Nuestra naturaleza humana y las tentaciones de esta sociedad nos hacen propensos a muchas adicciones. Debemos escapar de estos hábitos destructivos e insidiosos, y los siguientes son algunos consejos para comenzar.
Es rutinario, cómodo y agradable a los sentidos —algo que esperamos con ansias probablemente cada día. Pero también es algo que detestamos y queremos sacar de nuestra vida desesperadamente.
Es una adicción y nos ha estado ganando por demasiado tiempo.
Adicción
La palabra puede tener muchos significados y connotaciones, dependiendo de las experiencias de cada uno. Su versión más tímida e inofensiva se manifiesta en un simple “no puedo vivir” sin chocolate o café o una serie de televisión favorita. Pero no podemos dejar que esta acepción inocua de la palabra nos impida ver lo terribles y destructivas que pueden ser las verdaderas adicciones y cuánto cambian la vida de quienes son atrapados por ellas.
Sí, “atrapados”. Quienes han dado el primer paso hacia la recuperación —admitir que tienen un problema— a menudo se sienten como encadenados a un cruel amo. Quieren parar. Quieren volver a tener una vida normal y dejar de depender de una sustancia para ser felices. Pero, simplemente… no pueden parar.
Los ejemplos más obvios son las adicciones a narcóticos, opioides y analgésicos, que generalmente terminan en viajes a centros de rehabilitación y desintoxicaciones supervisadas médicamente, con el fin de que las personas recuperen cierto sentido de control. Sin embargo, en los últimos años la cantidad de cosas a las que deberíamos “decir no” ha aumentado considerablemente. Las drogas no son lo único que genera adicción.
La adicción puede estar presente en cualquiera de las siguientes acciones:
- Comportarse como si una droga estimulante fuera más importante que otras personas.
- Borrar un historial de internet para esconder la evidencia de horas de pornografía y chats en foros sexuales.
- Salir a escondidas para fumar y luego tratar de esconderlo con desodorantes ambientales y enjuague bucal.
- Tratar de explicarle con sentimiento de culpa a un ser querido por qué se ha perdido tanto dinero en apuestas.
- Alistarse torpemente para el trabajo después de una noche entera jugando videojuegos.
- Tomarse un trago que lleva a otros diez, y “tocar fondo” todas las veces.
Las adicciones generalmente llevan a comportamientos destructivos, aunque al principio comiencen despacio con la promesa de que el hábito es opcional. Poco a poco van tomando poder y el control de nuestra vida, hasta que literalmente usan nuestro cerebro en contra nuestra, mientras nosotros las dejamos.
El placer inmediato: la guerra química de la adicción
Muchos libros y sitios web describen el aspecto científico de las adicciones. Éste es un breve resumen redactado por un lego:
La adicción nos hace pensar que la felicidad producida es real y luego nos esclaviza a esa ilusión. Cuando usamos algún estimulante (pornografía, drogas, comportamiento riesgoso, etcétera) para llenar nuestro cerebro de neurotransmisores placenteros, como la dopamina, el efecto resulta tan rápido y certero que nuestro cerebro luego recuerda perfectamente lo que sintió y cómo repetirlo. Más tarde, cuando las condiciones se repiten, nuestro cerebro nos recuerda esta vía rápida al placer y definitivamente quiere más de lo mismo.
Todo esto podría parecer inofensivo, si no es porque la inyección de dopamina y la manipulación de sus receptores en nuestro cerebro obligan al cerebro a adaptarse. O reduce la cantidad de dopamina o la de los receptores de dopamina. Por eso, un poco de pornografía una o dos veces al mes ya no es suficiente. Tampoco el cosquilleo de sólo dos tragos, ni apostar solamente cien dólares. Era suficiente antes, pero una vez que nuestro cerebro se adapta a esa inyección antinatural de neurotransmisores de placer, comienza a pedir más y más.
El proceso puede llegar a tal extremo que los placeres naturales (las relaciones sexuales con nuestro cónyuge o incluso comer pastel de chocolate, por ejemplo) ya casi no se sienten. Lo único que nuestro cuerpo quiere es el placer falso del hábito adictivo.
