“Y vio la mujer que el árbol era bueno para comer, y que era agradable a los ojos, y árbol codiciable…y tomó de su fruto, y comió” (Génesis 3:6).
Sin duda todos estamos familiarizados con el relato de Génesis acerca del primer pecado en la historia humana. La Biblia nos cuenta que, al ver que era agradable a los ojos y codiciable, Eva comió del fruto prohibido del árbol de la ciencia del bien y del mal. Y Adán siguió sus pasos: “dio también a su marido, el cual comió así como ella” (v. 6).
Si bien muchas personas conocen la historia del pecado original, probablemente sólo unos pocos recuerdan las consecuencias de ceder ante este deseo incorrecto. Luego de comer del fruto prohibido, Adán y Eva fueron expulsados del paraíso a una tierra donde les fue mucho más difícil sembrar y cosechar su alimento.
Además, a Eva se le dijo que sentiría dolor y angustia al dar a luz como consecuencia de su error. Y el primer hijo de esta pareja (Caín) se convirtió en el primer asesino de la historia al matar a su propio hermano. ¿Quién hubiera pensado que ceder ante un simple deseo causaría tanto dolor y sufrimiento?
El círculo del pecado
La Biblia nos enseña que existe una serie de pasos y malas decisiones que eventualmente pueden conducirnos a la muerte. “Cada uno es tentado, cuando de su propia concupiscencia [deseo] es atraído y seducido. Entonces la concupiscencia, después que ha concebido, da a luz el pecado; y el pecado, siendo consumado, da a luz la muerte” (Santiago 1:14-15).
Sin embargo, existe una manera de alejarnos de los deseos incorrectos antes de que nos arrastren al camino que Adán y Eva decidieron seguir.
El primer paso es conocer la diferencia entre un deseo bueno y uno incorrecto. ¿Cómo? Simplemente debemos analizar nuestros deseos a la luz de la ley de Dios. Si un deseo fomenta el amor hacia Dios y nuestro prójimo y la obediencia a los mandamientos de Dios, entonces es un deseo apropiado; pero si es contrario a la ley de Dios, no demuestra amor hacia Él, y no es de ayuda para los demás, es un deseo incorrecto.
Y, como hemos leído, los deseos equivocados son parte fundamental de la cadena de eventos que puede conducirnos a la muerte. Por lo tanto, deberíamos poner mayor atención a lo que nos dice la Biblia sobre los deseos incorrectos.
“Porque todo lo que hay en el mundo, los deseos de la carne, los deseos de los ojos, y la vanagloria de la vida, no proviene del Padre, sino del mundo” (1 Juan 2:16). Este pasaje habla de tres tipos de deseos inapropiados: los deseos de la carne (lujuria), los deseos de los ojos y la vanagloria de la vida.
Los deseos de la carne
El primer tipo de deseo nombrado en 1 Juan es el deseo de la carne—la codicia incorrecta de riquezas, comodidades y placeres mundanos. Esto incluye pecados como la lujuria, la gula, la embriaguez, la drogadicción y otras adicciones de carácter físico.
La Biblia ilustra este tipo de deseo con el relato de un hombre que cedió ante su ambición y tuvo consecuencias destrozas.
Giezi había sido siervo fiel del profeta Eliseo durante muchos años. Y su historia—relatada en 2 Reyes 5—comienza cuando Naamán, general del ejército sirio, ofrece al rey de Israel una gran cantidad de dinero y regalos con la esperanza de ser curado de su lepra (2 Reyes 5:1-5).
Si bien, el rey de Israel no pudo ayudar a Naamán, Eliseo escuchó el problema y le mandó instrucciones acerca de cómo podía sanarse (2 Reyes 5:6-10). Y ¡Naamán fue sanado cuando hizo lo que el profeta le había dicho! Sintiéndose agradecido, envió regalos a Eliseo, pero el profeta los rechazó (vv. 15-19).
Al ver esto, Giezi se dejó llevar por sus “deseos de la carne” y decidió aprovecharse de la generosidad de Naamán: “Entonces Giezi, criado de Eliseo el varón de Dios, dijo entre sí: He aquí mi señor estorbó a este sirio Naamán, no tomando de su mano las cosas que había traído. Vive Jehová, que correré yo tras él y tomaré de él alguna cosa” (2 Reyes 5:20).
Y fue exactamente lo que hizo. Giezi corrió hacia Naamán diciendo que Eliseo le había pedido dinero y ropa para dos estudiantes nuevos, lo cual era mentira. Entonces, Naamán le dio plata y vestidos nuevos, que Giezi guardó para sí (2 reyes 5:21-24).
¿Qué obtuvo Giezi por robar y mentir a causa de su deseo ambicioso? Eliseo lo descubrió y le dijo: “la lepra de Naamán se te pegará a ti y a tu descendencia para siempre. Y salió de delante de él leproso, blanco como la nieve” (v. 27). Giezi fue contaminado de lepra, una enfermedad muy temida que causaba deformidad y aislamiento social.
Irónicamente, la consecuencia de ceder a sus “deseos de la carne” fue una enfermedad que literalmente consumió su piel. Seguramente Giezi no sabía cuál sería el castigo de su pecado, o jamás hubiera tomado la plata los vestidos para sí. De la misma forma, casi nunca conoceremos las consecuencias de ceder ante nuestros deseos incorrectos, hasta que sea demasiado tarde.
