En la Biblia encontramos varios relatos históricos acerca de cómo el pueblo de Dios se dejó influenciar por la idolatría. Pero ¿deberían los cristianos de hoy preocuparse por este tema también?
En el libro de Daniel leemos la historia de tres jóvenes que se vieron enfrentados a una situación increíblemente difícil. Sadrac, Mesac y Abed-nego tuvieron que tomar una compleja decisión: o se inclinaban y adoraban la imagen de oro del rey Nabucodonosor, o enfrentaban la pena de muerte al ser quemados en una hoguera ardiendo.
La valiente decisión de estos jóvenes al no adorar a la imagen del rey, relatada en Daniel 3, es uno de los ejemplos bíblicos más inspiradores en que se puso a Dios primero negándose a adorar un ídolo.
El mandamiento bíblico en contra de la idolatría
El primero de los Diez Mandamientos dados por Dios en el monte Sinaí ordena que no tengamos otros dioses además del Dios verdadero (Éxodo 20:3).
Y el segundo mandamiento es bastante similar: “No te harás imagen, ni ninguna semejanza de lo que esté arriba en el cielo, ni abajo en la tierra, ni en las aguas debajo de la tierra. No te inclinarás a ellas, ni las honrarás; porque yo soy Jehová tu Dios, fuerte, celoso, que visito la maldad de los padres sobre los hijos hasta la tercera y cuarta generación de los que me aborrecen” (vv. 4-5).
Sin embargo, a pesar de las claras instrucciones de Dios en contra de los ídolos, el antiguo pueblo de Israel se dejó influenciar por la idolatría en numerosas ocasiones. Como consecuencia, Dios castigó a Israel varias veces por este pecado, y fue una de las razones principales por las que el pueblo fue llevado a la cautividad (consulte 2 Reyes 17:7-18).
Pero, ¿qué sucede con los cristianos de hoy en día? Es cierto que adoramos a Dios y reconocemos a Su Hijo Jesucristo como nuestro Salvador, pero ¿podríamos a la vez ser culpables de idolatría?
El joven rico
En los evangelios encontramos la historia de un joven rico que se acercó a Jesucristo buscando consejo y con el deseo de seguirle. En Lucas 18:18 y Marcos 10:17 leemos que el joven corrió hacia Cristo, se arrodilló ante Él, lo llamó “Maestro bueno” y le preguntó que debía hacer para obtener la vida eterna.
A pesar de ser un hombre influyente, pues tenía muchas riquezas y es descrito como un “principal”, este joven era muy humilde y celoso. Sin embargo, Cristo sabía que algo muy importante faltaba en su vida. Al explicarle lo que debía hacer para heredar la vida eterna, Jesús citó algunos de los Diez Mandamientos: “No adulteres. No mates. No hurtes. No digas falso testimonio. No defraudes. Honra a tu padre y a tu madre” (Marcos 10:19), y el joven respondió que los había obedecido desde su juventud (v. 20).
Cristo no cuestionó la obediencia del joven, pero sí le explicó que había algo más por hacer “y le dijo: Una cosa te falta: anda, vende todo lo que tienes, y dalo a los pobres, y tendrás tesoro en el cielo; y ven, sígueme, tomando tu cruz. Pero él, afligido por esta palabra, se fue triste, porque tenía muchas posesiones” (vv. 21-22).
La instrucción de Jesús para el joven—vender todo lo que tenía—fue sin duda bastante particular, pero puso en evidencia la importante cualidad que le faltaba: ¡Dios no era lo más importante para él! Y ese es el mensaje fundamental del primero y segundo mandamientos; si Dios no es lo más importante para nosotros, entonces hay otra cosa que sí lo es. En el caso del joven rico, ese algo eran sus posesiones.
¿Qué sucede con usted? ¿Considera que su dinero es más importante que obedecer a Dios? Si es así, entonces el dinero es su ídolo.
El ejemplo de Pablo
Un inspirador ejemplo de cuáles deben ser nuestras prioridades y qué debe ser lo más importante en nuestras vidas es el del apóstol Pablo al ser llamado por Dios. Este relato se encuentra en el libro de Hechos, pero, en su carta a los filipenses, Pablo nos da más detalles al respecto:
“Aunque yo tengo también de qué confiar en la carne. Si alguno piensa que tiene de qué confiar en la carne, yo más: circuncidado al octavo día, del linaje de Israel, de la tribu de Benjamín, hebreo de hebreos; en cuanto a la ley, fariseo; en cuanto a celo, perseguidor de la iglesia; en cuanto a la justicia que es en la ley, irreprensible” (Filipenses 3:4-6).
Aquí Pablo nos habla sobre su pasado como líder docto y de gran prestigio entre sus pares, quienes lo respetaban profundamente por su notable trayectoria. El apóstol admite que fue un fariseo, como todos aquellos que se destacaban por su rigurosidad al observar las leyes judías. De hecho, Pablo sobresalía entre sus contemporáneos y era extremadamente celoso de las tradiciones del judaísmo. Era un hombre que gozaba de un gran prestigio en su comunidad.
Las diferencias entre el joven rico y el apóstol Pablo
Sin embargo, la actitud del apóstol era diferente a la del joven rico en un aspecto fundamental; Pablo estaba dispuesto a dejar su prestigiosa vida atrás para poner a Cristo primero. Filipenses 3:8 da cuenta de esto: “ciertamente, aun estimo todas las cosas como pérdida por la excelencia del conocimiento de Cristo Jesús, mi Señor, por amor del cual lo he perdido todo, y lo tengo por basura, para ganar a Cristo”.
Por otro lado, la actitud del joven rico fue muy diferente, pues “afligido por esta palabra, se fue triste, porque tenía muchas posesiones” (Marcos 10:22).
No podemos permitir que haya algo más importante que Dios en nuestras vidas. Si lo hacemos, tenemos otro dios antes que el Dios verdadero, tal como el joven rico. El ejemplo de Pablo nos enseña que, si ponemos a Dios primero, las riquezas y privilegios de este mundo no tienen ningún valor en comparación.
Poniendo a Dios primero
El mandamiento de Dios en contra de la idolatría sigue vigente en la actualidad; como dice Éxodo 20:5, “No te inclinarás a ellas [imágenes], ni las honrarás; porque yo soy Jehová tu Dios, fuerte, celoso”. Dios ordena muy claramente que debemos ponerlo a Él primero, ¡sin excepciones!
Notemos también lo que dice Mateo 6:24: “Ninguno puede servir a dos señores; porque o aborrecerá al uno y amará al otro, o estimará al uno y menospreciará al otro. No podéis servir a Dios y a las riquezas”.
Si Dios no es lo más importante para nosotros, algo más lo es. Y, tal como nos enseñan los dos primeros de los Diez Mandamientos, no podemos permitir la idolatría en nuestras vidas; debemos poner a Dios primero siempre.
Si usted decide poner a Dios primero—lo cual realmente esperamos que haga—tendrá que dedicarle su vida a Él. Esto implica que deberá comprender la verdad de Dios y reconocerla como lo más importante en su vida. Le invitamos a fortalecer su relación con nuestro Creador con la ayuda del material disponible en este sitio web. Si lo hace, podrá recibir los beneficios espirituales de andar en fe en esta vida y la que está por venir.