Y cuando nuestro cerebro lleva un tiempo adaptándose y reajustándose, llega al punto en que el simple hecho de pensar en la sustancia genera un impulso subyugante (“la urgencia”, como la llaman los adictos). El solo pensamiento entonces nos emociona y nos obliga a hacer lo imposible por obtener ese placer que recordamos tan bien.
Los adictos a la pornografía buscan algo más explícito y extravagante, lo que va transformando sus preferencias sexuales naturales. Los adictos a las apuestas apuestan sus ahorros de vida, incapaces de encontrar placer en apuestas más pequeñas. Los fumadores se terminan varios paquetes al día. Los drogadictos llegan a la sobredosis. Los adictos a los videojuegos alejan por completo a sus seres queridos.
Pero todo comenzó tan pequeño.
Barreras para dejar la adicción
Con toda esta información disponible, ¿cómo es posible que haya tal cantidad de personas adictas? ¿Por qué los centros de rehabilitación están tan llenos? ¿Por qué siguen aumentando el número de adictos y el número de sustancias adictivas?
Obviamente, existen muchas razones sociales, culturales y tecnológicas que contribuyen a aumentar estos números. Pero el mayor problema son las poderosas barreras personales que les impiden a las personas buscar u obtener la ayuda necesaria.
- Negación: “Es un mal hábito, pero no soy adicto. Algún día lo dejaré”.
- Vergüenza: “Soy un cristiano. ¿Cómo puedo ser adicto a esto? Debo estar muy mal”.
- Vergüenza: “No puedo decírselo a mi esposa; ¡es como no tener autocontrol!”.
- Temor: “La gente es tan crítica. Perderé todo lo que tengo si alguien se entera”.
- Depresión: “No soy lo suficientemente fuerte. No hay ninguna esperanza de vencerlo”.
- Refuerzo: “Se siente demasiado bien como para dejarlo”.
Por otro lado, aun con lo insidiosa que puede ser una adicción y las barreras que existen para enfrentarla, muchos han dicho: “¡Es suficiente!”. Llegar a este punto —de aceptar que se tiene un problema y querer cambiar— es un gran paso en la dirección correcta.
Y el siguiente paso debería llevarnos hacia el Creador del cerebro humano.
Comience por lo espiritual
Los centros y programas de rehabilitación a menudo se enfocan en la necesidad de involucrar a un poder superior. Hay algo muy estimulante y útil en el hecho de saber que no tenemos que luchar contra algo tan fuerte como la adicción solos.
Podemos ir a Dios, para quien nada es demasiado difícil (Jeremías 32:27; Lucas 1:37). Él está deseoso de ayudar si se lo pedimos.
Entonces, comenzamos por lo espiritual. Nos arrepentimos de nuestra falta contra Dios —de haber puesto a una sustancia dañina o un comportamiento pecaminoso antes que a Él y por encima del bienestar de alguien a quien Él ama (nosotros mismos). Luego nos arrepentimos de nuestras faltas contra nuestros seres queridos —la confianza rota, el engaño, la infidelidad, etcétera— y luego, le pedimos al Dios que creó nuestro cerebro que nos ayude a sanarlo después de lo que le hemos hecho.
Le pedimos que nos dé su poder, su Espíritu Santo (Efesios 3:16), y aprendemos cómo recibirlo para ser capaces de vencer nuestros impulsos.
Estudiamos la poderosa Palabra viva de Dios (Hebreos 4:12) para comprender por qué Él odia las adiciones (que arruinan la vida de la gente) y cómo podemos usar su Espíritu para vencerlas.
Pero éste es sólo el comienzo. Aunque, si se lo permitimos, Dios nos acompañará en todo el proceso de recuperación.
Busque un mentor adecuado
Muchas veces las personas deciden dejar la lucha contra su adicción sólo “entre Dios y yo”. Pero debemos recordar que Dios no nos obliga a nada. Él nos deja equivocarnos, reincidir, recaer, y aun tomar malas decisiones. Una de esas malas decisiones sería no involucrar a otros seres humanos en la lucha contra nuestro problema.