Los deseos de los ojos
El segundo tipo de deseo mencionado en 1 Juan proviene de la tentación visual, que a la larga genera deseos incorrectos o “deseos de los ojos”. Esto incluye la codicia de cosas materiales, como automóviles, casas y otros objetos, y también deseos sexuales inapropiados.
Otra de las historias bíblicas bastante conocidas nos describe cómo el rey David cedió ante sus deseos de los ojos por una mujer llamada Betsabé.
“Sucedió un día, al caer la tarde, que se levantó David de su lecho y se paseaba sobre el terrado de la casa real; y vio desde el terrado a una mujer que se estaba bañando, la cual era muy hermosa” (2 Samuel 11:2).
La historia continúa en 2 Samuel 11, cuando David llevó a Betsabé a su palacio, cometió adulterio con ella y la embarazó. Luego, para encubrir su pecado, mandó a su esposo Urías a la guerra, donde sería abandonado en el apogeo de la batalla por orden de David. En otras palabras, David mandó a Urías directo a la muerte para luego tomar a Betsabé como esposa.
¿Cuáles fueron las consecuencias del pecado de David? “Así ha dicho Jehová: He aquí yo haré levantar el mal sobre ti de tu misma casa, y tomaré tus mujeres delante de tus ojos, y las daré a tu prójimo, el cual yacerá con tus mujeres a la vista del sol” (2 Samuel 12:11). Además, Dios permitió la muerte del primer hijo de David y Betsabé.
Afortunadamente, David se arrepintió, llegó a ser un hombre conforme al corazón de Dios y gobernó sobre Israel durante muchos años. Pero su pecado—ceder ante el deseo de sus ojos—causó mucho dolor innecesario tanto a David como a su familia.
La vanagloria de la vida
Según el Jamieson, Fausset and Brown Commentary [Comentario bíblico de Jamieson, Fausset y Brown], el término “vanagloria de la vida” mencionado en 1 Juan se define como “ostentación vanidosa”, que puede significar orgullo, arrogancia, vanidad, presunción, auto justicia o alarde. En palabras simples, es el deseo de elevarnos a nosotros mismos frente a los demás.
Y la Biblia también tiene una historia para ejemplificar este tipo de deseo incorrecto. Durante los primeros años de la Iglesia cristiana, muchos de los miembros vendían sus posesiones para llevar la ganancia a los apóstoles y ponerla al servicio de la Iglesia. Como leemos en Hechos 4:32-37, varias personas vendieron tierras, casas y otras cosas y llevaron el dinero a los apóstoles.
Pero hubo una pareja, Ananías y Safira, que entregó sólo una parte de su ganancia diciendo que lo habían donado todo (Hechos 5:1-2). Y, en el versículo 3, Pedro les reprende diciendo: “Reteniéndola, ¿no se te quedaba a ti? y vendida, ¿no estaba en tu poder? ¿Por qué pusiste esto en tu corazón? No has mentido a los hombres, sino a Dios” (v. 4). Como vemos, el problema no fue que Ananías y Safira donaran solo una parte del dinero de la venta; el problema fue que mintieron al respecto para quedar bien ante los demás.
Ananías y Safira deseaban impresionar a los apóstoles y la Iglesia con su generosidad—querían hacerles creer que estaban donando toda la ganancia de su venta, cuando en realidad entregaron sólo una parte. Y ceder ante ese deseo incorrecto tuvo consecuencias fatales para ellos. Cuando Pedro les preguntó a cada uno por separado sobre la cantidad de dinero que habían ganado, ambos mintieron e, inmediatamente después, cayeron muertos (vv. 5-10).
El deseo de impresionar a los demás pocas veces tiene consecuencias tan inmediatas y desastrosas. Pero el ejemplo de Ananías y Safira nos recalca verdaderamente la advertencia de 1 Juan 2:6 en cuanto a la “vanagloria de la vida”.
¿Cómo resistir a los deseos incorrectos?
En la vida todos enfrentamos tentaciones que muy fácilmente pueden convertirse en deseos incorrectos como los que acabamos de describir; es muy fácil ceder ante la tentación y desear cosas que pueden lastimarnos. ¿Cómo podemos evitarlo?
El antídoto está en Gálatas 5:16-17: “Digo, pues: Andad en el Espíritu, y no satisfagáis los deseos de la carne. Porque el deseo de la carne es contra el Espíritu, y el del Espíritu es contra la carne; y éstos se oponen entre sí, para que no hagáis lo que quisiereis”.
Los versículos siguientes enfatizan la necesidad de andar en el Espíritu y no en la carne (Gálatas 5:18-26). Y además describen los resultados infinitamente más positivos de andar en el Espíritu, en comparación a las consecuencias de ceder ante los deseos de la carne.
Para andar en el Espíritu, debemos arrepentirnos, alejarnos del pecado, bautizarnos y recibir el Espíritu Santo de Dios. Todo esto nos llevará a la conversión y nos dará la capacidad de vivir según las enseñanzas de Dios y perseverar hasta el final.
Comprender y poner estos pasos en práctica es de vital importancia. Nuestros artículos sobre el arrepentimiento y el bautismo le serán de gran ayuda para comenzar. La diferencia entre los resultados de andar en el Espíritu y andar en deseos incorrectos es dramática—y la decisión es sólo nuestra.