Pecados capitales: ¿existen en realidad?

Hemos escuchado hablar sobre los “siete pecados capitales”. ¿Son éstos u otros pecados realmente letales?

Aparentemente, los siete pecados capitales se originaron a partir de la lista de ocho pensamientos perversos propuesta por cierto monje en el siglo cuarto. Esta lista sufrió algunos cambios hasta que, finalmente, el papa Gregorio I publicó los siete pecados capitales que conocemos hoy. Según la creencia popular, estos pecados serían la raíz de todos los demás y, por lo tanto, son considerados como “capitales” o letales.

Luego de su publicación, el poeta italiano Dante popularizó la lista de siete pecados capitales al mencionarla en La Divina Comedia.

¿Qué dice la Biblia acerca de los pecados capitales?

Pero, en realidad, la idea de “siete pecados capitales” no está basada en la Biblia. Si bien las Escrituras confirman que las actividades de esta lista son pecaminosas, hay muchos otros pecados acerca de los cuales nos advierten con igual énfasis.

Proverbios 6:16-19, por ejemplo, nos habla de siete cosas que Dios aborrece:

  1. Los ojos altivos.

  2. La lengua mentirosa.

  3. Las manos derramadoras de sangre inocente.

  4. El corazón que maquina pensamientos inicuos.

  5. Los pies presurosos para correr al mal.

  6. El testigo falso que habla mentiras.

  7. Y el que siembra discordia entre hermanos.

Y es interesante que, aunque Dios abomina todas estas cosas, el único punto en que esta lista coincide con los “siete pecados capitales” es el orgullo.

Además, en Gálatas 5:19-21, encontramos otro grupo de “obras de la carne” que impiden la entrada al Reino de Dios a cualquiera que las practique. Estas incluyen el adulterio, la idolatría, la hechicería, enemistades, herejías y homicidios, entre otras. Y, nuevamente, sólo uno de los pecados mencionados —la envidia— tiene su equivalente en los “siete pecados capitales”.

De hecho, en 1 Juan 3:4, Dios define el pecado diciendo: “Todo aquel que comete pecado, infringe también la ley; pues el pecado es infracción de la ley”. En otras palabras, toda acción contraria a la ley de Dios es pecado; “al que sabe hacer lo bueno, y no lo hace, le es pecado” (Santiago 4:17).

Y, como indica Santiago 1:14-15, todo pecado que completa su “ciclo vital” puede conducirnos a la muerte, pues “cada uno es tentado, cuando de su propia concupiscencia es atraído y seducido. Entonces la concupiscencia, después que ha concebido, da a luz el pecado; y el pecado, siendo consumado, da a luz la muerte”.

¡La lista de pecados letales no se reduce a siete!; más bien, todo pecado conduce a la muerte. Y, de no ser por el sacrificio de Jesucristo —la expiación de nuestros pecados— esa muerte sería definitiva para cada uno de nosotros.

“Porque la paga del pecado es muerte, mas la dádiva de Dios es vida eterna en Cristo Jesús Señor nuestro” (Romanos 6:23). Pero ¿cómo es que el sacrificio de Jesucristo hizo posible la redención de nuestros pecados? Y, dado que Cristo ya pagó el precio por ellos, ¿podemos simplemente seguir pecando?

La necesidad del sacrificio de Cristo

La “paga del pecado” —lo que merecemos por pecar— es la muerte. Pero esto no implica que Dios fulminará instantáneamente a cualquiera que peque; más bien, significa que la “vida eterna en Cristo” no sería posible sin el sacrificio de Jesús.

El apóstol Pedro nos da más detalles sobre esto, explicando que “cuando le maldecían [a Jesucristo], no respondía con maldición; cuando padecía, no amenazaba, sino encomendaba la causa al que juzga justamente; [fue] quien llevó él mismo nuestros pecados en su cuerpo sobre el madero, para que nosotros, estando muertos a los pecados, vivamos a la justicia; y por cuya herida fuisteis sanados” (1 Pedro 2:23-24).