Los cristianos deberían ser tan amorosos y serviciales entre sí que puedan confesar francamente sus faltas entre ellos y orar unos por otros (Santiago 5:16). Pero, dado el inevitable riesgo de estigmatización que implica contar lo que más nos avergüenza de nosotros mismos, es natural que queramos limitar el número de personas que conocen nuestra adicción.
Sin embargo, cuando luchamos contra adicciones poderosas y destructivas, es necesario tener el apoyo de alguien que lo sepa y esté de nuestro lado. Recuerde que Dios a menudo trabaja a través de las interacciones con otros seres humanos.
Esa persona de confianza será nuestro mentor o consejero. Debe ser una persona lo suficientemente amorosa, compasiva, misericordiosa y humilde como para confiarle un secreto tan grande. Tenga cuidado de escoger a alguien que no empeorará el problema.
Un buen mentor puede ser su cónyuge, un ministro, un amigo cercano, un pariente o un consejero profesional. (Algunas adicciones son peligrosas para la salud y también requieren de intervención profesional. En tales casos es importante buscar ayuda competente además de un mentor.)
Antes de escoger a alguien que pueda ayudarle en esto tan privado y personal, preste mucha atención a sus “frutos” (Mateo 7:16). Nadie es perfecto, ni siquiera los cristianos. Pero una persona que no sabe guardar secretos, que critica mucho a los demás, que no sabe sentir empatía con las situaciones de otros, o que nunca habla de sus propias debilidades, definitivamente no tiene lo necesario para ser un mentor adecuado.
En cambio, busque a alguien que escuche más de lo que habla, que se esfuerce por comprender y sentir empatía con las experiencias de otros, y a quien no le avergüence hablar de sus propios errores. Estas personas son difíciles de encontrar, pero existen. Son ellas quienes realmente pueden ayudar en lugar de empeorar la situación, especialmente cuando hablamos de una recaída.
Un mentor actua como una segunda conciencia que nos anima a hacer siempre lo correcto, y puede ayudar mucho cuando nos sentimos débiles. Además, destruye la clandestinidad y el aislamiento de la adicción y nos ayudará a superar nuestras caídas. En otras palabras, es un ser humano al que Dios usa para ayudarnos a pasar la tormenta.
Establezca estrategias efectivas
Con la ayuda de su mentor, establezca estrategias para enfrentar el engaño y la seducción de la adicción. Algunos ejemplos son:
- Tener a la mano escrituras familiares que pueda repetir en voz alta cada vez que se acerque “la urgencia”.
- Hablarle a la adicción en voz alta, personificándola como algo que literalmente puede odiar.
- Llevar registro de sus éxitos y recaídas, incluyendo las situaciones desencadenantes y las técnicas que le han funcionado.
- Hablar acerca de los hábitos sanos que pueden remplazar la adicción.
En algunas adicciones específicas, su mentor deberá estar directamente involucrado en las estrategias, por ejemplo:
Pornografía: pídale a su mentor que instale filtros de internet con contraseña en su computadora y los monitoree personalmente. Escoja los momentos en que sea más probable tener una recaída como momentos para reportarse por teléfono o con un mensaje de texto a su mentor. Repórtese con él o ella diariamente.
Cigarro o alcohol: con la ayuda de su mentor, planifique rutas que eviten los lugares conocidos donde se vende la sustancia. Comparta con él o ella su calendario social y sus lugares de escondite.
Apuestas o juegos de video: dele a su mentor acceso para monitorear su actividad en línea, ya sea por medio de algún software o revisando sus cuentas o historial de búsquedas.
Como enfrentar las recaídas
Las recaídas, especialmente durante los primeros meses de lucha contra la adicción, son tan inevitables como frustrantes. Una adicción que se ha estado alimentado por diez años difícilmente desaparecerá de la noche a la mañana. No; se irá gritando, pataleando y haciendo nuestra vida lo más miserable posible. Sólo imagine lo que su cerebro estará diciendo: “¿Qué? ¿Dejaremos de hacer eso que me da tanto placer instantáneo? ¡Pues ya lo veremos!”.
