, debemos guiarnos por el principio del dar que Pablo nos enseña en Hechos 20:35, “que, trabajando así, se debe ayudar a los necesitados, y recordar las palabras del Señor Jesús, que dijo: Más bienaventurado es dar que recibir”.
Pero es importante mencionar que, si bien Dios espera que tengamos una actitud dadivosa y generosa, no nos pide que demos más allá de nuestras posibilidades (2 Corintios 8:12). Nuestro Creador quiere que seamos dadores alegres y genuinos; “Cada uno dé como propuso en su corazón: no con tristeza, ni por necesidad, porque Dios ama al dador alegre” (2 Corintios 9:7).
Además, Él mismo nos enriquece por su gracia y se encarga de proveer lo necesario para que demos con liberalidad; “poderoso es Dios para hacer que abunde en vosotros toda gracia, a fin de que, teniendo siempre en todas las cosas todo lo suficiente, abundéis para toda buena obra” (2 Corintios 9:8).
Y, al compartir las bendiciones de Dios con los demás, nuestras dádivas producen agradecimiento para con Él; “el que da semilla al que siembra, y pan al que come, proveerá y multiplicará vuestra sementera, y aumentará los frutos de vuestra justicia, para que estéis enriquecidos en todo para toda liberalidad, la cual produce por medio de nosotros acción de gracias a Dios” (2 Corintios 9:10-11).
Como vemos en 2 Corintios 4:15, Dios espera que su gracia abunde y sea extendida hacia los demás para su gloria: “Porque todas estas cosas padecemos por amor a vosotros, para que abundando la gracia por medio de muchos, la acción de gracias sobreabunde para gloria de Dios”.
Nuestra responsabilidad
En Eclesiastés 11:1-2, Salomón —un hombre cuya sabiduría provenía de Dios— nos insta a dar con liberalidad y multiplicar nuestras dádivas sin escatimar (como Dios lo hace): “Echa tu pan sobre las aguas; porque después de muchos días lo hallarás. Reparte a siete, y aun a ocho; porque no sabes el mal que vendrá sobre la tierra”.
En cierta forma, dar generosamente es como sembrar buena semilla con celo y diligencia por donde quiera que vayamos. “Por la mañana siembra tu semilla, y a la tarde no dejes reposar tu mano; porque no sabes cuál es lo mejor, si esto o aquello, o si lo uno y lo otro es igualmente bueno” (Eclesiastés 11:6).
No sólo debemos agradecer a Dios por su gracia indescriptible, sino que además debemos extenderla hacia los demás. Y uno de los tantos aspectos de la multiforme gracia de Dios es el dar con liberalidad —algo que deberíamos desarrollar en nuestras vidas.
“Así que, según tengamos oportunidad, hagamos bien a todos, y mayormente a los de la familia de la fe” (Gálatas 6:10).