En otras palabras, Cristo pagó nuestra pena de muerte eterna (la paga del pecado) con su muerte. Como leemos en Hebreos 7:26-27, “tal sumo sacerdote nos convenía: santo, inocente, sin mancha, apartado de los pecadores, y hecho más sublime que los cielos; que no tiene necesidad cada día, como aquellos sumos sacerdotes, de ofrecer primero sacrificios por sus propios pecados, y luego por los del pueblo; porque esto lo hizo una vez para siempre, ofreciéndose a sí mismo”.

Este pasaje alude al sistema expiatorio del antiguo pueblo de Israel, donde el sacerdote debía ofrecer sacrificios por sí mismo y luego ofrecer sacrificios diarios para expiar los pecados de todo el pueblo. Jesucristo, en cambio, sólo necesitaba ofrecerse a sí mismo una vez por el perdón de los pecados de toda la humanidad.

¿Y ahora qué?

Todo pecado conduce a la muerte. La Biblia nunca separa siete pecados capitales de los demás ni sugiere que hay pecados más letales que otros. El pecado es transgresión de la ley de Dios y, de no ser por el sacrificio de Jesucristo, nos conduciría a la muerte irremediablemente.

Pero, ¿qué significa esto? ¿Acaso basta con reconocer a Jesucristo como nuestro Salvador para luego seguir viviendo igual que antes, con la seguridad de que nuestras acciones ya no hacen la diferencia? En Romanos 6: 1-2, 4, el apóstol Pablo responde esta pregunta tajantemente diciendo:

“¿Qué, pues, diremos? ¿Perseveraremos en el pecado para que la gracia abunde? En ninguna manera. Porque los que hemos muerto al pecado, ¿cómo viviremos aún en él?...Porque somos sepultados juntamente con él para muerte por el bautismo, a fin de que como Cristo resucitó de los muertos por la gloria del Padre, así también nosotros andemos en vida nueva”.

El perdón de nuestros pecados requiere de arrepentimiento y bautismo. (Para más información sobre este tema, le invitamos a explorar la sección de “Bautismo” en nuestro sitio web.)

Pero, luego de ser bautizados, Dios espera que andemos “en vida nueva” —que dejemos el pecado atrás para ir en dirección opuesta. Por supuesto, esto puede ser una tarea difícil pues, como describe Santiago 1:14-15, el pecado tiende a ser recurrente en nuestras vidas.

Rompiendo el círculo

¿Cómo romper el círculo vicioso del pecado y escoger un camino diferente? Una vez más, Jesucristo es nuestro gran auxiliador; Él es nuestro Sumo Sacerdote (Hebreos 7:26) y líder espiritual —quien recorrió el camino antes que nosotros y nos enseña cómo hacerlo también.

“Por tanto, nosotros también, teniendo en derredor nuestro tan grande nube de testigos, despojémonos de todo peso y del pecado que nos asedia, y corramos con paciencia la carrera que tenemos por delante, puestos los ojos en Jesús, el autor y consumador de la fe, el cual por el gozo puesto delante de él sufrió la cruz, menospreciando el oprobio, y se sentó a la diestra del trono de Dios” (Hebreos 12:1-2).

Por otro lado, siempre es útil conocer los pasos del proceso que nos lleva al pecado. Mientras más conscientes e informados estemos de cómo el pecado nos atrae poco a poco, estaremos más preparados para romper el círculo letal y tomar un camino diferente. Los pasos hacia el pecado son:

  1. Tentación.

  2. Deseo.

  3. Mala decisión.

  4. Consecuencias.

Dios nos ordena sacar el pecado de nuestras vidas; y, con su ayuda, podemos hacerlo. Pero primero debemos saber cómo evitar el pecado. Es por esto que le sugerimos que lea estos artículos donde encontrará información acerca de cómo evitar el pecado a cada paso.

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