Es entonces cuando los mentores son especialmente necesarios. Ellos pueden ayudarnos a superar los deslices y continuar en la dirección correcta. Pero es nuestra responsabilidad arrepentirnos de cualquier recaída y, con la ayuda de Dios y nuestro mentor, hacer todo lo necesario para que no vuelva a ocurrir. Dios recuerda que somos polvo (Salmos 103:14), pero también sabe que los justos no se quedan caídos, sino que se levantan cada vez (Proverbios 24:16).
Remplazar lo físico con lo espiritual
Los seres humanos estamos hechos de hábitos. Cuando estamos tratando de dejar una adicción, algo tendrá que llenar el gran vacío que el placer falso dejará en nuestra vida.
Necesitamos aprender a reconstruir los placeres naturales, incluyendo nuestras relaciones afectuosas con otros y nuestra relación con Dios.
Y lo que es más importante, quienes se están recuperando de una adicción deberían desarrollar el hábito de ayudar a los demás como les han ayudado a ellos. Dar a otros puede convertir algo terrible en algo bueno. Es una oportunidad para que nuestro sufrimiento como adictos no sea en vano.
Cristo se convirtió en el ejemplo perfecto para quienes son tentados, porque Él mismo fue probado en todo y permaneció sin pecado (Hebreos 2:18). Eso le hizo completamente capaz de comprender todas nuestras tentaciones humanas (Hebreos 4:15). Y, aunque Jesús es único en su capacidad de entender cualquier pecado, nosotros a un nivel menor, también podemos ayudar a otros que se encuentran en la desesperación de una adicción. Podemos decir con nuestro ejemplo: “Es posible salir de esto. No tiene que ser así para siempre”.
Cómo vencer una adicción
Libérese: admita que tiene un problema, rompa las barreras para pedir ayuda, acérquese a Dios e involucre a otra persona, establezca estrategias efectivas y continuamente reemplace lo físico con lo espiritual.
Es posible. Así que adviértaselo a la adicción: ya no es bienvenida. Descubra más acerca de las formas de vencer adicciones específicas en nuestra serie de artículos en línea “Libres de la adicción”.
Recuadro: La reacción de un buen mentor ante una recaída
Para cualquiera de nosotros que haya sido bendecido con el honor de ayudar a otra persona de una forma tan importante como lo es ser su mentor, nuestra respuesta ante una recaída es crucial. Requiere de un delicado balance entre ser demasiado duros y demostrar condena, y parecer demasiado tolerantes al pecado y mantener el status quo.
Los siguientes ejemplos pueden ayudarnos a manejar la incómoda conversación que necesariamente le sigue a un:
“He recaído”.
Dañino: “¡No de nuevo! ¡No entiendo cómo sigues dejando que eso suceda!” (suena autojusto).
Útil: “Lo siento, mi amigo. No puedo imaginar lo frustrante que debe ser para ti” (expresa empatía).
Dañino: “¿Qué fue lo que pasó esta vez?” (impaciencia).
Útil: “¿Fue uno de los desencadenantes familiares de los que hablamos o algo nuevo que no habías experimentado?” (preocupación genuina).
Dañino: “¡Tienes que dejar de hacer esto!” (la persona ya lo sabe y ya se siente mal por haberlo hecho).
Útil: “Trata de no desanimarte; Dios sabe que lo estás intentando” (animador).
Dañino: “Esto es lo que haremos…” (dictatorial).
Útil: “¿Crees que deberíamos cambiar o actualizar alguno de los filtros o las estrategias que establecimos? ¿Por qué sí o por qué no?” (compañerismo).
Dañino: “¡Intenta con más fuerza! No quiero volver a escuchar que recaíste” (implacable e irrealista).
Útil: “Estoy aquí para cuando me necesites. ¡No te des por vencido!” (buscando la perfección).